Publicidad

La berraquera silenciosa de Nairo Quintana

Los secretos de vida del subcampeón del Tour de Francia, que aspira el otro año a ser el ganador de la ronda gala y subirse a lo más alto del podio en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.

Camilo G. Amaya, Señal Deportes
26 de diciembre de 2015 - 08:23 p. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Cuentan que cuando niño, siendo consciente de lo delgadito que era, Nairo Quintana tomaba algunas piedras que encontraba en la carretera, abría su maleta y de manera cuidadosa empezaba a acomodarlas entre los cuadernos y la greda que llevaba para la clase de cerámica. No importaba que su espalda tuviera que soportar la carga. Lo vital era ganar peso y velocidad. Sin entender de temores, Nairo se enfrentaba a una bajada a tumba abierta entre su casa y el colegio con las rocas a cuestas, procurando ser sutil en su pesada bicicleta para no perder el control y terminar en el suelo. El objetivo: llegar a clases más rápido que el día anterior.
 
Esa anécdota resume la esencia de Nairo Quintana, un boyacense que no se cansa de repetir que su vida es como la de cualquiera y nada más, aunque con cada suceso demuestre que no es así. Que ser atrevido y vehemente es su marca, y que por más que intente camuflarse en su timidez, sus músculos proclives a la acción lo delatan. Lo llamaron testarudo por ser único. Por tener la valentía de tomar el carro de su padre, en el que vendían frutas en un punto conocido como Agua Varuna, y sin tener idea de cómo conducirlo regresar a casa porque su hermana Leidy estaba cansada y la noche ya acosaba.
 
No se sabe cómo alcanzó los pedales del Renault 4, mucho menos cómo hizo para meter los cambios en la empinada y tosca subida. Nairo se dejó llevar por sus impulsos y ya. Ese día la “abogada del diablo”, como le decían a Leidy por interceder hasta en las causas perdidas, terminó en un estanque de agua mientras que Nairo se escapó de la pela que le tenía preparada don Luis por irresponsable. Apenas iba a cumplir 10 años.
 
Ese carácter no era sólo para las travesuras. También aparecía cuando había que obedecer sin refutar, cuando era necesario asumir responsabilidades de adulto siendo aún un niño. Porque para acatar órdenes también se necesita carácter. Que amasar el pan a las cinco de la mañana, que darles de comer a las vacas, a los piscos, a las gallinas y a las ovejas antes de ir a entrenar, que atender la caseta, que ayudar a recoger la papa. Todo eso curtió el temperamento de Nairo y formó una personalidad que traspasó lo cotidiano.
 
En las carreteras confundió a más de un rival que quiso aprovecharse por verlo pequeño e indefenso. En su primera Vuelta al Táchira en 2007, un grupo de pedalistas más espigados le hizo una encerrona mandándolo contra el asfalto. Acostumbrado a caer y levantarse, verbos de su diario vivir, Nairo se recuperó y unos kilómetros más adelante encaró a los venezolanos y, tenso como un tambor, soltó un mar de palabrería que amedentró al lote. Su heroica pelea tuvo eco en el colegio, donde a la semana siguiente Miguel Alfonso Moya, rector de ese entonces, lo obligó a subir a la tarima en plena izada de bandera para que contara el suceso. “Ahí sí se acobardaba el chino. Las palabras no eran lo suyo”, dice Leonardo Cárdenas, profesor de español de Alejandro de Humbolt. 
 
Su irreprimible vocación de andar demasiado rápido por poco le cuesta la vida en 2006, cuando un taxi lo arrolló, le rajó la cabeza y lo dejó inconsciente por tres días. “Casi le mato a su hijo”, le dijo el conductor a don Luis con una voz temblorosa producto del impacto de ver a Nairo debajo de una de las llantas del carro. Cuando parecía que su carrera terminaría prematuramente, apareció de nuevo el coraje, o la berraquera como dicen en Boyacá. El empuje pudo más que el dolor y a la semana Quintana ya estaba entrenando hasta Moniquirá. Se comprobó que en la bicicleta era un personaje indómito que encontró en la rebeldía su virtud original. “Muchos creen que no rompe un plato pero ese Nairo es tremendo”, cuenta su padre.
 
Aún hoy, después de cientos de peleas, muchas de ellas lejanas a la bicicleta, Nairo transmite serenidad, encubre muy bien su temperamento y procura no explotar si no es necesario. Sonríe poco, pero cuando lo hace fascina. Es un ídolo nacional y como tal entiende la responsabilidad que tiene. Noble, sencillo, pero muy poderoso, al campeón del Giro de Italia 2014 le hubiera gustado pasar inadvertido. Sin embargo, su tenacidad amerita elogios, amerita homenajes y admiración. Él es un caso aparte de pura berraquera.

Por Camilo G. Amaya, Señal Deportes

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar