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Pesca, Boyacá, ha sido un pueblo de personas temperamentales y aguerridas, desde los indígenas de la provincia de Sugamuxi, unos de los más guerreros de la región, hasta capitanes de la Independencia que dieron su vida en la Batalla de Boyacá por una nación libre, por morir a causa de una creencia, de su tierra y de una convicción (Joaquín Zerda, Felipe Pérez, Santiago Tamayo, Agustín Urbina, entre otros). En ese lugar, que obliga al uso de gorra por el sol calcinante y de ruana por el frío helante, la consigna siempre ha sido la misma: luchar hasta el final, pelear con la solemnidad que da la razón y el corazón. Por eso no fue raro ver a Miguel Ángel López atacar sin medida cuando la carretera se empinó en esta edición de la Vuelta a España.
Y más allá de sus cualidades en la montaña, que hacen recordar a grandes ciclistas de antaño cuando este deporte era más explosión que estrategia, es entendible comprender su vehemencia, pues así lo criaron y así la heredó de sus antepasados. Al corredor de 24 años no le importó perder tiempo en la etapa 16. Por el contrario, eso lo motivó en los últimos días para ser segundo en la jornada 20, en la llegada a la Collada De La Gallina, donde fue superado por Enric Mas en la línea de meta. Eso sí, no hubo triunfo, pero sí una gran noticia: escaló al tercer puesto de la general.
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Ese es el líder del equipo Astana, el mejor colombiano de la edición 73 de la última de las tres grandes pruebas del mundo, el mismo que supo sortear los recorridos quebrados y desgastantes, las etapas cortas y los premios de montaña exigentes y agotadores para meterse al podio, para que en España ya lo reconozcan como uno de los corredores del futuro junto al británico Simon Yates y el ibérico Mas, primero y segundo respectivamente. No en vano es la primera vez, desde 1936, que tres pedalistas tan jóvenes dominan la carrera (Yates 26 años, Mas 23 y López 24). Entre todos suman 73 años, cinco más que los belgas Gustaaf Deloor (22) y Alfons Deloor (24), y el italiano Antonio Bertola (22), los mejores hombres de la segunda edición. Dato importante para el colombiano que el año pasado fue octavo y que en su debut, hace dos, terminó contra el asfalto. Desde ahí, Miguel Ángel se preparó para afrontar el mismo evento sin temor, pero con respeto, para darle una nueva oportunidad a la Vuelta que, en su momento, no se la dio a él.
Y ayer, con la celebración en la Plaza de Cibeles de Madrid, quedó atrás, borrada por completo si se quiere, la caída en la sexta etapa en 2016, la fractura de la tibia de la pierna izquierda, los tres mismos dientes que han volado una y otra vez al estrellarse contra el pavimento, la fractura del dedo pulgar de la mano derecha, las raspaduras y los moretones, así como todo un prontuario que ratifica que la palabra rendirse nunca ha sido parte de su vocabulario. “Subir al tercer cajón era lo mínimo que esperábamos. Acá vimos que los números del potenciómetro eran bastante altos, por lo que no nos podemos quedar dormidos en la preparación si queremos seguir peleando”, dijo López con su forma de hablar, seca, tosca, que puede pasar por malgeniada para quienes no lo conocen a fondo, luego de ser asediado por unos aficionados que querían su autógrafo, que querían tener de cerca al colombiano que es sensación del ciclismo mundial luego de repetir lo hecho en el Giro de Italia de este año.
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Si Yates fue el hombre del desgaste en la carrera (se quedó con el título), y Eric Mas el de las sorpresas, Miguel Ángel podría ser catalogado como el prodigio de la paciencia, pues a pesar de los días incoloros y del desgaste siempre sacó fuerzas para cambiar la relación, para pararse en sus pedales y para demostrar que es capaz de ser un campeón de verás, así todavía no tenga un trofeo enorme que lo ratifique, que será cuestión de tiempo, y mucho más entrenamiento para que sea él el que festeje. “He tenido una gran temporada y eso se debe al trabajo del equipo y de toda la gente que está detrás nuestro. Vamos progresando de a poco y más adelante será el momento de celebrar”, apuntó después de reconocer que antes de la salida del penúltimo día se preocupó, pues no había triunfos de etapa y estar entre los mejores de la Vuelta se veía como algo lejano.
Esta vez no hubo victoria de etapa (se le escapó la número 20), pero sí un logro que para muchos puede ser más importante: estar presente en la foto final de dos de las pruebas que inmortalizan nombres (estuvo por detrás de Chris Froome y Tom Dumoulin en la Corsa Rosa) y que muy pocos han logrado. De hecho, gracias al boyacense Colombia llegó a 18 podios en las grandes vueltas, siendo todavía Nairo Quintana el escarabajo con más apariciones (seis en total). “Esto es cuestión de disciplina y amor”, dijo López en una entrevista antes de la salida, el 25 de agosto en Málaga y cuando las palabras todavía había que ratificarlas pedaleando. Fueron tres semanas perfectas para el nacido en Pesca, quien además fue segundo en la clasificación combinada, por detrás de Yates, y quinto en la de la montaña, ganada por el belga Thomas de Gendt.
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El andar optimista del líder del Astana nos hace creer que pronto llegará algo más valioso y significativo, pues en el ciclismo, como en la vida misma, todo se hace de manera ascendente, con un ritmo preciso, seguro y hasta arriesgado si se quiere. Hoy López puede decir que su manera de correr se basa más en atacar que en defenderse, porque así ha sido siempre, porque así le enseñaron en su tierra, un lugar en el que el ímpetu es lo más común y lo que los ha caracterizado a lo largo de la historia.
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