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Si la vida de Egan Bernal fuera un libro, el capítulo de su 2021 se titularía: “Todo se resumía en recuperar la sonrisa”. Profundo, liberador. Pero venía uno más demoledor en sus páginas blancas: “El milagro de poder caminar”. Tras la exitosa cirugía en su columna vertebral, que mantuvo su integridad neurológica —aquella noche que no durmió el país—, los médicos fueron honestos con él y su familia. “Tuviste un 95 % de probabilidad de quedar parapléjico”. Todos quedaron fríos. “Siento que mi hijito volvió a nacer”, fue la historia que colgó Flor Gómez, madre de Egan, en su cuenta de Instagram.
Luego de catorce días hospitalizado, diez de ellos en una unidad de cuidados intensivos, cuatro cirugías, casi veinte huesos rotos (once costillas, el fémur, rótula), entre tantas otras cosas, grandes y pequeñas, el vigente campeón del Giro de Italia fue dado de alta de la Clínica de la Universidad de La Sabana. La recuperación será larga, intensa, nadie sabe hasta cuándo. Pero su carrera como ciclista había pasado a un segundo plano: nada más importante que su vida.
“Nadie tiene que estar exigiendo respuestas acerca de las lesiones, cuándo va a regresar a la bicicleta, si va a regresar al nivel más alto... no. Dejen ser al chico”, las palabras de Chris Froome, cuatro veces campeón del Tour de Francia, en su canal de Youtube. Un hombre que pasó por una historia similar cuando se estrelló en 2019 con un muro: sigue reencontrándose consigo mismo.
Y ahora, cuando Bernal les da a los médicos las gracias “por esta segunda oportunidad”, vale la pena examinar cuál fue el Egan que se estrelló ante ese bus a sesenta kilómetros por hora ese 25 de enero.
El retiro forzado del Tour 2020 en la piel de campeón defensor, los dolores en la espalda, los titulares que lo dañaban, el golpe para el ego, porque todos los grandes campeones lo tienen... y la ineludible etiqueta de un posible one hit wonder. Un libro de ruta que lo hizo pudrirse, al menos un poco, del ciclismo. Perdió el verbo más importante de credo de todo deportista: disfrutar. Una avenida de la que algunas veces no hay regreso.
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“Egan es un joven muy talentoso que alcanzó el éxito demasiado temprano. Cuando llegó al equipo tenía una gran sonrisa siempre que corría. Lo primero que tú pensabas al verlo era su gran sonrisa. Y su forma de correr era muy agresiva, hablamos de un corredor carismático. Es importante que encuentre esa alegría de correr otra vez. En mi opinión, todo se resume en recuperar esa sonrisa de vuelta. Recuperar el amor al deporte, a los rivales, a competir”, las palabras de Dave Brailsford, cabeza del Team Ineos, a El Espectador a principios de 2021.
¿Obligaciones? No muchas... divertirse. “Have fun, Egan!”. Y llegó marzo, la Strade Bianche, carrera de culto con 63 kilómetros de carretera destapada, en la que Bernal, que no estaba en la lista de nadie, terminó tercero, por detrás de Mathieu van der Poel y Julian Alaphilippe. Más adelante de especialistas como Wout van Aert y Tom Pidcock. Difuminada, borrosa, en medio del polvo de la carretera, reapareció la sonrisa de Bernal con un podio inédito para la historia del ciclismo colombiano. Ese fue el momento que dio el click. “Fue una chimba”.
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El preludio para su Giro de Italia. Allí, como en el Trofeo Laigueglia, ganó embalajes ante tipos con una buena punta de velocidad, el Bernal rematador modelo 2021. Allí, como en la Strade, ganó la novena etapa luchando contra el terreno destapado. No sabía que había ganado, se enteró minutos después, risas. Y allí también, como en aquella jornada de mal clima que fue la llave para que ganara el Tour 2019, ganó su segunda fracción en Cortina d’Ampezzo en una etapa que no pudo ver el mundo por televisión. Se quitó, fachero, la chaqueta antes de llegar a la meta. Todo se trataba en divertirse.
Y como las cosas se disfrutan más cuando se sufren, él, jefe de la carrera, tuvo su mal día. Las puteadas de Daniel Felipe Martínez, su ángel de esa tarde. Después, en el penúltimo día, cuando por primera vez pareció que sí se le iba el Giro de las piernas por la distancia que había sacado Caruso, Bernal, nuevo zorro, confió en su equipo. Castroviejo recortó la distancia. Y él lo ganó. Lo ganaron todos.
Egan Bernal llorando por su triunfo el el Giro Italia pic.twitter.com/UhOuksHCsH
— Andres Moreno Jaramillo 📊 (@andresmania) May 16, 2021
Llegó a la Vuelta a España, tal vez no fue la mejor versión de Egan. ¿O tal vez sí? En Lagos de Covadonga, tierra que conquistó Lucho, en uno de esos ataques grandilocuentes de otras épocas, despegó a sesenta kilómetros de la llegada, no le importaba nada. Se fundió a siete de la meta, pero terminó de enamorar al mundo en una carrera en la que faltó la valentía de los más bravos de la general.
“A mí me gusta competir, ese es el verdadero ciclismo. Traté de disfrutar en la bicicleta, ese es el ciclismo que me gusta”, dijo Bernal en la llegada. El ciclismo que a todos nos gusta por parte de un ciclista que encarnó la escasa piel de valiente y combativo.
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“Casi me mato, ¿pero saben qué? Estoy agradecido con Dios por ponerme esta prueba”, fueron las primeras palabras públicas del jefe de filas del Ineos tras su accidente. Y él, tal vez un poco obnubilado por la mentirosa sensación de autosuficiencia que toca a los grandes campeones, le da gracias a Dios por no haberle dado todo lo que le pedía. Y por el gran milagro de poder caminar.
Por: Thomas Blanco- thomblalin