Alberto Contador, cuando querer fue poder
El madrileño se despide del ciclismo con siete títulos en las carreras grandes: dos de Tour Francia, dos de Giro de Italia y tres de Vuelta a España.
Thomas Blanco Lineros
El contador amanece en uno, mañana llegará a cero. Tras 18 años como ciclista, el español Alberto Contador dejará para siempre las bielas, por lo menos a nivel profesional. Contados los deportistas que dicen adiós acariciando el cielo, desde el trono. Y él es uno de ellos.
Dejó la piel y corrió como un juvenil en esta edición de la Vuelta a España, la última competencia de su exitosa carrera. Era en su casa, con su gente. Por lo que fue, por lo que no pudo ser. Por ese pedazo de carne salpicado por clembuterol que intentó pero no logró manchar su carrera.
Un camino que arrancó a los 16 años. Tercero de cuatro hermanos, se dejó flechar por la bicicleta al igual que Fran, el mayor de todos. Aunque también tenía romances con el fútbol. “En el ciclismo puedo ser Contador y en el fútbol no puedo ser Cristiano Ronaldo”, explicó entre risas el jefe de filas del Trek-Segafredo.
Si no era en las carreteras o en el césped, hubiera sido en un consultorio como veterinario. Los animales, su debilidad. De pequeño su principal pasatiempo fue criar canarios. Porque empezó un poco tarde en el ciclismo, pero cuando se decidió, lo dejó todo: incluso su bachillerato.
En su segundo año como juvenil conquistó cuatro victorias de etapa: en la Vuelta Besaya, la Ruta del Vino, la Sierra Norte –en la que fue segundo en la general– y la Vuelta a Talavera, representado la selección española.
Su capacidad como escalador deslumbró al mundo. En 2004 debutó como ciclista profesional en la escuadra ONCE Eroski. El viento soplaba a su favor, con 20 años cumplió su primer sueño: vivir del ciclismo. Los otros, correr un Tour para luego ser campeón. También cumplidos.
Pero por poco todo se le derrumba. En la primera jornada de la Vuelta a Asturias de 2004, el pedalista de 176 centímetros y 76 kilogramos de humanidad sufrió fuertes convulsiones. Botado a su suerte en el asfalto, fue trasladado de urgencia al hospital: sufrió una aneurisma cerebral. Lo operaron, su vida pendió de un hilo.
Ese capítulo lo marcó y lo llenó de fuerzas. Volvió tras un año de ausencia y lo hizo a lo grande: fue soberano en la etapa reina del Tour Down Under de Australia y estuvo en lo más alto del podio. “Querer es poder”, el lema de su vida.
Sin embargo, las manifestaciones del aneurisma empezaron a hacer amagues dos años después, en 2006, razón por la cual tuvo que abandonar la temporada en el ciclismo y concentrarse en su salud.
Esa enfermedad marcó el rumbo de su vida y optó por sacar los frutos de las cosas malas de la vida. Junto a su hermano Fran creó la fundación Alberto Contador, con el propósito de dar a conocer el problema físico de Alberto, el ictus cerebral, y ayudar a las entidades a estudiarlo y prevenir sus daños.
Asimismo, apoya a personas en condición de discapacidad para que reparen bicicletas usadas que después se entregan a quienes las necesiten y no tengan los recursos para comprarlas.
Su calidad humana también se tradujo en éxitos deportivos: es uno de los seis pedalistas de la historia en ser campeón de las tres grandes (Tour de Francia, Giro de Italia y Vuelta a España), tras Jacques Anquetil, Eddy Merckx, Felice Gimondi, Bernard Hinault y Vincenzo Nibali.
Su trayectoria como ciclista se empañó en 2010. Paco Olaya, cocinero del equipo Astana, no pudo entrar a la cocina en el hotel en el que se quedaron luego de una de las etapas de la ronda gala. Le pidió a José Luis López, hoy presidente de la Federación Española de Ciclismo, que parara en una carnicería a comprar una chuleta. Al parecer, la carne tenía clembuterol, la sustancia prohibida por la que Contador dio positivo en un control al dopaje. Al menos, ese episodio fue su coartada de defensa.
Es por eso que le quitaron el título del Tour de Francia 2010 y el del Giro en 2011. Algunos dicen que la sanción fue injusta y desmedida. Aún así, no dejó de luchar y brillar.
Su credibilidad pasó a cero, pero se recompuso con los títulos de la Vuelta a España en 2012 y 2014, y el Giro de Italia en 2015. La leyenda había vuelto a su esplendor.
El contador llega a cero con un sinfín de anécdotas, triunfos y sueños cumplidos. El ciclismo se despide entre hoy y mañana de uno de sus mejores exponentes. Porque caerse es opcional, levantarse es obligado. Alberto quiso y también pudo.
