Álvaro Hodeg, el costeño de la velocidad
El ciclista de Montería, de ascendencia escocesa y libanesa, ganó la segunda etapa del Tour Colombia 2.1. y se puso la camiseta de líder.
Camilo Amaya
Álvaro José por su padre, por la tradición costeña de ponerle al primogénito el mismo nombre. Hodeg, por el tatarabuelo escocés que decidió abandonar su país para buscar mejor suerte en América luego de una Segunda Guerra Mundial que dejó mucha pobreza y pocas oportunidades en Europa. Y Chagui por la otra rama, la de la mamá, la de la familia libanesa que llegó hasta Cereté, un pueblo donde el apellido se viralizó al punto de ser más conocido y común que un Gómez o González. Álvaro José Hodeg Chagui pudo haber sido comerciante como su papá o ganadero como su abuelo. Pero no. Él eligió el deporte.
El ciclismo fue la última parada luego de practicar tenis, de jugar fútbol y de ser campeón de voleibol en el colegio Gimnasio El Recreo de Montería. La actividad física fue el medio para canalizar la energía extra que tenía, para controlar la hiperactividad, para que se quedara quieto.
“Me lesioné la rodilla y tuve que dejar de jugar fútbol. Y empecé a salir en bicicleta por los lados de Ciénaga de Oro, por Arboletes, incluso hasta Planeta Rica, que es como a una hora de la ciudad. Y el pelao iba conmigo”, recuerda Álvaro José padre. Aprendió a montar en el parqueadero de su casa, al frente del Club Campestre de Montería, al que no volvió a entrenar tenis porque un día un profesor reaccionario se fue y no le encontraron sustituto.
Tenía una bicicleta con ruedas auxiliares de trial que su papá le trajo de Medellín, con la que sorteaba pasamanos y saltaba pequeños muros como cualquier niño que aún no es precavido, al que no se le ha infundado el miedo a la caída y, por ende, hace sin temor a nada. Y mientras su habilidad crecía, su talento sobre el caballo también. No el de acero, el de verdad. “Íbamos a la finca y pasábamos días enteros en el corral amarrando y marcando ganado. Es muy buen jinete. No le tiene miedo a nada”. Quizá por eso se volvió temerario y hoy en día lo vemos meterse por los espacios más recónditos en pleno embalaje a más de 70 kilómetros por hora.
No fue un niño desorganizado, tampoco contestón. Su único pecado era no quedarse quieto. Por eso su mamá tenía que dejarlo jugar antes de hacer las tareas, para que se pudiera concentrar, para que permanecer sentado durante un largo tiempo no fuera un martirio. “Era bueno en el colegio. Siempre lo motivamos y lo incentivamos para que se enfocara en el estudio”. Como juvenil ganó todo lo habido y por haber en Córdoba, un departamento con poca tradición ciclística y en el que eran más habituales el balón de fútbol y la pelota de béisbol que las dos ruedas.
“Cuando estaba en décimo viajó de vacaciones a donde el padrino en Medellín y llegó a la semana con la idea de que quería terminar el bachillerato allá”. En Antioquia había velódromo, una liga organizada, más carreras, un nivel más alto. “Si es lo que quieres, pa' lante, mijo”, fue lo único que dijo su padre, entendiendo que para materializar lo que parece imposible hay que tomar riesgos.
Pasó los exámenes y la entrevista en el colegio Bolivariano de la capital antioqueña. Alternó sus clases con las idas al Aeroparque, cada jueves, para probarse con los ciclistas élites. Incursionó en la pista. Aprendió la técnica para sortear los peraltes, a frenar sin frenos, por pura inercia, y a controlar mejor la bicicleta. John Jaime González lo vio y lo convocó a la selección de Colombia para el Panamericano Juvenil de Aguascalientes, en México (2014), certamen en el que se quedó con el bronce en la prueba de velocidad. El rumor de que había un costeño alto, portentoso, con una gran potencia en su tren inferior se esparció tanto que llegó a los oídos de Carlos Mario Jaramillo.
Al poco tiempo estaba con el equipo Coldeportes Claro y convocado para el Mundial de Ruta en Richmond, Estados Unidos (2015). “Estaba llorando. Pinchó en la prueba de fondo. Creo que es la única vez que lo he escuchado como derrotado por la vida”. Pero como el árbol que soporta la tormenta para seguir dando frutos no desistió. Por el contrario, entendió que perder es lúdico y enseña. Y hoy, luego de brillar en la última edición del Tour de L’Avenir, de ser el campeón de las metas volantes del Giro de Italia sub-23 y de ratificarse como uno de los mejores embaladores con el Deceuninck-QuickStep, Hodeg no solo logró el triunfo en la segunda etapa del Tour Colombia 2.1. sino que se quedó con el liderato, el mismo que espera mantener hasta el próximo domingo.
