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Hay veces en las que tienes a un ser extraordinario a unos cuantos metros de ti. A tres puestos de distancia. Solo que no lo sabes, no lo sabes aún.
La clase se llamaba lógica del discurso, la materia más complicada del primer semestre de la carrera de comunicación social y periodismo de la Universidad de la Sabana. Que los silogismos: que dos premisas componen una conclusión. En fin, arameo puro.
Hoy, hace exactamente seis años, Egan Bernal vivía su primer día de universidad. ¿Su sueño? Ser periodista, pero no deportivo. La política y la economía lo sedujeron. Contaba con 16 años de vida, la bicicleta era lo suyo. Solo que no era consciente de que ese era su camino. Intentó hacer las dos cosas; misión imposible.
Su entrenamiento se redujo a 44 kilómetros de bicicleta al día: los 22 desde su casa en Zipaquirá hasta la universidad en Chía y el trayecto de regreso, nada más. Los resultados deportivos dejaron de ser los mismos. Y el fantasma de las fallas le pegó una cachetada: era lo uno o lo otro.
Días antes, Nairo Quintana había sido subcampeón en una memorable actuación en el Tour de Francia 2013. El ciclismo hervía. Y fue en ese en ecosistema que Egan tuvo que tomar la decisión más complicada de su vida. Optó por estudiar.
Optó por ser un ciclista aficionado. Optó por hacer las entrevistas en el Congreso. Por Kapuscinski y su teoría de la comunicación. Y por las leyes gramaticales de nuestro querido y también temible profesor Valderrama.
Lea: La humildad que tiene: las declaraciones de Egan Bernal antes de empezar el Tour de Francia
Fue a donde Pablo Mazuera, su padrino. El hombre que lo descubrió y le patrocinó todo. “Venga, Pablo, vivo llegando tarde a la universidad, todo sudado. No me alcanzo ni a bañar. Voy a perder el semestre. Me dijeron que me perdonaban las fallas si no volvía a faltar, así que tomé la decisión de dejar el ciclismo”, le dijo. Boom: silencio sepulcral.
Pablo pensó que era un arrebato, uno de esos impulsos de sangre caliente. Pasaron dos semanas y Egan no se montó a la bicicleta. Ahí se dio cuenta de que hablaba en serio. Muy en serio.“Egan sentía que tenía la responsabilidad de sacar adelante a su familia, no les sobraba nada. Era muy humilde y quería ponerse a cargo. Si entrenaba, le iba mal en la universidad. Y si estudiaba, le iba mal en la bicicleta. Ese fue su dilema”, señala Pablo.
Una disyuntiva a la que tuvo respuesta muy pronto, pero a la que decidió darle un tiempo de gracia. “En ese momento, Pablo llegó y me abordó. Me dijo que le diera un año, que me diera cuenta primero de que el ciclismo no era lo mío. Y con esto fue que me convenció: si luego de ese período decidía volver a la universidad, se comprometía a pagarme toda la carrera. Yo dije: ‘Bueno, está bien. Son nueve millones cada semestre. Tengo 16 años, entrar con 17 no tiene nada de malo’”, apunta Egan Bernal en diálogo con El Espectador.
Sí, otra vez el uno en frente del otro. Ya no éramos los niños tímidos del primer día. Ya no era en el salón de clase, era en el campamento de entrenamiento del Team Ineos en Sindamanoy, a las afueras de Bogotá, días antes del Tour de Francia 2019. Había que prepararse en la altura. Las vueltas que da la vida.
Que los profesores que sacaron lo peor de nosotros, las tareas imposibles, los chismes de los compañeros, el pasado.
Al año siguiente, contrario a lo que él estimaba, ganó una medalla de plata en el Mundial de Ciclomontañismo. También fue campeón panamericano y nacional. No había dudas. Pablo tenía toda la razón. “Le hice caer en cuenta de sus condiciones físicas y de que su cuerpo y mente estaban hechos a la medida del ciclismo. En cambio, ¿cuántos periodistas se gradúan al semestre de las universidades?”. (Le puede interesar: Egan, un campeón antes de nacer)
Una bomba de tiempo que vaticinó de manera quirúrgica. Hoy, los medios de comunicación están en crisis y son las patas raquíticas de una mesa con sobrepoblación que se ha traducido en desempleo.
