Egan Bernal y el Giro que lo devolvió a la vida
El ciclista del Ineos ganó la edición 104 de la prueba italiana. Su nombre estará desde ahora en el trofeo Senza Fine, otro logro para el hombre que se suma a los pocos que se han quedado con la “Corsa Rosa” y el Tour de Francia.
Cerró los ojos color miel y por un instante muy corto se alejó de la plaza del Duomo y al tiempo entró en un sueño, en una especie de trance, y para él mismo se dijo tres veces una palabra: gracias, gracias y gracias. El primero para un cuerpo que respondió, el segundo para un equipo que respaldó y el tercero para un país que siempre creyó. Y como hacen los campeones, besó el trofeo Senza Fine, por la punta donde se escribió su nombre —lo buscó, como si no creyera que ya estaba ahí—, unas cuantas espirales más arriba del de Marco Pantani.
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Lo anterior podría ser el inicio de una novela llamada Giro de Italia 2021, de los sucesos traspuestos a lo mágico, aunque en realidad no hay mucho que alterar, porque este domingo todo fue mágico en Milán.
Desde las banderas colombianas en las esquinas de la imponente catedral gótica construida en el siglo XIV hasta un par de caleños bailando salsa al frente de la Galería Vittorio Emanuele II. Incluso una falda de bambuco, que hizo que la dueña sudara a pleno rayo de sol. “Ojalá me vea”. Seguramente no, pero ella tendrá la sensación de que sí.
Y eso es suficiente, eso fue suficiente, pues después bastó la mano al aire y un paneo de la mirada para recibir la misma arenga que se venía cantando horas atrás: “Egan Bernal, orgullo nacional”.
Y Colombia, un país en el que todo parece posible, festejó de cerca con unos pocos y a lo lejos con muchos, todos, sin exagerar. Y se reconoció que Bernal fue tan valiente que no había manera de que esto se le escapara.
Bueno, hubo suspenso, pero la diferencia era tan amplia que entre compatriotas se tranquilizaron. “No saque cuentas, que la cosa está liquidada”, le soltó una mujer a su esposo cual orden, escueta, mientras él sumaba y restaba con los dedos.
El hombre llevaba una camiseta con la siguiente frase en el pecho: ElGrAN BERNAL. Y en cuestión de segundos tuvo que explicarle a varios italianos que a primeras no entendieron el mensaje, pero que desde la etapa nueve, en Campo Felice y su sterrato, relacionaron el adjetivo con el líder del Ineos, el ciclista que a los 24 años entró en un grupo que hace poco se veía tan lejano: los que han dominado Tour y Giro.
Y Bernal, que sigue siendo un niño en la forma en la que expresa sus emociones y en lo estupefacto de su rostro, acepta hablar sin límites con los medios. “Espera, voy a responder más”, le dice a la jefa de prensa del equipo, impaciente y con la costumbre de los afanes de las veinte etapas previas a la crono final.
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Tiene la potestad de llevar las cosas a su ritmo, tal cual anduvo el pelotón durante tres semanas, a lo que él quiso y como él quiso. Y ya con la Maglia Rosa asegurada, Bernal reitera que las sensaciones están ahí, que no es que no pueda sacarlas, y hay una confusión bella y silencios, y se le olvidan las palabras en italiano, porque seguramente quiere gritar y hablar y decir todo en español.
Pero el Giro tiene sus políticas y hay que respetarlas. Entonces alguien toca fibra, y Bernal, tan poderoso sobre la bicicleta, se muestra tan humano, de carne y hueso, cuando se refiere al 2020, a malas decisiones de antes, a los dolores, a sentirse rezagado frente a otros más jóvenes. “Los problemas me han atormentado y siento que los he superado, que vuelvo a estar arriba cuando me veía abajo”.
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Bernal sonríe cuando le dicen que de ahora en adelante se hablará de él como un mito, pide calma y recuerda que todavía está lejos de serlo, que le hace falta la Vuelta, y que puede pasar tiempo para ganarla.
“Si es que la gano”. Y se entiende que Bernal, el campeón del Tour, volvió a rodar por placer, y de ahí la dificultad, de ahí el mérito enorme de lo que acaba de suceder. Porque cada cual va andando el camino con sus capacidades y sus limitaciones, y para que haya virtuosismo poético —si es que así se le puede llamar— se necesita tragedia, nerviosismo, regocijo y un clímax que se brinda en pequeñas dosis, como decía Balzac.