Álvaro José por su padre, por la tradición costeña de ponerle al primogénito el mismo nombre. Hodeg, por el tatarabuelo escocés que decidió abandonar su país para buscar mejor suerte en América luego de una Segunda Guerra Mundial que dejó mucha pobreza y pocas oportunidades en Europa. Y Chagui por la otra rama, la de la mamá, la de la familia libanesa que llegó hasta Cereté, un pueblo donde el apellido se viralizó al punto de ser más conocido y común que un Gómez o González. Álvaro José Hodeg Chagui pudo haber sido comerciante como su papá o ganadero como su abuelo. Pero no. Él eligió el deporte.
El ciclismo fue la última parada luego de practicar tenis, de jugar fútbol y de ser campeón de voleibol en el colegio Gimnasio El Recreo de Montería. La actividad física fue el medio para canalizar la energía extra que tenía, para controlar la hiperactividad, para que se quedara quieto.
“Me lesioné la rodilla y tuve que dejar de jugar fútbol. Y empecé a salir en bicicleta por los lados de Ciénaga de Oro, por Arboletes, incluso hasta Planeta Rica, que es como a una hora de la ciudad. Y el pelao iba conmigo”, recuerda Álvaro José padre. Aprendió a montar en el parqueadero de su casa, al frente del Club Campestre de Montería, al que no volvió a entrenar tenis porque un día un profesor reaccionario se fue y no le encontraron sustituto.
Tenía una bicicleta con ruedas auxiliares de trial que su papá le trajo de Medellín, con la que sorteaba pasamanos y saltaba pequeños muros como cualquier niño que aún no es precavido, al que no se le ha infundado el miedo a la caída y, por ende, hace sin temor a nada. Y mientras su habilidad crecía, su talento sobre el caballo también. No el de acero, el de verdad. “Íbamos a la finca y pasábamos días enteros en el corral amarrando y marcando ganado. Es muy buen jinete. No le tiene miedo a nada”. Quizá por eso se volvió temerario y hoy en día lo vemos meterse por los espacios más recónditos en pleno embalaje a más de 70 kilómetros por hora.
No fue un niño desorganizado, tampoco contestón. Su único pecado era no quedarse quieto. Por eso su mamá tenía que dejarlo jugar antes de hacer las tareas, para que se pudiera concentrar, para que permanecer sentado durante un largo tiempo no fuera un martirio. “Era bueno en el colegio. Siempre lo motivamos y lo incentivamos para que se enfocara en el estudio”. Como juvenil ganó todo lo habido y por haber en Córdoba, un departamento con poca tradición ciclística y en el que eran más habituales el balón de fútbol y la pelota de béisbol que las dos ruedas.
“Cuando estaba en décimo viajó de vacaciones a donde el padrino en Medellín y llegó a la semana con la idea de que quería terminar el bachillerato allá”. En Antioquia había velódromo, una liga organizada, más carreras, un nivel más alto. “Si es lo que quieres, pa' lante, mijo”, fue lo único que dijo su padre, entendiendo que para materializar lo que parece imposible hay que tomar riesgos.
Pasó los exámenes y la entrevista en el colegio Bolivariano de la capital antioqueña. Alternó sus clases con las idas al Aeroparque, cada jueves, para probarse con los ciclistas élites. Incursionó en la pista. Aprendió la técnica para sortear los peraltes, a frenar sin frenos, por pura inercia, y a controlar mejor la bicicleta. John Jaime González lo vio y lo convocó a la selección de Colombia para el Panamericano Juvenil de Aguascalientes, en México (2014), certamen en el que se quedó con el bronce en la prueba de velocidad. El rumor de que había un costeño alto, portentoso, con una gran potencia en su tren inferior se esparció tanto que llegó a los oídos de Carlos Mario Jaramillo.
Al poco tiempo estaba con el equipo Coldeportes Claro y convocado para el Mundial de Ruta en Richmond, Estados Unidos (2015). “Estaba llorando. Pinchó en la prueba de fondo. Creo que es la única vez que lo he escuchado como derrotado por la vida”. Pero como el árbol que soporta la tormenta para seguir dando frutos no desistió. Por el contrario, entendió que perder es lúdico y enseña. Y hoy, luego de brillar en la última edición del Tour de L’Avenir, de ser el campeón de las metas volantes del Giro de Italia sub-23 y de ratificarse como uno de los mejores embaladores con el Deceuninck-QuickStep, Hodeg no solo logró el triunfo en la segunda etapa del Tour Colombia 2.1. sino que se quedó con el liderato, el mismo que espera mantener hasta el próximo domingo.