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Los cuadros de la Vuelta a Antioquia: la crónica del niño que le ganó a los gigantes

El recorrido desde las vías del Nus hasta Caicedo: así fueron las cinco etapas de la Vuelta a Antioquia, que ganó el joven Diego Pescador. Colombia sueña con el futuro de su ciclismo.

Fernando Camilo Garzón
10 de julio de 2023 - 05:15 p. m.
Diego Pescador ataca a los favoritos en la última etapa de la Vuelta a Antioquia 2023.
Diego Pescador ataca a los favoritos en la última etapa de la Vuelta a Antioquia 2023.
Foto: Cortesía de @adncycling - Éder Garcés
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“Qué man pa’ loco”, dijo uno en la van cuando se enteró de que el ataque con el que Diego Pescador se llevó el título de la Vuelta a Antioquia 2023 fue en pleno descenso. Arriesgado, el quindiano se lanzó entre las curvas de la pendiente para dejar atrás a sus contendientes, sin miedo de los abismos que asomaban en el camino enrevesado de la montaña que lleva a Caicedo. Los mismos pasos que ahora deshacía la caravana de la carrera, que finalizó con la gesta de Pescador ante el pavor de muchos, que, sorprendidos por la edad del nuevo héroe, iban mareados por las contracurvas de aquel puerto imponente que coronó al joven pedalista.

En Caicedo, un municipio bien escondido entre los cafetales de la montaña, no había otro tema que la Vuelta. Era domingo y todo el pueblo se congregó en la plaza central, en los andenes escalonados de las calles en pendiente, los balcones de la cuadra y el pequeño repecho de la vía principal que recibió a los ciclistas para festejar, por primera vez, la llegada de una carrera.

En punta, alzando los brazos, llegó primero otro joven, el boyacense Óscar Fernández, el ganador del día. Pero justo detrás, cabeza gacha, mirada en el pavimento y cuerpo ajustado al marco de la bicicleta, con ambas manos bien sujetadas al manubrio y la boca abierta con la lengua queriendo salir y escapar, pasó Pescador, el niño inesperado que les ganó a los gigantes. El que con 18 años, sin ser ni siquiera sub-23, venció a los mejores corredores del pelotón nacional.

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Kilómetros antes de lanzarse en la bajada, de cruzar la línea de meta y de celebrar en Caicedo, Pescador venía agrupado con el resto de favoritos, los experimentados, los campeones, los que debían llevarse el título, por jerarquía y experiencia, pero que se colgaron ante el arrojo del quindiano, de mirada serena y nervios de sosiego. Afilaba su cuchillo cerca del puente del Vaho de Anocosca, por el que el pelotón pasó sin advertir ni las intenciones de aquel impávido con ganas de victoria, ni el peso de la memoria de un territorio que en la angustia de la memoria clama por paz.

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Fue por ese mismo puente del Vaho, que lleva este nombre por el vapor que emana de la quebrada que sigue rio abajo, por el que pasó, hace 21 años, el gobernador Guillermo Gaviria Correa, junto al comisionado de Paz Gilberto Echeverri Mejía, aquella tarde de mayo en la que las FARC lo secuestró en medio la marcha de la Noviolencia. En el cartel que conmemora su perdida reza: “los vimos irse, pero no regresar”. Se los llevaron arriba hacia la montaña, por el camino que se parte a la derecha tras el puente del Vaho y que es la dirección contraria a Caicedo, que queda yendo la izquierda, el trayecto por el que se dirigió la caravana de la Vuelta a Antioquia y donde, kilómetros más adelante, Diego Pescador dio la insospechada campanada.

Los primeros días de la carrera: una sentencia mentirosa

La gesta de Diego Pescador se puede entender desde varias perspectivas. Primero, hay que retroceder en el tiempo. Inicio de carrera, cinco días atrás. En la llegada, Medellín parecía un pesebre. A la altura de las nubes, desde la ventana del avión, las luces titilaban como si fueran un alumbrado de diciembre. A lo lejos, la ciudad parecía un ejército de luciérnagas que se expandían entre las montañas, las mismas de las que salió la caravana de la edición 50 de la Vuelta a Antioquia.