Y este Giro lo tuvo todo: el superpoderoso Ineos con un Bernal vigoroso quedándose con dos etapas (la 9 y la 15), el padecimiento en la 17, la incertidumbre en la 19 y la 20, claro por lo que podían hacer los rivales, y la ratificación en la 21, en las calles de Milán, con la voz reposada de Xabier Artetxe, su entrenador, que esta vez fue en el carro durante la prueba contra el reloj, que le iba indicando lo que debía hacer en cada curva, en las rectas, en los empedrados.
“Sentí una paz cuando lo escuché. Es el hombre que me ha ayudado en mis entrenamientos, el que me dice que pare cinco días por mi bien, y luego que salga solo dos horas y así. Lo que está pasando es, en gran medida, por él”.
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La vitalidad de los grandes campeones es de admirar, y más cuando se empeñan en hacer cosas por placer cuando desde fuera se ven tan dolorosas, agobiantes, tormentosas, pero divertidas para otros. Como subir hasta el Passo San Bernardino y aguantar frío, lluvia y un viento gélido que golpea en el rostro como pequeños cuchillos.
Y por allá, valga la pena recordar, los aficionados que se apostaron sobre la nieve, fueron los que dijeron que ese lugar ya no era San Bernardino, sino “San Bernaldino” a pesar de que Bernal temblaba más que todos en el descenso, a la rueda de Gianni Moscon, pendiente de curvas cerradas y pavimento húmedo.
Diría el uruguayo Juan Carlos Onetti, que curiosamente falleció un 30 de mayo (1994), que los hechos son siempre vacíos, recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene. Y si uno se pone a pensar vendrían un montón de siluetas, pues este domingo en Milán hubo nostalgia, alegría, euforia, un poco de melancolía y un júbilo que, seguramente, para la retina del que pudo estar, será inmortal.
“Esto se lo debo al equipo”
A Bernal le preguntamos por el Ineos y si le daría a cada uno de sus compañeros una espiral del Senza Fine. Y consciente y agradecido responde: “Sin ellos nada de esto sería realidad. Tuve al campeón del mundo de contrarreloj trabajando para mí. No aguanté viento gracias a Ganna, en la montaña a un hombre entregado como Daniel Martínez, que bien podría ser líder en una grande, y ni hablar de Castroviejo, de los mejores del mundo y que entiende las dinámicas y los instantes como pocos. Esto no es solo mío, detrás hay un equipo grande que pasa por masajistas, cocineros, mecánicos... Todo es gracias a ellos”.
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En la mente de Bernal, desollada por lo que pasó en 2020, entra la alegría. Y el joven, tan delgadito él, de piernas finas, que en apariencia lucen delicadas —es todo lo contrario—, no escatima en palabras para hablar de sus amigos, y repite que la camiseta rosa no le llegó hace nada, sino que la tuvo un montón.
Y que él le dio la responsabilidad al Ineos de defenderla desde la etapa 9; es decir, siempre estar al frente, marcar la cadencia, demandar una concentración de cirujano, también una paciencia de monje. “Sí, era yo el que remataba, pero detrás de eso hubo un trabajo enorme. Y hay ocasiones en que las personas no saben eso, porque solo importa el primero que llega a la meta”.
Con el calor abrasador, vísperas del verano europeo, Bernal se despide de la gente, pide espacio para ir a hacerlo, para devolverles un poco de lo que le dieron durante 21 días, pues colombianos hubo desde Turín, pasando por Eslovenia, en el Zoncolan y en Suiza. En todas partes.
No hizo falta nada en el aire que respiró Bernal. Y ahora el recuerdo será persistente. Egan lo sabe, y entiende que la responsabilidad será mayor en un mundo para el que sigue siendo muy joven, pero en el que hay otros más jóvenes (Evenepoel, Pogacar, por nombrar algunos) y, por ende, la competitividad será desmedida.
Necesitaremos años para dimensionar, como se debe, lo que acaba de suceder, para entender lo que obtuvo Bernal. Él, por lo pronto, pasará unas cuantas noches repitiéndose a sí mismo, cual incrédulo (porque la incredulidad resiste más que la fe): “Acabo de ganar el Giro de Italia”. Y eso que antes de la crono su nombre ya estaba grabado en el Senza Fine, con una punta de diamante, una linda analogía para entender lo que significa escribir la historia.
