Los primeros pasos de Egan Bernal, el futuro Froome
Las carreteras de Zipaquirá, Cogua, Pacho y La Vega (Cundinamarca) vieron crecer al actual campeón del Tour de L’Avenir, la competencia sub-23 más importante del mundo. Anécdotas de la promesa del equipo Sky.
Juan David Moreno B.
Egan Bernal, a los ocho años, puso en aprietos a su padre cuando le dijo que quería participar en una carrera que estaba a punto de empezar. No tenían casco, tampoco plata para la inscripción y, aún así, Egan insistía. Esa mañana habían salido de su casa, en Zipaquirá (Cundinamarca), y pedalearon por la vía que conduce al municipio de Cogua. De regreso, tras recorrer ocho kilómetros, encontraron de casualidad la romería de pequeños ciclistas que se preparaban para la competición. Su papá, Germán, trató de disuadirlo para que desistiera, pero Egan no daba muestras de cansancio. Quería estar ahí.
Frente al Instituto de Recreación y Deporte de Zipaquirá, epicentro de la justa, Egan le pidió prestado el dinero a un amigo que los acompañaba, quien se lo dio sin reparos al ver su ímpetu desaforado. Después, Egan desapareció y fue en busca de un casco. Lo encontró: era enorme, le tapaba los ojos y se desajustaba con facilidad. A bordo de su entrañable “bici amarilla”, se unió a los demás niños y se alistó para partir.
Era su primera carrera y veía con dificultad el camino que se le trazaba. De un momento a otro, se desprendió de sus competidores, se paró en los pedales, se precipitó hacia la meta y ni siquiera advirtió que había llegado de primero. Sus padres lo vieron con el casco volteado hacia un costado y, tras felicitarlo por su victoria, Egan mostró una satisfacción solemne que no hizo mella en la parsimonia y la humildad de su carácter. Las puertas del ciclismo se abrieron con una beca para entrenar durante un año.
El ejercicio era sagrado. A la 1:30 p.m., cuando salía del colegio, iba corriendo a su casa para comer algo ligero y esperar la hora de su entrenamiento, que se prolongaba de 3:00 a 5:00 p.m. Nunca vio dificultad en alternar su estudio con las tareas del colegio. En palabras de Flor Gómez, mamá de Egan, a él se le veía entrenando todo el tiempo, sin importar que estuviera haciendo frío, lloviendo o que incluso fuera presa del inclemente sol sabanero. “Desde muy niño se le veía ese esfuerzo con el que luchaba, ese esmero para conseguir las metas que se iba fijando”.
Y es que sus objetivos los ha esbozado conforme avanza en su carrera. Cuando ganó aquella primera competencia, dijo: “Mamá, quiero ser campeón de los intercolegiados”. Tras lograrlo, acarició la idea de ser campeón departamental y después quiso ser el mejor a nivel nacional. Uno a uno, alcanzó sus objetivos. En plena adolescencia, de la mano de Pablo Mazuera, quien le dio su respaldo con la Fundación Mezuera, Egan Bernal conquistó la medalla de plata y la de bronce en dos mundiales consecutivos de ciclo montañismo. Sin embargo, el escalador no se sentía completo: tenía la imperiosa vocación de dar el salto al ciclismo en ruta. No sabía cómo, cuándo ni dónde. La casualidad volvió a sorprenderlo.
Un día fue a ver correr el Team Colombia en Europa. En ese momento, su mánager le iba a presentar un embalador al equipo Sky. “Yo estaba ahí de metido. El hecho es que no necesitaban un embalador, sino un escalador joven. Me presentaron al mánager, hablamos mucho y me dijo: ‘Primero, haga una carrera de ruta júnior, porque usted es ciclomontañista. Sabe que va a tener que correr contra Vincenzo Nibali, Nairo Quintana, Rigoberto Urán… Usted no sabe qué es eso’. Esa noche firmamos el contrato”. Pero el paso que dio más adelante estuvo a punto de hacerlo desistir.
