El ciclismo detrás del ciclismo. Capítulo 1: A un océano de distancia
En varias entregas un deportista periodista nos relata detalles de sus experiencias en el camino hacia el ciclismo profesional. Vivir para contarlo.
Nicolás Borrás
Escribo estas líneas a pocas horas de estar compitiendo en el Campeonato Nacional de Ruta al lado de Nairo Quintana, Egan Bernal, Sergio Higuita, Rigoberto Urán y Esteban Chaves. Las últimas tres noches me acuesto imaginando el momento en el que la carrera esté lanzada, con el pelotón rodando a más de 60 kilómetros por hora y entremos al circuito de Tunja, la gente gritando a lado y lado. Estar con los mejores ciclistas del país, en la que va a ser mi primera carrera con profesionales. No una cualquiera, sino el campeonato nacional contra los ciclistas que, en ese momento, dejarán de ser solo ídolos. Algo tan inverosímil al escribir.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Escribo estas líneas a pocas horas de estar compitiendo en el Campeonato Nacional de Ruta al lado de Nairo Quintana, Egan Bernal, Sergio Higuita, Rigoberto Urán y Esteban Chaves. Las últimas tres noches me acuesto imaginando el momento en el que la carrera esté lanzada, con el pelotón rodando a más de 60 kilómetros por hora y entremos al circuito de Tunja, la gente gritando a lado y lado. Estar con los mejores ciclistas del país, en la que va a ser mi primera carrera con profesionales. No una cualquiera, sino el campeonato nacional contra los ciclistas que, en ese momento, dejarán de ser solo ídolos. Algo tan inverosímil al escribir.
Pero para llegar a este punto de la historia hay que retroceder un poco más de siete años, cuando con 14 años escribía sin ser periodista y se me metió en la cabeza la idea de convertirme en un ciclista profesional. En un blog en El Espectador publicaba todas mis experiencias sobre la bicicleta, escribía sobre lo que pasaba en las carreras del mundo que veía por televisión y sobre lo que yo vivía en las mías, todo un contraste.
Lea también: Los eventos deportivos que le quedaron grandes a Colombia
Ser ciclista profesional, como esos de la televisión, era un sueño, de esos que suenan inalcanzables. Mis notas en bitácoras que llenaba con frecuencia y lo que llegó a ser publicado en el blog se convirtieron en el refugio de todas las experiencias por Colombia en categorías juveniles donde honestamente poco destaqué, pero fueron una clase intensiva de formación de carácter; por las caídas, las disputas, por todo lo que significa preparar y terminar una carrera, ganarse un puesto en un equipo, viajar solo y competir dentro de un pelotón. Hoy, con 22 años, un diploma de periodista y después de algunas temporadas compitiendo en bicicleta, quiero publicar estas crónicas que son extractos de bitácoras personales de carreras por Colombia, Francia y España. Sinceras experiencias que no son más que anécdotas redimidas de su condición original, escritas con la intención de no perder la capacidad de asombro detrás de cada detalle; pero, sobre todo, con la ilusión de que algún día, cuando sea profesional, poder echar la vista atrás y sonreír, por la ilusión tan grande que tuvo ese niño que tomó una decisión que cambió su vida.
El campeonato nacional terminará en el circuito de la Plaza de Bolívar en Tunja, exactamente en el mismo lugar donde, en 2017, terminé mi primera Vuelta del Futuro, nombre con el que se conoce la Vuelta a Colombia para prejuveniles (menores de 16 años). En ese momento, con 10 centímetros menos de altura y sobre la bicicleta de mi papá, luchaba con todas mis fuerzas para terminar la carrera, y recuerdo cruzar la meta a una docena de minutos del ganador, al borde del desmayo y con ganas de llorar de la emoción, porque yo creo que cuando uno encuentra una pasión en su vida, se permite experimentar esos momentos tan poco frecuentes donde los sentimientos se encuentran y las lágrimas se escapan. Momentos que nunca se olvidan y que uno termina persiguiendo y coleccionando por el resto de su vida.
Más tarde, como juvenil (menores de 18 años), corrí para el equipo de la Fundación de Esteban Chaves, que compite en todo el calendario nacional de esa categoría y tiene el respaldo de la experiencia de un ciclista como Esteban y su familia. En el mundo del ciclismo este equipo no es popular solo por eso, sino por sus filtros clasificatorios, donde vienen cientos de ciclistas de todo el país por uno de los ocho cupos que tiene. Una de las experiencias más duras y estrictas que he tenido como deportista, porque durante más de cuatro semanas filtran ciclistas por su rendimiento, puntualidad, comportamiento y pulcritud, hasta tener al equipo final, que es apoyado y asesorado para formar ciclistas. Superar esas pruebas, además de permitirme correr la Vuelta del Porvenir, me abrió la posibilidad de correr en Europa, convencido de que era posible seguir los pasos de Esteban Chaves, quien se convertiría en una pieza fundamental de esta historia.
Einer Rubio y Santiago Buitrago, ciclistas que pasaron por la fundación y hoy compiten en equipos profesionales de la máxima categoría mundial, son los perfectos ejemplos del éxito de esos procesos.
Lea también: Las grandes estrellas internacionales que han engalanado el FPC
Cumplir 18 años en el ciclismo es un punto de quiebre, porque es el momento en el que se realiza el cambio más brusco de categoría a sub-23, donde se empieza a correr con ciclistas mucho mayores, donde la edad deja de ser un diferenciador importante y el ciclismo se pone mucho más serio. Gracias a esas experiencias en categorías menores, después de mucha formación y escuchar a todas las personas que conocí durante esos años, me di cuenta de que más que nunca quería ser ciclista profesional, en todo el sentido de la palabra. Porque entiendo el deporte como una profesión igual a cualquier otra, con la diferencia de que utiliza el cuerpo como herramienta de su oficio.
