El ciclismo detrás del ciclismo. Capítulo 5: Aprender a cerrar etapas
Quinta entrega de las crónicas de Nicolás Borrás, deportista periodista que relata detalles de sus experiencias en el camino hacia el ciclismo profesional.
Nicolás Borrás
Cerrar etapas y comenzar nuevas se vuelve costumbre en el deporte. Dos años haciendo parte de un equipo francés, viviendo en un país lejano dentro de una cultura ajena y aprendiendo a adaptarme sirvieron para entender lo diferente que era el ciclismo que creía conocer.
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Cerrar etapas y comenzar nuevas se vuelve costumbre en el deporte. Dos años haciendo parte de un equipo francés, viviendo en un país lejano dentro de una cultura ajena y aprendiendo a adaptarme sirvieron para entender lo diferente que era el ciclismo que creía conocer.
Pero esa etapa se cerró y tuve la oportunidad de continuar en Europa, mientras que muchos de los ciclistas, compañeros y rivales con el mismo sueño, el de convertirnos en profesionales, iban dejando el camino. Por muchas razones como gustos y motivaciones, cerraron etapas y comenzaron nuevas, no necesariamente en el deporte.
Ver como cada vez quedamos menos fue un golpe de realidad, especialmente en un momento donde el ciclismo cambió. De repente los más jóvenes empezaron a ganar todo y los equipos empezaron a fichar ciclistas de 17 o 18 años, la categoría sub-23 parecía ser tardía. Fue apenas cuando llegué al aeropuerto, lleno de ansiedad por descubrir lo que me iba a encontrar, que me di cuenta que esta vez solo tenía un compañero de viaje, a diferencia de los últimos dos años, en los que viajamos alrededor de diez colombianos a hacer la temporada en Europa juntos. Esta vez, éramos dos, a punto de llegar a Mallorca, la isla española donde el equipo tiene su sede. Para los colombianos, el mar y el calor siempre van juntos y llegar en final del invierno con dos chaquetas, muertos de frío y con el mar tan cerca, era curioso.
Al llegar a la que sería mi casa por los siguientes ocho meses, me di cuenta de que en Mallorca, antes de tener el español como idioma principal, está el mallorquín, un dialecto muy parecido al catalán, que hablan dentro de las familias, sobre todo en los pueblos alejados.
Íbamos a vivir en un apartamento que el equipo dispuso para los extranjeros. Al encontrar a un canadiense, un irlandés, un hondureño y dos colombianos, sentí que iban a ser meses interesantes, con una mezcla de culturas que nunca me hubiera imaginado.
El primer entrenamiento en la isla fue impresionante, con bicicleta, casco y uniformes nuevos. Una vez más asombrado con ver los lugares a los que la bicicleta me estaba llevando por todo el mundo. Las carreteras pequeñas, los caminos estrechos entre pueblos por cuyas colinas asomaba un infinito y llano horizonte azul, que en ocasiones se me olvidaba que era el mar. Pero sin ninguna duda mi lugar favorito es la Sierra de la Tramontana, un encadenado de montañas de hasta 1.500 metros de altura, que se convirtió en mi patio de entrenamientos.
El calendario de carreras, en España, tiene como epicentro el País Vasco, que está ubicado al norte, lejos de Mallorca. El equipo tiene su sede en la isla porque Arabay, el patrocinador, una tostadora de café, es de allí. Así que viajar se convirtió en una rutina semanal en la que el viernes teníamos que tomar un ferri por seis horas para atravesar el Mediterráneo hasta Valencia o Barcelona y desde allí conducir hasta el lugar de la carrera, en trayectos hasta de nueve horas. El domingo en la noche regresábamos por la misma ruta,
Fue abrir una etapa nueva, como haber cambiado de colegio, con compañeros desconocidos, en un ciclismo diferente. Sobre la bici, sí que fue un cambio drástico; menos circuitos cortos y estrechos, y más recorridos montañosos y largos. El nivel es superior, en particular en la zona del País Vasco, donde se forma el carácter de los ciclistas españoles, por el clima adverso y los recorridos difíciles. Sin duda, una región que ciclísticamente se adapta mucho mejor a los colombianos.
Me ha tomado muchos años adaptarme al ciclismo europeo. Muchas carreras llegando derrotado y volver con la cabeza arriba el lunes para comenzar la semana e intentarlo de nuevo el siguiente domingo. Pasaron más de dos años para llegar a la primera carrera en España, por la región del Toledo, lleno de nervios por debutar con un nuevo equipo. Parado en la línea de salida, esta vez rodeado de gente que hablaba español como yo, aún no se sentía familiar. Como siempre, una vez comienza, todas esas dudas e incertidumbres se quedan ahí, entonces todos somos iguales y no importa nada más.
Salí a comerme el mundo, igual pecando de generoso en los ataques, pero convencido de que iba a estar con los primeros. Después de pelear entre codos y aceleradas, estaba en una fuga con 15 ciclistas más, faltaban 130 km para la meta. Con chaqueta y camiseta de invierno, porque en esta zona, famosa por los vientos y praderas llenas de molinos, helaba con ráfagas que estaban cerca de los cero grados. Contra un pelotón lleno de gente guardándose del viento, iba a ser difícil ganar; entonces me propuse pasar primero en todos los puntos y esprints intermedios. Cuando se acabó la fuga y llegué en el pelotón, me avisaron que había ganado la clasificación de las metas volantes. Así, por primera vez en tres años en Europa, me subí al podio.
Para mí, la cualidad más grande del deporte, como oficio, es la oportunidad que da todos los días de volverlo a intentar. Para alguien con ilusión, superar las jornadas diarias se convierte en pequeñas victorias que, con el tiempo, espero y guardo la profunda ilusión de que se conviertan en sueños cumplidos.
Así avanzó la temporada, viendo cómo mis compañeros comenzaron a abandonar el apartamento y el equipo, hasta que quedé solo. Viví en Lloret de Vistalegre, un pueblo famoso por ser el centro geográfico de la isla, que, con 1.500 habitantes, puede ser el lugar más tranquilo que haya conocido. Durante esos meses terminé mi carrera de Periodismo y viví el grado a distancia, desde mi habitación, a 10.000 kilómetros de distancia de mi diploma, que llegó por correo a mi casa en Colombia.
La de 2023 fue la mejor temporada, deportivamente hablando, de mi carrera. Terminé el año algo agotado por lo que traen viajes tan largos, pero conociendo la cultura española desde adentro, viendo cómo cambia la gente del sur en zonas como Valencia, donde hay más calor y la gente vive más despacio; al norte, en el País Vasco, donde parece llover todo el día, la gente siempre va más abrigada y es de carácter fuerte. Conociendo la cultura que tienen los vascos. Están enamorados profundamente del ciclismo y a mí me hicieron enamorar un poco más. Competir allí es una experiencia diferente, allí el ciclismo les pega en el alma y así lo transmiten. Y aunque el equipo iba a renovar su plantilla casi del todo, decidieron darme la oportunidad de continuar un año más con ellos. Yo me siento cada vez más cerca de cumplir mi sueño, pero sé que es una carrera contra el tiempo, en un ciclismo cambiante y de resultados precoces. Con esa presión, volví a casa, a preparar este 2024.
Nicolás Borrás (@BorrasNicolas)
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