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Mucho antes de establecer el récord mundial, de subir tres veces en solo 24 horas el Alto de Letras y de bajar en la misma cantidad de oportunidades a su natal San Sebastián de Mariquita, Juan Camilo Sierra pensaba en lo hermoso que era el Nevado del Ruiz. Le parecía que arriba, en la cima del páramo de Letras, a 3.677 metros sobre el nivel del mar, la Mesa de Herveo se veía particularmente linda, adornada de nieve en sus laderas y rozando las nubes del cielo con el humo que entraba por la boca de un volcán que lleva activo durante casi dos millones de años.
Esa madrugada del sábado, en la que toda Mariquita salió para festejar su hazaña, el gregario del Alto de Letras, levantando su bicicleta con las pocas fuerzas que le quedaban en el cuerpo, recordó ante la multitud que lo vitoreaba lo bella que le pareció la montaña la primera vez que subió entre sus curvas para llegar a la mítica cima.
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No tenía ni 16 años cuando empezó a rodar con sus amigos. Buscaban un pasatiempo y se les ocurrió que la mejor manera de pasar sus tardes era subirse en una cicla. Las tardes se volvieron días enteros y las rodadas se transformaron en rutina. En ese entonces, Juan Camilo Sierra no era todavía el gregario del Alto de Letras. Apenas montaba una todoterreno, pero un día les propuso a sus compañeros de ruta andar 150 kilómetros de un solo tajo. Y cumplida la meta, a Sierra le pareció demasiado tranquilo el viaje, así que les dijo que subieran Letras. No llevaban ni dos semanas en sus salidas cuando domaron la montaña por primera vez.
Se enamoraron. Tal fue la pasión, que Juan Camilo decidió dejar de lado su vieja todoterreno y le pidió a su papá, que con sus pocos ahorros alimentó el sueño del niño, una bicicleta de aluminio. El primer día que la montó, también recordó su primera bici, una de ciclocrós con la que competía en pequeños torneos que organizaba en su barrio, retando a sus amigos en cortos circuitos en los que ganaba el que más rápido le diera la vuelta a la manzana.
Pero ya grande, cuando se tomó el ciclismo en serio, en las rodadas en las que una y otra vez empezó a subir a Letras, la pequeña bici de ciclocrós, la todoterreno de las primeras aventuras y hasta la cicla de aluminio que le regaló su papá, se quedaron en el recuerdo. En ese momento Juan Camilo Sierra soñaba con el profesionalismo.
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Lo entendió un día mirando el nevado, después de pasar por todos los pisos térmicos que tiene la montaña. El Alto de Letras empieza abajo en Mariquita, a 495 metros sobre el nivel del mar. Pero del calor de San Sebastián, de la temperatura que a veces roza los 40° C, se llega al frío del páramo. Después de recorrer casi 3.200 metros de desnivel con rampas por encima del 10 % de inclinación, de ver los cafetales en la ladera, las casas a la vera del camino y a los campesinos que trabajan incansables en sus arados, se llega a la cima, donde muchas veces la niebla apenas permite dibujar siluetas con los ojos.
Un esfuerzo descomunal para muchos que Sierra siempre acompañó hablando con los ciclistas sacrificados que se enfrentaban a las pendientes. Por eso, más allá de los retos personales, de las marcas autoimpuestas o los tiempos récord del ascenso, lo que más le gustaba al tolimense era hablar con los escaladores de la montaña. Subiendo a Letras hizo hermanos cuando veía algún ciclista colgado y le daba ánimos para acabar la tarea. Cuando se ponía a rueda de los que más sufrían ante la inclemencia del gigante y los llevaba hasta la punta. Por eso empezaron a llamarlo el Gregario de Letras, y por eso, también, en los pueblos se quedaba días enteros contando historias y echando tinto en las casas de la montaña.
“¿Dónde estará ese chino berraco?”, preguntaban en la casa, pero arriba en Fresno, Padua o Delgaditas, Sierra se olvidaba del tiempo hasta que el sol empezaba a ocultarse en la colina y el Gregario de Letras bajaba en un suspiro a la casa para evitar la cantaleta.
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Como rutero corrió con la Liga de su departamento. Participó en la Vuelta al Tolima, en la Vuelta al Huila y en la Clásica de Girardot, pero cuando llegó la pandemia se vio obligado a parar. Y al retomar la bicicleta, después del confinamiento, se cansó de la alta competencia y volvió a su montaña.
