Egan Bernal ganó el día en el que el Giro de Italia le temió al frío
La etapa 16, que debía ser la reina de la carrera, se redujo a 153 kilómetros, sin dos ascensos importantes, por el clima. El colombiano atacó en la subida a Giau, hizo suyos los Dolomitas y cruzó primero en Cortina D’Ampezzo.
La lluvia, el viento y hasta la nieve suelen ser elementos que hacen volver a los orígenes del ciclismo, del Giro mismo, en este caso, y al sufrimiento en carreteras enlodadas, al sudor como fuente de calor en medio de tanto frío.
Pero este lunes, cuando la etapa reina de la edición 104 hacía prever una batalla para arriba y para abajo, la organización de la competencia canceló dos premios de montaña, el Fedaia y el Pordoi, ambos a más de dos mil metros sobre el nivel del mar, este último denominado la Cima Coppi, la más alta de la prueba, al menos hasta que todo cambió.
Entonces el mismo Mauro Vegni, director del Giro, se olvidó por completo que para que exista un relato romántico se necesita de elementos que conlleven a la épica, y que si el ciclismo se ha caracterizado es porque el sufrimiento genera admiración y respeto de todos. Lo peor de todo es que se habla de un grupo de corredores, rebeldes, que dijeron que no iban a salir si no se modificaba el recorrido. Y Vegni, tan mediador, tomó la determinación.
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Mirando las condiciones climáticas en Fedaia y Pordoi, no eran tan malas como se creía, eran tal cual se sabía. “No estoy de acuerdo”, dice un poco molesto el británico Hugh Carthy, al que le gusta subir más y más alto así sea él un gran perjudicado. La etapa reina dejó de serlo y se convirtió en una más, con un pelotón rodando tranquilo, sin problemas, salvando, con el EF pidiéndole al Ineos apretar el paso para mantener a raya a Joao Almeida (fugado), y el equipo del líder, ni tonto que fuera, diciendo que no.
Lea aquí: Entrevista con Filippo Ganna, compañero de Egan Bernal
Los ciclistas de ahora -algunos de los que están en el Giro- le temen al clima, y sería bueno recordarles que hace 33 años, en la etapa 14, el lote se enfrentó a lo extremo y fue tan duro que la Gazzeta dello Sport tituló a la mañana siguiente: “El día que los hombres lloraron”.
Y fue literal, pedalistas en la meta, congelados, sin poder soltar las manos del manillar luego del Passo di Gavia y 19 km en medio de una tempestad, a 2.618 metros, con 1.300 de desnivel positivo. El neerlandés Erik Breukink contaría mucho después que el infierno -infierno blanco- no fue yendo para arriba, sino para abajo, con el cuerpo tiritando.
Incluso, hoy, en Cortina D’Ampezzo, en todo el corazón de los Dolomitas (uno de los cinco valles), se acuerdan de las palabras de Jean Francois Bernard al cruzar al terminar : “putains, ¿ils sont fous?” (maldita sea, ¿están locos?).
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El escenario fue, literalmente hablando, un capítulo dantesco de un triunfalismo total para todos los que soportaron el dolor, incluido el español Pedro Delgado, al que le costó pedalear con la nieve hecha lodo. En esa ocasión, los que no estaban peleando la clasificación general, se montaron en los carros y así descendieron. Eso dicen de quienes no podían accionar sus frenos, mucho menos cambiar de relación (los grupos estaban congelados).
Volviendo al ahora, y a corredores con chaquetas y ropas diseñadas para contener el frío, y que hicieron caso, hay que decir que hubo una escapada con Vincenzo Nibali en ella, y que durante 120 kilómetros no pasó nada, más allá de que Remco Evenepoel, el joven maravilla de Bélgica, tan humano como cualquier otro, quedó cortado.
Y los Dolomitas, imponentes con cimas que se esconden detrás de nubes postradas, ya no fueron tan temidos como el día anterior, como antes, como siempre. En la subida al Passo Giau, Davide Formolo se separa, atrás, se hace la selección habitual. El EF lleva todo por órdenes de Carthy, Egan Bernal aguanta con Daniel Martínez por delante, Damiano Carusso a rueda y Simon Yates en la cola. Alexandr Vlasov muestra los dientes y no puede conectar este tren.
Había que atacar y ganar
Bernal, tan calculador y estratega, modificó la relación, le dio la orden a Martínez de incomodar a Carthy y arrancó solo, tan fuerte que nadie fue por él en unas montañas lúgubres. No hubo manera de seguir al superdotado del Giro, responder su acometida. Y entonces aumentaron los segundos, y Yates padeció, y ya fueron minutos.
En Giau, ahora la Cima Coppi, Bernal puntuó doble, y los italianos se acuerdaron de su ídolo, fallecido por malaria, de la similitud con Bernal para escalar, pero con la diferencia de que al colombiano le va mejor frente al ejercicio de la agonía, pues Coppi eran tan talentoso como frágil en días de tormenta.
En la bajada, Bernal aprovecha la experticia que tomó del ciclomontañismo y sortear las curvas magistralmente, aumenta la ventaja y cruza en solitario, pero antes se quita la chaqueta, quiere pasar la meta de rosado, lo hace en medio del pavé y con esa certeza tan punzante.
Las gentes le gritan “Pantani, Pantani”, y Bernal se recarga, se emociona, y de nuevo a la mente que El Pirata y él hayan nacido en la misma fecha (13 de enero).