Otra de las cartas de Pablo Mazuera para convencerlo de seguir en el ciclismo fue darle un salario. “Le conseguí, con un patrocinador de la fundación, un sueldo de $300.000 que le daba Specialized Colombia. No era mucho ni nada del otro mundo, pero con eso ayudaba en la casa”.
Laura Izquierdo fue su gran amiga de la universidad, sobre todo su cómplice. Muchas veces le cubrió la espalda con los trabajos. También lo ayudaba a adelantarse, más que todo en los de lenguaje visual, la materia que más le costó al astro colombiano de 22 años.
“Éramos de arriba para abajo. Fue muy difícil para él porque tenía que estar en sus carreras y estudiar. Nunca pudo hacer las dos cosas. Cuando podía, sacaba tiempo y me ayudaba. Hasta que decidió parar”, confiesa Laura. “Muchas veces iba hasta su casa en Zipaquirá a hacer trabajos. Me llevaba en su bicicleta y me acercaba a la terminal. Desde que lo conocí hasta hoy, que seguimos siendo cercanos, sigue siendo muy sencillo. Es el mismo a pesar de todo lo que ha conseguido”, agrega.
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Es el mismo. Nada ha cambiado, no se cree más que nadie. Vive el día a día. Y hoy fue el más importante de su vida: se coronó a sus 22 años como el primer campeón colombiano del Tour de Francia y consiguió el logro más importante en la historia del deporte nacional. El primer escarabajo amarillo.
¿Qué música le gusta escuchar cuando monta bicicleta?
Yo escucho reguetón, pero reguetón del viejo. El retro, como del estilo de Daddy Yankee.
¿Tiene alguna cábala antes de competir?
No tengo ninguna, de pronto se me ocurre una en el futuro (risas).
¿Cuál es el último libro que se leyó?
Luego de todo lo que ha pasado estoy perdiendo esa costumbre. Pero el último que me leí fue Sky’s the limit, que trata de nuestro equipo, antiguamente llamado Sky, de cómo se ha manejado desde sus orígenes en las academias con los niños hasta ser campeones del Tour. Es decir, cómo fue el proceso para convertirse en la mejor estructura del planeta.
¿Y la última serie de Netflix?
Se llama The Umbrella Academy. Una serie de una familia de superhéroes que van a vivir el apocalipsis
Si se muriera hoy, ¿qué sería lo último que se comería?
Yo creo que una hamburguesa con una cerveza.
¿A qué es adicto?
A ésto (mostró su taza de café). Soy adicto.
¿Y su plan preferido?
Salir a tomar café, en verdad (risas).
¿Qué idioma le gustaría aprender?
Francés.
Y si algún día fuera campeón del Tour de Francia y le dijeran que le conceden el deseo de presentarle a cualquier persona del mundo, ¿a quién elegiría?
Uy, yo sé: ¡Nicky Jam!
Su lugar preferido en el mundo...
Andorra.
¿Qué es lo que más le gusta y lo que más le molesta de una persona?
El respeto hacia las demás personas y la sinceridad. Y lo que más me molesta, pues el irrespeto (risas).
¿Juega algo en el Playstation?
Fútbol en FIFA.
¿A qué le tiene miedo?
Siempre he tenido claro que mi principal miedo es no dejar un legado.
Un miedo que se acaba de evaporar. Es el primer escarabajo campeón en la historia de la carrera por etapas más importante del mundo. Pase lo que pase, su legado será a prueba de balas e inmortal a la inexorable estela del tiempo. ¿Qué hubiera pasado si hubiera dejado la bicicleta? Sería una persona común y corriente. Y Egan Bernal nació para ser extraordinario.
Tal vez, en el futuro, también un periodista salido del molde. Solo que al igual que ese primer día de clases, aún no lo sabemos.
Thomas Blanco Lineros- @thomblalin
tblanco@elespectador.com