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“La bestia que viene”, así definieron los medios españoles al ciclista colombiano Egan Bernal, de 20 años, quien desde hace una temporada forma parte del equipo italiano Androni Giocattolli-Sidermec, de la categoría continental, y este año ya comenzó a destacarse en el ciclismo europeo de ruta. Fue el mejor joven en varias carreras, como el Tour de Eslovenia, el Giro del Trentino, la Vuelta a San Juan; fue segundo en esa clasificación en la Tirreno-Adriático y quedó en el segundo lugar en la general del Giro dell’Appenino. “No me siento del todo adaptado, creo que debo hacer un par de temporadas sin presión, como hasta el momento, para hacer un buen proceso. Sólo trato de hacer las cosas bien, luego vendrán los resultados”, afirmó el zipaquireño, que como pudo conocer El Espectador, ya firmó contrato con un equipo Pro Tour a partir de la próxima temporada.
Egan es el gran campeón del futuro. De eso es consciente Gianni Savio, quien le contó al diario Marca, de España, que lo llevaron a probarse a una competición júnior italiana y ganó en solitario. “Se fue en una subida, con un compañero, y nadie le aguantó. He tenido corredores con mucho talento, luego han triunfado unos y otros no, pero este chico es impresionante. Le firmamos la noche de esa victoria”.
Y tras contratarlo, Egan fue sometido a estudios fisiológicos y allí en la prueba de consumo máximo de oxígeno (VO2Max) sus resultados fueron sorprendentes. Dio un consumo de oxígeno máximo de 88,8 mililitros por kilo de peso. Para hacerse una idea de la magnitud de su resultado, Chris Froome, tres veces ganador del Tour de Francia, marcó recientemente 88,2 y en 2007, cuando tenía 22 años, su resultado en esta prueba fue de 84,6.
“Me siento afortunado de estar compitiendo y llegar al final de etapas tan duras con ciclistas que el año pasado sólo podía ver por televisión. Eso me motiva”, dijo Egan tras brillar en la Tirreno-Adriático, competencia que fue ganada por Nairo Quintana, con quien ya muchos le comparan en Europa no sólo por sus capacidades como ciclista, sino por su manera de ser. Un hombre tranquilo, sencillo y humilde.
De la montaña a la ruta
Fue Germán Bernal, su padre, quien le mostró el camino del ciclismo. Él había sido corredor aficionado, pero por falta de apoyo no se destacó y le tocó rebuscarse la vida con otros oficios. Cuando Egan tenía ocho años, participó por primera vez en una carrera de ciclomontañismo, en la que usó casco prestado porque no tenía plata para comprar uno, y ganó. Luego comenzó a entrenar en Zipaquirá con el técnico Freddy Rodríguez, quien le enseñó las bases de este deporte, pero no pudo seguir puliéndolo porque la Gobernación dejó de pagarle.
Así que por su cuenta siguió preparándose, hasta que en 2010 se cruzó con Pablo Mazuera, sin duda la persona más importante en su carrera. “Yo le dije a Hilvar Balaguer que tenía la idea de formar un equipo de ciclomontañismo (el Team Mezuena) con jóvenes talentos de Zipaquirá, que por favor me ayudara a buscar a los mejores. A los pocos días, Hilvar me presentó a Brandon Rivera, Egan Bernal y otros pelaos. Me dieron buen feeling y comenzamos a apoyarlos. Lo primero que hicimos fue unos uniformes y luego les pagamos las inscripciones para unas carreras”, recuerda Pablo Mazuera, quien le confesó a El Espectador que en ese momento “no sabía cuál de ellos era mejor. Eran recomendados y yo confié en esas recomendaciones. No sabía mucho de ciclismo, era todo por lo que me decían. Luego me quedé solo con Egan y Brandon y duré cerca de seis años acompañándolos en todo su proceso”.
Pablo trabajaba en Mezuena, empresa de su familia en la que ponía en práctica la ingeniería de sonido, carrera que terminó. Sin embargo, el ciclismo lo cautivó y eso lo llevó a buscar la manera de ayudar a aquellos ciclistas que tenían mucho talento, pero eran héroes anónimos y probablemente se iban a quedar así si no aparecía un patrocinador que les tendiera la mano. Comenzaron a salir importantes patrocinadores y en enero de 2013 tuvo la necesidad de institucionalizar la Fundación Mezuena. “El proceso no sólo es deportivo. Me involucro con todos los que pasan por la fundación. Todos son niños muy humildes con historias familiares muy diferentes, pero siempre logramos unirnos. Son como mis hijos, me quedo en sus casas, hacemos almuerzos, estamos juntos todo el tiempo”, comenta este bogotano de 35 años.
Y con Egan siempre estuvo ahí. Lo acompañó a múltiples competencias internacionales y muchas veces sacó de su bolsillo para pagar hoteles, alimentación y hasta la inscripción de las carreras. Por ejemplo, en el subtítulo mundial juvenil de Egan, en Noruega, cuando se convirtió en el primer latinoamericano en colgarse una medalla en competencias de este tipo. “Ir fue una iniciativa mía. Para ese viaje hicimos una colecta, pero al final de cuentas no sumamos ni $50.000. Así que mi papá, Diego Mazuera, nos apoyó y viajamos. En ese momento la Federación Colombiana de Ciclismo no nos apoyó porque decían que no nos iba a ir bien y que no tenía presupuesto”, recuerda Pablo.
En ese momento la idea era terminar en el top 10, pues el nivel era muy bueno. Pero Egan sorprendió a todos. “Ver a todos los países con todo organizado, hidratación, carpas, y nosotros con nada, me hizo sentir chiquitico, pero a la hora de correr saqué todo, lo planeamos muy bien. Pablo corría por toda la pista: fue mi mecánico, masajista, psicólogo, traductor, todo en uno”, le dijo Egan a este diario.
Bernal no sólo se destacó sobre la bicicleta, también en el colegio y eso le permitió ganarse una beca para estudiar en la Universidad de la Sabana. Todos los días se iba desde Zipaquirá hasta Chía en bicicleta de ruta. Poco a poco esta modalidad comenzó a llamarle la atención, sobre todo por el tema económico. “En Europa nos fuimos equipo por equipo de los profesionales de ciclomontañismo mostrando la hoja de vida de Egan. Sin embargo, nos decían que no les interesaba porque era complicado un corredor colombiano, que era más fácil contratar a un europeo”, recuerda Pablo. Entendió que sería mejor mirar hacia la ruta.
Lo inscribió en la Vuelta del Futuro en 2014 y comenzó a darle gusto a Egan. “Llegamos a ese punto en el que era o quedarse en Colombia con nosotros ganando un millón de pesos o buscar algo fuera del país. Se tomó la mejor decisión, que fue pasar a la ruta”, asegura Mazuera.
Ahora Egan es el orgullo de su familia. Germán y Flor viven en Zipaquirá más cómodos que cuando todo comenzó. Y Ronald, su hermano de 12 años, sueña con seguir sus pasos.
Con 20 años, Egan no se come el cuento de lo que va a ser y sabe que para cumplir los pronósticos es necesario seguir trabajando. Es un cabeza fría total y trata de estar siempre muy tranquilo. Vive en Cossato, Italia, en un apartamento junto a su novia, también ciclista. “Él no se mete presión, sabe que hay ciclistas buenos y fenómenos, y él es uno de esos fenómenos. Va a ser un megaciclista del World Tour”, dice un emocionado Pablo Mazuera, que con su fundación seguirá apoyando talentos como el de Egan, que dejarán en alto el nombre del ciclismo colombiano.