Puño al aire, segundo triunfo en esta edición para el colombiano y festejo del hombre que ahora tiene el fino arte de frecuentar las victorias, que no se acoquina con la lluvia, el frío o lo que traiga la carretera.
Por: Camilo Amaya, enviado especial a Cortina D’Ampezzo
La lluvia, el viento y hasta la nieve suelen ser elementos que hacen volver a los orígenes del ciclismo, del Giro mismo, en este caso, y al sufrimiento en carreteras enlodadas, al sudor como fuente de calor en medio de tanto frío.
Pero este lunes, cuando la etapa reina de la edición 104 hacía prever una batalla para arriba y para abajo, la organización de la competencia canceló dos premios de montaña, el Fedaia y el Pordoi, ambos a más de dos mil metros sobre el nivel del mar, este último denominado la Cima Coppi, la más alta de la prueba, al menos hasta que todo cambió.
Entonces el mismo Mauro Vegni, director del Giro, se olvidó por completo que para que exista un relato romántico se necesita de elementos que conlleven a la épica, y que si el ciclismo se ha caracterizado es porque el sufrimiento genera admiración y respeto de todos. Lo peor de todo es que se habla de un grupo de corredores, rebeldes, que dijeron que no iban a salir si no se modificaba el recorrido. Y Vegni, tan mediador, tomó la determinación.
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Mirando las condiciones climáticas en Fedaia y Pordoi, no eran tan malas como se creía, eran tal cual se sabía. “No estoy de acuerdo”, dice un poco molesto el británico Hugh Carthy, al que le gusta subir más y más alto así sea él un gran perjudicado. La etapa reina dejó de serlo y se convirtió en una más, con un pelotón rodando tranquilo, sin problemas, salvando, con el EF pidiéndole al Ineos apretar el paso para mantener a raya a Joao Almeida (fugado), y el equipo del líder, ni tonto que fuera, diciendo que no.
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Los ciclistas de ahora -algunos de los que están en el Giro- le temen al clima, y sería bueno recordarles que hace 33 años, en la etapa 14, el lote se enfrentó a lo extremo y fue tan duro que la Gazzeta dello Sport tituló a la mañana siguiente: “El día que los hombres lloraron”.
Y fue literal, pedalistas en la meta, congelados, sin poder soltar las manos del manillar luego del Passo di Gavia y 19 km en medio de una tempestad, a 2.618 metros, con 1.300 de desnivel positivo. El neerlandés Erik Breukink contaría mucho después que el infierno -infierno blanco- no fue yendo para arriba, sino para abajo, con el cuerpo tiritando.
Incluso, hoy, en Cortina D’Ampezzo, en todo el corazón de los Dolomitas (uno de los cinco valles), se acuerdan de las palabras de Jean Francois Bernard al cruzar al terminar : “putains, ¿ils sont fous?” (maldita sea, ¿están locos?).
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El escenario fue, literalmente hablando, un capítulo dantesco de un triunfalismo total para todos los que soportaron el dolor, incluido el español Pedro Delgado, al que le costó pedalear con la nieve hecha lodo. En esa ocasión, los que no estaban peleando la clasificación general, se montaron en los carros y así descendieron. Eso dicen de quienes no podían accionar sus frenos, mucho menos cambiar de relación (los grupos estaban congelados).
Volviendo al ahora, y a corredores con chaquetas y ropas diseñadas para contener el frío, y que hicieron caso, hay que decir que hubo una escapada con Vincenzo Nibali en ella, y que durante 120 kilómetros no pasó nada, más allá de que Remco Evenepoel, el joven maravilla de Bélgica, tan humano como cualquier otro, quedó cortado.
Y los Dolomitas, imponentes con cimas que se esconden detrás de nubes postradas, ya no fueron tan temidos como el día anterior, como antes, como siempre. En la subida al Passo Giau, Davide Formolo se separa, atrás, se hace la selección habitual. El EF lleva todo por órdenes de Carthy, Egan Bernal aguanta con Daniel Martínez por delante, Damiano Carusso a rueda y Simon Yates en la cola. Alexandr Vlasov muestra los dientes y no puede conectar este tren.
Había que atacar y ganar
Bernal, tan calculador y estratega, modificó la relación, le dio la orden a Martínez de incomodar a Carthy y arrancó solo, tan fuerte que nadie fue por él en unas montañas lúgubres. No hubo manera de seguir al superdotado del Giro, responder su acometida. Y entonces aumentaron los segundos, y Yates padeció, y ya fueron minutos.
En Giau, ahora la Cima Coppi, Bernal puntuó doble, y los italianos se acuerdaron de su ídolo, fallecido por malaria, de la similitud con Bernal para escalar, pero con la diferencia de que al colombiano le va mejor frente al ejercicio de la agonía, pues Coppi eran tan talentoso como frágil en días de tormenta.
En la bajada, Bernal aprovecha la experticia que tomó del ciclomontañismo y sortear las curvas magistralmente, aumenta la ventaja y cruza en solitario, pero antes se quita la chaqueta, quiere pasar la meta de rosado, lo hace en medio del pavé y con esa certeza tan punzante.
Las gentes le gritan “Pantani, Pantani”, y Bernal se recarga, se emociona, y de nuevo a la mente que El Pirata y él hayan nacido en la misma fecha (13 de enero).
Puño al aire, segundo triunfo en esta edición para el colombiano y festejo del hombre que ahora tiene el fino arte de frecuentar las victorias, que no se acoquina con la lluvia, el frío o lo que traiga la carretera.
Por: Camilo Amaya, enviado especial a Cortina D’Ampezzo