La carrera empezó muy cerca a Medellín, en la cumbre de la ladera en un punto muerto al que llaman Vinus o Vías del Nus, una concesión vial expuesta al inclemente sol por un pavimento ardiente, sin árboles ni sombra.

Tal vez sería por ese calor que la Vuelta a Antioquia 2023 empezó con letargo, con una marcha menos y un pelotón cansado. Solo dos semanas atrás, los mismos corredores y los mismos equipos, a excepción del más poderoso de todos, el Team Medellín, habían corrido la Vuelta a Colombia. Y por eso, también, su paso en un inicio de carrera, marcado por el homenaje al fallecido Germán Chaves, fue lento y pesado.

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Desde el primer día, con una fuga que se distanció a más de cinco minutos, se decantaron los seis favoritos al título. Estaba Pescador, claramente, pero había otros con mayor cartel como Alexander Gil, Sebastián Castaño, Diego Ochoa, Daniel Muñoz y Wilson Peña. El último, especialmente, era el candidato de todos, por experiencia y porque venía de ser podio en la Vuelta a Colombia.

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Un favoritismo que se confirmó en el segundo día, de contrarreloj y otra vez bajó el inclemente calor de las Vías del Nus, cuando Peña asaltó el liderato y sentenció, decían, la carrera. Con solo montaña por delante, nadie podía quitarle el título al del Sistecrédito. Tal vez, Alexander Gil, uno que ya sabía que era ganar carreras. Pero, era improbable. Supuestamente, solo con dos días de competencia, la Vuelta a Antioquia ya estaba sentenciada.

La montaña impartió justicia

Aunque lo favorecían los números, el presente, la experiencia, la posición en la general y todas las cosas a tener en cuenta, había algo en el rostro de Wilson Peña, lo que podía verse en los podios o en los momentos previos al inicio de las etapas, que no cuadraba. Supuestamente, ya había ganado la carrera, pero sus ojos revelaban angustia. En el runrún de la caravana se hablaba de enfermedad. Malestares de un corredor que fue de los únicos que se atrevió a toserle a Miguel Ángel López en la Vuelta a Colombia y que, para la Vuelta a Antioquia, venía más gastado que lo preveían los pronósticos.

Sería la subida entonces la que pondría en su lugar todas las habladurías y suposiciones. Diciendo adiós a las Vías del Nus, el pelotón se encaró con la montaña. En la vera del camino, de a poco, aparecieron los cafetales del Suroeste Antioqueño. De un lado, en las carreteras que devoraba la caravana, se celebraba la magnificencia de las montañas sembradas con plantaciones que se elevaban casi hasta el cielo, mientras que, del otro lado, bien pegado a los caminos llanos que recorrieron los ciclistas, tumultuosos ríos de corrientes violentas, como el del Cauca o de San Juan, asustaban el trasegar del pelotón, con tramos inundados por las crecidas que dejaban los diluvios nocturnos que caen por estas épocas en las tierras de Antioquia.

El Suroeste Antioqueño es una tierra ciclística. Y es más que habitual ver desperdigados, por los caminos de la carretera, ciclistas solitarios que retan a las montañas.

“¡Pare la van, que ahí va perico!”, gritó en el tercer día otro de los van. Empezando una subida, muy cerca de su natal Ciudad Bolívar, zigzagueando por el esfuerzo, iba Julián Arredondo, el campeón de la montaña en el Giro de Italia 2014. Mítico corredor de la generación dorada de Colombia que desde la década de 2010 conquistó a Europa. Ahora, con más panza que hace un par de años, y retirado después de los problemas físicos e inexplicables que no lo dejaron llegar tan lejos como prometía, es uno de esos corredores que, en solitario, pedalea en los inexorables asensos de su tierra, esa misma de la que también salieron otros como Carlos el Bananito Betancur o Rigoberto Urán, que es de Urrao, vecino de aquellos lares.

