Egan Bernal: Las mil caras de un campeón
El ciclista colombiano ha tenido que vivir varias facetas en este Giro de Italia. Todas estas le han enseñado algo y lo tienen cerca de lograr su segundo título en una de las tres grandes. Este domingo, la crono en Milán.
Las grandes vueltas tienen una particularidad: uno cree que se terminan, pero en ese instante apenas comienzan. Y hay ocasiones en las que se puede intuir lo que viene, pero otras no. Y eso suele pasar debido a las facetas que se viven dependiendo de la semana, el día, el clima, hasta el estado de ánimo.
En Italia se habló de Egan Bernal con similitud a Gino Bartali, y su entrega, el impulso en la montaña y el no poder contenerse con la carretera empinada. También se hizo la comparación con Fausto Coppi y su inteligencia, la estrategia para dinamizar, y hasta sufrir, pues recordemos que mientras que Bartali era pura fuerza y garra, Coppi era la razón supeditada a la fragilidad.
Si hay que hacer un resumen de lo que ha sido este Giro de Italia para el colombiano, se puede decir que su arranque fue tan estruendoso, que la prensa local lo comparó con el mejor Marco Pantani, con el ciclista invencible en la montaña, a veces ágil en el plano. Y lo veneró los primeros días, antes de tomar la Maglia Rossa en la etapa 9 en Campo Felice, con el sterrato jugando a su favor, con el empuje telúrico de quien cruzó la meta sin saber que no iba nadie por delante, sin tener tiempo de festejar.
Ese, podríamos asegurar, fue el primer Bernal: el suelto, el potente, el que mostró respeto infinito a la carretera, el que tuvo a su lado a un equipo que lo supo resguardar en el llano, que incluso formó abanicos a su orden para eliminar a uno que otro rival.
Luego vino el Zoncolan, el frío, la nieve, el monte más duro de Europa, el ataque a Simon Yates en medio de la neblina y el sprint que evitó que las cámaras lo tomaran con mayor facilidad. “Le disparamos apenas vimos una manchita rosada tomar la última curva a la derecha”, dijo un fotógrafo que tenía todo listo para una buena imagen, pero así sucede cuando se está en la cima de los Cárnicos, a 1.750 metros de altura.
El segundo golpe lo dio en Cortina D’Ampezzo, el día que el lote —alguna parte del lote— se reveló y no quiso ir hasta el Pordoi, porque las condiciones climáticas fueron un poco extremas, no mucho para el ciclismo de antes, para el que debería ser ahora.
Y aún así, sin terreno para sacar y sacar tiempo, pues se sentía muy fuerte, Bernal ganó la etapa 16, llegó solo, se quitó la chaqueta mientras pedaleaba, se acomodó el uniforme y cruzó de rosa. Un gesto de desquite, mas no de revancha.
Y en esa jornada, antes del segundo descanso en Canazei, Bernal probó, sobre todo a sí mismo, que en las grandes era capaz de ser indómito, no como en el Tour de Francia 2019, que cuando iba camino a serlo, en el descenso del Iseran, la naturaleza se interpuso.
¡Qué curiosidad! Esa vez, cuando atacó a Julian Alaphilippe e iba bajando a tumba abierta, su compañero de travesía era Yates. Sí, se vistió de amarillo en París, pero fue un triunfo fragmentado, que si bien fue el más importante para el deporte colombiano, dejó en él una sensación de vacío, más allá de lo estupefacto que permaneció los meses siguientes.
Más: Egan Bernal, un paso más cerca del título
Bernal y saldar una cuenta con el ciclismo, apelando a formas que hacen pensar en Bartali, el ciclista del campo; en Coppi, el de la ciudad, y en Pantani, el del pueblo.
Pero aparece el Sega Di Ala, y el líder del Ineos, tan poderoso hasta ese instante, rueda tranquilo por la carretera que corta los valles, pero cuando empieza a subir cae en el pecado del error, en sentirse más fuerte que todos, como antes, en creer que podía solo con aguantar el arrancón.
Y Yates lo revienta en tres intentos, y Bernal luce frágil como cualquier otro. Y la imagen de Daniel Martínez llevando a su compatriota conmueve, y nos hace vislumbrar que puede ser tan endeble como Coppi, tan pulsional como Bartali y tan desorganizado como Pantani. “Me apresuré. Creía que podía ir a su rueda, pero Yates iba muy duro”.
Aparece la memoria de 2020, y los malos recuerdos vienen, sobre todo el del retiro del Tour del año pasado. Y un periodista italiano le pregunta por la espalda, después otro, y Bernal se limita a decir que todo está bien, que no se trató de la zona lumbar, sino de un problema más arriba, en la cabeza, en no haber reconocido ese premio de montaña y no haber leído la carrera de la forma adecuada.
“Le dije a Castroviejo que se pusiera en frente porque me sentí bien, pero más adelante, en las pendientes más duras, sufrí”, las palabras cuando aún las venas le latían con fuerza, segundos después de desmoronarse sobre el manillar.
