Javier Ríos, el hombre detrás del ciclismo antioqueño
Profesor, dirigente deportivo, político y, ante todo, amante de las bicicletas. Empezó organizando a sus estudiantes en equipos de ciclismo porque observó que llegaban al colegio en bicicleta. Desde entonces, hace 55 años, jamás se separó ciclismo.
Fernando Camilo Garzón – Desde Santa Rosa de Osos, Antioquia
La segunda etapa de la Vuelta a Antioquia ya se había acabado. En el fondo se escuchaba el mar golpeando contra las costas de Arboletes cuando Javier Ríos, presidente de la Liga de ciclismo de Antioquia, entró a la recepción del hotel. Caminaba como contando bien los pasos, lento, como canta Piero. Al acercarse me extendió el brazo y me ofreció el puño. “¿Mijo, cómo está? ¿Si lo han tratado bien?”, me preguntó. Afirmé, lo saludé y él siguió su camino para recibir a los demás.
Le puede interesar: La mejor información deportiva en El Espectador
A Don Javier, como le dicen todos en la carrera, no le gusta saludar de lejos. No importa si quien lo llama está al otro lado de la sala, él acude hasta donde le toque para ofrecer su bienvenida, para chocar puños, para hacer sentir a los demás bien recibidos.
Pocos en Colombia saben de ciclismo tanto como él. Sentados en el lobby, esta vez en Santa Rosa de Osos, conversamos. Don Javier Ríos, que ha vivido siempre al lado del ciclismo, recuerda su vida. Habla suave y despacio. El tiempo pasa. Los temblores de sus manos lo delatan. Diferente a lo que pasa con sus recuerdos, su lucidez y su relato, fruto de su experiencia tras más de 55 años en el deporte de las bielas.
Javier Ríos siempre estuvo en la acera del deporte, de una u otra manera. De joven jugaba baloncesto, trotaba y, por supuesto, montaba en bicicleta. De ahí su estampa delgada y erguida, a pesar de los años. Un accidente en Medellín, cuando un carro lo arrolló y lo arrastró por cinco cuadras, le generó una fractura muy grave en su pierna derecha. Por eso, le agarró miedo al aparato y se inclinó más hacia el lado de la dirigencia deportiva.
Era una pasión que ya tenía. Un poco antes, en Bello, cuando era profesor de sociales, o todero, porque dice que tenía que enseñar psicología, filosofía y hasta historia, creó su primer equipo de ciclismo. Él, observador como es, miraba que sus estudiantes siempre llegaban en bicicleta al colegio, así que les preguntó si no sería bueno empezar a crear una escuadra para competir de forma local.
Y así inició. Entrenaban los domingos en la mañana hasta que con el tiempo se creó el equipo La Esperanza. Una marca indeleble en el espíritu de Javier Ríos. El equipo, 55 años después, todavía persiste, así como lo hace Don Javier.
Esa pasión la descubrió en Yolombó, su tierra natal. Era niño. Recuerda que una tarde en la plaza, al lado de la iglesia, sus padres estaban hablando con unos amigos y uno de ellos le preguntó si quería ver un monstruo. Un frio le recorrió todo el cuerpo, le dio miedo. Imaginaba una figura venida desde las cavernas. Una bestia, que escupía fuego, tenía cachos y cola larga.
(Didier Chaparro ganó la etapa reina de la Vuelta a Antioquia)
Pero, no. Le mostraron un visor estereoscópico, un aparato que reproduce fotografías con una pequeña palanca que las va pasando de una en una. Eran recortes de prensa de la muerte de Jorge Eliecer Gaitán. Y el monstruo con el que lo asustaron era en realidad Ramón Hoyos Vallejo, pentacampeón de la Vuelta a Colombia. Monstruo era, eso sí, no le mintieron. Fue amor a primera vista.
Su familia, de campesinos, no tenía plata para comprar bicicletas, así que le tocó aprender por puro impulso. “Yo siempre me lancé a todo”, recuerda. Con sus amigos alquilaban ciclas en el pueblo y empezaban a soñar con emular a los grandes pedalistas de esos tiempos.
