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La plaza del Campo no parece la plaza mayor de Siena. Está vacía, sin gentes, cercada para que no haya aglomeraciones en la salida de la etapa 12 del Giro. Y hay una sensación de inmensidad por las edificaciones que la rodean, de manera simétrica, pero a la vez de abandono, pues en esta población que ha procurado mantener en el presente su pasado medieval se hace necesario el bullicio de las personas, las aglomeraciones, el alboroto italiano.
Los periodistas que esperan a los corredores hablan del Palio de Siena, una carrera de caballos que se realiza en plena plaza y en medio de un público frenético y desesperado que ondea banderas como si con este movimiento le transmitieran fuerza al equino. La competencia entre jinetes de los diferentes distritos hace parte de la tradición popular. Por eso es que ganarla es tan importante, bien sea el 2 de julio (en honor a la Virgen de Provenzano) o el 16 de agosto (en homenaje a la asunción de la Virgen).
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Por la esquina opuesta a la Torre del Mangia, tan imponente con sus 87 metros de altura y su galería de mármol, aparece un ciclista con camiseta blanca. El delgado pedalista, alto y de postura recta, sube a la tarima, saluda a la nada y cuando baja, muy pausado, va a la zona de prensa. Aleksandr Vlasov es más bien callado, difícil para entablar conversación. Se expresa con un italiano fluido y un inglés cortante. Se hace entender y ya.
“Bernal anda muy fuerte. Por eso hay que estar cerca para cuando llegue la alta montaña”, dice ante la pregunta colectiva sobre el colombiano y con respecto a sus aspiraciones, que más allá de atacar están basadas en aguantar, en resistir, porque también es una forma de correr.
Vlasov, y su cara de niño, pasa uno a uno por los micrófonos, y no se molesta por tener que parar una y otra vez. Termina sus frases en punta y uno queda con la sensación de que viene algo más, pero el instante de silencio alerta que eso es todo, que no dirá más.
El ruso confiesa que no conoce el Zoncolan, que lo ha estudiado poco, pero que confían en la experiencia de Gorka Izaguirre y Luis León Sánchez para seguir haciendo un gran trabajo y hacer de este Giro algo llevadero, excitante y, por qué no, impredecible. Alguien le dice que si se siente como Yevgueni Berzin en 1994, cuando se vistió de rosa en Milán superando a Marco Pantani y Miguel Induráin.
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Lo hacen porque él también es de Vyborg, una ciudad portuaria en el Báltico, la antigua Viipuri finlandesa. “Sé quién es, claro, pero no lo conozco”. De seguro ya le habrán contado que Berzin, tan rubio y tan resistente, ganó las dos pruebas contra el reloj de esa edición y que se defendió tan bien en la montaña que fue inquebrantable para el mismo Pantani. Paciencia y, más que todo, sufrimiento.
Por ahora, Vlasov luce sano, fuerte, incansable, muy diferente al de 2020 que abandonó el Giro en la segunda etapa. “Tuve problemas estomacales y no me quedó de otra”. El líder del equipo Astana no quiere traicionar la realidad, mucho menos ocultarla y con la respiración fuerte asegura que solo le resta esperar por la montaña, porque Bernal y su Ineos muestren un punto débil.
“No lo sé, es la esperanza que tengo. Mientras tanto hay que ir adelante y para eso cuento con el apoyo de Harold Tejada, que va muy bien para arriba”.
El ruso se da a sí mismo una dosis de serenidad, y con esos ojos pequeños que se esfuerzan por agrandarse, se despide para seguir rodando por la Toscana.
Por: Camilo Amaya