Marco Pantani revive en cada edición del Giro de Italia
En Biella, donde “El Pirata” ganó la etapa 15 de la carrera en 1999, con final en el Santuario de Oropa, todavía se recuerda una hazaña que no se ha visto nunca más.
Camilo Amaya - Enviado especial a Piacenza
Entre Biella y Cesenatico hay 423,6 kilómetros. La primera está bordeada por los Alpes de Bielles, la segunda roza el Adriático. Una tiene un ambiente más calmo, a veces melancólico si el clima no ayuda; la otra es sol y playa, y la alegría de quien vive al pie del mar. Una es la antípoda de la otra, al menos en la manera de llevar la existencia.
Sin embargo, hay algo, o mejor, alguien, que une a estas dos poblaciones italianas tan lejanas: Marco Pantani. En Cesenatico está enterrado (a 16,4 kilómetros de Cesena, donde nació) y en Biella se consagró. Por eso es que en esta última, dividida por el río Cervo, se le recuerda como a ninguno, pues lo adoptaron el 30 de mayo de 1999, cuando El Pirata superó el infortunio y ganó la etapa 15 del Giro en Oropa.
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Y eso, hasta el día de hoy, y quizá en todos los mañanas, generó que Biella lo idolatre y lo recuerde con añoranza. De hecho, al lado del Baptisterio, una pequeña capilla construida en homenaje a Juan Bautista y testigo de la organización cristiana de la región, hay un afiche enorme colgado en una fachada de origen medieval.
En esa misma edificación, en una librería esquinera, las gentes se detienen un instante para tomarle una foto a una vitrina. “Uno per uno, per favore”, dice un policía corpulento cuando ve a tres o más personas delante del vidrio. Dentro, en una especie de altar rosado, hay una bicicleta Bianchi de aluminio, de grupo Campagnolo, con plato 53-39 y una pacha 12-23. Por delante, unas zapatillas amarillo limón marca Vittoria. La máquina es el modelo que usó Pantani entre 1998 y 1999.
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“El Pirata es de toda Italia, no solo de los cesenatis”, dice un hombre que lleva un niño de la mano y al que solo parece importarle lo que hay detrás del vidrio.
Dos locales más adelante, en una tienda que vende bolsos de cuero, está la Maglia Rosa con la que Pantani ganó el Giro en 1998. Y está firmada. Una prenda histórica en un lugar en el que la historia se encuentra en cada esquina.
Incluso, en plena Piazza Duomo, en el monumento a la sociedad de los Alpini por su valor en la Primera y la Segunda guerras mundiales (un sombrero gigante), hay una imagen de Pantani en la parte baja de la estructura metálica. Lo hecho en Oropa dejó huella.
Y no es para menos, pues hace 22 años, El Pirata demostró que el ciclismo bien puede ser fuerza, sacrificio y voluntad, pero que al final todo se resume en un acto de fe, en sí mismo, por supuesto. Fueron nueve minutos de confusión, 14 de pedalear como nunca para llegar a la cima, al Santuario donde está la María Reina, negra, de madera, en la ladera del monte Mucrone.
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El incidente con la cadena cuando trató de cambiar de plato, al más grande, claro, la angustia de quedarse solo sin alguien del equipo Mercatone para que lo auxiliara, pues tiraban de un lote sin darse cuenta de que su líder no estaba. Entonces Pantani, vestido de rosa, se paró en la cuneta y trató de resolver el problema por sí mismo. No pudo. Y cuando por fin apareció un carro para auxiliarlo, salió disparado. Y ahí es que comienza la épica.
23 minutos y 23 segundos
Daniele Vercelli, uno de los policías que hacen parte de la caravana que acompaña el Giro de Italia, saca su celular y pone un video de Youtube para mostrarles a dos compañeros lo que hizo Pantani. “Il piu grande ciclista”, dice y los demás se le suman por añadidura de pensamiento. Vercelli vive la angustia, como si se tratara del ahora, cuando Pantani queda relegado por la avería mecánica, y se exalta cuando sale para arriba con un vaivén elegante y efectivo.