Don Javier recuerda todos los nombres que veía y coleccionaba en recortes de periódicos. Mira de reojo mi libreta, para que no se me olvide anotar ninguno: Ramón Hoyos, Honorio Rúa, Héctor el Negro Mesa Monsalve, Pedro Nel Gil, Juan Pantalla Montoya, Francisco Luis Otálvaro, Roberto Cano Ramírez el Sastre de Envigado, Justo Pintado Londoño y Condado Tito Gallo. Sus héroes de infancia, los que forjaron la pasión de su vida.
Pocos dirigentes han logrado su grado de influencia para el deporte colombiano. Creador de cuatro carreras clásicas de élite (Rionegro, Marinilla, Marco Fidel Suárez y Carmen de Viboral), Javier Ríos sin duda tiene un legado imborrable en el ciclismo colombiano.
La Vuelta a Antioquia, otra de sus herencias más importantes, tiene un significado especial para él. De las cinco carreras que organiza esta fue la única que él no creó. La hizo el padre Jaime Mira, su parcero del alma, como lo nombra.
Mira fue quien metió a Ríos de lleno en la dirigencia del ciclismo. Él, que se acababa de pensionar el Fabricato, donde trabajaba como Supervisor general, fue invitado por el cura a la Liga de ciclismo de Antioquia. Con los años Javier Ríos heredó el papel de mando que ocupaba Jaime Mira, que siempre siguió a su lado, organizando las carreras ciclísticas, hasta su muerte en 2018.
Mire: Lo mejor del ciclismo colombiano en El Espectador
Duele recordar. La voz se quiebra y la mirada baja. El momento lo marcó. Ocurrió cuando se corría la Vuelta a Antioquia ese año. El grupo principal había llegado a Remedios y salía para Segovia. En la noche a Don Javier lo llamó una sobrina de Jaime Mira y le dijo que el padre había fallecido. Entre lágrimas, le contó al otro día a la caravana y a los corredores. El vacío fue inmenso, todavía no se llena. En la última jornada de esa carrera, en el velódromo en el que terminaba la etapa, le rindieron un último homenaje a Jaime Mira cuando el carro fúnebre, cargando el ataúd, le dio cuatro vueltas a la pista en su honor.
Don Javier Ríos ya sabe que su tiempo en la Liga de Antioquia terminó. Al menos en la presidencia. La pasión no lo abandona, pero en 2022 dejará de su cargo, entregará la posta. Dice que está cansado y que ya no quiere llevar el peso y la presión de su puesto. En la Liga de Antioquia, que maneja las disciplinas de ruta, bicicrós, ciclomontañismo y pista, hay 108 clubes inscritos y 3000 deportistas vinculados. Todo eso pesa y Don Javier dice que sus hombros ya no aguantan más el peso.
Ríos está listo para dejar su legado. Dice que no lo había hecho antes porque quería proteger la Liga de quienes querían enriquecerse con el ciclismo. “Este es un trabajo ad honorem, no es por plata. El que piense que acá se gana dinero, no le sirve a la liga”.
Don Javier es exigente. Por eso, construyo lo que tiene ahora. Habla de Rigoberto Urán, de Mariana Pajón, de Santiago Botero, de Marlon Pérez y tantos otros. Lo hace con orgullo. Dice que los vio crecer y que conoce todas sus historias. Una charla pendiente. Aunque, antes de cualquier cosa, recuerda primero el que considera su gran fracaso: no dejarle a Medellín un velódromo cubierto y con pista de madera.
“A mí me quieren de todos los equipos y de todas las ligas, pa’ que sepa”, me dice. Y razón no le falta. Lo saludan en los pueblos, en los carros, en los hoteles y en las etapas. Los corredores y los directores de equipo. Los campesinos y los vecinos de las casas. Todos le muestran señales de respeto. La gente lo quiere.
“Obed, ya acabé”, le dice a su hombre de confianza, quien lo acompañada de arriba pa’ abajo, para que lo lleve hasta su hotel. Otra vez me ofrece el puño y me agradece. Antes de irse me cuenta que está escribiendo un libro y me dice una frase, una idea de lo que para él representa este deporte: “El ciclismo es uno y no es para egoístas. Pa’ que sepa mijo, pa’ que sepa”.
