El ciclismo detrás del ciclismo. Capítulo 4: Incertidumbres y sueños
Cuarta entrega de las crónicas de Nicolás Borrás, deportista periodista que relata detalles de sus experiencias en el camino hacia el ciclismo profesional.
Nicolás Borrás
Alguna vez leí un libro que hablaba sobre el estoicismo y sobre como Séneca, el filósofo, explicaba la Euthymia: “se trata de ser tan bueno en ser lo que somos, como sea posible. Es dirigirnos hacia donde nos propusimos llegar. Es lograr todo cuanto podamos en el campo que hemos elegido”. Revisando las bitácoras que escribí durante los años que le dan contenido a estas crónicas, me dí cuenta que este concepto me acompañó siempre y me quedó muy adentro en la consciencia.
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Alguna vez leí un libro que hablaba sobre el estoicismo y sobre como Séneca, el filósofo, explicaba la Euthymia: “se trata de ser tan bueno en ser lo que somos, como sea posible. Es dirigirnos hacia donde nos propusimos llegar. Es lograr todo cuanto podamos en el campo que hemos elegido”. Revisando las bitácoras que escribí durante los años que le dan contenido a estas crónicas, me dí cuenta que este concepto me acompañó siempre y me quedó muy adentro en la consciencia.
Los colombianos, a diferencia de los europeos, tenemos una concepción del concepto de hogar y familia muy pasional y muy fuerte. En Colombia es usual crecer aferrado al hogar y con un lazo especial con la familia. Por eso, para nosotros, es muy especial volver a casa después de una temporada ciclista de casi 8 meses fuera. También es la misma razón por la que muchos terminan descuidando las rutinas del oficio cuando vuelven y el contraste se siente con más fuerza.
En mi experiencia, ese cierre de año y comienzo del 2022, fueron unos meses de saber que tenía muchos deberes por hacer, mi primera temporada en Francia había sido suficiente para poder prolongar la posibilidad y el sueño de ser un ciclista profesional por un año más y asegurar una plaza en el equipo, pero yo era el primero en saber que el deporte se basa en rendimiento, y las pasiones más allá de eso son solo palabras bonitas.
Volvería hasta abril a competir, por lo que fueron meses de rutina juiciosa, de armar las bases de una temporada en la que tenía que ir a defender mi espacio en el pelotón europeo. La pretemporada, en el ciclismo, se resume en muchas horas sobre la bicicleta, entrenamientos largos y con intensidades progresivas durante los meses.
Es preparar al cuerpo para que esté listo para aguantar 8 meses de carreras, evitando las lesiones y esperando el mejor rendimiento posible. En esas montañas colombianas de casi 3500 metros de altura, se quedaron todos esos meses de entrenamiento y preparación en Bogotá, visitando con frecuencia el Alto del Vino que probablemente sea mi favorito, con sus casi 30 kilómetros de distancia y dos mil metros de ascenso.
Para un deportista que se prepara todos los días para competir, es duro pasar tantos meses solo entrenando, especulando qué pasaría sí la carrera fuera hoy, ansioso y expectante a ese momento de volver a ponerse un número en la espalda. Pero los meses pasan rápido y cuando llegó la hora de viajar, y cuando no había dudas de que un capítulo más de la historia comenzaba, escribí las siguientes líneas en la silla de un avión: “Quiero pensar que la lágrima que se me escapó es de esa sensación magnánima del cielo estrellado y profundo que veo por la ventana.
Pero yo por dentro sé que es una mezcla de sensaciones conocidas y desconocidas; incertidumbre por saber con lo que me fui, pero desconocer con lo que voy a llegar; responsabilidad, por saber que más que nunca, tengo el futuro de mis sueños en mis manos; tranquilidad, por saber que 6 meses de entrenamientos y preparación no tienen ningún remordimiento en su ejecución; y ansiedad, por saber cómo va a jugar sus cartas el destino”. Al entrar a Francia, en el aeropuerto, nos han parado en los controles de migración al grupo de colombianos.
En un intento de explicarles que nuestro viaje era solamente para hacer parte de un equipo de ciclismo, pareció no convencerles del todo y nos cambiaron de habitación para hacernos más preguntas. Fue curioso ver la reacción del policía, que negaba hablar inglés y trataba de entender el español, cuando le he explicado nuestro itinerario y documentos en francés, un francés que seguramente estaba lleno de errores y mala pronunciación; pero que una vez ha escuchado su actitud cambió, se volvió más comprensivo y nos dejó entrar. Alguna vez me habían advertido que a los franceses es mejor hablarles en español antes que en inglés. Al menos, esto solo quedó como una anécdota curiosa de ese estereotipo francés.
Cuando volví a las calles estrechas de los pueblos franceses, villas de 500 habitantes, con el frío primaveral y la lluvia que teñía de verde intenso los paisajes, el destino no era desconocido pero los ojos de asombro son imposibles de disimular. El ciclismo, en nuestra condición, tiene una particularidad en la facilidad de convertir en una rutina todas las cosas extraordinarias que se pueden conocer sobre la bicicleta, en volver paisaje los lugares a los que difícilmente llegaría en una condición diferente. Por eso, me emociona cada vez que conozco un lugar nuevo, recibo un uniforme nuevo, un casco nuevo, una bicicleta nueva, estrenar el material.
Es llenarse de ilusión y sentir los ojos grandes de asombro y emoción. Y así fue en las carreras, algunas ya conocidas, la rutina era la misma, dormir bien, comer mucho arroz, dejarlo todo en la bici, y repetir la semana siguiente. Con la diferencia, de que esta vez el pelotón se sentía menos hostil y estar adelante se sentía posible. Las carreras por etapas que hicimos en el verano por la región del Montluçon las terminé con esa sensación de pertenecer al pelotón y a la carrera, además de haber aprendido un montón.
