Ana Cristina Sanabria: otra reina del ciclismo colombiano
Una de las ciclistas más experimentadas del pelotón, con participación en el Tour de Francia Femenino y varias veces campeona del Tour Colombia y la Vuelta a Colombia, habló con El Espectador sobre su vida y trayectoria.
Natalia Giraldo González
En un lugar recóndito de Santander, Ana Cristina Sanabria vivió durante dieciocho años en una finca ubicada en Altos de las Águilas, en donde la costumbre de trabajar la tierra y estar en el campo la llenó de raíces fuertes para soportar y aguantar con las piernas y el corazón el cumplimiento de su sueño: ser ciclista profesional.
Como es de costumbre en el campo colombiano, las labores en su hogar comenzaban desde muy temprano, Ana Cristina ayudaba a su mamá a preparar el desayuno y el resto del día seguía viendo “Los animalitos; teníamos pollitos, cerdos, vacas y luego me gustaba ayudarle a mi papá en las labores afuera, como la labranza, recoger café y con todo lo que va antes de una cosecha; no podía faltarme mi azadón o mi machete. Otros días cargaba bultos de abonos y todo lo que tiene que ver con las labores diarias del campo”.
Los pocos días libres que Ana tenía eran los fines de semana, específicamente los domingos, en los cuales le pedía prestada la bicicleta a su papá o a su primo. Muchas veces se tuvo que “volar” de la casa porque no le permitían montar. De hecho, el primer acercamiento de Ana sobre ruedas fue con su primer triciclo rojo “Le di mucho palo, no la podía sacar a carretera porque era una bicicleta muy pequeña, recuerdo mucho el color y que cargaba a mi hermanita en la sillita de atrás, esa fue mi primera bicicleta. Tenía unos seis o siete años”.
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Los años pasaron y el sueño de estar subida en una bicicleta seguía latente: “Me demoré un buen tiempo. Como a los 10 o 12 años me regalaron una ‘monareta’, fue una alegría muy grande porque no me lo esperaba y la disfruté muchísimo. También una tía que me alcahueteaba las salidas los fines de semana me regaló una bici pequeñita, tenía una parrillita en donde se podía poner el mercado. El color era de chispitas; Luego de esa, cuando fui más insistente en el tema de salir a montar, esa misma tía me regaló una bicicleta de montaña, todoterreno con doble suspensión, el marco era de acero, pero tenía cambios. Era de color verde con unas franjas en amarillo y el olor a nuevo es lo que más recuerdo”.
No solo en su familia y a escondidas reforzaban el tema de que Ana se destacara a nivel deportivo. Una de sus vecinas era atleta y empezó a llevarla de la mano por diferentes disciplinas deportivas. “Gracias a ella conocí al director de deportes de mi pueblo, que era la persona que se encargaba de llevar a unos chicos ciclo montañistas a las Válidas Nacionales, pero en mi primera competencia no me dirigí a decirle: ‘Oiga yo quiero hacer ciclo montañismo’, simplemente lo conocí y tuve la oportunidad de hablarle en temas de atletismo. Logré clasificar a los Juegos Departamentales y estando allí me di cuenta de que el atletismo no era lo mío, no me gustaba mucho a pesar de que era buena”.
A su finca llegaban las señales de televisión y radio. En medio de sus labores diarias y escuchando las narraciones de las carreras, “yo me imaginaba ganando una competencia, pero en ese entonces ni una bicicleta tenía. Yo soñaba con viajar y conocer culturas a pesar de que era muy difícil salir de allá”.
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Tenía como referente a María Luisa Calle, así como a Santiago Botero, campeón del mundo, y Víctor Hugo Peña; Ana tomó la decisión de iniciar en el ciclismo, aunque no fue del todo apoyada por su padre. “¿Por qué digo que le doy gracias a eso? Porque me enseñó a ser una persona que lucha por sus objetivos, él no me consintió, si lo que yo quería era estar montada en una bicicleta, tenía que sufrir como era”.
Así fueron llegando los pocos patrocinios, sumados a los fondos que se recogieron entre la Alcaldía local, amigos y conocidos para comprar la primera bicicleta de montaña semi profesional. “Logré asistir a todas las Válidas Departamentales de ciclo montañismo cuando tenía 17 años y gracias a eso clasifiqué a un Campeonato de Ciclo Montañismo Juvenil. Allí logré la medalla de oro, fui campeona y ese triunfo me abrió las puertas para que me conocieran en Santander”. Fue tan bueno el desempeño de Ana que llegó la primera decisión complicada de su vida, tener que irse de su amada finca, para radicarse en Bucaramanga e iniciar en la escuela de formación que le permitiría conocer otras modalidades del ciclismo, “En tres ocasiones quise devolverme, al final empecé a encontrarle el ritmo, a cogerle más el gusto y a ganar, eso me motivó aun más”.
