El sueño amarillo de la familia Van der Poelidor
Mathieu Van der Poel cumplió el objetivo de vida de su abuelo, Raymond Poulidor, quien se subió ocho veces al podio del Tour y nunca pudo ser amarillo.
Thomas Blanco
Las imágenes se remontan al Village Départ del Tour de Francia 2014, siete años atrás. A su abuelo Raymond Poulidor, sonriente, presumiéndole al mundo a su nieto, que ya había sido dos veces campeón mundial juvenil de ciclocrós. “Aquí tienen a mi pequeño fenómeno”, dijo con ojos iluminados de abuelo abrazando a Mathieu Van der Poel, el hombre que este lunes salió con la camiseta amarilla de líder de la carrera por etapas más importante del mundo, prenda que Poulidor, una de las máximas leyendas del ciclismo, nunca pudo lucir.
Se subió ocho veces al podio del Tour: tres veces segundo y cinco veces tercero. Se estrelló con la misma generación de Eddy Merckx y Jacques Anquetil, los dos primeros ciclistas en ganar cinco veces el Tour.
Raymond hasta ganó siete etapas, pero igual, nunca pudo fundirse de amarillo. Eterno segundón, el apodo mala leche con el que lo etiquetaron: no importaron la Milán San Remo, la Flecha Valona, la Vuelta a España, las dos París Niza, la Dauphiné o el campeonato nacional francés, todo se resumía a la mirada selectiva del Tour.
Así, hay algo en lo que ni Merckx ni Anquetil lograron superarlo: el amor de la gente. Poulidor encarnó el espíritu campesino de una Francia que paulatinamente dejaba los paisajes verdes por los humos y panoramas metálicos industriales de las fábricas. Nunca dejaron de quererlo y él nunca dejó de hacerse querer.
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Como cuando en el Tour de 1964, el que más cerca estuvo de ganar, tuvo contra las cuerdas a Anquetil, la etapa del Puy de Dôme. Pero al final no le alcanzó: tras la contrarreloj del último día quedó a 55 segundos en la que fue la definición más estrecha en ese entonces de la carrera. Y el malestar del medió millón de personas presente, que no aplaudió a Anquetil en su quinto Tour, que le hacía fuerza al granjero más popular de Francia, al que se le había escapado su bala más clara de volverse amarillo.
Y Giséle Bardet, esposa de Raymond, en primera fila de esa turbulencia, de ese ritmo de vida, de las caídas, les hizo prometer a sus dos hijas, Isabelle y Corinne, que nunca se meterían con un ciclista, que nunca estarían en la piel de ella. En unas vacaciones de otoño en Martinica, Corinne se fue a una discoteca a bailar. Sintió electricidad por un rubio estirado neerlandés, no tenía idea quién era, no tenía presente su nombre.
Adrie van der Poel, un clasicómano de los años 80, con un historial de más de 100 victorias con triunfos en Flandes, Lieja, Zúrich, San Sebastián, Amstel, campeón mundial de ciclocrós. Corinne incumplió su promesa, pero Adrie cumplió la de su suegro: vestirse de amarillo en el Tour. Pero el sabor era el mismo, todos lo sabían: no era la misma sangre de Poulidor.
Un anhelo con el que creció Mathieu van der Poel. Sabía que la primera etapa del Tour parecía hecha para él, hecha para cumplirle el sueño a su abuelo. Vestido para la ocasión, con una edición especial del Alpecin Fenix para rememorar los tiempos de Poulidor y que la organización de la carrera, ilusionados, había decidido hacer una excepción para dejársela usar.
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Julian Alaphilippe se le adelantó y ganó la etapa. El neerlandés, llorando, sin las fuerzas para al menos levantar la cabeza del manillar de su bicicleta se minimizó, invisible, ante la espalda de todos los periodistas, hipnotizados, como en los tiempos de su abuelo, por el ganador.
Al segundo día lo iba a volver a intentar, era casi imposible, pero era su última chance de cumplirle a su abuelo. Por eso se adelantó en la primera de las dos subidas al legendario Mûr de Bretagne para bonificar ocho segundos. Por eso en la segunda marcó a Nairo, que quería dar la sorpresa, atacó lejos, a 700 metros de la llegada y con más corazón Poulidor que piernas, se quedó con la victoria y la camiseta amarilla. La primera vez en 118 años de historia del Tour que un padre y un hijo figuraban en el listado de líderes.
