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Daniel Felipe Martínez nació el 25 de abril de 1996 en Soacha, municipio ubicado al sur de Bogotá, en el departamento de Cundinamarca. Allí creció con las dificultades económicas que padecen la mayoría de las familias colombianas, lo cual no fue impedimento para ser un buen estudiante y nunca inmiscuirse en el entorno de las pandillas y las drogas.
(Nacional ganó el superclásico del fútbol colombiano y aseguró su clasificación)
Después del amor hacia sus seres queridos, el primero fue hacia la pelota de fútbol. El segundo, para Atlético Nacional. Soñaba con que su nombre se coreara en el estadio Atanasio Girardot desde la tribuna sur, con anotar goles con la camiseta verde y blanca rozando su pecho. Por eso, a los trece años, se citó con Alejandro Arenas, su mejor amigo del colegio Carlos Albán Holguín de Bosa, para inscribirse en una escuela de balompié de barrio.
Habían sido cómplices en muchos picados. Tiraban paredes y gestaban golazos, pero el domingo, que era el último día para enlistarse en la escuela de fútbol, Alejandro no apareció. Daniel Felipe se colmó de angustia y sus ojos se humedecieron de rabia e impotencia. Ante esa escena, su hermano Jeison lo llevó a descargar las emociones al Alto de Rosas, encima de una rústica bicicleta de hierro que no poseía freno en la llanta trasera.
Y desde ese momento se olvidó del balón y se ocupó de las bielas y los pedales, de superar sus caídas, sus untadas de grasa, sus cansancios en los recorridos empinados. Dejó de ayudar en la tienda de Nelson Henao y Adriana Marín, quienes en el pasado le pagaban dejándolo ver los partidos de Nacional. El adolescente no volvió a saborear las golosinas que sus padres, Guillermo y Blanca, compraban para vender afuera de las instituciones educativas.
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Daniel prefería conservarlas y comercializarlas en su colegio. “Todo lo que ganaba lo invertía en uniformes, cascos, ruedas, lo que me hiciera falta”. Ahorró para comprarse un uniforme del Astana, porque en ese equipo corría entonces su ídolo, el multicampeón español Alberto Contador. Y debutó en una competencia en el circuito ciclístico de Kennedy, en Bogotá, con una bicicleta que le prestó un conductor de buses que era aficionado al ciclismo y confiaba en Martínez.
A los cien metros, el soñador cayó al pavimento, pues no estaba acostumbrado a correr con un aparato de aluminio y cambios profesionales, el cual sufrió daños con el golpe. Don Jesús, el dueño, no le cobró y solo le pidió que siguiera en el sendero de ese deporte, porque veía que tenía condiciones. Y Martínez lo ha demostrado, entre otros logros, siendo tricampeón nacional de contrarreloj (2019, 2020 y 2022), ganando la Critérium del Dauphiné y una etapa del Tour de Francia en 2020 y consagrándose el sábado pasado en la Vuelta al País Vasco. En estos momentos, seguramente, a don Jesús no le cabe el orgullo en su pecho.