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Mariana Pajón no se despeina. Si la pista de BMX del Parque de Deportes Urbanos de Ariake (Tokio) fuera un palacio, ella sería la reina. Así la reconoce la comunidad internacional. Sonríe cada vez que puede. No se mueve apurada. Mientras todo a su alrededor es caos, adrenalina y angustia por las aparatosas caídas, ella permanece imperturbable. Lleva su pelo liso hasta la media espalda en una cola de caballo que ajusta con un caucho rosado. Le queda perfecta, como si hubiera pasado horas frente al espejo.
Sus rivales la miran y no ocultan su admiración. La ven pasar como si se tratara de la realeza. Beth Shriever, la británica, más fuerte adversaria, lo confiesa: “La vi en Londres 2012 y quería montar como ella”.
Los colombianos eran llamados a ser protagonistas en una pista empapada por casi una hora de lluvia y la amenaza de una tormenta eléctrica que no llegó, pero que hizo que se demorara el comienzo de las competencias. El clima era sofocante. El agua trató de refrescar el lugar, pero la humedad de Tokio en esta época del año lo impidió.
Aun así, Mariana mantuvo su postura. Afuera de su lugar de práctica, su equipo trataba de imitar su calma. Mecánico, fisioterapeuta, entrenador, el presidente de Fedeciclismo, Mauricio Vargas, y el resto de su equipo, incluido su esposo, Vincent Pelluard, quien se jugaba también una presea en la rama masculina.
En contexto: “Esta plata vale oro”
La medalla se veía lejana. Mariana Pajón es de las pocas atletas que hoy están en Tokio para quienes la noticia del aplazamiento de los Juegos Olímpicos por el COVID-19 resultó ser un alivio. Si se hubieran hecho el año pasado, confiesa, su rendimiento no habría sido el mismo. Su cuerpo le iba a cobrar factura, luego de luchar contra la enfermedad del beso (mononucleosis) y el coronavirus.
Para rematar: el ligamento cruzado de su rodilla izquierda, roto en 2018, todavía estaba sanando de la cirugía para repararlo. Otro, en su codo derecho, estaba quebrado, inflamado y con mucho dolor. Así llegó a Tokio 2020, a sus 29 años, para volver a subirse al podio del BMX femenino, como lo había hecho en Londres 2012 y Río de Janeiro 2016. A 30 grados centígrados y un porcentaje de humedad del 90 %, Mariana Pajón hizo lo suyo. Lo que mejor sabe hacer. Voló por los aires.
Su estela, igual a la que dejó en territorios inglés y brasileño, la fue llevando a las finales. La primera vuelta de clasificación fue la mejor. Llegó de primera, pero sabía que, desde ese momento, la británica Shriever le respiraba en el cuello. La segunda no fue tan efectiva y en la tercera, ya clasificada, se cuidó de las caídas y llegó quinta. Por momentos su cara mostraba angustia. Pero ella siguió pulcra. Habló poco con sus entrenadores. Siempre concentrada en lo suyo.
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Dio vueltas y vueltas en un improvisado óvalo de calentamiento al lado de la pista, para mantener las piernas calientes. “Todos tratamos de mantener la calma”, explicó Carlos Ramírez, compañero de equipo y de entrenamientos de Pajón, el encargado de hacerle la antesala a la reina del BMX, como así la reconoce la prensa internacional y los seguidores de esta modalidad del ciclismo.
Ramírez cruzó la meta de tercero y se colgó la medalla de bronce, la misma presea que logró hace cuatro años en Brasil, otro héroe, uno de los siete colombianos con doble presencia en podios olímpicos, al lado nada menos que de Helmut Bellingrodt, Jackeline Rentería, Yuri Alvear, Óscar Figueroa, Luis Javier Mosquera y Caterine Ibargüen. “Pero por dentro”, agrega el bicicrosista, “estamos cagados”. La ansiedad los abruma. Los pasma y los desconcentra. Los agota. Pero Mariana tiene también la de oro en actitud, en mostrarse impecable.
Los demonios, de todos modos, la persiguen. En unos Olímpicos en los que no se deja de hablar del retiro inesperado de la gimnasta estadounidense Simone Biles por una crisis en su salud mental, Pajón confiesa su admiración por ella. “Nos recuerda a todos”, dice la medallista colombiana, “que somos humanos. Que cometen errores. Y que no siempre se puede llegar al oro. Pero no por eso un resultado diferente es una derrota. Porque, muchas veces, lo que más importa es el camino recorrido, y no el resultado”.
Seguro vienen a su mente los recuerdos de un periplo de lesiones, la cirugía y el hecho de aprender a caminar de nuevo. Dos virus, una pandemia y un ligamento en el codo, que sigue roto, y que pronto deberá atender en el quirófano.
En la final dejó el alma, como siempre. Una rueda fue lo que le faltó para volverse a poner la corona del BMX Olímpico. Eso, traducido en tiempo, son 0,090 segundos. Fue cortísima la diferencia entre ella y Shriever, quien se terminó llevando el oro en el Parque de Deportes Urbanos de Ariake. Pero la antioqueña está orgullosa, satisfecha, porque no tiene nada qué reprocharse.
Quiere disfrutar su triunfo. Quiere regresar pronto a Colombia para celebrar con su familia. Sabe que tiene que atender muy pronto su problema en el codo y quiere probar suerte en el ciclismo de pista. Todavía no se quiere bajar de la bicicleta. Mientras pueda, dice, seguirá pedaleando. Por eso no rechaza la idea de ir a París 2024, aunque sabe que, como siempre ha sido, el camino es culebrero.
#Tokyo 2020 | @marianapajon analizó para @elespectador lo que fue su medalla de plata en estos #JuegosOlímpicos
— Espectador Deportes (@DeportesEE) July 30, 2021
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Mira incrédula la medalla de plata y repite sonriente que le sabe a oro y “hasta mucho más”. Para ella, que desde que tenía cinco años ha luchado día a día por subir a un podio, no es un paso atrás, sino hacia delante. Solo quienes trabajan con disciplina y constancia, sacrificando placeres y cariños, entienden el valor de una presea, más aún si es olímpica.
Y aunque la corona que portó durante nueve años se le escapó en un final muy cerrado, ante los ojos de la comunidad internacional del BMX ella sigue siendo la reina de ese deporte. No solo porque demostró que está de vuelta luego de tantos problemas físicos, sino porque es la única bicicrosista en el mundo que ha ganado tres medallas olímpicas.
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Como si fuera poco, Mariana Pajón se convirtió en la primera colombiana, ojalá por poco tiempo, en conseguir tres podios en el evento que reúne a la gran élite del mundo deportivo.
La verdadera dimensión de su hazaña se conocerá con el tiempo. Su nombre tendrá un lugar especial en la historia del olimpismo, pero ella misma no parece consciente de eso. Aunque después de la premiación dejó escapar una que otra lágrima y su voz se quebró al agradecer el apoyo de su familia y del pueblo colombiano, pronto se tranquilizó y recuperó el control.
Entonces volvió a ser la mujer serena y tranquila que responde siempre lo justo, que se comporta como debe ser, como lo que es, la reina del BMX.