“El Zipa” Forero, el ingeniero de la primera Vuelta a Colombia
Esta es la heroica historia de cómo se tejió la carrera de ciclismo más importante de nuestro país, que se corrió por primera vez un día como hoy hace 70 años. Derechos de autor para “El Zipa”.
Thomas Blanco- @thomblalin
Eran los días de sangre entre liberales y conservadores. Meses atrás, la retórica de Jorge Eliécer Gaitán, su don para convocar gentes y evocar sus causas populares habían hecho que Colombia llorara su certificado de defunción. Que entre tantas teorías, como diría Borges, solo podrían ser falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios. El 9 de abril de 1948, a la 1:05 de la tarde, el albañil Juan Roa Sierra le disparó tres veces en la cara al candidato presidencial liberal. El asesino murió minutos después, linchado en una farmacia, miembro a miembro, entre la ira de la muchedumbre.
Eran los días en los que el caudillo conservador Laureano Gómez, atrincherado en la España de Francisco Franco tras la muerte de su rival en las elecciones, con un Congreso que permanecería cerrado por ocho años, con su discurso anticomunista, asumía la presidencia del país y luego enviaría a cinco mil hombres a Corea a una guerra de otros en el primer conflicto bélico de la Guerra Fría.
Eran los días en los que Ghiggia encabezó la remontada de Uruguay y le arrebató a Brasil el título mundial en el Maracaná en una herida que hasta hoy no ha cicatrizado. Los días del Millonarios de la época de El Dorado, con hombres como Alfredo Di Stefano, Néstor Raúl Rossi, Adolfo Pedernera y Julio Cozzi. Pero eran también los días en los que el pedalista Efraín el Zipa Forero, hipnotizado por las noticias que llegaban del Tour de Francia, tuvo la idea de hacer una Vuelta a Colombia.
A Pablo Camacho Montoya, un reportero del periódico El Tiempo, le cautivó aquella propuesta que parecía irrealizable. Solo le puso una condición: que él mismo le demostrara que la prueba era humanamente posible de hacerse. Pablo le hablaba al oído a su editor general, Enrique Santos Castillo, que además era el presidente de la Asociación Nacional de Ciclismo.
Y así, El Zipa se encontró en Honda con el inglés Donald Raskin, secretario de la Asociación de Ciclismo, y su tesorero Mario Martínez. Ellos irían detrás suyo en un camión del Ministerio de Obras Públicas, vigilantes, que subiera uno de los puertos más tenebrosos del planeta, el páramo de Letras, a 3.444 metros de altura. La excursión iba en su mitad cuando en una llovizna, revueltos por el barro, a las alturas de Padua, el chofer dijo que no podía seguir. El Zipa siguió en la que sería la primera fuga de la Vuelta a Colombia.
Llegó a Manizales y con una ducha providencial se quitó todo el barro que tenía encima y casi tres horas después llegó el camión. No le creyeron que había subido en bicicleta; el chofer, nativo, le preguntó a los testigos si la hazaña era real. Minutos después, alzado por todos, el Zipa fue ovacionado y le dio luz verde a la primera Vuelta a Colombia. “Entonces supimos que sí era posible”, dijo en el libro Reyes de las montañas, de Matt Rendell.
El 5 de enero de 1951, el mismo Pablo Camacho dio la salida desde la avenida Jiménez en Bogotá para correr los 1.233 kilómetros repartidos en 10 etapas por las carreteras de un país fragmentado por los horrores de la guerra.
Una carrera sangrienta que se inmortalizó con los relatos de Carlos Arturo Rueda de los que ya no quedan más vestigios que los de la memoria, en los que los ciclistas, plagados de accidentes, tenían que llevar sus bicicletas en los hombros tras avalanchas de barro y pendientes imposibles para el ser humano. La carrera se definiría en la octava jornada con la subida en la Línea . El Zipa, en un duelo mano a mano con Roberto Cano, iba ganando hasta que se pinchó. No tenía más reservas de tubulares, solo en la primera etapa se había pinchado en seis oportunidades. Tuvo que seguir pedaleando y ya con el marco de la llanta sacando chispas, se quedó con la etapa y le sacó tres minutos a Cano.
El zipaquireño ganó siete de las 10 etapas de la carrera que él mismo soñó y le abrió las carreteras del país a estrellas del ciclismo mundial como Fausto Coppi, Felice Gimondi, Bernard Hinault, Greg LeMond y Laurent Fignon. Una competencia que se convirtió en identidad nacional y que paralizó el país como nuestro principal evento deportivo. Miles de personas, desde tipos con corbata hasta campesinos con sus ruanas, bordearon las vías con sus sombreros y radios transistores.
Y hoy, tanto tiempo después, con sus altas y bajas desde el declive por la falta de interés por el ciclismo desde los años 90, con falta de patrocinios, a veces reflectores, la carrera sigue en pie luego de 70 ediciones. Setenta veces por El Zipa, setenta gracias para El Zipa.