Y en esos instantes, en los que te sientes tan pequeño y a la vez tan grande, no se puede vivir con más interrogantes que certezas. Bernal se motiva, confía en los otros, en sus Ineos, en Castroviejo y Martínez, en Ganna y Narváez, también en Moscon y Puccio.
Y lo que fue puras piernas y brazos, se mezcló para ser mente, además de corazón. El día más largo pasó como un soplo (entre Rovereto y Stradella) y el colombiano entendió que con el paso de los kilómetros las posibilidades de que no llegara a Milán vestido de rosa eran diminutas, que dependía de él, pues, como dijo Borges, “cada hombre construye su catedral”.
Bernal habla en italiano, luego en inglés y después en español, y en las tres lenguas explica que Castroviejo vendría siendo como su alfil en el tablero del ajedrez, el experimentado que tiene la maestría de saber llevar y dirigir, incluso a su líder.
“Me dijo que tranquilo, que fuera calmado, que no me equivocara como antes”, reconoció el colombiano tras la etapa de Alpe Di Mera, en la que no salió, en la que se negó a sus instintos de escalador y dejó que Yates se marchara, 20 segundos, después 25 y hasta 30.
Martínez trabajó y al cierre fueron 28. No mordió el aire, no tuvo la boca abierta, ni siquiera despegó la cola del sillín. Hubo serenidad, y la combinación de estar alerta y a la vez dejar que el agua corra, fue fundamental.
El reloj y el cierre perfecto
Hace unos días Matteo Tosatto empezó a estudiar la jornada de este domingo, los 30,3 kilómetros entre Senago y Milán, las veinte curvas del trayecto y los lugares en los que Bernal podrá apretar, soltar y cambiar otra vez para ir a tope.
El entrenador del equipo Ineos irá por el triunfo de la etapa con Filippo Ganna, el mejor hombre en las pruebas contra el reloj y además quiere que Bernal se convierta en el segundo colombiano en ganar el Giro de Italia. “Le iré adelantando cada paso, como hice en la bajada de Giau, en la jornada 16”.
Le puede interesar: Entrevista con Filippo Ganna: “Egan es como mi hermano menor”
Bernal quiere quedar grabado en la mente de los italianos, en el colectivo de los aficionados al ciclismo y en el corazón de los colombianos. Si concluye el Giro de gran forma y levanta el trofeo Senza Fine, pasará de ser admirado a ser querido, un gran salto entre los que son buenos andando en bicicleta y los que son leyendas del ciclismo.
Hay cómo terminar lo que ordenadamente se comenzó y demostrar que en esto del deporte profesional, más exactamente sobre dos ruedas, entre un hombre y su destino no hay más obstáculos que él mismo.
Por: Camilo Amaya, enviado especial a Milán
Las grandes vueltas tienen una particularidad: uno cree que se terminan, pero en ese instante apenas comienzan. Y hay ocasiones en las que se puede intuir lo que viene, pero otras no. Y eso suele pasar debido a las facetas que se viven dependiendo de la semana, el día, el clima, hasta el estado de ánimo.
En Italia se habló de Egan Bernal con similitud a Gino Bartali, y su entrega, el impulso en la montaña y el no poder contenerse con la carretera empinada. También se hizo la comparación con Fausto Coppi y su inteligencia, la estrategia para dinamizar, y hasta sufrir, pues recordemos que mientras que Bartali era pura fuerza y garra, Coppi era la razón supeditada a la fragilidad.
Si hay que hacer un resumen de lo que ha sido este Giro de Italia para el colombiano, se puede decir que su arranque fue tan estruendoso, que la prensa local lo comparó con el mejor Marco Pantani, con el ciclista invencible en la montaña, a veces ágil en el plano. Y lo veneró los primeros días, antes de tomar la Maglia Rossa en la etapa 9 en Campo Felice, con el sterrato jugando a su favor, con el empuje telúrico de quien cruzó la meta sin saber que no iba nadie por delante, sin tener tiempo de festejar.
Ese, podríamos asegurar, fue el primer Bernal: el suelto, el potente, el que mostró respeto infinito a la carretera, el que tuvo a su lado a un equipo que lo supo resguardar en el llano, que incluso formó abanicos a su orden para eliminar a uno que otro rival.
Luego vino el Zoncolan, el frío, la nieve, el monte más duro de Europa, el ataque a Simon Yates en medio de la neblina y el sprint que evitó que las cámaras lo tomaran con mayor facilidad. “Le disparamos apenas vimos una manchita rosada tomar la última curva a la derecha”, dijo un fotógrafo que tenía todo listo para una buena imagen, pero así sucede cuando se está en la cima de los Cárnicos, a 1.750 metros de altura.
El segundo golpe lo dio en Cortina D’Ampezzo, el día que el lote —alguna parte del lote— se reveló y no quiso ir hasta el Pordoi, porque las condiciones climáticas fueron un poco extremas, no mucho para el ciclismo de antes, para el que debería ser ahora.
