Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El keniano Ben Kimondiu ya alzaba sus brazos en señal de triunfo, pero tras su morena figura apareció como una ráfaga aquel rubio que contrastó por completo aquel marco.
Ese menudo atleta y con el número tres en su pecho que le cambió el color al final para romper la cinta en la meta, sabía que abrazaba la gloria, pero con el tiempo vino a darse cuenta de que la historia también le había reservado una cita aparte porque Alirio Carrasco se convirtió en el primer colombiano en imponerse en la carrera más importante del país, algo que ningún otro nacional ha conseguido hasta ahora.
Hoy, con 33 años, de los cuales 20 ha estado a las carreras, su pelo negro original le acompaña de nuevo, aunque en realidad sólo cambió de tinte en aquella gesta porque recuerda muy bien que “venía en un excelente momento, había conseguido mi propio presupuesto para prepararme, tenía la experiencia en la carrera y sobre todo, demasiada confianza, así que quise hacer algo diferente para destacarme y como tampoco encontré un patrocinio, a manera de protesta me lo pinté”.
Esa rebeldía lo llevaría a cruzar muchas metas, pero también estuvo a prueba en 2007, cuando se le juntaron las desgracias. “Acababa de ganar la Pilsen Callao en Perú y la Carrera Internacional Los Libertadores en Duitama, cuando se me quemó la casa en Paipa y tuve pérdida total. Apenas me reponía del siniestro y dentro de mi entrenamiento tuve una caída que dejó rotura de meniscos de la rodilla derecha”.
Le costó levantarse porque la mayoría de promesas de ayuda se quedaron en eso, pero con una que sí rebasó el límite de la realidad, pudo seguir adelante y sobre todo, mantenerse en el atletismo, ya que alcanzó “a contemplar la idea de retirarme porque el panorama era oscuro, pero por fortuna apareció mi amigo Hernando Ciceri, al que le sorprendió la falta de apoyo y como admirador de mi carrera, me patrocina desde el año pasado con su microempresa de maderas”.
Alirio ha vivido por y para el atletismo, pero no de él y por eso antes que acomplejarse, reconoce con orgullo que en algunos momentos ha tenido que “laborar en diferentes actividades como metalistería, mecánica, plomería y algo de albañilería para sostener a mi familia”.
Y si alguien entiende de esfuerzos y sacrificios es su esposa, Adriana Santana, también atleta que fue récord nacional en menores de la prueba de obstáculos, a quien conoció en pruebas de ruta, llevó al altar en 2005 y que le ha dado las dos alegrías más grandes de su vida: Paula Vanessa de 14 años y Dilan Joel de tres.
A ellos siempre les dedica sus logros deportivos y entre tantos, los que le marcaron fueron “el registro juvenil en el país en 10.000 metros que obtuve en Santiago de Chile en el 95 porque me proyectaba como fondista”, cinco años después alcanzaría “un cuarto puesto en la maratón de Nashville en Estados Unidos que a fin de ese año me dejó entre los cinco mejores maratonistas menores de 25 años y con eso vino la clasificación a los Olímpicos de Sidney”.
Tampoco se puede olvidar que estrenaría su consagración en la Media Maratón de 2003, “con el puesto 12 en la maratón de Chicago, donde obtuve mi mejor registro de dos horas, 12 minutos y 9 segundos, lo cual me clasificó con marca A para las Olimpiadas de Atenas”.
Ahora quiere ser el bogotano más ganador y va por otra Media, de la que sólo se ha ausentado en dos versiones de las nueve y por motivos de fuerza mayor: “En el 2004 me estaba preparando para los Olímpicos y en la del año anterior no corrí porque estaba saliendo de la lesión”.
Y la ilusión se respalda en los números porque no en vano ha sido el mejor colombiano de la prueba en cuatro oportunidades (En 2001 se subió al podio como tercero, al año siguiente sería séptimo, en 2003 escalaría al peldaño más alto y en la sexta versión llegaría cuarto a la meta).
“Siempre está la curiosidad por saber hasta dónde uno puede llegar. El atletismo se mide en tiempos y récords personales y creo que tengo mucho por mejorar”. Así de convencido llegará hoy a la Plaza de Bolívar Carrasco, cuya morada pudo hacerse cenizas, pero la ilusión de cruzar muchas más metas, jamás.