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Aldemar Reyes y el Clásico RCN, el regalo que quería darle a su papá

El corredor del Team Medellín se consagró este domingo como campeón de una de las competencias ciclísticas más importantes del país. El Espectador habló con su familia sobre sus orígenes y la importancia del logro más relevante de su carrera.

Fernando Camilo Garzón
31 de octubre de 2022 - 12:32 a. m.
Aldemar Reyes con su hermano Yeison.
Aldemar Reyes con su hermano Yeison.
Foto: @andersonbonilla01

Coronada Montañuela, Aldemar y Yeison Reyes se abrazaron. Chocaron sus cascos y se besaron la frente. Se tocaban mutuamente el rostro y al verse en los ojos del otro se decían, solo con la mirada, que habían conseguido el sueño de toda la vida: Aldemar Reyes era campeón de una de las grandes del ciclismo colombiano. Lloraban y no importaban las palabras porque, como siempre, estaban el uno para el otro.

Minutos antes del cruce de Aldemar por la meta, adelante por centímetros de Dubán Bobadilla —su gran rival—, Yeison había liderado el ritmo bestial con el que el Team Medellín seccionó al pelotón en la última subida. Ahí estaba el título. Sabían que si no iban con ese trajinar, Bobadilla iba a quitarles el campeonato. Y el menor de los Reyes también era consciente de que debía ser él el encargado de quemar las naves, de ir enfrente del grupo y darle a su hermano la corona. Era lo lógico, la cita del destino. Se lo había prometido a Aldemar en la madrugada, “tenía que dejarlo todo por él, la persona que más amo en mi vida”.

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La estrategia había funcionado. A cinco kilómetros de la meta —después de quemar leña por casi 20— en el pelotón que subía el cerro de Roldanillo, estaba un tren entero del equipo antioqueño con, además de los hermanos Reyes, Fabio Duarte, Javier Jamaica y Bryan Sánchez en el grupeto. Llegados a ese punto, Yeison sabía que el dolor en las piernas no importaba, siempre y cuando llevara a su hermano a los últimos dos kilómetros. Allá, en el último asenso, él iba a encargarse. Siempre lo hizo.

Sin embargo, las piernas ardían. Y en la cima de la montaña, interminable ante los ojos, la imaginación le proyectaba a su familia. A sus hermanas, a su mamá y a su papá, el que estaría más orgulloso de que, en el final de ese infernal ascenso, Aldemar Reyes pudiera gritar: ¡campeón!

Siervo Reyes fue el que se encargó de sacar a la familia adelante. Así lo reconocen sus hijos. Tenía poco, era un campesino que trabaja de jornalero cuidando los cultivos y echando azadón en las tierras de una familia rica en de Ramiriquí. Con lo poco que le quedaba del jornal, Siervo, laborioso, cuidaba de su familia.

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A Aldemar le compró su primera bicicleta cuando era muy pequeño. Tenía ruedas traseras, pero no duraron nada porque tan pronto se las quitaron, el niño ya volaba sobre pedales. Fue tanta la atracción que dormía con la bicicleta al pie de la cama. Y cuando Siervo volvía a la casa en plena madrugada —el inicio de sus horas laborales— veía a su hijo montado en la cicla, escalando la montaña para alcanzar al sol trasnochado.

La fascinación por los pedales, rápido se volvió una obsesión. De él y de Yeison. No tenían para entrenar y cumplir el sueño de ser profesionales, pero Siervo Reyes era terco, sus hijos, si era lo que querían, iban a montar en bicicleta. No importó el costo, él los apoyó sin condiciones, ni dudas; con lo que tuvieran, con lo que podía darles. Había una cicla en casa; por la mañana entrenaba Aldemar, por la tarde entrenaba Yeison. Y a la par ambos trabajaban con el papá; lo ayudaban con el azadón o a desyerbar las verduras que sembraba. Poco a poco. Alcanzaba para comer y para alimentar el sueño.

“Me costó mucho esfuerzo, pero lo poco que ganaba se los daba a ellos. Antes, era un pobre jornalero, ahora estoy mejor. Sin embargo, en esos años, cuando empezaron y ellos eran niños, nadie me ayudó a sacarlos adelante”, recuerda el padre del ahora campeón del Clásico RCN.

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“Nunca fue fácil…”, recuerda Yeison Reyes. Incluso todo se hizo más difícil el día en que su madre falleció en 2013 de muerte cerebral. De la tristeza y la sensación de perder el norte, el vacío en el estómago que te quita las fuerzas del cuerpo —que inmóvil no reacciona ante la pesadez de la ausencia—, la familia Reyes —padre y cuatro hijos abordo— se unió más que nunca. Si antes habían trabajado juntos, ese punto y aparte en el camino les cambió el foco. Empezó un nuevo camino. “Nunca fue fácil, pero la vida también ha sido bonita”, recuerda Yeison Reyes.

