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El Giro atraviesa la Toscana y sus colinas apacibles llenas de cipreses, pasa por Florencia y entonces los italianos se acuerdan de sus raíces y hablan con orgullo de la cuna del Renacimiento, de la figura absoluta del hombre y su razón. Y de ciclismo. De cómo un corredor se hizo pueblo y representó el sentir de los afligidos, de los que veían en el deporte el escape de la Italia fascista, tan represiva y absoluta, de lo que quedó de esta en la postguerra.
Gino Bartali, tan fuerte en el calor y bajo la lluvia, tomó el sentimiento colectivo y corrió con este como bandera. No le interesaba la política, al menos eso aseguraba el periodista Gianni Mura (Milán, 1945), implacable para interpretar las carreras como para seleccionar los buenos vinos.
A Egan Bernal tampoco le llama la atención la política, pero eso no quiere decir que haya indiferencia con lo que pasa en Colombia. Todo lo contrario, existe una empatía enorme, unas ganas de atacar, figurar y brillar para ser un pequeño bálsamo de quienes pelean y piden a gritos que sus derechos sean respetados, que el gobierno los escuche. Porque eso es el deporte: el consuelo para los que no tienen más remedio que vivir acongojados.
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Las protestas en Colombia y la violencia en sus calles, sumado a lo que está haciendo Bernal en este Giro, hacen recordar a Bartali y a la misión que le encomendó el Alcide De Gasperi, primer ministro italiano, cuando el país estuvo al borde de una guerra civil luego de que Palmiro Togliatt, líder del Partido Comunista, fuera baleado por Antonio Pallante, un estudiante de derecho, el 14 de julio de 1948.
- Gino, el país te necesita. Suceden cosas horribles en Italia.
- ¿Y qué puedo hacer?
- Ganar el Tour de Francia.
- No prometo eso, pero la etapa de mañana sí.
Al día siguiente llovió y Bartali, quizá para amedrentar al local Louison Bobet, líder en ese momento, le arrojó un par de palabras escuetas, a manera de amenaza: “Vas a sufrir en la montaña”.
Fueron 274 kilómetros sin respiro, una desventaja de 21 minutos que Bartali redujo a uno gracias a los Alpes y a su descomunal esfuerzo, a pedalear por Italia en una época en la que la épica era algo natural. El cambio de ritmo fue en el ascenso al Izoard. Bartali cruzó primero luego de 10 horas de pedalear. Bobet llegó mucho después, sin poder respirar.
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Al día siguiente, El Hombre de Hierro, reforzando su fe como fuente de energía, asumió la punta de la clasificación general y obtuvo su segundo título en el Tour. El otro fue antes de la Segunda Guerra Mundial, en 1938, cuando Mussolini le impuso a rajatabla el apodo de ciclista del régimen. Y ni modo de refutar.
Las radios italianas abrieron sus informativos (no había televisión) con la noticia de Bartali campeón y seguido dieron un parte de tranquilidad del estado de salud de Togliatt, operado mientras el ciclista se batía en Francia con el belga Brik Schotte y el local Guy Lapebie. Bartali fue el mejor del Tour e Italia retornó a la calma.
“Ya lo he dicho: quiero darle una alegría a mi país”, le dice Bernal a una periodista del Corriere della Sera que le recuerda la hazaña de Bartali y la importancia del ciclismo luego de la etapa 12, a dos días de la subida al Zoncolan.
Las semejanzas entre uno y otro van más allá de las arremetidas como estrategia clara (o eso es lo que ha hecho el colombiano del Ineos en lo que va de carrera), de los orígenes humildes de ambos y de la solidaridad con el otro. Puede -por qué no- que Bernal levante el trofeo Senza Fine y haya un consuelo y una unidad en un país de tantas diferencias y que al parecer solo hala para el mismo lado cuando de alentar a sus deportistas se trata.
Por: Camilo Amaya