Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Antes de la catedral de Nuestra Señora del Rosario, doblando por la esquina del parque Bolívar, Kevin Quintero y sus amigos, un combo de más de 20 entusiastas, se perseguían en sus bicicletas. Era una carrera que para ellos era casi como correr una clásica de Palmira. Y como esa, en las tardes de la infancia, rodaron una y mil veces más; tiempos felices que vivieron entre ciclas e ilusiones. Al rato, sentados en el andén de alguna calle palmireña, algunos tomando gaseosa y otros comiendo pan, los niños se preguntaban qué tan lejos llegaría cada uno. ¿Alguna vez su disputada clásica sería una verdadera carrera? ¿Podría uno de ellos llegar a ser un ciclista de renombre? ¿Serían como uno de esos héroes populares que doblegaba montañas o vencía al viento lanzado en el ataque de la velocidad?
Kevin Quintero respondía por la presión del grupo porque él, a diferencia del resto, no corría persiguiendo esos sueños. Empezó a montar en bicicleta como a los seis años, porque su abuela Gilma lo paseaba, cada día de por medio, por los alrededores del estadio de Palmira. Y allí lo inscribía en cuanta competencia y carrera se enteraba. Por ese entonces, bien niño, él era nadador. Por lo menos, hasta que empezó a hacerle caso cabalmente a la abuela y abandonó el agua para subirse a la cicla.
Mire: Kevin Quintero, el Deportista del Año: “En París 2024 voy por mi sueño”
“Ella fue la que inició todo. Recuerdo que fue la que me llevó a mis primeras competencias y poco a poco la responsable de que empezara mi carrera como ciclista de ruta”, le dijo Quintero a este medio este lunes, el día en el que fue reconocido, por El Espectador y Movistar, como el mejor deportista colombiano de 2023.
Como él, varios del grupeto de párvulos vallunos que andaban en bici por las calles de Palmira se enfocaron en entrenar para ser ciclistas. Sin embargo, aunque no aspiraba a llegar tan lejos, el único que aguantó los embates del tiempo fue Kevin Quintero. Tan terco y dedicado a su entrenamiento que incluso cuando la falta de apoyo lo obligó a dejar la ruta, no se bajó jamás de la bicicleta.
Estaba a punto de ser mayor de edad, cuando se acabó el sueño de correr en el pelotón. “La vida me puso de frente la pista. El velódromo nunca lo había visto como una aspiración. Era el lugar para mejorar la técnica y la velocidad. Pero allá fui a dar cuando se acabó mi camino en la ruta. Y como me di cuenta de que tenía con qué, que en serio era muy rápido, me quedé”.
El niño de Palmira llegó lejos, a la cima del mundo con su título mundial de este 2023, el principal motivo por el que ganó el reconocimiento de El Espectador.
La mano de John Jaime González, el entrenador del año
Cuando se sube a la bicicleta, mientras le da vueltas al óvalo, Kevin Quintero entra en una especie de trance. Con los ojos clavados en la madera, el vallecaucano no escucha ni ve nada más que la pista. El estadio parece vacío. Ni el aturdidor sonido de la chicharra ni el bullicio lo desconcentran; voraz, Quintero solo piensa en cómo vencer a los que tiene al frente de su rueda.
¡Es ciclismo de velocidad! Estamos hablando de segundos y, no obstante, el de Palmira asegura que es capaz de adelantar sus movimientos. Lo hace en todas las carreras: pensar siempre dos vueltas adelante para prevenir lo que puede pasar cuando se mide con otros en la pista.
El único que rompe el embrujo es John Jaime González, su entrenador, quien fue reconocido como el mejor estratega del año en la ceremonia del Deportista del Año 2023. “Nada más”, explica Quintero, que, atento al silbido de su maestro, al escuchar la señal del estratega antioqueño entiende el momento preciso en el que debe apretar el paso que lleva en la bicicleta.
