Fernando Gaviria y los desiertos de las expectativas
Descolló en 2017, cuando ganó cuatro etapas en la corsa rosa, pero, tras su gran ascenso, nunca volvió a brillar como en ese año. Las lesiones, la falta de continuidad y un rendimiento por debajo de lo esperado no le permitieron llegar tan lejos como aspiraba. El antioqueño quiere recuperar su camino y el Giro, su carrera favorita, parece ser el escenario.
Fernando Camilo Garzón
Dicen que en Italia mayo es el mes de las rosas. Como presagio del verano, el calor empieza a pegar con más fuerza y sobre el tapete verde de las montañas las flores empiezan a verse como pequeñas pecas en medio del paisaje campestre. Todavía golpea el viento, aliviando el aumento de la temperatura, aunque como el calor entra cada vez con más fuerza, ya es normal que por estas épocas los grados a veces se acerquen a los 30° C.
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Dicen que en Italia mayo es el mes de las rosas. Como presagio del verano, el calor empieza a pegar con más fuerza y sobre el tapete verde de las montañas las flores empiezan a verse como pequeñas pecas en medio del paisaje campestre. Todavía golpea el viento, aliviando el aumento de la temperatura, aunque como el calor entra cada vez con más fuerza, ya es normal que por estas épocas los grados a veces se acerquen a los 30° C.
Era 7 de mayo de 2017. El pelotón del Giro de Italia se veía a lo lejos en la carretera irrumpiendo por las calles de Cagliari, después de haber salido de Tortoli. Adelante del grupo —cortando los espejismos de vapor que el sol levantaba en la carretera a orillas del malecón— siete corredores se habían lanzado por la victoria de etapa. El cuarto de la fila era Fernando Gaviria, que iba detrás de la rueda de Giacomo Nizzolo, convencido de que esa tarde era la suya.
Atrás la sombra de los favoritos amenazaba, pero los siete escapados cortaban veloces la brisa que la marea arrastraba desde la costa de Cerdeña. Nathan Haas fue el primero que lanzó el zarpazo, a 300 metros de la meta, pero, atento, Maximiliano Richeze —primero de filas en la tropa del capo Gaviria— se le pegó a la rueda al corredor del Dimension Data, quien fundido ante el esfuerzo no atendió al colombiano que le pasó a la izquierda con la cabeza agachada, como escondida en el pecho, balanceando su bicicleta de un lado al otro, imponiéndose en un esprint de primera categoría.
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Era 2017, su año. La consagración de Fernando Gaviria, desde entonces llamado a ser el mejor velocista del mundo. Un antioqueño traído de una tierra de ciclistas que hasta entonces habían inclinado a su favor las montañas, pero nunca habían logrado sentenciar los terrenos llanos. En 2018, un año después, el colombiano también conquistó triunfos en el Tour de Francia. Y tras las cuatro victorias del Giro y las dos de la ronda gala, en poco más de 12 meses ya había ganado seis etapas de grandes vueltas. Semejantes números llamaron la atención en Emiratos Árabes y el UAE lo fichó en 2019, el mismo año que trajeron a Tadej Pogacar, otro gran prospecto, la gran estrategia para, a punta de talonario, dominar el ciclismo del mundo.
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Pero para entonces se había acabado la chispa. En 2019 Fernando Gaviria ganó, hasta ahora, su última etapa en una gran vuelta. Y fue sin tanta pompa como las del Giro en 2017, pues llegó tras la descalificación de Elia Viviani. Cuatro etapas después el corredor de La Ceja se retiró de la carrera por un dolor en la rodilla izquierda.
Un abandono que empezaría un largo trasegar de infortunios, señalamientos y derrotas. El desierto de las expectativas que brotaron en aquel mes de las rosas, los días que volvieron a Gaviria una leyenda del ciclismo colombiano.
Estar a la altura
Empecemos por la despedida. Octubre de 2022, se confirma el rumor: Fernando Gaviria correrá con Movistar en 2023. Cuatro temporadas en el UAE llevaron al desespero de los mandamases de la escuadra emiratí, que despidieron al colombiano entre pullas y comentarios a la “yugular”.
Se le escuchó más de una vez a la cabeza técnica del equipo, Joxean Fernández Matxín, cansado del poco compromiso de Gaviria, recriminar el rendimiento del colombiano en entrevistas con respuestas que adornaba, en principio, con frases incluso cariñosas —“Fernando es realmente un supertalento, a mis ojos es uno de los mejores velocistas del mundo”—, pero que remataba con una verdad tan cruda como reveladora: “El problema es que su ética de trabajo es un cinco o un seis. Empieza las competiciones cuando su nivel está en un ocho, mientras que para otros —a través de un entrenamiento verdaderamente profesional— es de nueve, diez, once o doce”.
Realmente asaltaban las dudas: ¿por qué Fernando Gaviria nunca explotó como se prometía? ¿Por qué si Tadej Pogacar se convirtió en el mejor corredor del mundo, Gaviria, en el mismo equipo, no estaba también a la altura de su promesa?
“Él realmente necesita cambiar algo mentalmente. Tiene que hacer algo con su motivación para volver a elevar su nivel. Ya lo conozco bien por nuestra colaboración en Quick-Step y también lo ayudé con su cambio al UAE, pero necesita cambiar su enfoque”, fue la sentencia de Matxín en un adiós que ya se sentía urgente.