Aunque tiene la certeza de que su primera competencia en ruta la corrió en Francia, no está seguro si se trató del Tour del Mediterráneo. Lo que sí recuerda es el viento gélido y las lluvias que lo inmovilizaron desde antes de subirse en la bicicleta. Debía recorrer 205 kilómetros, pero en los primeros cinco ya pensaba en tirar la toalla. “Para qué me retiré del ciclomontañismo, allá era alguien, acá no soy nada. No quiero seguir en esto”, se decía a punto de romper en llanto.
En ese instante aplicó la fórmula que le ha servido desde que era niño. Además de la astucia y la inteligencia que le han servido para mantenerse en pie y conocer los movimientos de sus competidores, se decía en los tramos más complejos que debía “aguantar un poco más”. Cuando se acercaba al límite que había fijado, Egan Bernal seguía pedaleando, lo motivaba un descenso (“no me puedo quedar en la bajada”) o, simplemente, se daba cuenta de que no estaba tan cansado. Así, con la fórmula del “poco a poco”, llegó a la meta; al día siguiente ocupó el puesto 15 y dos días después fue octavo.
Sus conquistas no son pocas. La más grande, la que lo perfila como uno de las más importantes figuras del ciclismo mundial, la consiguió en agosto de este año cuando se coronó campeón del Tour de L’Avenir, la competencia sub-23 más importante del planeta. Hoy tiene la responsabilidad de acompañar al equipo Sky, correr al lado de Chris Froome, pero dice, despojado de cualquier ápice de orgullo, que no siente miedo. “Si en algún momento voy a ganar una carrera, bien. Si voy a ser un gregario o si voy a hacer el que lleva las caramañolas, por mí no hay problema. El asunto es aprender”, dice Bernal, de 20 años, a quien conocen como La Bestia.
Mientras llega 2018, cuando se enfrentará en Europa a los pesos pesados del ciclismo, a Egan Bernal lo ven entrenando por estos días en el alto de Las Margaritas, en la vía que conduce a Pacho y por los alrededores de Cogua (Cundinamarca). Son las carreteras en donde encontró la insospechada seguridad del triunfo y que gracias a sus resultados hoy lo siguen formando como el campeón del futuro.
Egan Bernal, a los ocho años, puso en aprietos a su padre cuando le dijo que quería participar en una carrera que estaba a punto de empezar. No tenían casco, tampoco plata para la inscripción y, aún así, Egan insistía. Esa mañana habían salido de su casa, en Zipaquirá (Cundinamarca), y pedalearon por la vía que conduce al municipio de Cogua. De regreso, tras recorrer ocho kilómetros, encontraron de casualidad la romería de pequeños ciclistas que se preparaban para la competición. Su papá, Germán, trató de disuadirlo para que desistiera, pero Egan no daba muestras de cansancio. Quería estar ahí.
Frente al Instituto de Recreación y Deporte de Zipaquirá, epicentro de la justa, Egan le pidió prestado el dinero a un amigo que los acompañaba, quien se lo dio sin reparos al ver su ímpetu desaforado. Después, Egan desapareció y fue en busca de un casco. Lo encontró: era enorme, le tapaba los ojos y se desajustaba con facilidad. A bordo de su entrañable “bici amarilla”, se unió a los demás niños y se alistó para partir.
Era su primera carrera y veía con dificultad el camino que se le trazaba. De un momento a otro, se desprendió de sus competidores, se paró en los pedales, se precipitó hacia la meta y ni siquiera advirtió que había llegado de primero. Sus padres lo vieron con el casco volteado hacia un costado y, tras felicitarlo por su victoria, Egan mostró una satisfacción solemne que no hizo mella en la parsimonia y la humildad de su carácter. Las puertas del ciclismo se abrieron con una beca para entrenar durante un año.
