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Todo parece una carrera más hasta que empiezan a aparecer en la línea de salida uno por uno los ciclistas World Tour. Primero lo hicieron Sergio Higuita, Daniel Martínez, Brandon Rivera y Harold Tejada.
Después, cuando aparecen Rigoberto Uran, Esteban Chaves, Nairo Quintana y Egan Bernal, la gente se enloquece y se estremece.
Lo que yo no sabía es que esto no iba a ser sino el preámbulo de lo que sería la segunda mitad de la carrera en el circuito de Tunja. Y que para mí, no iba a ser una carrera más, iba a ser una carrera durísima y mi primera carrera con ciclistas World Tour.
Antes de arrancar, decido quitarme las mangas y el chaleco que tenía puesto para el frío. Los nervios me hacían sudar muy a pesar del clima boyacense a las ocho de la mañana y a casi 2800 metros sobre el nivel del mar.
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Cuando la carrera partió, después del protocolo de la salida neutralizada por el pueblo de Corrales, y con 215 kilómetros por delante, ya me empecé a percatar que serían cinco horas de un pulso constante entre la superioridad numérica de los equipos locales contra la superioridad física de los ciclistas World Tour, que se querían quedar con la camiseta de campeón nacional.
Con la situación así, yo que hice parte de la selección Bogotá para esta carrera, decidimos jugar en la mitad. Unos buscarían entrar en la escapada y otros nos quedaríamos en el lote para estar lo más cerca posible de los primeros puestos en el final.
La primera hora fue de ataques por los lados. El pelotón rodó muy rápido atravesando los pueblos y la fuga se vendió cara.
En ese momento y dentro del lote todos somos iguales. Esa equidad que da el ciclismo, puso un escenario en el que el equipo local GW-Erco supo jugar sus fichas. Enviaron cinco en la fuga de más de 25 y atrás los ciclistas World Tour confiaron en su fortaleza física, la fuga se fue.
En el pelotón, cuando la escapada empieza a coger minutos, se siente una tensa calma. Se rueda a un ritmo relativamente cómodo, los ciclistas aprovechan para comer, beber, recargar las reservas y sobre todo charlar un poco.
Aprovecho para cruzar palabras con Esteban Chaves, saludar a Rigoberto Uran, cruzar miradas con Egan y charlar con viejos conocidos.
La calma es tensa porque todos sabemos que es finita, y yo sospecho que se va a acabar cuando veo a Daniel Martínez y a Sergio Higuita charlando en la mitad del pelotón a un par de kilómetros antes de un sector conocido como “las gemelas”, dos repechos idénticos sobre la autopista que conduce a Tunja, menos de tres kilómetros y muy cerca de la entrada al circuito.
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La “chismosa”, como se conoce a la moto que informa los tiempos entre el pelotón y la fuga escribiéndolo en un tablero de acrílico, pasó, por un lado, del grupo: cuatro minutos y 50 segundos.
Inmediatamente, salió Higuita, por un lado, impulsado.
El lote se estiró, pasamos las gemelas. Con el pulso acelerado, vi pasar una vez más a la chismosa, informó un minuto menos sobre la escapada, ataques que están en otro nivel. Ya había pasado el primer golpe, ahora seguía la entrada a Tunja, la carretera se estrechó, se rizó el pavimento y ya costaba mucho más mantener la posición en el lote.
Con dos horas y media de carrera encima, el silencio empezó a regir. La respiración se agitó y cuando nos acercábamos al primer paso por meta, poco a poco empezó a incrementar un bullicio en el fondo con un helicóptero que se acercaba encima de nosotros.
Con cada pedalazo que daba, más y más sonido empezó a retumbar en mis oídos. Cuando giramos a la izquierda, sobre la subida que llega a la Plaza de Bolívar de Tunja, se me erizó la piel.
La gente estaba gritando al costado, golpeando las vallas y gritando nombres. Con esa sensación, viendo a mi familia al costado, y a rueda de los culpables de mi afición al ciclismo, pasé la primera vuelta, solo faltaban seis más.
Entonces, la carrera se volvió una carrera de eliminación, vuelta tras vuelta. Luchando por mantener la rueda de un grupo en el que hace unos años solo me hubiera soñado estar.
Cada vez menos y menos personas podían aguantar el ritmo. Veía gente quedarse a los lados y a mí cada repecho se me hacía más largo que el anterior. Más o menos en la cuarta vuelta, y con la fuga, aun sobre los cinco minutos, veo y siento que en la subida a la plaza empezó a subir el ritmo como en ninguna otra vuelta, durísimo.
Empecé a perder posiciones y en la parte delantera veo a Egan Bernal, a Harold Tejada y a Esteban Chaves poniendo el paso. Querían irse y buscar las medallas.
Acabó el repecho y con las fuerzas que pude encontrar coroné cerrando el grupo. Pero vi que Egan e Higuita, después Brandon Ribera, lograron separarse.
Me encontré, entonces, con la diferencia abismal de nivel. Mientras yo luchaba por mantener el ritmo y no soltar la rueda de un pelotón cruel que no se detiene, ellos buscan la manera de escabullirse entre sus rivales y escaparse ataque tras ataque.
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Esas tres vueltas que tenía por delante fueron agónicas. Me concentré en comer y beber en las bajadas y luchar con cada caloría que tenía en mi cuerpo para no quedarme.
Una hora más y ya está, era todo lo que pensaba. Una por una, y disfrutando cada paso entre la gente y el bullicio, terminé mi primer campeonato nacional élite en el pelotón, al que me agarré como si de eso dependiera mi vida, en los repechos y en los descensos.
Luego me enteré, que ese ataque que vi en primera persona y que me llevó al límite, fue el que acercó a Bernal y a Higuita a las medallas, hasta la de plata, porque por metros Alejandro Osorio, un ex-World Tour del equipo local GW-Erco ganó el pulso que la fuga y el pelotón jugó. Para mí, no fue una carrera más
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