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La montaña siempre será llamativa en el Tour de Francia. Pero lo que la hace más bella es el espectáculo que dan los escaladores, las estrategias de unos, los impulsos de otros, como Nairo Quintana y sus piernas dinamita, que por fin respondieron al ataque, a la vocación del boyacense de ir para arriba, a veces sin medir fuerzas. Esta vez, en la etapa 17 de la carrera francesa, una jornada reina no por la distancia (65 kilómetros), sino por la dificultad del terreno, el ciclista del Movistar arremetió a falta de 15 km para la llegada en el Porter, una cima a 2.215 sobre el nivel del mar y a la que se puede acceder tras una serie de curvas muy cerradas y de rectas empinadas y prolongadas.
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Y fue lindo y emotivo verlo salir, abriéndose del grupo, cambiando de relación y soltando un par de pedalazos fuertes para ir dejando regados a los demás, para irse detrás de Dan Martin, el único que después pudo seguirle el paso, que se puso a la rueda del colombiano moviendo la cabeza más de lo habitual, aguantando el ritmo infernal de Quintana que de a poco se alejó de los favoritos, del tren del equipo Sky inmutable, que no hizo el mayor esfuerzo por perseguirlo.
Nairo, ajeno a la disputa de atrás, al sufrimiento de Chris Froome y a su diálogo con Geraint Thomas diciéndole que no podía más, escaló cada vez mejor, con un peso a sus espaldas llamado Rafal Majka, y siguió fuerte hasta encontrarse con su compañero Alejandro Valverde que, con la generosidad del gregario, ayudó lo que pudo y se paró en su bicicleta con las pocas fuerzas que le quedaban para guiarlo, para poner a su servicio la poca energía restante. Y Quintana agradeció con la cabeza y continuó con su camino, sufriendo y disfrutando, sin las gafas en sus ojos afilados para ver todo con más claridad, camuflando el dolor habitual de esos instantes. Y así fue recogiendo a uno que otro pedalista que tomó el riesgo muy pronto y lo pasó con facilidad.
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Y a la memoria de todos volvió ese 20 de julio de 2013 cuando, de una forma similar, Nairo atacó a Froome y a Joaquim Rodríguez para ganar la etapa 20 del Tour, su único triunfo en la carrera por etapas más importante del mundo, hasta ahora. Las piernas tensas, la boca entreabierta, la mirada fija en el horizonte y Quintana intercalando los momentos: primero sentado, después de pie mejorando la cadencia, logrando más fuerza para por fin despegarse de un Majka que se fundió con otro cambio de piñón.
Y sin la sombra del polaco, todo se hizo más sencillo sabiendo que atrás el Sky, con su compatriota Egan Bernal como locomotora, se limitó a subir con un Thomas tranquilo de amarillo, sin el temor de un ataque de su compañero en el día más corto y más rápido, pero el más complicado. Nairo quiso sentirse otra vez grande y lo logró al cruzar la meta en solitario, con los brazos levantados en una carrera que ha sido cruel con él y con sus sueños, tomando un respiro luego del sudor, del trabajo bien hecho, de haber recobrado la memoria, su forma de correr.
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“Sabía que era el día y lo logré gracias a la buena planeación. Volvimos a ganar en el Tour después de tanto tiempo y eso vale más que cualquier dolor en las piernas”, dijo el colombiano que ahora es quinto en la clasificación general y cada vez está más cerca de un podio que hace una semana estaba muy lejano.