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Egan Bernal está de vuelta “¡Again!”

Solo dos meses después del accidente que casi lo deja parapléjico, el pedalista del Ineos ya rueda en su bicicleta. El zipaquireño narró los momentos de su accidente, la depresión de creer que no volvería a caminar y la ilusión de volver a competir en las grandes vueltas.

Fernando Camilo Garzón
04 de abril de 2022 - 02:00 a. m.
En un evento con Porsche y Éxito, sus patrocinadores, Egan Bernal habló con los medios por primera vez desde que ocurrió su accidente. // Terumoto Fukuda - El Espectador
En un evento con Porsche y Éxito, sus patrocinadores, Egan Bernal habló con los medios por primera vez desde que ocurrió su accidente. // Terumoto Fukuda - El Espectador
Foto: Terumoto Fukuda
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Egan is back? (¿Egan está de vuelta?) —le preguntaron al campeón del Tour de Francia y el Giro de Italia.

Again! (¡otra vez!) —respondió el corredor del Ineos.

Pasaron solo dos meses desde que Egan Bernal vio de frente a la muerte y le dijeron que quizá no podría volver a caminar. Y hoy, desafiando todas las probabilidades, cuando pronosticaban que andar de nuevo sus primeros pasos le tomaría mínimo nueve meses, el zipaquireño ya camina, pedalea e incluso corre sobre su bicicleta.

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“Me acuerdo de todo lo que pasó. Y eso es bueno porque se lo podré contar a mis nietos”. Iba a 58 kilómetros por hora. La carretera se inclinaba, como en bajada, y sentía que iba rápido, pero él quería más. Para volver a ganar el Tour de Francia, el sueño de Bernal, el objetivo era mejorar en la crono, el varapalo de todos los años. El día del choque, el 24 de enero, el corredor del Ineos se había separado de sus compañeros para esforzar el cuerpo y mejorar los números. Salió de Sesquilé rumbo a Briceño y cuando llevaba ocho minutos en carretera decidió acelerar. De 58 a 60. De 60 a 62. ¡Pum! El kilometraje se paró en seco. Nunca vio el bus que lo frenó de golpe. De 62 a cero. Se detuvo el mundo. Y no importaba el tiempo o, mejor, no se entendía, porque el cuerpo dolía en cada parte. Egan, tumbado e inmóvil en el piso, suplicaba que le pararan el dolor. Y la velocidad que sentía antes del choque se desvaneció cuando la tortura de su cuerpo le hizo sentir los minutos como si fueran horas.

Diagnóstico: había 95 % de probabilidades de no volver a caminar. “¡Casi se mata!”, le dijeron los médicos. Se rompió veinte huesos, once costillas, el fémur y la rótula; tuvo fracturas en las vértebras T5-T6 y una apófisis odontoides; es decir, otra fractura pero en la segunda vértebra cervical (C2); se rompió el pulgar, se perforó los dos pulmones y hasta perdió un diente.

En la agonía que le causaba el dolor, Egan tardó en tomar conciencia de lo que había sucedido. Sabía, de entrada, que se había roto el fémur. Cuando estaba en el suelo, en frente del bus rojo y abollado que había frenado para recoger a un pasajero, el médico del equipo le hizo notar que su pierna estaba hinchada. Tanto que parecía que el hueso iba a perforar la piel, como intentando salirse. “Tenemos que acomodarlo”, escuchó Egan. “¡No doc, por favor, no!”, imploró como pudo con las pocas fuerzas que tenía. Lo tomaron entre tres de la espalda y el médico acomodó el fémur de un movimiento. El grito se ahogó en las lágrimas, que se negaba a derramar y se hicieron incontenibles, y en la intensidad de un dolor que jamás había sentido.

El suplicio apenas empezaba. Se enteró de las demás fracturas cuando en el hospital empezaron a preguntarle si podía mover las piernas, manos y espalda. “¿Puedes sentir tu cuerpo?”. Ahí lo supo: algo más había ocurrido.

Miedo. ¿Puedo volver a caminar? Las preguntas llegaron a su cabeza. “El ciclismo me valía huevo”, importaba más poder volver a dar un paso con los pies que lo llevaron a escalar el Col de l’Iseran en 2019 o la Cortina d’Ampezzo en 2021. El campeón se sintió vulnerable. Y al ver el desconsuelo de su mamá, ante la incertidumbre, se sintió frágil. “No llore, mamá. Si no lloro yo, por favor, no quiero que llore sumercé”.

Duró dos semanas internado en el Hospital de la Universidad de La Sabana. Y en quince días, Egan Bernal ya había retado los tiempos de una recuperación que pintaba para ser eterna. Dos días después de sus operaciones de columna, les pedía a sus padres, a su hermano o a su novia que lo ayudaran a hacer ejercicios para fortalecer las piernas. Podía moverlas, era un milagro, y decía que había que aprovecharlo. Ellos le sostenían los pies y él empujaba hasta donde le daban las fuerzas. Terminaba extenuado, con dolores insoportables y latigazos que le recorrían desde los talones hasta la espalda, pero calculaba los tiempos para que su agonía se coordinara con la hora de los medicamentos que le administraban para que soportara el dolor.

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De la unidad de cuidados intensivos salió de pie. Insólito. A los días ya caminaba, a las semanas hacía ejercicio y en dos meses volvió a montarse a la bicicleta. Fue el día más feliz de su vida. Sentir el viento de nuevo en su rostro le hizo recobrar la ilusión, el sueño de competir en las grandes vueltas. Es claro, no le afana. Va despacio, a su ritmo y escuchando a su cuerpo, no quiere exprimirlo ni forzarlo. Su equipo y sus compañeros le advierten que no se acelere, que lo que le pasó fue grave. Y él entiende, pero dice que sobre la bicicleta se siente menos enfermo que, incluso, caminando. “Es increíble, cuando monto no me duele nada. Caminando todavía no he podido ni dejar el bastón. La bicicleta es mi hábitat, es donde me siento cómodo y donde soy feliz”.

Para Egan lo más difícil ya pasó. Recuerda, sobre todo, las noches. Cuando se iba la familia y no estaban las enfermeras, sentía la impotencia en la soledad. Deprimido, por el accidente y los medicamentos, agradecía la posibilidad de estar vivo y se forzaba a pensar, ante el cuarto vacío, que debía salir adelante para que el dolor de su familia valiera la pena. “Nunca pensé por qué a mí. Sería egoísta. No soy especial, soy un humano. Si les puede pasar a los demás, por qué no a mí”.

En el cariño del hogar encontró refugio porque la tristeza, cuando es profunda, se sana en comunidad, con los otros. Y en la bicicleta, rodando con su mamá, quien a veces lo deja colgado y a Egan le toca pedirle que recuerde que está lesionado, con sus amigos y con su novia, el zipaquireño ha recuperado la felicidad. Piensa mucho, al mirar lo convulsionado de los últimos meses, en la sonrisa de su hermano cuando le dijo que lo acompañaba a una carrera en la que iba a participar en Huila. “Creo que nunca lo va a olvidar en su vida y para mí fue uno de los momentos más felices que he vivido”. Y ahí, en el carro que escoltaba el pelotón en el que iba Ronald Bernal, Egan entendió que, aunque sueña con volver al World Tour a pelear por las grandes vueltas, lo que realmente lo afana por estos días es poder compartir con su familia la felicidad de estar vivo.

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Fernando(57223)04 de abril de 2022 - 07:36 p. m.
El tonto zipaquireño está buscando pegarse otro porrazo. Y hasta ahí fue. !!!!
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