Fue entonces cuando unos amigos de Medellín, de esos que rescató y conoció subiendo por las laderas del muro de Tolima, le contaron del Everesting, un reto complejo de palabras sencillas: recorrer en bicicleta una ascensión total de 8.848 metros (la misma altura del Everest). Las reglas: no bajarse de la bicicleta, más que para tareas fundamentales como comer o ir al baño; no caminar en ningún tramo del recorrido; no usar bicis eléctricas ni reclinadas y, en toda subida, siempre llegar hasta el final a conquistar la cima.
Aunque los registros del siglo pasado son confusos, la organización que regula este reto dice que el primero en lograr la hazaña fue Francois Siohan, un francés que el 1° de julio de 1984, en el Col de la Faucille, domó la montaña en el macizo del Jura.
Sin embargo, el más famoso de los locos aventureros que subieron “el Everest en bicicleta” fue George Mallory, nieto de George Leigh Mallory, uno de los primeros hombres que intentaron llegar a la cima de la montaña más alta en la superficie de la Tierra y fue encontrado tiempo después, 75 años más tarde, entre la nieve reposada que había caído durante casi ocho décadas.
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A Juan Camilo Sierra le gustó el reto. Y en Antioquia empezó a practicar el Everesting, en ascensos como el Alto de Palmas, que le valieron el apodo del Sherpa, nombre con el que se conoce a los nepalíes que habitan en las laderas y los valles del Himalaya Oriental.
Sin embargo, esa madrugada del sábado en Mariquita, después de haber establecido el récord mundial, con la bicicleta en alto mientras recordaba lo lindo que se veía el Nevado del Ruiz desde la cima del páramo, el Sherpa Sierra entendió que el Alto de Palmas había sido un paseo si lo comparaba con lo que había logrado en Letras.
El reto empezó un día antes, a las 12:00 de la madrugada del viernes 2 de junio. Nunca nadie había subido el Alto de Letras tres veces seguidas de forma ininterrumpida. Esa era la marca por establecer, sin bajarse de la bicicleta y a un ritmo continuo que permitiera hacer la gesta en menos de 24 horas.
El peor momento llegó en la segunda subida. De Mariquita, un error que ya había cometido en el pasado, Sierra salió desfondado. Muy rápido gastó fuerzas en la primera subida, que después necesitó en el segundo ascenso. Con las piernas entumecidas, los latigazos que le subían por la espalda, los brazos rígidos sobre el manubrio y el sillín clavado entre los glúteos, al gregario del Alto de Letras le dolían hasta las uñas de los pies.
En momentos como esos solo queda un arma: la cabeza. Se decía a sí mismo que tenía que terminar la escalada y que solo le quedaba una más. Después vendría la ovación de su gente, el amor de su familia y el clamor de sus vecinos. Pensaba en el final para aguantar el presente, porque, coronada la gesta, su nombre nunca sería olvidado. Había que dominar la mente para que el cuerpo aguantara lo insoportable.
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Y 23 horas y 43 minutos después de haber salido, el sábado, cuando el reloj apuraba las 12 de la mañana, el Sherpa entró a Mariquita arropado de la bandera de su pueblo, que salió a las calles a festejar a su hijo. Un día después, a una velocidad promedio de 20 km por hora, con un pico máximo de 70 km por hora, Juan Camilo Sierra había domado la montaña tres veces en una sola rodada.
Su hazaña le dio la vuelta al mundo. Sepp Kuss, el estadounidense del Jumbo-Visma, a quien el Gregario de Letras conoció en una subida en Medellín para después ser su asistente en ruta durante su preparación para el reciente Giro de Italia, festejó la gesta del tolimense. “¡Qué grande eres!”, le dijo el pedalista con quien Sierra confiesa tienen el sueño de traer a Primoz Roglic en los próximos meses para subir al páramo en el que el colombiano consagró su leyenda. Quieren llevar al esloveno a ver, en la cima del páramo y entre las montañas, la majestuosidad del Nevado del Ruiz.
El mismo que él vio esa noche del récord. Después de la marejada, de escuchar su nombre en todos los rincones del pueblo donde empezó corriendo en circuitos callejeros con sus amigos en la pequeña bicicleta de ciclocrós, Juan Camilo Sierra respiró con aire exhausto. Y pensó en la razón de su hazaña, mientras una sonrisa le dibujaba el rostro: “Ahora todos los que sueñen con subir el Alto de Letras sabrán que yo lo hice tres veces en un solo día y dirán: ‘Si ese chino berriondo pudo hacerlo, por qué yo no lo voy a lograr’”.
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