La verdad es que aún no me sentía con el nivel de disputar las carreras más importantes del calendario amateur francés, pero ya no se sentía tan lejano como el año anterior y esas sensaciones de progreso, no se suele contar porque cada uno lleva su lucha personal, pero para un deportista representa mucho y da mucha felicidad.
No voy a esconder la emoción que me daba cada vez que pensaba en la posibilidad de alzar los brazos en el mismo país y pasando por las mismas calles donde alguna vez pasó el Tour de Francia donde Parra y Herrera escribieron su historia y su leyenda. De algún modo fueron ellos los que abrieron el camino y con sus hazañas, hicieron más fácil la posibilidad de que nosotros llegaramos hasta ahí, siguiendo los pasos de los pioneros que hicieron ver tan fácil el oficio. En el país de la carrera más importante del mundo.
Así avanzó la temporada, compartiendo casa con algunos de los compañeros del año anterior, otros nuevos, con todas las cosas que tiene vivir en comunidad, pero en general lo llevábamos bastante bien, compartiendo la comida, la limpieza y sobre todo la convivencia. Más o menos en Julio, empezaron a sonar rumores: el equipo sub 23 cerraría el próximo año. Algunos días más tarde, el director del equipo nos lo confirmó.
Ese día hubo mucho silencio en la casa, algunos pensaron en dejar el ciclismo definitivamente, otros en esperar alguna oferta y otros, como yo, pensamos en salir a intentar romper todo en las carreras, y descifrar alguna manera de encontrar un espacio en otro equipo en Europa. Y así fue, una vez más corriendo cada carrera como si fuera la última, pero con la sensación de que la posibilidad de quedarse en Europa era cada vez más difícil.
En esos trámites, un día me contacté con uno de los directores de uno de los equipos más importantes del nivel amateur francés y me dijo que podría ir a hacer algún test y probarme, si les gustaba y todo salía bien, me tomarían para el otro año, solo que este equipo tenía su sede en la costa norte del país. Es decir, al otro extremo de donde yo vivía.
Sin dudarlo y pidiendo algunos favores, con un morral y la bicicleta en la mano, atravesé la mitad de Francia en tren, destrozado de ir por las estaciones completamente desconocidas, cuidando la bicicleta, y confiando en mi francés para estar seguro de ir en el tren correcto.
Después de un día completo viajando llegué a la sede del equipo, una vez más con los ojos de asombro al ver los buses, el material, las bicicletas del equipo Total Energies. Entré, me dejaron una cama en una habitación compartida con el resto de ciclistas de todas partes del mundo que venían a probarse como yo.
Tres días en los que hicimos test, entrevistas y entrenamientos. Como si fuera una carrera, di lo mejor, conocí a todas las personas que pude y volví con la esperanza de recibir la llamada que todos los ciclistas esperamos. Mientras esperaba y con la temporada a punto de terminar, tuve la suerte de coincidir con Esteban Chaves, con quien además de haber sido el responsable del equipo que en Colombia me lo enseñó todo, fue quien con mensajes estaba al tanto de mis carreras y de que todo estuviera bien, se convirtió en la persona que me enseñó todo lo que pudo en un camino que él ya había pasado casi diez años atrás.
Me invitó unos días a su casa y otra vez sin dudarlo, compré un par de billetes de tren y arranqué a atravesar la otra mitad del país. A pesar de que era una época en la que la temporada estaba por terminar, esos días entrenando allí con él y viviendo como un ciclista profesional, los sentí como una cátedra pura de ciclismo, fue vivir en primera persona todo lo que es ser un ciclista profesional en todo el sentido de la palabra.
Es alimentarse bien, es descansar como corresponde y entrenar como un verdadero profesional, rodearse de gente profesional y formar un equipo que respalde todos los objetivos del año. Aún hoy sigo asimilando todo lo que aprendí de esa experiencia. Tratando de cerrar la brecha que hay entre el ciclismo amateur y el ciclismo profesional, con alguien que ya ha pasado este camino y que lo ha hecho con todos los honores, con un monumento, etapas y podiums en el Giro de Italia y la Vuelta a España.
Pero la vida tiene direcciones, que yo no suelo entender, un par de días antes de volver a Colombia y después de todas esas experiencias que me abrieron la visión del ciclismo y me mostraron las entrañas del deporte, con la temporada terminada y en pleno cierre de semestre de la carrera de Periodismo, recibí la llamada que tanto esperaba, pero con la noticia de que habían escogido a alguien más para el equipo francés.
Con esa noticia, volví a casa, sintiendo que el sueño que tanto cuidaba era muy frágil. Igual, me seguí preparando, y entrenando como si tuviera equipo, pero a diferencia del año pasado, esta vez tenía mucha incertidumbre. No sabía qué iba a pasar o si simplemente el sueño acabaría ahí.
Hasta que un día, meses después y a través de todas las personas a las que conocí a lo largo de los meses y a través de todos los contactos que tenía de años pasados, un equipo amateur español se interesó en mí. Y así fue como seguí la pretemporada y seguí mi preparación para el 2023, con el sueño y con la ilusión reforzada.
No tenía ni la menor idea de lo que me iba a encontrar en España, todo iba a ser nuevo otra vez. Supongo que todo eso de la euthymia que me quedó tan adentro, es lo que me permitió encontrar esa tranquilidad en haber hecho todo lo humanamente posible por ser lo mejor posible en el campo que se eligió. Intentar seguir más allá de las incertidumbres del camino, en un deporte que esconde algo más que dar pedales y subir montañas.
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