Por: Thomas Blanco- @thomblalin
Eran los días de sangre entre liberales y conservadores. Meses atrás, la retórica de Jorge Eliécer Gaitán, su don para convocar gentes y evocar sus causas populares habían hecho que Colombia llorara su certificado de defunción. Que entre tantas teorías, como diría Borges, solo podrían ser falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios. El 9 de abril de 1948, a la 1:05 de la tarde, el albañil Juan Roa Sierra le disparó tres veces en la cara al candidato presidencial liberal. El asesino murió minutos después, linchado en una farmacia, miembro a miembro, entre la ira de la muchedumbre.
Eran los días en los que el caudillo conservador Laureano Gómez, atrincherado en la España de Francisco Franco tras la muerte de su rival en las elecciones, con un Congreso que permanecería cerrado por ocho años, con su discurso anticomunista, asumía la presidencia del país y luego enviaría a cinco mil hombres a Corea a una guerra de otros en el primer conflicto bélico de la Guerra Fría.
Eran los días en los que Ghiggia encabezó la remontada de Uruguay y le arrebató a Brasil el título mundial en el Maracaná en una herida que hasta hoy no ha cicatrizado. Los días del Millonarios de la época de El Dorado, con hombres como Alfredo Di Stefano, Néstor Raúl Rossi, Adolfo Pedernera y Julio Cozzi. Pero eran también los días en los que el pedalista Efraín el Zipa Forero, hipnotizado por las noticias que llegaban del Tour de Francia, tuvo la idea de hacer una Vuelta a Colombia.
A Pablo Camacho Montoya, un reportero del periódico El Tiempo, le cautivó aquella propuesta que parecía irrealizable. Solo le puso una condición: que él mismo le demostrara que la prueba era humanamente posible de hacerse. Pablo le hablaba al oído a su editor general, Enrique Santos Castillo, que además era el presidente de la Asociación Nacional de Ciclismo.
Y así, El Zipa se encontró en Honda con el inglés Donald Raskin, secretario de la Asociación de Ciclismo, y su tesorero Mario Martínez. Ellos irían detrás suyo en un camión del Ministerio de Obras Públicas, vigilantes, que subiera uno de los puertos más tenebrosos del planeta, el páramo de Letras, a 3.444 metros de altura. La excursión iba en su mitad cuando en una llovizna, revueltos por el barro, a las alturas de Padua, el chofer dijo que no podía seguir. El Zipa siguió en la que sería la primera fuga de la Vuelta a Colombia.
Llegó a Manizales y con una ducha providencial se quitó todo el barro que tenía encima y casi tres horas después llegó el camión. No le creyeron que había subido en bicicleta; el chofer, nativo, le preguntó a los testigos si la hazaña era real. Minutos después, alzado por todos, el Zipa fue ovacionado y le dio luz verde a la primera Vuelta a Colombia. “Entonces supimos que sí era posible”, dijo en el libro Reyes de las montañas, de Matt Rendell.
El 5 de enero de 1951, el mismo Pablo Camacho dio la salida desde la avenida Jiménez en Bogotá para correr los 1.233 kilómetros repartidos en 10 etapas por las carreteras de un país fragmentado por los horrores de la guerra.
Una carrera sangrienta que se inmortalizó con los relatos de Carlos Arturo Rueda de los que ya no quedan más vestigios que los de la memoria, en los que los ciclistas, plagados de accidentes, tenían que llevar sus bicicletas en los hombros tras avalanchas de barro y pendientes imposibles para el ser humano. La carrera se definiría en la octava jornada con la subida en la Línea . El Zipa, en un duelo mano a mano con Roberto Cano, iba ganando hasta que se pinchó. No tenía más reservas de tubulares, solo en la primera etapa se había pinchado en seis oportunidades. Tuvo que seguir pedaleando y ya con el marco de la llanta sacando chispas, se quedó con la etapa y le sacó tres minutos a Cano.
El zipaquireño ganó siete de las 10 etapas de la carrera que él mismo soñó y le abrió las carreteras del país a estrellas del ciclismo mundial como Fausto Coppi, Felice Gimondi, Bernard Hinault, Greg LeMond y Laurent Fignon. Una competencia que se convirtió en identidad nacional y que paralizó el país como nuestro principal evento deportivo. Miles de personas, desde tipos con corbata hasta campesinos con sus ruanas, bordearon las vías con sus sombreros y radios transistores.
Y hoy, tanto tiempo después, con sus altas y bajas desde el declive por la falta de interés por el ciclismo desde los años 90, con falta de patrocinios, a veces reflectores, la carrera sigue en pie luego de 70 ediciones. Setenta veces por El Zipa, setenta gracias para El Zipa.
Por: Thomas Blanco- @thomblalin