La familia detrás de Egan Bernal, el campeón del Tour de Francia
Flor Gómez, su mamá; Ronald, su hermano, y Xiomara, su novia, forman el triángulo de la vida de Egan Bernal, el soporte necesario para poder hacer lo que más le gusta: pedalear por el mundo.
Camilo Amaya - @CamiloGAmaya
Hablar de Egan Bernal, sin charlar con Egan, es un ejercicio de construir la humanidad de un ídolo que no engrandece su reconocimiento, que en vez de cámaras, micrófonos y periodistas, prefiere la certeza de la familia. Por eso algunas veces Flor, su mamá; Ronald, su hermano, y Xiomara, su novia, pasan al primer plano de las entrevistas y de los halagos, de las inquietudes de los curiosos por la vida del ganador más joven de los Tours de Francia de los tiempos modernos (22 años, seis meses y 15 días). Esa triada de nombres son los verdaderos pilares que llevan a cuestas la memoria colectiva del zipaquireño.
Entonces conocer a Egan se torna alcanzable en cuanto ellos acceden a conversar sobre él, porque la unidad del hogar los ha llevado a hacer propios los triunfos, las tristezas, a entender qué diría, cómo se comportaría y hasta qué callaría. Por ejemplo, su mamá, Flor, refleja la espontaneidad al sonreír y la calidez en la palabra de la que el mundo fue testigo el 27 de julio de este año, en Val Thorens, en la última rueda de prensa antes de que Egan fuera el campeón (luego de la etapa 20, en teoría, ya lo era). El gesto de ella es como verlo a él, y el orgullo sano con el que se refiere a su hijo remite al momento de felicidad imperturbable que nos regaló sobre el podio en los Campos Elíseos, cuando la sencillez y la sensibilidad enaltecieron su ser. “De niño decía: voy a ganar los Intercolegiados de Zipaquirá. Y cuando lo hacía iba por los Departamentales, después los Nacionales y así se iba fijando las metas. Pensar en grande lo ha llevado a estar con los más grandes”.
Lea también: Egan Bernal y el triunfo más importante de nuestra historia
La serenidad y la seguridad con las que dio las gracias en español, italiano y francés, cuando recibió el título más importante al que un ciclista puede aspirar, el primero para un colombiano, las comparte con Xiomara, la compañera que ha hecho las veces de mánager, de consejera, de apoyo implacable en los instantes que no han sido tan buenos, como cuando se fracturó la clavícula y no pudo correr el Giro de Italia. Quizás el tiempo juntos hace que la elocuencia y naturalidad en sus respuestas sea parecida. “La tranquilidad que tiene me sigue asombrando. Y eso le ha servido para asimilar todo lo que está pasando, para ser el mismo de antes. Puede que en el retiro dimensione lo que ha hecho”, dice la primera persona que lo abrazó en el Col de l’Iseran luego de que la etapa 19 del Tour fuera suspendida por mal tiempo, porque la naturaleza no dejó que la gesta fuera más grandilocuente de lo que fue, el día en el que Bernal se puso la camiseta amarilla de líder.
En cuanto a Ronald, con quien hay que apelar a la paciencia y maniobrar en el diálogo para sacar unas cuantas palabras, sus ojos y los de Egan son parecidos, por no decir iguales. De hecho, brillan de la misma manera, como milenarios, al hablar de ciclismo. Introvertido, sobre todo en espacios en los que las gentes se agolpan para indagar por su hermano, el menor de los Bernal cambia cuando le cuento lo que viví hace cinco años para aprender a enchoclar, y hay una risita de complicidad, que se convierte en una leve carcajada mientras le digo que la primera vez que fui hasta Patios en una bicicleta de ruta las piernas me fallaron llegando al peaje, y que al momento de sacar la zapatilla del pedal no hubo fuerzas ni coordinación y, por ende, terminé contra el suelo en medio de la rechifla de las decenas de personas que van los domingos. “Con los chocles de ciclomontañismo es más fácil, aunque se vean más pequeños. El de ruta es complicado. Fresco que todos nos hemos caído alguna vez”, me dice con tono de solidaridad, haciéndome creer que la vergüenza es lo de menos si de mejorar se trata.
Lea también: Egan, una vida a toda velocidad
Al final, aunque Egan no pudo estar en la ceremonia del Deportista del Año (estuvo pendiente por Whatsapp durante el evento y hasta vio cómo los medios se volcaron sobre su mamá para obtener una respuesta), su familia fue la encargada de representarlo, de recibir el premio por él, de hablar por él y de recordarnos, sin querer, que gracias a él Colombia pudo ver a uno de los suyos vestido de amarillo y que puede que no sea la última vez, pues su ímpetu parece no tener límites.