El contador amanece en uno, mañana llegará a cero. Tras 18 años como ciclista, el español Alberto Contador dejará para siempre las bielas, por lo menos a nivel profesional. Contados los deportistas que dicen adiós acariciando el cielo, desde el trono. Y él es uno de ellos.
Dejó la piel y corrió como un juvenil en esta edición de la Vuelta a España, la última competencia de su exitosa carrera. Era en su casa, con su gente. Por lo que fue, por lo que no pudo ser. Por ese pedazo de carne salpicado por clembuterol que intentó pero no logró manchar su carrera.
Un camino que arrancó a los 16 años. Tercero de cuatro hermanos, se dejó flechar por la bicicleta al igual que Fran, el mayor de todos. Aunque también tenía romances con el fútbol. “En el ciclismo puedo ser Contador y en el fútbol no puedo ser Cristiano Ronaldo”, explicó entre risas el jefe de filas del Trek-Segafredo.
Si no era en las carreteras o en el césped, hubiera sido en un consultorio como veterinario. Los animales, su debilidad. De pequeño su principal pasatiempo fue criar canarios. Porque empezó un poco tarde en el ciclismo, pero cuando se decidió, lo dejó todo: incluso su bachillerato.
En su segundo año como juvenil conquistó cuatro victorias de etapa: en la Vuelta Besaya, la Ruta del Vino, la Sierra Norte –en la que fue segundo en la general– y la Vuelta a Talavera, representado la selección española.
Su capacidad como escalador deslumbró al mundo. En 2004 debutó como ciclista profesional en la escuadra ONCE Eroski. El viento soplaba a su favor, con 20 años cumplió su primer sueño: vivir del ciclismo. Los otros, correr un Tour para luego ser campeón. También cumplidos.
Pero por poco todo se le derrumba. En la primera jornada de la Vuelta a Asturias de 2004, el pedalista de 176 centímetros y 76 kilogramos de humanidad sufrió fuertes convulsiones. Botado a su suerte en el asfalto, fue trasladado de urgencia al hospital: sufrió una aneurisma cerebral. Lo operaron, su vida pendió de un hilo.
Ese capítulo lo marcó y lo llenó de fuerzas. Volvió tras un año de ausencia y lo hizo a lo grande: fue soberano en la etapa reina del Tour Down Under de Australia y estuvo en lo más alto del podio. “Querer es poder”, el lema de su vida.
Sin embargo, las manifestaciones del aneurisma empezaron a hacer amagues dos años después, en 2006, razón por la cual tuvo que abandonar la temporada en el ciclismo y concentrarse en su salud.
Esa enfermedad marcó el rumbo de su vida y optó por sacar los frutos de las cosas malas de la vida. Junto a su hermano Fran creó la fundación Alberto Contador, con el propósito de dar a conocer el problema físico de Alberto, el ictus cerebral, y ayudar a las entidades a estudiarlo y prevenir sus daños.
Asimismo, apoya a personas en condición de discapacidad para que reparen bicicletas usadas que después se entregan a quienes las necesiten y no tengan los recursos para comprarlas.
Su calidad humana también se tradujo en éxitos deportivos: es uno de los seis pedalistas de la historia en ser campeón de las tres grandes (Tour de Francia, Giro de Italia y Vuelta a España), tras Jacques Anquetil, Eddy Merckx, Felice Gimondi, Bernard Hinault y Vincenzo Nibali.
Su trayectoria como ciclista se empañó en 2010. Paco Olaya, cocinero del equipo Astana, no pudo entrar a la cocina en el hotel en el que se quedaron luego de una de las etapas de la ronda gala. Le pidió a José Luis López, hoy presidente de la Federación Española de Ciclismo, que parara en una carnicería a comprar una chuleta. Al parecer, la carne tenía clembuterol, la sustancia prohibida por la que Contador dio positivo en un control al dopaje. Al menos, ese episodio fue su coartada de defensa.
Es por eso que le quitaron el título del Tour de Francia 2010 y el del Giro en 2011. Algunos dicen que la sanción fue injusta y desmedida. Aún así, no dejó de luchar y brillar.
Su credibilidad pasó a cero, pero se recompuso con los títulos de la Vuelta a España en 2012 y 2014, y el Giro de Italia en 2015. La leyenda había vuelto a su esplendor.
El contador llega a cero con un sinfín de anécdotas, triunfos y sueños cumplidos. El ciclismo se despide entre hoy y mañana de uno de sus mejores exponentes. Porque caerse es opcional, levantarse es obligado. Alberto quiso y también pudo.