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El COVID-19 sigue haciendo un movimiento pendular en Turín, en realidad en toda Italia y Europa. Al menos por estos días, en la ciudad que lideró la primera guerra de independencia de este país en 1848, no solo se habla de una muerte que te toma solo, sin nadie; también de ciclismo, pues el deporte, en ciertas ocasiones, tiene más gracia que la dura realidad.
Y por eso es que el color rosa aparece en la Plaza Castello, en el Palacio Carignano, hasta en el Museo Egipcio, lugares emblemáticos de una población que despierta del letargo del invierno con el sol primaveral. Este sábado, en el Palacio Real, empieza la edición 104 del Giro de Italia con una contrarreloj individual de 8,6 kilómetros, un recorrido que irá por la calle San Maurizio, atravesará el Parque del Valentino, el más importante de la región del Piamonte, para cruzar el río Po y seguir por la calle Galileo Galilei hasta la Moncalieri.
Un trayecto que bien podría ser una ruta turística, pero dificultoso al comienzo por los rieles del tranvía y un adoquinado similar al Sampietrini, característico del centro de Roma. Un lapsus sobre la bicicleta y la carrera podría terminar para cualquiera recién en el inicio. Si no que lo diga Miguel Ángel López, que en 2020, al soltar la cabra para tomar el manillar, perdió el control y fue a dar contra las vallas de seguridad en Palermo.
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En Italia hablan de la coincidencia de que Egan Bernal haya nacido en la misma fecha que Marco Pantani (un 13 de enero) y que más allá de la casualidad puede ser un indicio de cara al debut del colombiano en la Corsa Rosa.
Claro, se hace referencia a su condición física y a las molestias en la espalda, como a su satisfacción de volver al Piamonte, donde empezó en la ruta con el Androni Giocattoli de Gianni Savio a los 19 años. De hecho, eso es lo que llama la atención de esta edición, que algunos de los favoritos, o los que las gentes ponen por encima de los demás, no vienen en su mejor forma.
El belga Remco Evenepoel no corre hace nueve meses, cuando se destrozó la cadera en el Giro de Lombardía (se cayó por un puente), y está tan emocionado de volver a la competencia, que prácticamente quiere disputar todo. Vincenzo Nibali se fracturó la muñeca hace dos semanas y se recuperó para estar en la prueba que ganó en 2013 y 2016. Eso sí, no se cansa de repetir que el simple hecho de tomar la partida ya es una victoria personal.
Ya después aparecen otros nombres, como el de Simon Yates, el mejor del Tour de los Alpes en esta temporada y a quien se le escapó el Giro hace tres años (fue líder hasta la etapa 18); el del español Mikel Landa, tan calmo en apariencia y a la espera de que las cosas por fin le salgan bien en una grande (será su quinto Giro, el primero con el dorsal 51, el de Ocaña, Hinault y el mismo Merckx) y el del británico Hugh Carthy, que se dio cuenta de que para ser un buen corredor tenía que creer en sí mismo y aguantarles un poco más a los mejores (el año pasado se impuso en la etapa 12 de la Vuelta con llegada en el Angliru).
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Todos concuerdan en que en este Giro necesitarán de uno que otro ataque de locura de un modo metódico. Sí, puede sonar a paradoja el pedir frenesí siendo ordenado a la vez, pero eso es lo que demanda el ciclismo de ahora, de veteranos que luchan por mantenerse como si fueran jóvenes, de jóvenes que ya parecen veteranos por la experiencia que tienen y han dejado a un lado ese rol de promesas, y de otros jóvenes que bien podrían ser calificados como fenómenos precoces.
Serán 3.479 kilómetros, dos pruebas contra el reloj (primer y último día), 46.900 metros de desnivel positivo, ocho llegadas en alto, entre estas la subida al Monte Zoncolan, en las Dolomitas, una de las escaladas más duras de Europa; un paso esporádico por Eslovenia, la tierra de Tadej Pogacar y Primoz Roglic (etapa 15) y otro por Suiza (etapa 20).
Un itinerario para conmemorar que el Giro vuelve a su fecha habitual, a mayo, y a la primavera europea en la que se refleja una normalidad poco natural, pues en los italianos se nota una nostalgia por los 122 mil fallecidos de COVID-19, cifra que los hacen entender que el estar vivos no es un privilegio de cualquiera. Al menos así lo dice el hombre que atiende en el mostrador de la Librería Internacional de Luxemburgo, una de las más famosas de Turín.
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El espacio para la velocidad
Gabriele Uboldi, la persona que anda de arriba para abajo con Peter Sagan, cuenta lo que fue pasar cuarentena con el ciclista eslovaco luego de que se contagiara de coronavirus en febrero de este año. “No se quedaba quieto. Se desesperaba, entonces tienes que inventarte actividades para mantenerlo ocupado. Le sobra la energía”. Y al parecer, ahora, las ganas.
Uboldi asegura que luego de las victorias en la sexta etapa de la Vuelta a Cataluña y en la primera de Romandía, el pedalista de 31 años tuvo un bálsamo de nueva vida, que despejó su cabeza y alejó las palabras de quienes ya no lo veían peleando en los embalajes. Y que este año quiere quedarse con las camisetas de los puntos en las tres grandes, sobre todo con la Ciclamino, que perdió en 2020 con el francés Arnaud Demare. Bueno, terminar Giro, Tour y Vuelta en un mismo año, de por sí es meritorio.
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El primer objetivo no será sencillo, teniendo en cuenta la presencia del australiano Caleb Ewan, que en persona luce más pequeño de lo que puede parecer en cámara. Eso sí, su tren inferior es todo lo contrario, con muslos que doblan en tamaño a los de un escalador. De ahí la potencia que explota en los metros finales luego de ir a rueda de alguien más corpulento para rematar sin problemas. Todo un estratega.
Llama la atención el regreso a la competencia del neerlandés Dylan Groeneweng luego de nueve meses de sanción por el accidente que le causó a su compatriota Fabio Jakobsen en la Vuelta a Polonia de 2020.
El tema sigue latente luego de que Jakobsen se molestara por la manera en la que Groenewegen hizo público un encuentro entre ambos y sus equipos legales por el incidente que tuvo al ciclista del Deceuninck Quick Step en cuidados intensivos, con una sutura de 130 puntos y el malestar de una maniobra malintencionada.
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Poco se habla de Fernando Gaviria, que luce muy magro y quien luego de tener coronavirus no ha podido recuperar su nivel. Sin embargo, como lo dijo en la rueda de prensa previa, siente que la explosividad y la astucia no se han ido, que es cuestión de que vuelva la confianza para que el cuerpo responda por instinto. Habrá que ver si es tan fuerte como antes y puede atacar, pero no siempre del mismo modo –valga la redundancia– como antes. Todo lo que haga estará bien, será ganancia.
Empieza el Giro, prueba que desde sus inicios ha tratado de reflejar, en cada detalle, el carácter vigoroso del pueblo italiano, la fuerza de un país que espera dejar la tristeza de la pandemia a un lado para darle paso al ciclismo como un acto de libertad, como el reflejo de un instinto de supervivencia que, a pesar de todo lo que ha pasado, se quiere conservar.
Por: Camilo Amaya