Más: John Jaime González: el maestro de las estrellas del ciclismo colombiano de pista
“¿Mi secreto? Mi entrenador”, responde simple. Lo repite siempre que le dan espacio para hacerlo, como cuando quedó campeón del mundo en la modalidad de keirin durante el Mundial de Ciclismo de Escocia, que fue a mitad de este año. “¿Qué tal el maestro que tenemos? Solo tuvimos que creer y confiar en él, y al final todo salió bien”, publicó en Instagram el día en el que consiguió su camiseta arcoíris. En la foto abrazaba a González y al otro lado estaba su compañera de batallas, la otra tesa, Martha Bayona.
Mire más: El ciclismo, gran protagonista del Deportista del Año
Fue la mano de González la que lo hizo dar el salto de calidad definitivo. Apenas se había pasado al velódromo cuando se lo cruzó un día en un torneo en Cali. John Jaime ya le había echado el ojo y le dijo que, cuando quisiera, podía venir a entrenar con ellos, con la selección nacional de pista. “Me dijo que fuera y así podía ver cómo entrenaba. Que después ya mirábamos si tenía madera”, recordó el campeón del mundo, que en ese entonces tomó el celular de Fabián Puerta, uno de los capos de la velocidad que también llegó a ser campeón mundial, y lo llamó al par de días para unirse al entrenamiento del equipo.
Hasta entonces, Kevin Quintero era una especie de ciclista prodigio. Récords juveniles de por medio, competencias internacionales en el camino y futuro esperanzador; de hecho, cuando el vallecaucano llegó a las manos del entrenador antioqueño era un niño de grandes promesas.
“Él lo cambió todo. La preparación que yo traía era mínima. Cuando llegué a Medellín, empecé a ir duro al gimnasio. Yo venía de la ruta y ahí tú solo sales a rodar en la mañana y pare de contar. Pero, cuando llegué a la pista, tenía que entrenar físico en la mañana y en la tarde, al velódromo. Me acuerdo la vez que John Jaime me cambió el peso en el gimnasio. Me dijo: ‘usted ya no es un niño de 18 años, ya creció. Ahora tiene que levantar cosas de hombres’”.
Kevin Quintero, el campeón del mundo
“Lo que me hizo quedarme en la pista es que no era el ciclismo de siempre, en el que pelear por quedar en el pelotón y si no alcanzas o, al contrario, si te escapas, siempre es una lucha solitaria”, explicó Quintero, quien corre con la camiseta arcoíris de campeón del mundo.
“Merecemos más atención nosotros, los ciclistas de la pista. Nuestro ciclismo también es grande. Cuando quedé campeón del mundo, la felicidad fue inmensa. Pero, a la semana, todos ya se habían olvidado de lo que hicimos”, agregó.
El proceso de Kevin Quintero no ha sido sencillo. Ni el paso a la pista, ni las decepciones cuando se esperaban mejores resultados, como le pasó en los Olímpicos de Tokio. Sí ha sido explosivo, como las vueltas del keirin, una carrera vertiginosa hacia el éxito prometido. Esa vorágine es la que a veces lo hace perder el sentido y la calma. Es lo que le recuerda siempre en la pista John Jaime González: “Me dice que tengo las condiciones, que me entreno mejor que cualquiera, pero que necesito calmarme. Nadie me conoce mejor que él y sé que para ganar tengo que confiar en sus palabras. Él es el estratega y con su guía sé que puedo llegar tan lejos como quiera”.
No se pierda: Video: reviva los mejores momentos de la ceremonia del Deportista del Año
Aunque en un principio no corría por ambiciones, y sí porque lo hacía feliz, hoy confiesa que sueña con una medalla olímpica. Corre por pasión, obviamente, pero ambiciona subirse al podio en París. Es candidato, pues llegará como campeón del mundo.
Por su cabeza pasan muchas cosas. Alguna vez quiso ser rutero, después se esforzó por dominar la velocidad. Soñó ser campeón panamericano y también campeón mundial. Hoy lleva la camisa arcoíris y eso lo hace pensar que todo empezó porque un día se le ocurrió seguir la idea de su abuela, quien quería que su nieto fuera ciclista. Le gustaría que lo viera en ese podio, mordiendo la medalla. Ella y su hijo, las dos personas por las que Kevin Quintero sueña ser campeón olímpico.
🚴🏻⚽🏀 ¿Lo último en deportes?: Todo lo que debe saber del deporte mundial está en El Espectador