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                                                                                                                                  Leonardo Páez y la dignidad de caer y levantarse

                                                                                                                                  La vida de este boyacense ha dado tantos saltos que, a sus 38 años, puede decir que sabe cómo trabajar la tierra, vender sus productos, hacer parte de un pelotón en la ruta y, por supuesto, ganar cuanta carrera de MTB se le pone en el camino. Un deportista polifacético que siempre sacó su mejor versión a pesar de la adversidad.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  “Era recoger, cargar en un camión alquilado, llegar en la noche, dormir un par de horas y madrugar el jueves para tener todo listo en el puesto de la plaza”. En una de esas jornadas vivió su primera borrachera, cuando le dio por comprar una botella de aguardiente con su primo Héctor Páez para apaciguar el frío mientras esperaban unas horas antes de ir a cobrar lo que se había fiado más temprano.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Está la del niño que aprendió a montar bicicleta viendo a sus hermanos hacerlo. Bayardo (nombre de caballero francés), el mayor, se sentaba en el sillín y pedaleaba, Javier iba parado en los tornillos laterales de la rueda trasera y él se acomodaba de lado en el manubrio.

                                                                                                                                  “Después, cuando crecí, me dejaron ir solo”, recuerda Páez con una voz que denota un ritmo acompasado. En esos años entendió que el trabajo en el campo, como lo hacía su padre, dignifica la existencia y que cuando araba la tierra, el tiempo corría de otra manera. “Cuando terminaba en la casa me iba a jornalear a otras fincas. Me pagaban $3.000 por el día, creo. De ahí saqué para la primera bicicleta que compré por $80.000”.

                                                                                                                                  Luego vino su paso por Bogotá, la afiliación a la liga de ciclismo de la capital, el dormir en un cuarto con uno de sus hermanos que ya estaba radicado en la ciudad, y los triunfos en las Copas Cundinamarca y en cuanto evento de ciclomontañismo se hacía. Esto derivó en su primer viaje a Europa, con la confianza en la palabra de un entrenador que le veía cualidades para correr en Italia y en lo pasmado que quedó cuando vio la osamenta de los árboles luego del inclemente invierno.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  Lea también: Diego Amaya, la armonía de patinar sobre el hielo

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  Sí, no era de los primeros, pero tampoco de los últimos. Había condiciones de corredor laborioso”. Puede que el vínculo con la ruta se haya roto en ese instante, pero volvería a darle otra oportunidad en la Vuelta a Colombia de 2014 con el EBSA-Indeportes Boyacá; sin embargo, apenas pudo completar cinco jornadas y se retiró en la sexta (entre Ibagué y Pereira, con el ascenso a La Línea en el medio).

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  “No me arrepiento de nada. He sido muy duro conmigo mismo o, mejor, exigente; pero me ha dado frutos. Ahora tengo la tranquilidad de un año más de contrato y de sentirme mejor que nunca, aunque de cuando en cuando me duela la mano”.

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  “Era recoger, cargar en un camión alquilado, llegar en la noche, dormir un par de horas y madrugar el jueves para tener todo listo en el puesto de la plaza”. En una de esas jornadas vivió su primera borrachera, cuando le dio por comprar una botella de aguardiente con su primo Héctor Páez para apaciguar el frío mientras esperaban unas horas antes de ir a cobrar lo que se había fiado más temprano.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Está la del niño que aprendió a montar bicicleta viendo a sus hermanos hacerlo. Bayardo (nombre de caballero francés), el mayor, se sentaba en el sillín y pedaleaba, Javier iba parado en los tornillos laterales de la rueda trasera y él se acomodaba de lado en el manubrio.

                                                                                                                                  “Después, cuando crecí, me dejaron ir solo”, recuerda Páez con una voz que denota un ritmo acompasado. En esos años entendió que el trabajo en el campo, como lo hacía su padre, dignifica la existencia y que cuando araba la tierra, el tiempo corría de otra manera. “Cuando terminaba en la casa me iba a jornalear a otras fincas. Me pagaban $3.000 por el día, creo. De ahí saqué para la primera bicicleta que compré por $80.000”.

                                                                                                                                  Luego vino su paso por Bogotá, la afiliación a la liga de ciclismo de la capital, el dormir en un cuarto con uno de sus hermanos que ya estaba radicado en la ciudad, y los triunfos en las Copas Cundinamarca y en cuanto evento de ciclomontañismo se hacía. Esto derivó en su primer viaje a Europa, con la confianza en la palabra de un entrenador que le veía cualidades para correr en Italia y en lo pasmado que quedó cuando vio la osamenta de los árboles luego del inclemente invierno.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

                                                                                                                                  Estos saltos temporales nos llevan a la faceta de Páez como ciclista de ruta, a su victoria en la Clásica de El Rosal en la categoría sub-23 y en la de Pasca, Cundinamarca, antes de participar en la Vuelta a la Juventud de 2002, carrera en la que fue séptimo, no muy lejos de Alejandro Ramírez y Mauricio Soler, campeón y subcampeón, respectivamente. Además, disputó un Clásico RCN con el equipo de Indeportes Boyacá, el de 2008, que salió en San Andrés y terminó en Cali.

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  Lea también: Diego Amaya, la armonía de patinar sobre el hielo

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  Sí, no era de los primeros, pero tampoco de los últimos. Había condiciones de corredor laborioso”. Puede que el vínculo con la ruta se haya roto en ese instante, pero volvería a darle otra oportunidad en la Vuelta a Colombia de 2014 con el EBSA-Indeportes Boyacá; sin embargo, apenas pudo completar cinco jornadas y se retiró en la sexta (entre Ibagué y Pereira, con el ascenso a La Línea en el medio).

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  “No me arrepiento de nada. He sido muy duro conmigo mismo o, mejor, exigente; pero me ha dado frutos. Ahora tengo la tranquilidad de un año más de contrato y de sentirme mejor que nunca, aunque de cuando en cuando me duela la mano”.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Páez, que más parece un nómada en territorio italiano (ha vivido en Vigano, Milán, Campo di Mare, Lombardía y Trento, por nombrar algunos lugares), sigue teniendo esa capacidad de adaptación y la vocación, pues sabe que siempre será mejor el cambio que la quietud y que los pies, o en este caso las zapatillas, dejan huella hasta el final.

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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