Y aún así, sin terreno para sacar y sacar tiempo, pues se sentía muy fuerte, Bernal ganó la etapa 16, llegó solo, se quitó la chaqueta mientras pedaleaba, se acomodó el uniforme y cruzó de rosa. Un gesto de desquite, mas no de revancha.
Y en esa jornada, antes del segundo descanso en Canazei, Bernal probó, sobre todo a sí mismo, que en las grandes era capaz de ser indómito, no como en el Tour de Francia 2019, que cuando iba camino a serlo, en el descenso del Iseran, la naturaleza se interpuso.
¡Qué curiosidad! Esa vez, cuando atacó a Julian Alaphilippe e iba bajando a tumba abierta, su compañero de travesía era Yates. Sí, se vistió de amarillo en París, pero fue un triunfo fragmentado, que si bien fue el más importante para el deporte colombiano, dejó en él una sensación de vacío, más allá de lo estupefacto que permaneció los meses siguientes.
Más: Egan Bernal, un paso más cerca del título
Bernal y saldar una cuenta con el ciclismo, apelando a formas que hacen pensar en Bartali, el ciclista del campo; en Coppi, el de la ciudad, y en Pantani, el del pueblo.
Pero aparece el Sega Di Ala, y el líder del Ineos, tan poderoso hasta ese instante, rueda tranquilo por la carretera que corta los valles, pero cuando empieza a subir cae en el pecado del error, en sentirse más fuerte que todos, como antes, en creer que podía solo con aguantar el arrancón.
Y Yates lo revienta en tres intentos, y Bernal luce frágil como cualquier otro. Y la imagen de Daniel Martínez llevando a su compatriota conmueve, y nos hace vislumbrar que puede ser tan endeble como Coppi, tan pulsional como Bartali y tan desorganizado como Pantani. “Me apresuré. Creía que podía ir a su rueda, pero Yates iba muy duro”.
Aparece la memoria de 2020, y los malos recuerdos vienen, sobre todo el del retiro del Tour del año pasado. Y un periodista italiano le pregunta por la espalda, después otro, y Bernal se limita a decir que todo está bien, que no se trató de la zona lumbar, sino de un problema más arriba, en la cabeza, en no haber reconocido ese premio de montaña y no haber leído la carrera de la forma adecuada.
“Le dije a Castroviejo que se pusiera en frente porque me sentí bien, pero más adelante, en las pendientes más duras, sufrí”, las palabras cuando aún las venas le latían con fuerza, segundos después de desmoronarse sobre el manillar.
Y en esos instantes, en los que te sientes tan pequeño y a la vez tan grande, no se puede vivir con más interrogantes que certezas. Bernal se motiva, confía en los otros, en sus Ineos, en Castroviejo y Martínez, en Ganna y Narváez, también en Moscon y Puccio.
Y lo que fue puras piernas y brazos, se mezcló para ser mente, además de corazón. El día más largo pasó como un soplo (entre Rovereto y Stradella) y el colombiano entendió que con el paso de los kilómetros las posibilidades de que no llegara a Milán vestido de rosa eran diminutas, que dependía de él, pues, como dijo Borges, “cada hombre construye su catedral”.
Bernal habla en italiano, luego en inglés y después en español, y en las tres lenguas explica que Castroviejo vendría siendo como su alfil en el tablero del ajedrez, el experimentado que tiene la maestría de saber llevar y dirigir, incluso a su líder.
“Me dijo que tranquilo, que fuera calmado, que no me equivocara como antes”, reconoció el colombiano tras la etapa de Alpe Di Mera, en la que no salió, en la que se negó a sus instintos de escalador y dejó que Yates se marchara, 20 segundos, después 25 y hasta 30.
Martínez trabajó y al cierre fueron 28. No mordió el aire, no tuvo la boca abierta, ni siquiera despegó la cola del sillín. Hubo serenidad, y la combinación de estar alerta y a la vez dejar que el agua corra, fue fundamental.
El reloj y el cierre perfecto
Hace unos días Matteo Tosatto empezó a estudiar la jornada de este domingo, los 30,3 kilómetros entre Senago y Milán, las veinte curvas del trayecto y los lugares en los que Bernal podrá apretar, soltar y cambiar otra vez para ir a tope.
El entrenador del equipo Ineos irá por el triunfo de la etapa con Filippo Ganna, el mejor hombre en las pruebas contra el reloj y además quiere que Bernal se convierta en el segundo colombiano en ganar el Giro de Italia. “Le iré adelantando cada paso, como hice en la bajada de Giau, en la jornada 16”.
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Bernal quiere quedar grabado en la mente de los italianos, en el colectivo de los aficionados al ciclismo y en el corazón de los colombianos. Si concluye el Giro de gran forma y levanta el trofeo Senza Fine, pasará de ser admirado a ser querido, un gran salto entre los que son buenos andando en bicicleta y los que son leyendas del ciclismo.
Hay cómo terminar lo que ordenadamente se comenzó y demostrar que en esto del deporte profesional, más exactamente sobre dos ruedas, entre un hombre y su destino no hay más obstáculos que él mismo.
Por: Camilo Amaya, enviado especial a Milán