Hablar de Egan Bernal, sin charlar con Egan, es un ejercicio de construir la humanidad de un ídolo que no engrandece su reconocimiento, que en vez de cámaras, micrófonos y periodistas, prefiere la certeza de la familia. Por eso algunas veces Flor, su mamá; Ronald, su hermano, y Xiomara, su novia, pasan al primer plano de las entrevistas y de los halagos, de las inquietudes de los curiosos por la vida del ganador más joven de los Tours de Francia de los tiempos modernos (22 años, seis meses y 15 días). Esa triada de nombres son los verdaderos pilares que llevan a cuestas la memoria colectiva del zipaquireño.
Entonces conocer a Egan se torna alcanzable en cuanto ellos acceden a conversar sobre él, porque la unidad del hogar los ha llevado a hacer propios los triunfos, las tristezas, a entender qué diría, cómo se comportaría y hasta qué callaría. Por ejemplo, su mamá, Flor, refleja la espontaneidad al sonreír y la calidez en la palabra de la que el mundo fue testigo el 27 de julio de este año, en Val Thorens, en la última rueda de prensa antes de que Egan fuera el campeón (luego de la etapa 20, en teoría, ya lo era). El gesto de ella es como verlo a él, y el orgullo sano con el que se refiere a su hijo remite al momento de felicidad imperturbable que nos regaló sobre el podio en los Campos Elíseos, cuando la sencillez y la sensibilidad enaltecieron su ser. “De niño decía: voy a ganar los Intercolegiados de Zipaquirá. Y cuando lo hacía iba por los Departamentales, después los Nacionales y así se iba fijando las metas. Pensar en grande lo ha llevado a estar con los más grandes”.
Lea también: Egan Bernal y el triunfo más importante de nuestra historia
La serenidad y la seguridad con las que dio las gracias en español, italiano y francés, cuando recibió el título más importante al que un ciclista puede aspirar, el primero para un colombiano, las comparte con Xiomara, la compañera que ha hecho las veces de mánager, de consejera, de apoyo implacable en los instantes que no han sido tan buenos, como cuando se fracturó la clavícula y no pudo correr el Giro de Italia. Quizás el tiempo juntos hace que la elocuencia y naturalidad en sus respuestas sea parecida. “La tranquilidad que tiene me sigue asombrando. Y eso le ha servido para asimilar todo lo que está pasando, para ser el mismo de antes. Puede que en el retiro dimensione lo que ha hecho”, dice la primera persona que lo abrazó en el Col de l’Iseran luego de que la etapa 19 del Tour fuera suspendida por mal tiempo, porque la naturaleza no dejó que la gesta fuera más grandilocuente de lo que fue, el día en el que Bernal se puso la camiseta amarilla de líder.
En cuanto a Ronald, con quien hay que apelar a la paciencia y maniobrar en el diálogo para sacar unas cuantas palabras, sus ojos y los de Egan son parecidos, por no decir iguales. De hecho, brillan de la misma manera, como milenarios, al hablar de ciclismo. Introvertido, sobre todo en espacios en los que las gentes se agolpan para indagar por su hermano, el menor de los Bernal cambia cuando le cuento lo que viví hace cinco años para aprender a enchoclar, y hay una risita de complicidad, que se convierte en una leve carcajada mientras le digo que la primera vez que fui hasta Patios en una bicicleta de ruta las piernas me fallaron llegando al peaje, y que al momento de sacar la zapatilla del pedal no hubo fuerzas ni coordinación y, por ende, terminé contra el suelo en medio de la rechifla de las decenas de personas que van los domingos. “Con los chocles de ciclomontañismo es más fácil, aunque se vean más pequeños. El de ruta es complicado. Fresco que todos nos hemos caído alguna vez”, me dice con tono de solidaridad, haciéndome creer que la vergüenza es lo de menos si de mejorar se trata.
Lea también: Egan, una vida a toda velocidad
Al final, aunque Egan no pudo estar en la ceremonia del Deportista del Año (estuvo pendiente por Whatsapp durante el evento y hasta vio cómo los medios se volcaron sobre su mamá para obtener una respuesta), su familia fue la encargada de representarlo, de recibir el premio por él, de hablar por él y de recordarnos, sin querer, que gracias a él Colombia pudo ver a uno de los suyos vestido de amarillo y que puede que no sea la última vez, pues su ímpetu parece no tener límites.