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Son terruños de escaladores, por eso tenía sentido que, si la montaña debía decidir la carrera, fuera allí donde la superioridad de Peña tenía que ser puesta a prueba. La aparente sentencia de los primeros días empezó a ser puesta en duda en la llegada a Tapartó, un corregimiento del municipio de Andes que recibió la meta de la tercera etapa. Peña llegó colgado, y en la foto de la victoria de su compañero William Colorado, atrás, agotado por el esfuerzo, emergió la figura de Diego Pescador, que por milésimas de segundo ese día no se llevó la camiseta de líder.

Wilson Peña, de hecho, quedó relegado en el cuadro del día siguiente, cuando la carrera llegó a Valparaíso y otro gigante puso su nombre en la contienda: Alexander Gil. Si Peña no había sido dominante en los dos ascensos previos, tal vez el del EPM, un hombre más curtido en esta clase de batallas, que ya sabía lo que era quedar campeón, iba a ser el vencedor en el final de Caicedo. Las fichas se movieron del tablero y no muchos tenían en cuenta al segundo de la general, el perseguidor del líder a solo dos segundos: Diego Pescador. “Le jugará la inexperiencia, solo tiene 18 años y eso lo perjudica”, se escuchaba entre las voces que apostaban por un candidato.

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Pescador, el futuro en una tierra que clama paz

Fueron 29 kilómetros de subida, en un puerto de montaña brutal. A Caicedo, Diego Pescador llegó con ventaja con respecto a los gigantes, siguiendo la rueda de otro joven valiente como Fernández, que lanzó el ataque e inspiró la rebeldía del oriundo de Quimbaya, un pequeño municipio en Quindío.

Aunque dicen que los tiempos de paz llegaron a estas tierras, se escuchan rumores que alertan de andar con ciudado. En algunas casas, de esas que en los techos tienen elbas para secar el café, se ven marcadas en las paredes las iniciales de las AGC (Autodefensas Gaitanistas de Colombia). A lo lejos en las faldas de la montaña, en un asenso que solo tiene curvas y contracurvas, Caicedo parece un destino al que no se llega nunca. Pero en la pelea por el título, los punteros de la general en la Vuelta a Antioquia se comieron la subida en cuestión de minutos.

Y fue el antiguo fondista, el atleta de Quimbaya que se decidió por la bicicleta, el que dio el golpe en los avismos de Caicedo.

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No es un niño, ya tiene 18, pero para el ciclismo es todavía un pequeño. Uno que ya le gana a los grandes e ilusiona. La esperanza en medio del incierto futuro que se cierne sobre el ciclismo colombiano. Él sueña también, como es normal, aunque sus aspiraciones son medidas. Piensa más en el día a día, en el proceso que continúa, que en lo demás.

Lo demostró en la Vuelta a Colombia, en la que ganó la categoría sub-23 y se mostró como una realidad en el pelotón nacional. Nivel que potenció con su victoria en Antioquia, la primera de su carrera todavía precoz.

“Lo importante es mantener siempre los pies en la tierra. Ir con humildad. Así es que se consiguen las cosas, con paciencia y confiando en el proceso. La Vuelta a Colombia me demostró que puedo lograr todo lo que me proponga. Tengo la fortuna de contar con un gran equipo y con el acompañamiento del profe Luis Alfonso Cely. Eso es un lujo”, dice el corredor, incrédulo por la victoria, tranquilo por el futuro que viene.

Con los sueños de Pescador, la Vuelta a Antioquia despidió sus 50 años. Atrás quedó Caicedo, las motañas del Suroeste Antioqueño y el sol inclemente de las Vías del Nus. Adelante, la ilusión de los ciclistas jóvenes que alimentan las aspiraciones de un ciclismo que quiere volver a las primeras planas del mundo.

Arriba, más alto que las montañas, desde el avión, Medellín seguía pareciendo un pesebre en la despedida, pero ahora con pequeñas lombrices de luz que se extendían por los caminos de la montaña. Esos que recorrió la nueva edición de la clásica antioqueña, una de las carreras más importantes de nuestro ciclismo.

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