Por: Camilo Amaya
Cerró los ojos color miel y por un instante muy corto se alejó de la plaza del Duomo y al tiempo entró en un sueño, en una especie de trance, y para él mismo se dijo tres veces una palabra: gracias, gracias y gracias. El primero para un cuerpo que respondió, el segundo para un equipo que respaldó y el tercero para un país que siempre creyó. Y como hacen los campeones, besó el trofeo Senza Fine, por la punta donde se escribió su nombre —lo buscó, como si no creyera que ya estaba ahí—, unas cuantas espirales más arriba del de Marco Pantani.
Lea también: Así ganó Egan Bernal el Giro 2021
Lo anterior podría ser el inicio de una novela llamada Giro de Italia 2021, de los sucesos traspuestos a lo mágico, aunque en realidad no hay mucho que alterar, porque este domingo todo fue mágico en Milán.
Desde las banderas colombianas en las esquinas de la imponente catedral gótica construida en el siglo XIV hasta un par de caleños bailando salsa al frente de la Galería Vittorio Emanuele II. Incluso una falda de bambuco, que hizo que la dueña sudara a pleno rayo de sol. “Ojalá me vea”. Seguramente no, pero ella tendrá la sensación de que sí.
Y eso es suficiente, eso fue suficiente, pues después bastó la mano al aire y un paneo de la mirada para recibir la misma arenga que se venía cantando horas atrás: “Egan Bernal, orgullo nacional”.
Y Colombia, un país en el que todo parece posible, festejó de cerca con unos pocos y a lo lejos con muchos, todos, sin exagerar. Y se reconoció que Bernal fue tan valiente que no había manera de que esto se le escapara.
Bueno, hubo suspenso, pero la diferencia era tan amplia que entre compatriotas se tranquilizaron. “No saque cuentas, que la cosa está liquidada”, le soltó una mujer a su esposo cual orden, escueta, mientras él sumaba y restaba con los dedos.
El hombre llevaba una camiseta con la siguiente frase en el pecho: ElGrAN BERNAL. Y en cuestión de segundos tuvo que explicarle a varios italianos que a primeras no entendieron el mensaje, pero que desde la etapa nueve, en Campo Felice y su sterrato, relacionaron el adjetivo con el líder del Ineos, el ciclista que a los 24 años entró en un grupo que hace poco se veía tan lejano: los que han dominado Tour y Giro.
Y Bernal, que sigue siendo un niño en la forma en la que expresa sus emociones y en lo estupefacto de su rostro, acepta hablar sin límites con los medios. “Espera, voy a responder más”, le dice a la jefa de prensa del equipo, impaciente y con la costumbre de los afanes de las veinte etapas previas a la crono final.
Lea también: Los colombianos que han ganado grandes vueltas
Tiene la potestad de llevar las cosas a su ritmo, tal cual anduvo el pelotón durante tres semanas, a lo que él quiso y como él quiso. Y ya con la Maglia Rosa asegurada, Bernal reitera que las sensaciones están ahí, que no es que no pueda sacarlas, y hay una confusión bella y silencios, y se le olvidan las palabras en italiano, porque seguramente quiere gritar y hablar y decir todo en español.
Pero el Giro tiene sus políticas y hay que respetarlas. Entonces alguien toca fibra, y Bernal, tan poderoso sobre la bicicleta, se muestra tan humano, de carne y hueso, cuando se refiere al 2020, a malas decisiones de antes, a los dolores, a sentirse rezagado frente a otros más jóvenes. “Los problemas me han atormentado y siento que los he superado, que vuelvo a estar arriba cuando me veía abajo”.
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Bernal sonríe cuando le dicen que de ahora en adelante se hablará de él como un mito, pide calma y recuerda que todavía está lejos de serlo, que le hace falta la Vuelta, y que puede pasar tiempo para ganarla.
“Si es que la gano”. Y se entiende que Bernal, el campeón del Tour, volvió a rodar por placer, y de ahí la dificultad, de ahí el mérito enorme de lo que acaba de suceder. Porque cada cual va andando el camino con sus capacidades y sus limitaciones, y para que haya virtuosismo poético —si es que así se le puede llamar— se necesita tragedia, nerviosismo, regocijo y un clímax que se brinda en pequeñas dosis, como decía Balzac.