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Y se emociona más con las camisetas del equipo Mercatone que llegan para llevar a su líder. Y Pantani no se sienta en el primer kilómetro, tampoco en el segundo. Y las piernas se van soltando para alejar la tensión de antes. El tren amarillo deja regados a otros ciclistas. La carretera se empina (14 %) y El Pirata luce mejor, toma aire, y ya en solitario ataca. Parece que está embalando, con la misma soltura de los velocistas en los últimos metros, solo que va para arriba.
El video se congela, Vercelli se molesta, pero vuelve y arranca. Pantani supera a Ivan Gotti y a Daniel Clavero, que kilómetros antes estuvieron inmersos en ese juego de miradas para adivinar las sensaciones del otro y así arremeter en el momento indicado. Pues ninguno lo hizo y ahora es el italiano quien los sobrepasa. Y sigue acelerando para ir por Laurent Jalabert.
En un pequeño descanso se sienta, respira y se levanta en pedales para el último esfuerzo. El campeón nacional de Francia, que iba tan tranquilo y seguro, se percata de que lo rebasa una flecha rosa e intente ir a la rueda. Un par de metros y Jalabert desfallece. Ya no hay nadie por delante, pero Pantani va desbocado, incontrolable. Una exageración para quienes lo vieron de cerca. Más adelante se sabría la razón cuando el italiano cruzó la meta y ni siquiera levantó los brazos. “No sabía si alguien iba por delante, si otro había ganado”.
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Tres horas, 47 minutos y 31 segundos. Se escucha el e vinco (y gana) de Vercelli, que ha visto la imagen tantas veces, que conoce cada detalle del ascenso, cada gesto de Pantani, toda su historia, también su tragedia, pues los italianos, sobre todo en Biella, la tomaron como suya y hoy en día siguen con una nostalgia que acumula años (ya van 17), la forma de honrar a un valiente que siempre fue guiado por su instinto y por nada más.
Por: Camilo Amaya
Entre Biella y Cesenatico hay 423,6 kilómetros. La primera está bordeada por los Alpes de Bielles, la segunda roza el Adriático. Una tiene un ambiente más calmo, a veces melancólico si el clima no ayuda; la otra es sol y playa, y la alegría de quien vive al pie del mar. Una es la antípoda de la otra, al menos en la manera de llevar la existencia.
Sin embargo, hay algo, o mejor, alguien, que une a estas dos poblaciones italianas tan lejanas: Marco Pantani. En Cesenatico está enterrado (a 16,4 kilómetros de Cesena, donde nació) y en Biella se consagró. Por eso es que en esta última, dividida por el río Cervo, se le recuerda como a ninguno, pues lo adoptaron el 30 de mayo de 1999, cuando El Pirata superó el infortunio y ganó la etapa 15 del Giro en Oropa.
Lea también: Entrevista exclusiva con Caleb Ewan: “Me gustaría revivir las batallas con Fernando Gaviria”.
Y eso, hasta el día de hoy, y quizá en todos los mañanas, generó que Biella lo idolatre y lo recuerde con añoranza. De hecho, al lado del Baptisterio, una pequeña capilla construida en homenaje a Juan Bautista y testigo de la organización cristiana de la región, hay un afiche enorme colgado en una fachada de origen medieval.
En esa misma edificación, en una librería esquinera, las gentes se detienen un instante para tomarle una foto a una vitrina. “Uno per uno, per favore”, dice un policía corpulento cuando ve a tres o más personas delante del vidrio. Dentro, en una especie de altar rosado, hay una bicicleta Bianchi de aluminio, de grupo Campagnolo, con plato 53-39 y una pacha 12-23. Por delante, unas zapatillas amarillo limón marca Vittoria. La máquina es el modelo que usó Pantani entre 1998 y 1999.
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“El Pirata es de toda Italia, no solo de los cesenatis”, dice un hombre que lleva un niño de la mano y al que solo parece importarle lo que hay detrás del vidrio.