Ser mujer en el deporte sigue siendo todo un desafío en estos días y aún más en el denominado deporte nacional, pero Ana cree firmemente en que se deben mejorar varios aspectos para impulsar el crecimiento y tener un mejor futuro en el ciclismo femenino: “No sé qué consecuencias vaya a tener lo que voy a decir pero lo primero que debería frenar en este tema es la corrupción. Hay muchos recursos, pero lamentablemente hay varias personas del medio que aprovechan para hacer un equipo y sacar tajada”. Otro factor es que las competencias empezaron a pesar, ya que quienes solían saludar al verse derrotadas por Ana empezaron a ‘hacerle el feo’ y no siendo esto suficiente, llegó otra decisión determinante en su carrera: “Me gustaba hacer ciclo montañismo, pero la especialidad que más apoyaban era la ruta, entonces tuve que dedicarme a la ruta. Empecé a ganar Nacionales, en el Nacional Élite gané una medalla de plata, gracias a eso pude tener mi primera bicicleta de ruta profesional. Han venido mejorando las premiaciones han sido un tema bastante complicado, la divulgación en los medios de las competencias, hay muchas de las Clásicas Nacionales que van junto a los hombres y a ellos les nombran hasta el puesto 20 y a nosotras la primera y eso”.
En cuanto al desarrollo de la disciplina en el país, Ana cree que “Al ciclismo femenino en Colombia le falta salir a conocer las competencias internacionales. No es lo mismo aquí que allá, a pesar de que contamos con terrenos duros, allá la competencia es fuerte y estoy segura de que no estamos tan lejos, es simplemente que las personas que manejan los equipos piensen en invertir más y dejen de creer que como somos potencia ya vamos a ganar, es cuestión de procesos y adaptaciones”.
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Ana Cristina Sanabria ya se ha subido a los podios de diferentes competencias. Fue campeona del Tour Colombia Femenino entre 2014y 2017. También consiguió el primer lugar en la Vuelta a Colombia Femenina de 2016 a 2018. En 2020 fue campeona nacional de la contrarreloj individual. En 2017 logró un top 10 en el Tour de Francia Femenino (el mejor lugar de una colombiana en este evento).
Ana tiene planeado terminar esta temporada con la Vuelta Boyacá y el Tour Colombia Femenino. A largo plazo “pienso intentar estar en el ciclo olímpico, estar nuevamente en selección de Colombia y llegar a París 2024. Va a ser un trabajo duro porque el nivel de las competidoras es alto, pero tengo mucha ilusión”.
En un lugar recóndito de Santander, Ana Cristina Sanabria vivió durante dieciocho años en una finca ubicada en Altos de las Águilas, en donde la costumbre de trabajar la tierra y estar en el campo la llenó de raíces fuertes para soportar y aguantar con las piernas y el corazón el cumplimiento de su sueño: ser ciclista profesional.
Como es de costumbre en el campo colombiano, las labores en su hogar comenzaban desde muy temprano, Ana Cristina ayudaba a su mamá a preparar el desayuno y el resto del día seguía viendo “Los animalitos; teníamos pollitos, cerdos, vacas y luego me gustaba ayudarle a mi papá en las labores afuera, como la labranza, recoger café y con todo lo que va antes de una cosecha; no podía faltarme mi azadón o mi machete. Otros días cargaba bultos de abonos y todo lo que tiene que ver con las labores diarias del campo”.
Los pocos días libres que Ana tenía eran los fines de semana, específicamente los domingos, en los cuales le pedía prestada la bicicleta a su papá o a su primo. Muchas veces se tuvo que “volar” de la casa porque no le permitían montar. De hecho, el primer acercamiento de Ana sobre ruedas fue con su primer triciclo rojo “Le di mucho palo, no la podía sacar a carretera porque era una bicicleta muy pequeña, recuerdo mucho el color y que cargaba a mi hermanita en la sillita de atrás, esa fue mi primera bicicleta. Tenía unos seis o siete años”.
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Los años pasaron y el sueño de estar subida en una bicicleta seguía latente: “Me demoré un buen tiempo. Como a los 10 o 12 años me regalaron una ‘monareta’, fue una alegría muy grande porque no me lo esperaba y la disfruté muchísimo. También una tía que me alcahueteaba las salidas los fines de semana me regaló una bici pequeñita, tenía una parrillita en donde se podía poner el mercado. El color era de chispitas; Luego de esa, cuando fui más insistente en el tema de salir a montar, esa misma tía me regaló una bicicleta de montaña, todoterreno con doble suspensión, el marco era de acero, pero tenía cambios. Era de color verde con unas franjas en amarillo y el olor a nuevo es lo que más recuerdo”.