El clic de Aldemar Reyes

Siervo Reyes no vio el campeonato de Aldemar Reyes. “Acá el televisor es muy malo”, explica. Sin embargo, dice que sus hijos lo llaman todos los días y le cuentan que les está yendo bien. “Me dicen que Aldemar quedó campeón… dicen, aunque yo no sé. No puedo decirle, porque yo lo he escuchado, pero no he podido verlo”.

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Aldemar y Yeison no son los únicos que lo tienen informado. A Siervo lo paran todo el tiempo para hablarle de su hijo, para felicitarlo. La gente del pueblo, sus amigos y sus compañeros en el campo. “Aldemar Reyes, mi hijo, es actualmente es el mejor deportista de la provincia de Márquez”, dice y saca pecho. Como él no hay nadie en Ramiriquí, tierra de grandes ciclistas como Patrocinio Jiménez y Mauricio Soler.

El pedalista del Team Medellín vive el mejor momento de su carrera. El campeonato en el Clásico RCN fue la conclusión de un año soñado, en el que brilló en la Vuelta a Colombia y también ganó un oro en los Juegos Bolivarianos.

En el Clásico llegó arrollador. Mostró una madurez que antes no había tenido. Domó los temores de su cabeza, fue confiado en sus ataques y aprendió a sufrir sobre pedales, a dominar el cuadro de la bicicleta y a ser ambicioso con la plena conciencia de sus capacidades. Desde el primer día movió la carrera, atacando con una fuga a más de 40 kilómetros. Todos esperaban a Fabio Duarte, pero en Medellín contaban con la carta de Reyes.

Sin embargo, Aldemar Reyes, ni aun confiado de su gran estado de forma, dejaba de ser un muchacho introvertido. Tímido, ajeno a la luz de los reflectores. Cuenta su hermano, incluso, José Julián El Chivo Velásquez le pedía más protagonismo en las reuniones previas a las etapas. “Marica —le decía— necesito que hables más en las reuniones”, pero a él le daba pena pedirle ayuda a Óscar Sevilla, la leyenda, para que empujara del pelotón. Estaba incómodo con la situación de Fabio Duarte, su gran amigo —que buscaba su bicampeonato (el sueño de ganar Clásico, Vuelta a Colombia y Clásico)—, pero se había declarado, en cuerpo y alma, soldado para defender el liderato del boyacense.

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“Aldemar es una persona muy noble. Somos diferentes porque yo soy muy impulsivo y más acelerado. Él es el que muchas veces me aguanta. Pero los dos hacemos un equipo imparable”, explica el coequipero del campeón.

Palabras amorosas que se ratifican en el cariño del nuevo as del Team Medellín: “El apoyo de Yeison es el pilar más importante en mi vida. No solo en lo deportivo, también en todo lo demás. Muy pocos pueden tener el respaldo que yo tengo de él. Muy pocos pueden gozar de esa fortuna”.

En Montañuela, Yeison dejó el alma para que Aldemar se coronara. Y también lo hizo Fabio Duarte, a pesar de todas las dudas y el morbo que suscitaba el enfrentamiento de dos compañeros. ¿Atacaría el campeón a su amenaza? Duarte había pulverizado tiempos en la contrarreloj un día antes, quedando a solo tres segundos de la punta. Todos dudaban, menos ellos, que al finalizar el ascenso en la octava etapa al mirarse también lloraron. No podían ni respirar del esfuerzo, pero en la alegría de la victoria encontraron un nuevo motivo para abrazarse, de nuevo eran campeones.

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“Solo espero que Aldemar sea más grande. Mucho de lo que ya es”, dice Siervo Reyes, la inspiración de los dos hijos que montados en la bicicleta cumplieron el anhelo que los llevó a montarse en la bicicleta cuando todo indicaba que no podían hacerlo. Hace un año, El Chivo le dijo al campeón del Clásico que si algún día quería ganar una grande tenía que llegar a su equipo. La promesa se cumplió.

Aldemar Reyes cumplió sus promesas y, como dice su hermano, demostró que es el “nuevo capo” del ciclismo colombiano, que tiene madera para liderar un equipo grande y que es una carta para tener en cuenta en los próximos años. Es una nueva promesa, la de dominar el panorama nacional, pero siguiendo el mismo legado de su padre, el trabajo honesto que solo nace del amor.

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