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La abundancia, surgir cuando brotan las flores, cuando el verano espera porque todavía el viento lo ahuyenta mientras los colores nacen en el campo, puede ser una expectativa demasiado grande. Sobre todo porque al no cumplirla el desierto puede ser inmenso. Una aridez que llega tras fallar el destino que otros nos impusieron.
Era otro Fernando Gaviria el de esos días de mayo en 2017. Tras la victoria en Cagliari llegó la de Messina, en una llegada masiva en la que el colombiano ganó de piernas en medio de trenes vertiginosos; la de Reggio Emilia, cuatro días después de que Nairo Quintana coronara el Blockhaus, y la de Tortona, cuando el antioqueño, casi arrinconado contra la valla, salió de atrás para culminar una gesta inolvidable que le dio, además, la camiseta de los puntos.
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Y nada volvió a ser como esas cuatro etapas, ni siquiera el Tour del año siguiente, porque entonces estaba en su cima. En esa temporada de 2017 tuvo 14 victorias, un número irrepetible de un superdotado. Un veloz que sobre la bicicleta derrumbó las barreras que el ciclismo colombiano jamás creyó que iba a superar.
La victoria llegará
Estos primeros días de mayo no son como los de otros años. Un día, incluso, cayó un aguacero. Ni verano, ni brisa, ni flores, el pelotón, bañado por agua, pasó por el sur de Italia. Celeste y repleta de banderas que agradecían a D10s, Nápoles, una ciudad rebosante de alegría por el título en la Serie A hace menos de una semana, despidió al pelotón que partió hacia la montaña, las etapas que decantarán el Giro.
Es raro el clima empantanado y el cielo gris en los arreboles de la carrera, aunque no es inédito, como tampoco la sorpresiva victoria napolitana en el fútbol. Las nubes no esperaron a que el terreno se inclinara en la cordillera de los Apeninos, donde la lluvia muchas veces se mezcla con la nieve. Como también pasó en los Alpes Dolomitas hace un par de años, en la Cortina d'Ampezzo, cuando los dos últimos puertos, el Paso Pordoi y el Paso Giau, no pudieron recibir al ganador de la decimosexta etapa, el campeón de ese año, Egan Bernal, que apareció ante las cámaras después de haberse perdido entre la niebla de la montaña. La televisión, que quedó sin posibilidad de transmitir el ataque del colombiano, vio cómo en una curva apareció el de Zipaquirá arropado de una chaqueta negra que se quitó en los metros finales para lucir su maglia rosa.
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Misma camiseta que Fernando Gaviria ha portado, siendo uno de los cinco colombianos que lo han hecho junto con Bernal, Esteban Chaves, Rigoberto Urán y Nairo Quintana. De hecho, el Giro de Italia es una de las carreras favoritas de Gaviria, la ha corrido seis veces y ha ganado cinco etapas, algo que ningún otro colombiano ha conseguido, superando las tres de Quintana, Chaves y Luis Herrera.
De ahí, la rabia del antioqueño. La de la etapa de Nápoles, cuando, por un par de centímetros, Mads Pedersen le sacó el triunfo de la quinta fracción. “Me voy, por un lado, contento. La etapa fue linda y dimos todo lo que teníamos, no dejamos nada. A la vez, pienso que actuamos mal. Tenía que haber arrancado más rápido, con más fuerza y más velocidad. Habría podido ganar”, dijo una vez logró el quinto puesto.
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Una luz asoma tras la montaña. Fernando Gaviria tiene que ser paciente, no como en las dos etapas en las que rozó la victoria en este Giro, atacando temprano, a mucha distancia de la meta. Las piernas no respondieron frente a otros más pacientes. Aunque Gaviria esté ansioso por demostrar que todavía tiene con qué, que el pozo de los últimos años, en especial los tres anteriores, fue solo un tropiezo en su camino a la gloria, tiene que entender que cada día trae su afán y que tarde o temprano la victoria llegará.
Serviría, tal vez, escuchar a Giannis Antetokounmpo, quien hace unas semanas, molesto porque un periodista le preguntó si había vuelto a fracasar tras la eliminación de los Bucks en los playoffs de la NBA, dijo: “En el deporte como en la vida no existe el fracaso. Cuando no recibes un premio por una investigación o no te dan un ascenso cada año, no fracasas. Nosotros tampoco, seguimos intentando. Solo eso nos queda. Cada año seguimos caminando, subiendo escalones, para llegar hasta nuestra cima”.
Ese debe ser el camino de Fernando Gaviria, que encontró en Movistar un nuevo lugar para volver a intentarlo. Allá fue bien recibido, lo han arropado y tiene un lugar para reencontrarse. Hoy es otro, se le ve en las piernas. “Ahora me considero un corredor un poco más maduro. He vuelto a entrenar en pista este año y creo que lo puedo hacer mejor que otras temporadas pasadas, en las que hubo dificultades. Espero hacerlo bien”, dijo antes cuando apenas empezaba el año.
Ya llegarán las rosas, porque el verano, la lluvia y la nieve todavía temen que el corredor de La Ceja, un día de estos, corte el viento en un ataque y, balanceándose sobre el cuadro de su cicla, alce de nuevo los brazos para darse cuenta de que mayo todavía no termina y las rosas están germinando en la pradera.
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