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Regrese al especial del Tour de Francia
El cielo, hacia allí apuntaron los ojos cerrados de Lance Armstrong en una de sus sietes conquistas del Tour de Francia. Atrás, el Arco del Triunfo; y dentro de sí, una culpa que le estaba rompiendo el alma. Era el ídolo de millones y el ejemplo de los que por ese entonces vivíamos la niñez, los que no conocíamos la maldad y creíamos en su grandeza. Esa que nunca existió. Esa que se moldeó con sustancias que se vuelven malditas en el entorno deportivo.
“Sus hijos seguirán yendo al colegio y verán que su padre ya no es un ídolo, sino un paria”, fue la perfecta definición que dio el exciclista escocés David Millar, tras la entrevista que revolucionó el deporte, el 17 de enero de 2013, en la que el destronado Armstrong le confesó a Oprah Winfrey que se dopó en cada una de las rondas gala que ganó. (Conozca otros personajes históricos del Tour)
Y así sucedió. El entorno de la actividad física, no solo del hermoso pedalismo, lo tendrá en la eternidad como un traidor a la verdad del éxito, al sagrado maillot amarillo, ese que sí lució con honor el considerado mejor tratador de las bielas y los pedales, Eddy Merckx. El legendario belga compartió con el tramposo estadounidense en varias ocasiones y así lo recordó: “A menudo me miraba a los ojos si hablábamos de dopaje, evidentemente siempre era un gran ‘no’. Lo digo, estoy extremadamente decepcionado, no había visto venir nada de esto. No sé cómo pudo llegar ahí, a mentirle a todo el mundo y todo el tiempo. Es realmente fácil e hipócrita”.
La historia del “La Lanza”, como fue apodado, nacido el 18 de septiembre de 1971, en Austin, estado de Texas, parecía, antes del escándalo, de poner entre las mejores de la humanidad. Previo a cumplir los 22 años de edad, en 1993, se quedó con la medalla de oro en el Mundial de Ruta. En 1996 le detectaron un cáncer de testículo al cual derrotó. Volvió a competir. Una locura. Sin embargo, su engaño a los simpatizantes de la actividad física destruyó al héroe endeble en el que se había convertido.
Sus siete consagraciones consecutivas en la carrera más importante del planeta (de 1999 a 2005) fueron declaradas desiertas, en octubre de 2012. Tuvo que devolver también la medalla de bronce de los Juegos Olímpicos de Síndey 2000. A cambio, se hizo a la indignidad, porque contradiciéndolo, sí es posible ganar siete Tours de Francia sin doparse. Él no lo intentó y algún día la historia la romperá un ser digno de semejante hazaña.
“Tomé mis decisiones. Son mi error. Y estoy sentado aquí hoy para reconocerlo y decir que lo lamento”, dijo Lance Edward en la entrevista de Oprah. En esa charla no quiso culpar al médico italiano Michele Ferrari, suspendido por la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (Usada) “de por vida por haber participado en un sistema de dopaje en el US Postal”. Ferrari, cerebro del mayor engaño deportivo, fue calificado por el excorredor como “un hombre inteligente”, acto que hace dudar de la inteligencia del propio Armstrong.
“Tramposo” y “dopado” le gritaban los fanáticos del Tour a Lance Armstrong cuando éste recorría el sendero de los Alpes y de Los Pirineos en los últimos años de sus manchados títulos, 2004 y 2005. El estadounidense pedaleaba con más fuerza ignorando los exaltados gritos, los que tenían la razón, porque como expresó en su momento el boyacense que visualiza el sueño amarillo, Nairo Quintana: “Sí se puede ganar el Tour de Francia sin doparse”.
@SebasArenas10 - sarenas@elespectador.com