Y este Giro lo tuvo todo: el superpoderoso Ineos con un Bernal vigoroso quedándose con dos etapas (la 9 y la 15), el padecimiento en la 17, la incertidumbre en la 19 y la 20, claro por lo que podían hacer los rivales, y la ratificación en la 21, en las calles de Milán, con la voz reposada de Xabier Artetxe, su entrenador, que esta vez fue en el carro durante la prueba contra el reloj, que le iba indicando lo que debía hacer en cada curva, en las rectas, en los empedrados.
“Sentí una paz cuando lo escuché. Es el hombre que me ha ayudado en mis entrenamientos, el que me dice que pare cinco días por mi bien, y luego que salga solo dos horas y así. Lo que está pasando es, en gran medida, por él”.
Lea también: Egan Bernal, nuevo campeón del Giro de Italia
La vitalidad de los grandes campeones es de admirar, y más cuando se empeñan en hacer cosas por placer cuando desde fuera se ven tan dolorosas, agobiantes, tormentosas, pero divertidas para otros. Como subir hasta el Passo San Bernardino y aguantar frío, lluvia y un viento gélido que golpea en el rostro como pequeños cuchillos.
Y por allá, valga la pena recordar, los aficionados que se apostaron sobre la nieve, fueron los que dijeron que ese lugar ya no era San Bernardino, sino “San Bernaldino” a pesar de que Bernal temblaba más que todos en el descenso, a la rueda de Gianni Moscon, pendiente de curvas cerradas y pavimento húmedo.
Diría el uruguayo Juan Carlos Onetti, que curiosamente falleció un 30 de mayo (1994), que los hechos son siempre vacíos, recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene. Y si uno se pone a pensar vendrían un montón de siluetas, pues este domingo en Milán hubo nostalgia, alegría, euforia, un poco de melancolía y un júbilo que, seguramente, para la retina del que pudo estar, será inmortal.
“Esto se lo debo al equipo”
A Bernal le preguntamos por el Ineos y si le daría a cada uno de sus compañeros una espiral del Senza Fine. Y consciente y agradecido responde: “Sin ellos nada de esto sería realidad. Tuve al campeón del mundo de contrarreloj trabajando para mí. No aguanté viento gracias a Ganna, en la montaña a un hombre entregado como Daniel Martínez, que bien podría ser líder en una grande, y ni hablar de Castroviejo, de los mejores del mundo y que entiende las dinámicas y los instantes como pocos. Esto no es solo mío, detrás hay un equipo grande que pasa por masajistas, cocineros, mecánicos... Todo es gracias a ellos”.
Lea también: “Estoy muy emocionado, volví al juego”: Egan Bernal
En la mente de Bernal, desollada por lo que pasó en 2020, entra la alegría. Y el joven, tan delgadito él, de piernas finas, que en apariencia lucen delicadas —es todo lo contrario—, no escatima en palabras para hablar de sus amigos, y repite que la camiseta rosa no le llegó hace nada, sino que la tuvo un montón.
Y que él le dio la responsabilidad al Ineos de defenderla desde la etapa 9; es decir, siempre estar al frente, marcar la cadencia, demandar una concentración de cirujano, también una paciencia de monje. “Sí, era yo el que remataba, pero detrás de eso hubo un trabajo enorme. Y hay ocasiones en que las personas no saben eso, porque solo importa el primero que llega a la meta”.
Con el calor abrasador, vísperas del verano europeo, Bernal se despide de la gente, pide espacio para ir a hacerlo, para devolverles un poco de lo que le dieron durante 21 días, pues colombianos hubo desde Turín, pasando por Eslovenia, en el Zoncolan y en Suiza. En todas partes.
No hizo falta nada en el aire que respiró Bernal. Y ahora el recuerdo será persistente. Egan lo sabe, y entiende que la responsabilidad será mayor en un mundo para el que sigue siendo muy joven, pero en el que hay otros más jóvenes (Evenepoel, Pogacar, por nombrar algunos) y, por ende, la competitividad será desmedida.
Necesitaremos años para dimensionar, como se debe, lo que acaba de suceder, para entender lo que obtuvo Bernal. Él, por lo pronto, pasará unas cuantas noches repitiéndose a sí mismo, cual incrédulo (porque la incredulidad resiste más que la fe): “Acabo de ganar el Giro de Italia”. Y eso que antes de la crono su nombre ya estaba grabado en el Senza Fine, con una punta de diamante, una linda analogía para entender lo que significa escribir la historia.
Por: Camilo Amaya