La silla vacía de Alfonso Flórez, el primer ciclista colombiano que conquistó Europa

El santandereano ganó hace cuarenta años el Tour de l’Avenir de 1980 y partió en dos la historia del ciclismo de nuestro país. El gran ausente en la celebración de Egan Bernal. Su historia, personaje.

Thomas Blanco- @thomblalin
16 de agosto de 2019 - 04:46 a. m.
La silla vacía de Alfonso Flórez, el primer ciclista colombiano que conquistó Europa
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A las 11 de la mañana del sábado 25 de abril de 1992 llegó al aeropuerto Palonegro de Bucaramanga, en un féretro con los párpados apagados para siempre, Alfonso Flórez. Dos días antes, en Medellín, un par de sicarios, a bordo de una motocicleta, en el cruce entre la carrera 65 con las calles 48 y 47D, le metieron cuatro disparos en la cabeza al bicampeón de la Vuelta a Colombia cuando estaba sacando del taller el Mazda blanco de su mujer. Días en los que Pablo Escobar y los tentáculos del narcotráfico pagaban dos millones de pesos por cada policía caído. Ese era el croquis de la violencia de nuestro país.

El trayecto era sencillo: del aeropuerto a la Funeraria San Pedro, en donde se llevaría a cabo su velación. Allí entraron cientos de personas a despedirse, pero varios desconocidos a dar las gracias. “Llegó gente a decirnos: ‘Alfonso me colaboró para entrar a estudiar’, ‘Me ayudó a pagar el arriendo’, ‘Me sacó de tal apuro’, en fin. Eran cosas de las que nos enteramos hasta el día de su muerte”, dice Ana María, una de sus dos hijas.

Pequeños gestos que desnudan la clase de persona que fue Alfonso Flórez. No tocaba las trompetas cuando hacía una obra buena. Su mano izquierda nunca supo lo que hizo la derecha. No buscaba reconocimiento o aplausos, solo quería ayudar. Las sombras son la máxima expresión de su verosimilitud por servir a los demás.

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¿Qué hizo Alfonso con el primer sueldo significativo tras representar a la selección colombiana? Se lo dio a sus suegros para pagar la hipoteca de la casa de ellos. “Él era un gran hijo, amigo y compañero de vida”, apunta Martha Tarazona, su mujer.

Se conocieron estudiando en el Sena de Bucaramanga. Él estudiaba máquinas y herramientas, y ella secretariado comercial. “Pero nunca nos hablábamos, solo nos mirábamos. Hasta que me fui a trabajar a Postobón, que además tenía un equipo de ciclismo y nos hicimos buenos amigos. Un día me dijo: ‘Martica, venga la acompaño a la casa’”.

Y disparó: “Usted va a ser la mamá de mis hijos”.

Días después, Alfonso viajó a Francia a cumplir una de las gestas más importantes en la historia del ciclismo colombiano. Pero antes, en las carreteras de Antioquia, se encomendó a la Virgen y a las almas del purgatorio. Y leyó su fragmento favorito de la biblia: Salmos 91. Y se fue, mientras Martha escuchaba en un radio transitor, con una sala reventada de periodistas, las hazañas de su marido.

Alfonso fue el artífice del gran punto de quiebre del ciclismo colombiano: en 1980, cuando se coronó campeón del Tour de l’Avenir, que hoy es considerado como el Tour de Francia para menores de 23 años. Un galardón que también han obtenido Martín Ramírez (1985), Nairo Quintana (2010), Esteban Chaves (2011), Miguel Ángel López (2014) y Egan Bernal (2017).

Aquel triunfo de Alfonso fue el primero de Colombia en una carrera europea. Y el cimiento para que los escarabajos y la dirigencia se pellizcaran para meterse en la élite del ciclismo mundial. Tres años más tarde de ese suceso, Colombia, con el equipo Pilas Varta, corrió su primer Tour de Francia en 1983.

Sin embargo, las puertas del Tour de l’Avenir no se abrieron tan fácil para los colombianos. Unos meses antes de la carrera, los periodistas deportivos Héctor Urrego y Óscar Restrepo viajaron a la redacción de L’Equipe, el diario más prestigioso del planeta y organizador de la prueba, a reunirse con Xavier Louy, director de la competencia. Tras una deliberación lograron darle a Colombia la tarjeta de invitación.

Los pedalistas colombianos llegaron con su panela, bocadillos y herpos. En el morral, Alfonso llevaba también su gelatina blanca de pata, que siempre le enviaba una fan suya santandereana de Bogotá con los periodistas de radio.

El recibimiento de los europeos fue burdo: aullidos de indígenas. El primer día de carrera también fue jodido. En la contrarreloj individual pagaron la novatada: Rogelio Arango se fue a calentar y llegó cinco minutos tarde al lugar de salida. El cronómetro no tuvo benevolencia.

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“Y en las etapas de pavé iban con las manos dormidas de la vibración del manubrio”, agrega Martha. Pero con el correr de los días, y de la montaña, se acomodaron en la general y se armó un mano a mano: Colombia vs. URSS. Los soviéticos, malos perdedores, y confiados en su flecha, Sujoruchenkov, quien llegaba como el bicampeón de la carrera, empezaron a pegarle codazos y empujones a los colombianos.

Hasta que en la quinta etapa, la inteligencia de la escuadra colombiana soltó sus cartas. José Patrocinio Jiménez era el hombre referenciado por sus rivales, por lo que a 50 kilómetros de la meta Alfonso aprovechó los beneficios de ser invisible y se enlazó a una fuga de diez corredores que estaba tirando un compatriota: Julio Rubiano. Ese día, Alfonso llegó con casi tres minutos de ventaja con respecto a los favoritos y se puso la camiseta amarilla de líder. Y nunca más la soltó. “La carrera era de esos rusos, eso nos dio energía. Alfonso era mi gran amigo, mi compadre, pero esas son las cosas de la vida”, rememora el viejo Patro.

Hoy por hoy, Martha vive sola, ya sacó adelante a sus dos hijas: 28 años después del crimen, aún no tiene respuestas, tampoco las necesita. “Ya entregué todo en manos de Dios”.

Y el pasado 7 de agosto en Zipaquirá de 2019, en medio de la celebración del título del Tour de Francia de Egan Bernal, las glorias del ciclismo colombiano estuvieron sentadas en pleno: Zipa Forero, Patro, Pajarito Buitrago, Cochise, Mauricio Soler, Fabio Parra, Lucho Herrera, entre muchos otros. Pero había una silla vacía: la de Alfonso. Con él empezó todo.

Thomas Blanco Lineros- @thomblalin

tblanco@elespectador.com

Por Thomas Blanco- @thomblalin

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