La segunda etapa de la Vuelta a Antioquia ya se había acabado. En el fondo se escuchaba el mar golpeando contra las costas de Arboletes cuando Javier Ríos, presidente de la Liga de ciclismo de Antioquia, entró a la recepción del hotel. Caminaba como contando bien los pasos, lento, como canta Piero. Al acercarse me extendió el brazo y me ofreció el puño. “¿Mijo, cómo está? ¿Si lo han tratado bien?”, me preguntó. Afirmé, lo saludé y él siguió su camino para recibir a los demás.
Le puede interesar: La mejor información deportiva en El Espectador
A Don Javier, como le dicen todos en la carrera, no le gusta saludar de lejos. No importa si quien lo llama está al otro lado de la sala, él acude hasta donde le toque para ofrecer su bienvenida, para chocar puños, para hacer sentir a los demás bien recibidos.
Pocos en Colombia saben de ciclismo tanto como él. Sentados en el lobby, esta vez en Santa Rosa de Osos, conversamos. Don Javier Ríos, que ha vivido siempre al lado del ciclismo, recuerda su vida. Habla suave y despacio. El tiempo pasa. Los temblores de sus manos lo delatan. Diferente a lo que pasa con sus recuerdos, su lucidez y su relato, fruto de su experiencia tras más de 55 años en el deporte de las bielas.
Javier Ríos siempre estuvo en la acera del deporte, de una u otra manera. De joven jugaba baloncesto, trotaba y, por supuesto, montaba en bicicleta. De ahí su estampa delgada y erguida, a pesar de los años. Un accidente en Medellín, cuando un carro lo arrolló y lo arrastró por cinco cuadras, le generó una fractura muy grave en su pierna derecha. Por eso, le agarró miedo al aparato y se inclinó más hacia el lado de la dirigencia deportiva.
Era una pasión que ya tenía. Un poco antes, en Bello, cuando era profesor de sociales, o todero, porque dice que tenía que enseñar psicología, filosofía y hasta historia, creó su primer equipo de ciclismo. Él, observador como es, miraba que sus estudiantes siempre llegaban en bicicleta al colegio, así que les preguntó si no sería bueno empezar a crear una escuadra para competir de forma local.
Y así inició. Entrenaban los domingos en la mañana hasta que con el tiempo se creó el equipo La Esperanza. Una marca indeleble en el espíritu de Javier Ríos. El equipo, 55 años después, todavía persiste, así como lo hace Don Javier.
Esa pasión la descubrió en Yolombó, su tierra natal. Era niño. Recuerda que una tarde en la plaza, al lado de la iglesia, sus padres estaban hablando con unos amigos y uno de ellos le preguntó si quería ver un monstruo. Un frio le recorrió todo el cuerpo, le dio miedo. Imaginaba una figura venida desde las cavernas. Una bestia, que escupía fuego, tenía cachos y cola larga.
(Didier Chaparro ganó la etapa reina de la Vuelta a Antioquia)
Pero, no. Le mostraron un visor estereoscópico, un aparato que reproduce fotografías con una pequeña palanca que las va pasando de una en una. Eran recortes de prensa de la muerte de Jorge Eliecer Gaitán. Y el monstruo con el que lo asustaron era en realidad Ramón Hoyos Vallejo, pentacampeón de la Vuelta a Colombia. Monstruo era, eso sí, no le mintieron. Fue amor a primera vista.
Su familia, de campesinos, no tenía plata para comprar bicicletas, así que le tocó aprender por puro impulso. “Yo siempre me lancé a todo”, recuerda. Con sus amigos alquilaban ciclas en el pueblo y empezaban a soñar con emular a los grandes pedalistas de esos tiempos.