En 2020 cambié de categoría y, entendiendo el deporte de esta manera, Europa era el camino que quería tomar, porque ahí está el ciclismo del que me enamoré, el ciclismo que despertó mis pasiones. Pero fue un año particular, pues la pandemia aplazó ese viaje. Fue una temporada donde, con suerte, pude participar en la Vuelta de la Juventud, la Vuelta a Colombia para menores de 22 años y la que hasta hoy fue mi última carrera en el país.
Francia fue el destino al que, por esas circunstancias de la vida que parecen azar, llegué por primera vez y me dejó ver en primera persona cómo era la vida en el exterior, como era el ciclismo allí, en el país del Tour de Francia, la carrera más importante del mundo. A pesar de la pandemia, me preparé con toda la seriedad y profesionalismo que mis pocos años en el ciclismo me habían dado para que esta primera oportunidad en Europa no se quedara como un capítulo inconcluso, porque en el ciclismo, como en el periodismo, no es obligatorio tener un título para ejercer, escribir y publicar, pero estoy convencido de la importancia de capacitarse y formarse para los rumbos que la vida presenta, a veces sin avisar. Creo que es la manera más apropiada de asimilar experiencias forasteras.
El calor, a veces indeciso, de la primavera nos cubría mientras esperábamos la salida en una de las estrechas calles del pequeño pueblo de Pont-du-l’Arn, de menos de 3.000 habitantes. El comisario de carrera daba la información del recorrido con un francés distorsionado por el sonido de un megáfono con más años que yo. Confirmé los puntos críticos de los 155 kilómetros de la etapa por recorrer, que nos habían mencionado en la reunión técnica. Enseguida, partió la carrera con cuatro kilómetros neutralizados donde comenzaron los codazos y empujones para mantener las primeras posiciones del lote de más 150 ciclistas. Gritos en español, inglés y francés se escuchaban; el pan de cada día en el pelotón. Así registré en mis cuadernos esa primera carrera, en mi primera temporada como ciclista en Europa, con el Team INCA; un equipo aficionado francés que decidió apostar por el país como su cantera de nuevos ciclistas.
Desde la categoría prejuvenil, y en la Vuelta a Colombia para cada una de las categorías menores, he podido vivir en carne propia la tensión de rodar en la mitad de un lote de más de 200 ciclistas por las planicies de la costa colombiana, los nervios de bajar a más de 90 kilómetros por hora por las carreteras de Cundinamarca y la emoción de coronar los puertos más famosos en Boyacá.
Lea también: Guillermo Cano, homenaje al alma deportiva de El Espectador
Pero a un océano de distancia la experiencia está llena de contrastes. Las carreras suelen transitar las carreteras secundarias, incluso terciarias de las regiones; es decir, carreteras estrechas y con curvas muy pronunciadas donde la lucha por las primeras posiciones se vuelve más difícil. Tantos ciclistas a tan pocos centímetros de distancia generan choques y empujones. Es inevitable notar las caídas en esa disputa; eso sí, muchas menos que en Colombia. El ritmo de carrera es totalmente diferente al colombiano, donde hay ataques desde el comienzo hasta el final. Una salida fortísima hasta que la fuga se instala, para mantener un ritmo constante e intenso hasta el desenlace donde gana el más fuerte es el guión de carrera que se suele seguir aquí. Claro que una buena estrategia, a menudo, logra cambiar la historia para hacer interesante la victoria. Se podría decir que es un ciclismo más organizado, con menos ataques, pero con más estrategia y, por ende, con más contundencia.
En las bajadas, por las curvas de angostas carreteras, que convierten los descensos en un juego de precisión por frenar en el momento y con la intensidad adecuada para trazar bien la trayectoria y no perder la rueda del ciclista que se tiene al frente, a velocidades que, a veces, prefiero ignorar cuando voy en pleno descenso.
“No es la bala, es la velocidad”. Con esa frase terminó un compañero una discusión que tuvimos en el bus después de una interminable etapa llena de pequeñas subidas, no muy duras, no muy largas, pero abundantes; una típica etapa europea. Y es que las subidas son mucho más explosivas que las que siempre conocí en mi país. Poco frecuentes los puertos de 20 y 30 kilómetros de extensión, no hacen falta subidas tan largas para hacer una carrera difícil e intensa.
Y, por supuesto, aquí no se percibe con el mismo rango la extrema desigualdad de material y presupuesto entre equipos a la que estaba tan acostumbrado en Colombia. Por primera vez, correr con bicicletas con frenos de disco, ruedas de carbono y con tubulares.
El comienzo de mi primera temporada fuera del país fue impactante por sus contrastes, porque fue entender que lo más difícil del deporte está más allá del rendimiento en sí mismo; fue la manera de entender que no era sino el comienzo de un camino larguísimo que apenas iba a comenzar. Recordar esos momentos me llena el corazón para volver a competir en el país después de un par de años, en una carrera tan importante y con las ganas de escribir con la emoción a flor de piel el desenlace el próximo domingo. No es solo vivir el sueño, es poder contarlo.
🚴🏻⚽🏀 ¿Lo último en deportes?: Todo lo que debe saber del deporte mundial está en El Espectador