En la zona de prensa Van der Poel no encontró las palabras. Las lágrimas hablaron por él y todos lloramos con él. “Qué foto más bonita nos habríamos hecho juntos”, dijo el reciente ganador de la Strade Bianche sobre su abuelo, que falleció hace año y medio. Y que, por fin, pudo vestirse de amarillo en el cuerpo de su nieto, todo un Van der Poelidor.
Por: Thomas Blanco- @thomblalin
Las imágenes se remontan al Village Départ del Tour de Francia 2014, siete años atrás. A su abuelo Raymond Poulidor, sonriente, presumiéndole al mundo a su nieto, que ya había sido dos veces campeón mundial juvenil de ciclocrós. “Aquí tienen a mi pequeño fenómeno”, dijo con ojos iluminados de abuelo abrazando a Mathieu Van der Poel, el hombre que este lunes salió con la camiseta amarilla de líder de la carrera por etapas más importante del mundo, prenda que Poulidor, una de las máximas leyendas del ciclismo, nunca pudo lucir.
Se subió ocho veces al podio del Tour: tres veces segundo y cinco veces tercero. Se estrelló con la misma generación de Eddy Merckx y Jacques Anquetil, los dos primeros ciclistas en ganar cinco veces el Tour.
Raymond hasta ganó siete etapas, pero igual, nunca pudo fundirse de amarillo. Eterno segundón, el apodo mala leche con el que lo etiquetaron: no importaron la Milán San Remo, la Flecha Valona, la Vuelta a España, las dos París Niza, la Dauphiné o el campeonato nacional francés, todo se resumía a la mirada selectiva del Tour.
Así, hay algo en lo que ni Merckx ni Anquetil lograron superarlo: el amor de la gente. Poulidor encarnó el espíritu campesino de una Francia que paulatinamente dejaba los paisajes verdes por los humos y panoramas metálicos industriales de las fábricas. Nunca dejaron de quererlo y él nunca dejó de hacerse querer.
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Como cuando en el Tour de 1964, el que más cerca estuvo de ganar, tuvo contra las cuerdas a Anquetil, la etapa del Puy de Dôme. Pero al final no le alcanzó: tras la contrarreloj del último día quedó a 55 segundos en la que fue la definición más estrecha en ese entonces de la carrera. Y el malestar del medió millón de personas presente, que no aplaudió a Anquetil en su quinto Tour, que le hacía fuerza al granjero más popular de Francia, al que se le había escapado su bala más clara de volverse amarillo.
Y Giséle Bardet, esposa de Raymond, en primera fila de esa turbulencia, de ese ritmo de vida, de las caídas, les hizo prometer a sus dos hijas, Isabelle y Corinne, que nunca se meterían con un ciclista, que nunca estarían en la piel de ella. En unas vacaciones de otoño en Martinica, Corinne se fue a una discoteca a bailar. Sintió electricidad por un rubio estirado neerlandés, no tenía idea quién era, no tenía presente su nombre.
Adrie van der Poel, un clasicómano de los años 80, con un historial de más de 100 victorias con triunfos en Flandes, Lieja, Zúrich, San Sebastián, Amstel, campeón mundial de ciclocrós. Corinne incumplió su promesa, pero Adrie cumplió la de su suegro: vestirse de amarillo en el Tour. Pero el sabor era el mismo, todos lo sabían: no era la misma sangre de Poulidor.
Un anhelo con el que creció Mathieu van der Poel. Sabía que la primera etapa del Tour parecía hecha para él, hecha para cumplirle el sueño a su abuelo. Vestido para la ocasión, con una edición especial del Alpecin Fenix para rememorar los tiempos de Poulidor y que la organización de la carrera, ilusionados, había decidido hacer una excepción para dejársela usar.
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Al segundo día lo iba a volver a intentar, era casi imposible, pero era su última chance de cumplirle a su abuelo. Por eso se adelantó en la primera de las dos subidas al legendario Mûr de Bretagne para bonificar ocho segundos. Por eso en la segunda marcó a Nairo, que quería dar la sorpresa, atacó lejos, a 700 metros de la llegada y con más corazón Poulidor que piernas, se quedó con la victoria y la camiseta amarilla. La primera vez en 118 años de historia del Tour que un padre y un hijo figuraban en el listado de líderes.
En la zona de prensa Van der Poel no encontró las palabras. Las lágrimas hablaron por él y todos lloramos con él. “Qué foto más bonita nos habríamos hecho juntos”, dijo el reciente ganador de la Strade Bianche sobre su abuelo, que falleció hace año y medio. Y que, por fin, pudo vestirse de amarillo en el cuerpo de su nieto, todo un Van der Poelidor.
Por: Thomas Blanco- @thomblalin