El ejercicio era sagrado. A la 1:30 p.m., cuando salía del colegio, iba corriendo a su casa para comer algo ligero y esperar la hora de su entrenamiento, que se prolongaba de 3:00 a 5:00 p.m. Nunca vio dificultad en alternar su estudio con las tareas del colegio. En palabras de Flor Gómez, mamá de Egan, a él se le veía entrenando todo el tiempo, sin importar que estuviera haciendo frío, lloviendo o que incluso fuera presa del inclemente sol sabanero. “Desde muy niño se le veía ese esfuerzo con el que luchaba, ese esmero para conseguir las metas que se iba fijando”.
Y es que sus objetivos los ha esbozado conforme avanza en su carrera. Cuando ganó aquella primera competencia, dijo: “Mamá, quiero ser campeón de los intercolegiados”. Tras lograrlo, acarició la idea de ser campeón departamental y después quiso ser el mejor a nivel nacional. Uno a uno, alcanzó sus objetivos. En plena adolescencia, de la mano de Pablo Mazuera, quien le dio su respaldo con la Fundación Mezuera, Egan Bernal conquistó la medalla de plata y la de bronce en dos mundiales consecutivos de ciclo montañismo. Sin embargo, el escalador no se sentía completo: tenía la imperiosa vocación de dar el salto al ciclismo en ruta. No sabía cómo, cuándo ni dónde. La casualidad volvió a sorprenderlo.
Un día fue a ver correr el Team Colombia en Europa. En ese momento, su mánager le iba a presentar un embalador al equipo Sky. “Yo estaba ahí de metido. El hecho es que no necesitaban un embalador, sino un escalador joven. Me presentaron al mánager, hablamos mucho y me dijo: ‘Primero, haga una carrera de ruta júnior, porque usted es ciclomontañista. Sabe que va a tener que correr contra Vincenzo Nibali, Nairo Quintana, Rigoberto Urán… Usted no sabe qué es eso’. Esa noche firmamos el contrato”. Pero el paso que dio más adelante estuvo a punto de hacerlo desistir.
Aunque tiene la certeza de que su primera competencia en ruta la corrió en Francia, no está seguro si se trató del Tour del Mediterráneo. Lo que sí recuerda es el viento gélido y las lluvias que lo inmovilizaron desde antes de subirse en la bicicleta. Debía recorrer 205 kilómetros, pero en los primeros cinco ya pensaba en tirar la toalla. “Para qué me retiré del ciclomontañismo, allá era alguien, acá no soy nada. No quiero seguir en esto”, se decía a punto de romper en llanto.
En ese instante aplicó la fórmula que le ha servido desde que era niño. Además de la astucia y la inteligencia que le han servido para mantenerse en pie y conocer los movimientos de sus competidores, se decía en los tramos más complejos que debía “aguantar un poco más”. Cuando se acercaba al límite que había fijado, Egan Bernal seguía pedaleando, lo motivaba un descenso (“no me puedo quedar en la bajada”) o, simplemente, se daba cuenta de que no estaba tan cansado. Así, con la fórmula del “poco a poco”, llegó a la meta; al día siguiente ocupó el puesto 15 y dos días después fue octavo.
Sus conquistas no son pocas. La más grande, la que lo perfila como uno de las más importantes figuras del ciclismo mundial, la consiguió en agosto de este año cuando se coronó campeón del Tour de L’Avenir, la competencia sub-23 más importante del planeta. Hoy tiene la responsabilidad de acompañar al equipo Sky, correr al lado de Chris Froome, pero dice, despojado de cualquier ápice de orgullo, que no siente miedo. “Si en algún momento voy a ganar una carrera, bien. Si voy a ser un gregario o si voy a hacer el que lleva las caramañolas, por mí no hay problema. El asunto es aprender”, dice Bernal, de 20 años, a quien conocen como La Bestia.
Mientras llega 2018, cuando se enfrentará en Europa a los pesos pesados del ciclismo, a Egan Bernal lo ven entrenando por estos días en el alto de Las Margaritas, en la vía que conduce a Pacho y por los alrededores de Cogua (Cundinamarca). Son las carreteras en donde encontró la insospechada seguridad del triunfo y que gracias a sus resultados hoy lo siguen formando como el campeón del futuro.