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Egan Bernal: todo se resumía en recuperar la sonrisa

Así fue el camino del único campeón colombiano del Tour de Francia para reconciliarse con la bicicleta y consigo mismo.

Thomas Blanco
01 de septiembre de 2021 - 10:58 p. m.
Egan Bernal tirando de la excursión de 60 kilómetros con Primoz Roglic.
Egan Bernal tirando de la excursión de 60 kilómetros con Primoz Roglic.
Foto: La Vuelta
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Es otro, lo es. El retiro forzado del Tour 2020 en la piel de campeón defensor, los dolores en la espalda, los titulares que lo dañaban, el golpe para el ego, porque todos los grandes campeones lo tienen... y la ineludible etiqueta de un posible one hit wonder. Un libro de ruta que lo hizo podrirse, al menos un poco, del ciclismo.

Todo quedó en blanco, en suelo muy gaseoso. Que los dolores de espalda, que la superioridad de los dos eslovenos, que la fila de vueltómanos purasangre por el liderato del equipo más importante del mundo; muchas materias. Pero nos olvidamos de la más importante: su felicidad. Egan Bernal dejó de disfrutar lo que más le gusta. Una avenida de la que algunas veces puede no haber regreso. Y por fin dejó de pedalear para complacer a los demás, sino para ser honesto a sí mismo.

“Egan es un joven muy talentoso que alcanzó el éxito demasiado temprano. Cuando llegó al equipo tenía una gran sonrisa siempre que corría. Lo primero que tú pensabas al verlo era su gran sonrisa. Y su forma de correr era muy agresiva, hablamos de un corredor carismático. Es importante que encuentre esa alegría de correr otra vez. En mi opinión, todo se resume en recuperar esa sonrisa de vuelta. Recuperar el amor al deporte, a los rivales, a competir”, las palabras de Dave Brailsford, cabeza del Team Ineos, a El Espectador a principios de año.

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¿Que no iba a estar en el Tour? El Giro de Italia, en el país que lo recibió por primera vez en Europa, en esa región de Piamonte, una pequeña Colombia para él, con toda su gente, sus amigos, esas carreteras, se convirtió en una linda salida para disfrutar otra vez.

Apareció en el Tour de la Provence, su compañero Iván Sosa ganó la etapa reina en el Mont Ventoux con un gran trabajo de Bernal, que llegó segundo y terminó en el tercer cajón del podio de la general. Lo que significó para él verse otra vez a los ojos frente a los mejores. Dos semanas después reapareció con un subtítulo en el Trofeo Laigueglia, ganando al embalaje ante corredores potentes como Champoussin, Ciccone y Vansevenant. Confianza y más facetas en su ciclismo.

Que siguió explorando en la Strade Bianche, carrera de culto con 63 kilómetros de carretera destapada, en la que Bernal, que no estaba en la lista de nadie, terminó tercero por detrás de Mathieu van der Poel y Julian Alaphilippe. Más adelante de especialistas como Wout van Aert y Tom Pidcock. Difuminado, borroso, en medio del polvo de la carretera, reapareció la sonrisa de Bernal con un podio inédito para la historia del nuestro ciclismo. Ese fue el momento que hizo el click. “Fue una chimba”.

Después llegó la Tirreno Adriático, en la que terminó cuarto, pero fue superado en la alta montaña por el ciclista más completo del mundo: Van Aert. Y así, con muchas preguntas, pero una base en la que había disfrutado de la bicicleta, llegó al Giro de Italia, esperando el semáforo verde de su espalda.

Allí, como en el Trofeo Laigueglia, ganó embalajes ante tipos con una buena punta de velocidad, el Bernal rematador modelo 2021. Allí, como en la Strade, ganó la novena etapa luchando contra el terreno destapado. No sabía que había ganado, se enteró minutos después, risas. Y allí también, como en aquella etapa de mal clima que fue la llave para que ganara el Tour 2019, ganó su segunda fracción en Cortina d’Ampezzo en una etapa que no pudo ver el mundo en televisión. Se quitó, fachero, la chaqueta antes de llegar a la meta. Todo se trataba en divertirse.

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Y como las cosas se disfrutan más cuando se sufren, él, jefe de la carrera, tuvo su mal día. Las puteadas de Daniel Felipe Martínez, su ángel de esa tarde. En el penúltimo día, cuando por primera vez pareció que sí se le iba el Giro de las piernas por la distancia que había sacado Caruso, Bernal, nuevo zorro, confió en su equipo. Castroviejo recortó la distancia. Y él lo ganó.

En la Vuelta a España no ha tenido su mejor versión, es imposible tenerla siempre, el organismo es una ruleta rusa. Ayer, en Lagos de Covadonga, en uno de esos ataques grandilocuentes de otras épocas, despegó a 60 kilómetros de la llegada. Se fundió a siete de la meta, pero terminó de enamorar al mundo en una carrera en la que había faltado la valentía de los duros. “A mí me gusta competir, ese es el verdadero ciclismo. Traté de disfrutar en la bicicleta, ese es el ciclismo que me gusta”, dijo el zipaquireño en la llegada.

Hoy, en la última jornada clave de alta montaña, tal vez se funda y pague el esfuerzo anormal de ayer. Pero no importa... La está pasando, como él dice, una chimba.

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