Don Javier recuerda todos los nombres que veía y coleccionaba en recortes de periódicos. Mira de reojo mi libreta, para que no se me olvide anotar ninguno: Ramón Hoyos, Honorio Rúa, Héctor el Negro Mesa Monsalve, Pedro Nel Gil, Juan Pantalla Montoya, Francisco Luis Otálvaro, Roberto Cano Ramírez el Sastre de Envigado, Justo Pintado Londoño y Condado Tito Gallo. Sus héroes de infancia, los que forjaron la pasión de su vida.
Pocos dirigentes han logrado su grado de influencia para el deporte colombiano. Creador de cuatro carreras clásicas de élite (Rionegro, Marinilla, Marco Fidel Suárez y Carmen de Viboral), Javier Ríos sin duda tiene un legado imborrable en el ciclismo colombiano.
La Vuelta a Antioquia, otra de sus herencias más importantes, tiene un significado especial para él. De las cinco carreras que organiza esta fue la única que él no creó. La hizo el padre Jaime Mira, su parcero del alma, como lo nombra.
Mira fue quien metió a Ríos de lleno en la dirigencia del ciclismo. Él, que se acababa de pensionar el Fabricato, donde trabajaba como Supervisor general, fue invitado por el cura a la Liga de ciclismo de Antioquia. Con los años Javier Ríos heredó el papel de mando que ocupaba Jaime Mira, que siempre siguió a su lado, organizando las carreras ciclísticas, hasta su muerte en 2018.
Mire: Lo mejor del ciclismo colombiano en El Espectador
Duele recordar. La voz se quiebra y la mirada baja. El momento lo marcó. Ocurrió cuando se corría la Vuelta a Antioquia ese año. El grupo principal había llegado a Remedios y salía para Segovia. En la noche a Don Javier lo llamó una sobrina de Jaime Mira y le dijo que el padre había fallecido. Entre lágrimas, le contó al otro día a la caravana y a los corredores. El vacío fue inmenso, todavía no se llena. En la última jornada de esa carrera, en el velódromo en el que terminaba la etapa, le rindieron un último homenaje a Jaime Mira cuando el carro fúnebre, cargando el ataúd, le dio cuatro vueltas a la pista en su honor.
Don Javier Ríos ya sabe que su tiempo en la Liga de Antioquia terminó. Al menos en la presidencia. La pasión no lo abandona, pero en 2022 dejará de su cargo, entregará la posta. Dice que está cansado y que ya no quiere llevar el peso y la presión de su puesto. En la Liga de Antioquia, que maneja las disciplinas de ruta, bicicrós, ciclomontañismo y pista, hay 108 clubes inscritos y 3000 deportistas vinculados. Todo eso pesa y Don Javier dice que sus hombros ya no aguantan más el peso.
Ríos está listo para dejar su legado. Dice que no lo había hecho antes porque quería proteger la Liga de quienes querían enriquecerse con el ciclismo. “Este es un trabajo ad honorem, no es por plata. El que piense que acá se gana dinero, no le sirve a la liga”.
Don Javier es exigente. Por eso, construyo lo que tiene ahora. Habla de Rigoberto Urán, de Mariana Pajón, de Santiago Botero, de Marlon Pérez y tantos otros. Lo hace con orgullo. Dice que los vio crecer y que conoce todas sus historias. Una charla pendiente. Aunque, antes de cualquier cosa, recuerda primero el que considera su gran fracaso: no dejarle a Medellín un velódromo cubierto y con pista de madera.
“A mí me quieren de todos los equipos y de todas las ligas, pa’ que sepa”, me dice. Y razón no le falta. Lo saludan en los pueblos, en los carros, en los hoteles y en las etapas. Los corredores y los directores de equipo. Los campesinos y los vecinos de las casas. Todos le muestran señales de respeto. La gente lo quiere.
“Obed, ya acabé”, le dice a su hombre de confianza, quien lo acompañada de arriba pa’ abajo, para que lo lleve hasta su hotel. Otra vez me ofrece el puño y me agradece. Antes de irse me cuenta que está escribiendo un libro y me dice una frase, una idea de lo que para él representa este deporte: “El ciclismo es uno y no es para egoístas. Pa’ que sepa mijo, pa’ que sepa”.