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Los milagrosos Mets

La novena de Nueva York, que regresa a una Serie Mundial después de 15 años, tuvo en 1969 una de sus temporadas más significativas. Este martes comienza el camino hacia un nuevo título frente a los Reales.

Jesús Miguel de la Hoz
27 de octubre de 2015 - 10:58 a. m.
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La ilusión era poca y las apuestas nunca estuvieron a su favor. Para 1969 el objetivo de los Mets tan sólo era romper la mala racha de siete temporadas consecutivas con récord perdedor o, en su defecto, no finalizar con más de 100 derrotas el año. Sin embargo, por esas cosas que sólo tiene el deporte, todo se alineó en esa campaña para que el equipo neoyorquino lograra convertirse en una de las novenas más emblemáticas del béisbol.

La historia de los Mets en las Grandes Ligas empezó en 1962, tras la salida de los Dodgers y los Gigantes de Nueva York, y aunque el inicio no fue el esperado, pues sus primeros años estuvieron llenos de sinsabores, con cinco temporadas de más de 100 juegos perdidos, 1969 sería diferente.

El año en el que aparecieron equipos como los Expos de Montreal, los Padres de San Diego y los Reales de Kansas City, fue en el que los Mets se volvieron milagrosos. Esas cosas raras que ocurren en el béisbol, que parecen confabularse para darles una mano a los equipos en racha, aparecieron para llenar de alegrías a los hinchas de la novena de Queens.

Juegos anecdóticos

El arranque de la campaña no fue el mejor debido a que debutaron con una derrota 11-10 contra los Expos el 8 de abril, y en los primeros 41 partidos jugaron para una marca de 18 victorias y 23 derrotas, a nueve juegos de diferencia de los punteros, los Cubs de Chicago. Pero la novena dirigida por Gil Hodges tuvo un resurgir impensado que dejó absortos a propios y extraños.

A pesar de la nómina corta con la que contaba, Hodges supo utilizar sabiamente el juego que le ofrecía cada uno de sus peloteros, lo que al final fue clave para que los Mets se potencializaran. La novena comenzó a ganar partidos y con un Tom Seaver brillante desde el montículo y Tommy Agee, Ed Charles y Cleon Jones sublimes con el bate apretaron la lucha por el banderín.

Seaver fue clave para detener el andar imparable de los Cubs. El 9 de julio The Terrific, como fue apodado el pitcher, estuvo cerca de convertirse en el primer pelotero de la franquicia en lanzar un juego perfecto, pero Jim Qualls, a dos outs para concluir el partido, conectó el imparable que acabó con la magia.

La garra que caracterizó a esta novena le sirvió para sortear todos los obstáculos que se impusieron en el camino. El más grande fue remontar el déficit de 10 juegos contra Chicago que tenían a mediados de agosto. La novena de la Ciudad de los Vientos, que perdió 14 de 21 partidos, a finales de ese mes les abrió el camino a Nueva York para llegar al último mes de temporada con opciones de luchar por la división.

Uno de los juegos más anecdóticos de los Mets durante 1969 se dio el 9 de septiembre. A juego y medio del primer lugar, enfrentaron a Chicago en la Gran Manzana ante más de 51.000 fanáticos. En la primera entrada de este encuentro ocurrió un hecho sin precedentes: mientras Ron Santo (cuarto bate de Chicago) esperaba su turno en el círculo de espera, un gato negro saltó al terreno de juego y se paseó por el dogout de Chicago.

Este suceso les cambió la suerte a los Mets, que no sólo ganaron ese encuentro (7-1) sino que al día siguiente lograron tomar la punta de la división por primera vez en el año. De manera categórica finalizaron la temporada: ganaron 18 de los últimos 23 partidos que jugaron y se alzaron con el banderín por primera vez en su historia (a ocho partidos de distancia de los Cubs).

Una mancha de betún

“Son simplemente un club de béisbol brusco que trabajó duro para imponerse a sus adversarios”, fue como los catalogó Earl Weaver, mánager de los Orioles de Baltimore, equipo al que enfrentarían en Serie Mundial después de imponerse en la serie por el campeonato de la Liga Nacional a los Bravos de Atlanta. En esa final contra aquel equipo de Baltimore, donde brillaban peloteros como Jim Palmer, Dave McNally, Davey Johnson, Brooks y Frank Robinson, las casas de apuestas los daban como perdedores 10 a 4.

Pero los milagrosos no creían en apuestas, ni en favoritismos. Aunque perdieron el primer partido y sus grandes bates brillaron por su ausencia, revirtieron la serie y llegaron al quinto juego en busca de una victoria que los convirtiera en campeones. En ese juego, donde caían 0-3 en Nueva York y eran dominados por el lanzador de Baltimore Dave McNally, una jugada cambió el destino del juego.

Un lanzamiento de McNally ante Cleon Jones fue cantado como bola por el umpire, Lou Dimuro. El bateador reclamaba que la pelota le había golpeado el pie, pero el árbitro no daba marcha atrás a su decisión. Pero cuando el mánager de los Mets le mostró a Dimuro la mancha de betún en la bola, todo cambió. El umpire cambió la decisión y la novena de Queens levantó el ánimo para remontar el partido y proclamarse campeona por primera vez de la Serie Mundial.

Esos milagrosos Mets, que hicieron caso omiso de las predicciones, alcanzaron uno de los triunfos más resonantes en la historia de las Grandes Ligas. Cuarenta y seis años han pasado desde que esta franquicia lograra su primer título en Grandes Ligas y esta noche, contra los Reales de Kansas City, inician el camino en busca de su tercer anillo en un clásico de otoño.

Por Jesús Miguel de la Hoz

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