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Si algo ha dejado la pandemia es la certeza de que la salud y los buenos hábitos de vida no tienen precio. Por eso, millones de personas cambiaron sus rutinas durante el último año y le están dedicando parte de su tiempo y recursos a la realización de actividades saludables, como montar en bicicleta y correr.
Hace algo más de una década el país vivió la fiebre del running, como se conoce el atletismo de carrera continua. Colombia llegó a tener más de sesenta competencias de calle, en las que participaban cerca de un millón de personas durante una temporada.
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De hecho, se convirtió en una industria, porque miles de aficionados se acostumbraron a trotar y competir de acuerdo con sus posibilidades. Había carreras para todos los gustos: nocturnas, familiares, femeninas y hasta con mascotas, buena parte de ellas con un interés económico, por supuesto, pero también con alguna causa social. Alrededor del running creció la venta de la ropa deportiva en general y la diseñada para la práctica del atletismo en particular. Las marcas de zapatillas, licras, pantalonetas, camisas y chaquetas impermeables aprovecharon un mercado en crecimiento para posicionar muchos de sus productos.
Un fenómeno similar comenzó a ocurrir con el ciclismo a raíz del éxito de los pedalistas colombianos en Europa. Los triunfos de Nairo Quintana, Rigoberto Urán, Esteban Chaves, Miguel Ángel López, Fernando Gaviria, Egan Bernal, Daniel Felipe Martínez y Sergio Higuita, entre otros, motivaron el renacer de los “escarabajos”, que habían sorprendido al mundo por allá en la década de los 80. Y volvieron los ciclistas aficionados a las calles y carreteras. En las grandes ciudades, además, motivados por el creciente número de ciclorrutas.
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La competencia directa para los nuevos deportistas ha sido, durante años, la posibilidad de asistir a gimnasios y acondicionarse físicamente con ayuda de la tecnología. Pero llegó la pandemia. Y después de la cuarentena estricta, en la que millones de personas optaron por hacer algún tipo de actividad física en casa, los deportes al aire libre fueron la única salida al confinamiento.
A mediados de 2020 comenzaron a crecer las ventas de bicicletas en Bogotá, Medellín, Cali y Bucaramanga, principales mercados de esta industria. Carlos Ballesteros, fundador de Bike House, una firma que distribuye y comercializa desde hace treinta años todo tipo productos relacionados con el ciclismo, explica que “a pesar de la tradición ciclística de nuestro país, seguimos abajo en la utilización de la bicicleta como medio de transporte con respecto a naciones europeas, en las que hay 1,3 ciclas por habitante”.
En Colombia se calcula que apenas el 12 % de la población tiene una. Ese número, sin embargo, ha crecido en los últimos meses, pues miles de personas han comprado bicicleta, bien sea para utilizarlas al desplazarse a su trabajo o para hacer deporte.
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Carlos Eduardo Romero, dueño de un almacén en el sector de la calle 68 en Bogotá, explica que “antes de la pandemia la gente compraba bicicletas de ruta y ciclomontañismo para salir los fines de semana, que costaban de millón y medio en adelante. Ahora buscan muchas también para moverse dentro de las ciudades y evitar el transporte público, esas sí de menos del millón”.
De acuerdo con cifras de la Secretaría de Movilidad de Bogotá, la ciudad cuenta con 588 kilómetros de ciclorrutas permanentes y 46 km de ciclovías temporales. En Medellín y Cali hay casi cien km en cada una.
Los viajes diarios el año pasado en la capital registraron un incremento del 80 % y superaron los 700.000. En todo el país la cifra puede rondar el millón y medio de viajes cada año.
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Y con el vehículo vienen también los gastos adicionales. Casco obligatorio, guantes, luces, cadenas, cambios, seguros y cualquier cantidad de accesorios; un aspecto importante para impulsar la reactivación de la industria. El auge del uso de las bicicletas significó también un enorme reto para los gobiernos municipales y departamentales, encargados de proteger la vida de los ciclistas en las vías. La mayoría ha implementado medidas de control y vigilancia, además de campañas de sensibilización lideradas por la Agencia Nacional de Seguridad Vial, que reportó en octubre pasado 249 muertos, más de 800 heridos y cerca de 14.000 robos en lo que iba del año.
No hay vía pa’ tanta gente
En los alrededores de las grandes ciudades se ha ido incrementando la cantidad de grupos de ciclistas aficionados que salen a rodar varios días a la semana. Lo hacen en todo tipo de bicicletas. Desde las muy básicas, que pueden costar poco más $1 millón, hasta unas semiprofesionales, de $15 millones para arriba.
En las cercanías de Bogotá hay por lo menos un centenar de recorridos para hacer ciclomontañismo, además de los míticos ascensos a Patios, El Verjón y El Vino, o la vuelta a La Sabana. En Medellín los ciclistas suben a Las Palmas y Santa Elena, o se van al Oriente, La Ceja, El Retiro o La Unión. Y en Cali los amigos del pedal se divierten en Pance, el kilómetro 18, La Buitrera, El Pico de Águila, ruedan por Palmira o visitan La Vorágine.
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En el Eje Cafetero el ciclismo pretende convertirse en un complemento del consolidado atractivo turístico de la región. Ya se encuentran en internet interesantes recorridos por trochas y senderos para niños, jóvenes y adultos.
Por salud, recreación, cuidado del medio ambiente o ahorro, los colombianos volvieron a enamorarse del ciclismo, el deporte nacional, que tantas alegrías y satisfacciones les ha generado desde al menos hace setenta años.