John Jaime González: el maestro de las estrellas del ciclismo colombiano de pista
Según sus dirigidos, campeones mundiales y panamericanos, este entrenador antioqueño es la razón detrás de las victorias del ciclismo nacional en los velódromos del mundo. En entrevista con El Espectador, González dijo cómo entiende las razones de su éxito.
Fernando Camilo Garzón
Ninguno de sus pupilos pasó de largo: desde Kevin Quintero, campeón del mundo, hasta Juliana Londoño, futura gran estrella, todos frenaron para despedirse. Apenas, de pasada, le tocaron el brazo para decirle: “¡Ya nos vemos!”. Bajito, para no interrumpir la entrevista. John Jaime González, entrenador de la selección colombiana de ciclismo de pista que se ha vuelto referencia mundial, respondía las preguntas en el Velódromo de Peñalolén, en plena montaña al oriente de Santiago de Chile.
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Ninguno de sus pupilos pasó de largo: desde Kevin Quintero, campeón del mundo, hasta Juliana Londoño, futura gran estrella, todos frenaron para despedirse. Apenas, de pasada, le tocaron el brazo para decirle: “¡Ya nos vemos!”. Bajito, para no interrumpir la entrevista. John Jaime González, entrenador de la selección colombiana de ciclismo de pista que se ha vuelto referencia mundial, respondía las preguntas en el Velódromo de Peñalolén, en plena montaña al oriente de Santiago de Chile.
Más que seleccionador, muchos de los pedalistas que González tiene bajo su manto lo consideran un padre. Lo dice la subcampeona mundial y bicampeona panamericana Martha Bayona, quien, siempre que encuentra una oportunidad, lo reconoce y le agradece. Sin que le pregunten, le atribuye su éxito. Como lo hizo después de ganar el oro en los Juegos Panamericanos esta semana, revalidando su título de Lima 2019: “Solo tenía que confiar en mi entrenador. Estuvimos muy conectados. Lo que se vio es que escuché todo lo que me dijo y las cosas salieron como las planeamos. Para mí, él es el gran maestro del ciclismo colombiano”.
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No lo dice solo ella. Para Kevin Quintero, campeón mundial de keirin, el entrenador es el “maestro de maestros”. Y lo señala como “el gran responsable de los éxitos que el ciclismo de pista le ha entregado al deporte colombiano en los últimos años”.
John Jaime González, en cambio, huye de esos calificativos. Es consciente de su trabajo, de las casi treinta medallas mundiales que sus dirigidos le han dado al país en las últimas décadas. También, de los diamantes que pulió en el óvalo de la pista y hoy son grandes estrellas; de las generaciones que se han sucedido, entre los títulos que no paran y los que se proyectan para seguir llegando en los próximos años. Sin embargo, aunque lo sabe, no le gustan los focos. Pide que los escaparates sean de los deportistas. “Lo he dicho varias veces. Ya fui ciclista, tuve mi momento. Ahora es el de ellos”: rezongó el entrenador antioqueño.
—No me considero un papá —dijo con la mirada seria y franca. Ojos contra ojos, directo. Pero, al instante soltó un suspiro y miró a otro lado. Y manoteando en el aire, aceptó el halago—. Bueno, tal vez sí como un papá. Pero más bien porque cuando me toca ponerme bravo, me pongo bravo.
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Según explica González, la clave del éxito de Colombia en el ciclismo de pista durante los últimos años es que se conformó una unidad. Una fortaleza resistente y fraterna. Y la esencia de eso, dice, es la felicidad del grupo. Es lo que busca y lo que trabaja: que cada parte sea feliz. Que el equipo sienta que hace parte de una familia: “Estamos todo el año juntos; dormimos juntos, comemos juntos, entrenamos juntos y si una sola de esas partes está mal, eso va a acabar con mi equipo”.
El antioqueño entiende el éxito deportivo desde la armonía. “Mi trabajo consiste en sacar lo mejor de cada persona. Está en hacer brillar el talento de cada uno. Y la gente solo saca lo mejor que tiene cuando está feliz. Ese es el trabajo de un líder. Habrá colegas que lo entienden de otra manera, pero yo no. Yo quiero que mi grupo, principalmente, sea feliz”.
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El camino de John Jaime González como entrenador llegó después de que dejó el ciclismo. “Esa etapa ya la quemé”, recuerda el estratega al hablar de esos años en los que juró, todavía montado en la bicicleta, que nunca sería entrenador. “Con todas las mentiras que le decía a mi entrenador, con todo lo mal que me porté, yo juraba que una vez me retirara hasta ahí iba a llegar mi camino”.
Fue Diego Palacio, un amigo, quien era director de Coldeportes, el que le cambió el rumbo a la historia. Le dijo que se fuera a estudiar a Europa. Y a John Jaime González, que lo único que tenía claro era su retiro de la pista, le sonó la propuesta. Empacó maletas y se fue a formarse. “Me fui metiendo en ese mundo hasta que me obsesioné. Me encanta ser entrenador. Me sudan las manos, me pongo nervioso con las carreras. Acá soy feliz, a pesar de que pienso que es un trabajo muy difícil. Pero me apasiona y eso me hace seguir”.
Esa pasión viene de la infancia: “Mi papá era un gomoso de la bicicleta”. De hecho, se aficionó al deporte en el taller de su padre, mientras lo ayudaba con tareas mecánicas que, poco a poco, entre bielas y aceites, le marcaron el destino. Su papá quiso ser ciclista, pero no lo logró. “Mijo, hágale”, le insistía a John Jaime, quien terminó cumpliendo el sueño paterno y nunca pudo despegarse de ese mundo.
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Si alguna obsesión tiene como entrenador es compenetrarse con sus ciclistas. Se ve al borde de la pista, pues antes de que el pistoletazo dé la salida, González se acerca a cada uno de los suyos, les aprieta los brazos que se sujetan al manillar de la cicla, les habla, los aconseja y los alienta. Salen los corredores y en medio de la algarabía del velódromo se escuchan los gritos de John Jaime González: “¡Ho, ho, ho!”.
La voz de aliento se pierde entre las vueltas y el eco del recinto. Pero retumba en las cabezas de los ciclistas, que escuchan a su entrenador incluso hasta cuando ya dejó de hablarles. “Lo he dicho un par de veces: somos la voz de la conciencia de los corredores. Les hablamos para que ellos interpreten las situaciones en la pista. Cuando hay complicidad, las cosas salen bien. Pero cuando falta, cuando no hay feeling, las cosas se van al suelo. Es eso, ni más ni menos, porque desde que haya confianza, más de la mitad del trabajo está hecho”.
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