Camerún, el equipo africano que enamoró al mundo en el Mundial de Italia 90
Liderados por Roger Milla, un veterano de 38 años, se convirtieron en el primer equipo africano en llegar a los cuartos de final de una Copa del Mundo.
Tras vencer en el debut a la Argentina de Maradona, que venía de ser campeona en México 86, Camerún enfrentó a Rumania, con Roger Milla, otra vez, en el banco. Y a medida de que el encuentro se tornaba tosco, tenso, el entrenador Valery Nepomnyashchy pensaba en qué momento darle el ingreso a Milla. Fue al minuto 59 cuando pisó el césped del estadio San Nicola de Bari. Poco después peleó una pelota con su potencia, abrió el marcador y festejó bailando en el banderín del tiro de esquina. Una celebración espontánea que se convirtió en su marca registrada y que se inmortalizó en la cultura popular tras su posterior doblete a Colombia. Una mano a la cintura, otra con la palma abierta suspendida en el aire y una rebelión de caderas al ritmo del makossa, danza urbana de Camerún.
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Tras vencer en el debut a la Argentina de Maradona, que venía de ser campeona en México 86, Camerún enfrentó a Rumania, con Roger Milla, otra vez, en el banco. Y a medida de que el encuentro se tornaba tosco, tenso, el entrenador Valery Nepomnyashchy pensaba en qué momento darle el ingreso a Milla. Fue al minuto 59 cuando pisó el césped del estadio San Nicola de Bari. Poco después peleó una pelota con su potencia, abrió el marcador y festejó bailando en el banderín del tiro de esquina. Una celebración espontánea que se convirtió en su marca registrada y que se inmortalizó en la cultura popular tras su posterior doblete a Colombia. Una mano a la cintura, otra con la palma abierta suspendida en el aire y una rebelión de caderas al ritmo del makossa, danza urbana de Camerún.
Y en el minuto 86 clavó un derechazo en el ángulo del arco rumano. Los europeos descontaron, pero los camerunenses aseguraron su clasificación. Una actuación que empezó a tejer la leyenda de Milla tras sumarse al equipo a última hora, por una cortesía presidencial, pues fue un pedido expreso del mandatario Paul Biya.
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Contra la agonizante Unión Soviética, Camerún se relajó y cayó 4-0. Ese estado no perduró, porque en octavos de final, frente a una de las mejores selecciones colombianas de la historia, los leones se refugiaron en el líder de la manada, el ‘viejito’ que estaba dando cátedra de fútbol en Italia. Ese ser especial que había dejado la comodidad de una isla para ayudar a sus compatriotas comenzó el encuentro, una vez más, en el banco.
Pero en la prórroga gambeteó y con un zurdazo clavó la pelota en el ángulo del primer palo de la portería defendida por René Higuita, en el minuto 106. Instantes después, el arquero antioqueño, ya jugando adelantado, en estado de anarquía por el cronómetro, le entregó el balón a Luis Carlos Perea, quien se lo regresó, también con una cuota de responsabilidad. Higuita controló e intentó eludir a Milla, pero él, con su astucia y experiencia, se lo robó y decretó el paso de Camerún a los cuartos de final. La cachetada final para un país que venía de sufrir el año más violento de su historia y que encontró en el fútbol la esperanza que la política y las bombas le habían quitado. De maquillaje serviría el posterior gol de Bernardo Redín.
“Junto a Valderrama, cuando estábamos en Montpellier, veía los partidos de Higuita porque la televisión francesa los pasaba. Mis entrenadores Peter Schnittger y Claude Le Roy siempre me dijeron que tenía que estar muy cerca de la línea central y del portero. Traté de seguir sus instrucciones y el éxito fue total, pese a que no esperaba que cometiera ese error. De todas formas felicité a los colombianos al final del partido. Tenían un gran equipo”, relata Roger, cuya calma para hablar contrasta con la fiereza con la que realizaba fortísimos remates y grandes zancadas que terminaban con la red a punto de estallar.
Milla, que en el papel sería un actor de reparto, un líder moral, terminó guiando a Camerún dentro de la cancha y lo convirtió en el primer país africano de la historia en llegar a los cuartos de final de un Mundial. Ahora la meta eran las semifinales. El peaje: la Inglaterra de Gary Lineker. El nerviosismo cobró factura a los 25 minutos, cuando los británicos rompieron el empate con un cabezazo de David Platt.
Roger ingresó en la segunda mitad y el efecto fue inmediato: a los 60 minutos fue derribado dentro del área y Kundé transformó el penalti en gol. Y cinco minutos después volvió a tirar magia con una imperial asistencia a Ekeké, quien puso el 2-1 a favor de los africanos. Nápoles, llena de ingleses, quedó en silencio. Pero Lineker les dio vida a los británicos con un tanto de penalti que obligó al alargue, en el que los ingleses, una vez más desde el punto blanco, tumbaron a los leones. Y a Milla, el alma del torneo.
“Técnicamente todavía era muy bueno, porque físicamente ya no podía jugar un partido completo, pero aún tenía esa inteligencia. Hoy confieso que no jugué mi mejor fútbol en los mundiales de 1990 y 1994. Si los hubiera jugado a los 26 o 27 años, habríamos sido campeones. Ya no tenía mis piernas de veinte años. Hacer un buen Mundial no es para todos”.
Y cuatro años más tarde, en Estados Unidos 94, con su gol a Rusia se convirtió, a los 42 años, en el jugador más longevo en anotar en un Mundial.