No solo en su familia y a escondidas reforzaban el tema de que Ana se destacara a nivel deportivo. Una de sus vecinas era atleta y empezó a llevarla de la mano por diferentes disciplinas deportivas. “Gracias a ella conocí al director de deportes de mi pueblo, que era la persona que se encargaba de llevar a unos chicos ciclo montañistas a las Válidas Nacionales, pero en mi primera competencia no me dirigí a decirle: ‘Oiga yo quiero hacer ciclo montañismo’, simplemente lo conocí y tuve la oportunidad de hablarle en temas de atletismo. Logré clasificar a los Juegos Departamentales y estando allí me di cuenta de que el atletismo no era lo mío, no me gustaba mucho a pesar de que era buena”.
A su finca llegaban las señales de televisión y radio. En medio de sus labores diarias y escuchando las narraciones de las carreras, “yo me imaginaba ganando una competencia, pero en ese entonces ni una bicicleta tenía. Yo soñaba con viajar y conocer culturas a pesar de que era muy difícil salir de allá”.
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Tenía como referente a María Luisa Calle, así como a Santiago Botero, campeón del mundo, y Víctor Hugo Peña; Ana tomó la decisión de iniciar en el ciclismo, aunque no fue del todo apoyada por su padre. “¿Por qué digo que le doy gracias a eso? Porque me enseñó a ser una persona que lucha por sus objetivos, él no me consintió, si lo que yo quería era estar montada en una bicicleta, tenía que sufrir como era”.
Así fueron llegando los pocos patrocinios, sumados a los fondos que se recogieron entre la Alcaldía local, amigos y conocidos para comprar la primera bicicleta de montaña semi profesional. “Logré asistir a todas las Válidas Departamentales de ciclo montañismo cuando tenía 17 años y gracias a eso clasifiqué a un Campeonato de Ciclo Montañismo Juvenil. Allí logré la medalla de oro, fui campeona y ese triunfo me abrió las puertas para que me conocieran en Santander”. Fue tan bueno el desempeño de Ana que llegó la primera decisión complicada de su vida, tener que irse de su amada finca, para radicarse en Bucaramanga e iniciar en la escuela de formación que le permitiría conocer otras modalidades del ciclismo, “En tres ocasiones quise devolverme, al final empecé a encontrarle el ritmo, a cogerle más el gusto y a ganar, eso me motivó aun más”.
Ser mujer en el deporte sigue siendo todo un desafío en estos días y aún más en el denominado deporte nacional, pero Ana cree firmemente en que se deben mejorar varios aspectos para impulsar el crecimiento y tener un mejor futuro en el ciclismo femenino: “No sé qué consecuencias vaya a tener lo que voy a decir pero lo primero que debería frenar en este tema es la corrupción. Hay muchos recursos, pero lamentablemente hay varias personas del medio que aprovechan para hacer un equipo y sacar tajada”. Otro factor es que las competencias empezaron a pesar, ya que quienes solían saludar al verse derrotadas por Ana empezaron a ‘hacerle el feo’ y no siendo esto suficiente, llegó otra decisión determinante en su carrera: “Me gustaba hacer ciclo montañismo, pero la especialidad que más apoyaban era la ruta, entonces tuve que dedicarme a la ruta. Empecé a ganar Nacionales, en el Nacional Élite gané una medalla de plata, gracias a eso pude tener mi primera bicicleta de ruta profesional. Han venido mejorando las premiaciones han sido un tema bastante complicado, la divulgación en los medios de las competencias, hay muchas de las Clásicas Nacionales que van junto a los hombres y a ellos les nombran hasta el puesto 20 y a nosotras la primera y eso”.
En cuanto al desarrollo de la disciplina en el país, Ana cree que “Al ciclismo femenino en Colombia le falta salir a conocer las competencias internacionales. No es lo mismo aquí que allá, a pesar de que contamos con terrenos duros, allá la competencia es fuerte y estoy segura de que no estamos tan lejos, es simplemente que las personas que manejan los equipos piensen en invertir más y dejen de creer que como somos potencia ya vamos a ganar, es cuestión de procesos y adaptaciones”.
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Ana Cristina Sanabria ya se ha subido a los podios de diferentes competencias. Fue campeona del Tour Colombia Femenino entre 2014y 2017. También consiguió el primer lugar en la Vuelta a Colombia Femenina de 2016 a 2018. En 2020 fue campeona nacional de la contrarreloj individual. En 2017 logró un top 10 en el Tour de Francia Femenino (el mejor lugar de una colombiana en este evento).
Ana tiene planeado terminar esta temporada con la Vuelta Boyacá y el Tour Colombia Femenino. A largo plazo “pienso intentar estar en el ciclo olímpico, estar nuevamente en selección de Colombia y llegar a París 2024. Va a ser un trabajo duro porque el nivel de las competidoras es alto, pero tengo mucha ilusión”.