Dos locales más adelante, en una tienda que vende bolsos de cuero, está la Maglia Rosa con la que Pantani ganó el Giro en 1998. Y está firmada. Una prenda histórica en un lugar en el que la historia se encuentra en cada esquina.
Incluso, en plena Piazza Duomo, en el monumento a la sociedad de los Alpini por su valor en la Primera y la Segunda guerras mundiales (un sombrero gigante), hay una imagen de Pantani en la parte baja de la estructura metálica. Lo hecho en Oropa dejó huella.
Y no es para menos, pues hace 22 años, El Pirata demostró que el ciclismo bien puede ser fuerza, sacrificio y voluntad, pero que al final todo se resume en un acto de fe, en sí mismo, por supuesto. Fueron nueve minutos de confusión, 14 de pedalear como nunca para llegar a la cima, al Santuario donde está la María Reina, negra, de madera, en la ladera del monte Mucrone.
Lea también: En contexto: Todo lo que necesita saber sobre el Giro de Italia 2021
El incidente con la cadena cuando trató de cambiar de plato, al más grande, claro, la angustia de quedarse solo sin alguien del equipo Mercatone para que lo auxiliara, pues tiraban de un lote sin darse cuenta de que su líder no estaba. Entonces Pantani, vestido de rosa, se paró en la cuneta y trató de resolver el problema por sí mismo. No pudo. Y cuando por fin apareció un carro para auxiliarlo, salió disparado. Y ahí es que comienza la épica.
23 minutos y 23 segundos
Daniele Vercelli, uno de los policías que hacen parte de la caravana que acompaña el Giro de Italia, saca su celular y pone un video de Youtube para mostrarles a dos compañeros lo que hizo Pantani. “Il piu grande ciclista”, dice y los demás se le suman por añadidura de pensamiento. Vercelli vive la angustia, como si se tratara del ahora, cuando Pantani queda relegado por la avería mecánica, y se exalta cuando sale para arriba con un vaivén elegante y efectivo.
Lea también: Los premios del Giro de Italia 2021
Y se emociona más con las camisetas del equipo Mercatone que llegan para llevar a su líder. Y Pantani no se sienta en el primer kilómetro, tampoco en el segundo. Y las piernas se van soltando para alejar la tensión de antes. El tren amarillo deja regados a otros ciclistas. La carretera se empina (14 %) y El Pirata luce mejor, toma aire, y ya en solitario ataca. Parece que está embalando, con la misma soltura de los velocistas en los últimos metros, solo que va para arriba.
El video se congela, Vercelli se molesta, pero vuelve y arranca. Pantani supera a Ivan Gotti y a Daniel Clavero, que kilómetros antes estuvieron inmersos en ese juego de miradas para adivinar las sensaciones del otro y así arremeter en el momento indicado. Pues ninguno lo hizo y ahora es el italiano quien los sobrepasa. Y sigue acelerando para ir por Laurent Jalabert.
En un pequeño descanso se sienta, respira y se levanta en pedales para el último esfuerzo. El campeón nacional de Francia, que iba tan tranquilo y seguro, se percata de que lo rebasa una flecha rosa e intente ir a la rueda. Un par de metros y Jalabert desfallece. Ya no hay nadie por delante, pero Pantani va desbocado, incontrolable. Una exageración para quienes lo vieron de cerca. Más adelante se sabría la razón cuando el italiano cruzó la meta y ni siquiera levantó los brazos. “No sabía si alguien iba por delante, si otro había ganado”.
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Tres horas, 47 minutos y 31 segundos. Se escucha el e vinco (y gana) de Vercelli, que ha visto la imagen tantas veces, que conoce cada detalle del ascenso, cada gesto de Pantani, toda su historia, también su tragedia, pues los italianos, sobre todo en Biella, la tomaron como suya y hoy en día siguen con una nostalgia que acumula años (ya van 17), la forma de honrar a un valiente que siempre fue guiado por su instinto y por nada más.
Por: Camilo Amaya