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Para el Tour de Francia 2013 ya no se hacía nada sin mirar hacia abajo. El potenciómetro era el nuevo dictador de las carreras con un Team Sky que ya había empezado su revolución: vatios, vatios, vatios. Un ciclismo científico en bloque que, aunque triunfante, se estrelló aquella vez con un ciclismo de sensaciones que se resistía a dejar morir Nairo Quintana.
No era su primera grande, el año anterior ya había estado en la Vuelta a España como gregario de montaña de Alejandro Valverde, subcampeón por detrás de Alberto Contador. Y esa vez el pentagrama fue el mismo: trabajarle al español y buscar la camiseta blanca de mejor joven. Pero la ingeniería cambió cuando Valverde sufrió algunas tragedias mecánicas en la etapa 13. Nairo fue el único que no esperó. Tampoco aguantó para dar el primer golpe dos días después en el Mont Ventoux.
Atacó de lejos y el Sky, con sus mil gallos en bloque, limitaba las pérdidas, que ya bordeaban el minuto. Llevaban protegido y ahorrando energía a Chris Froome. Hasta que a nueve kilómetros de la llegada Richie Porte se hizo cargo y rompió el grupo a favor de su líder, solo aguantó Contador. Más adelante, Nairo no dejaba de atacar. Los británicos sudaban frío. Y a siete kilómetros de meta, de forma burda, Froome dejó regado a Contador y alcanzó a Quintana. Se fueron juntos hasta el último kilómetro y ahí Froome se le escapó para ganar la etapa por delante del colombiano. Ese 14 de julio empezó el matrimonio, tan feliz, tan duro, tan honesto de Nairo Quintana con el Tour y su sueño amarillo.
La etapa 20, aquel 20 de julio, fue el punto de quiebre y tal vez el mayor éxtasis del ciclismo colombiano: Nairo atacó a Froome, ganó y se consagró subcampeón de la carrera, campeón de los jóvenes y también de la montaña.
Alberto Contador, años después, se animó a decir que ese era el Tour de Nairo. “Lo tenía en las piernas, pero esa forma tan conservadora de correr de su equipo, siempre a mi rueda, le privó de ganar ese Tour, lo tenía. Era el primero para Colombia”, dijo a Eurosport.
Para 2014, Nairo cambió los planes: fue por el título del Giro de Italia y de la Vuelta a España. En la primera, en una lucha que dividió en dos al país ante Rigoberto Urán, salió campeón. Y en la segunda, tras un dominio insultante, tuvo que retirarse en la décima etapa tras una aparatosa caída en la contrarreloj. ¿Pero qué pasaba en la mitad de las dos grandes? Froome ponía pie a tierra y se retiraba al quinto día del Tour, luego de no resistir tres caídas. Y a Vincenzo Nibali, que fue líder 19 de los 21 días, se le apareció la Virgen: la única vez que un tipo ajeno al tren del Sky pudo festejar una camiseta amarilla en París. Y la pregunta, tan colombiana, años después: ¿qué hubiera sido si...?
Pero el Tour que más tuvo en sus piernas fue el de 2015. El mundo se fue con la sensación de que el colombiano mereció ser el campeón, aunque fue la representación viva del repetido mandamiento de que el Tour se gana en la tercera semana y se pierde en la primera. Y al segundo día, con el rigor de los vientos cruzados, Nairo perdió 1:28 con Froome. Y esa fue la edición que más cerca estuvo de batirlo: solo a 1:12 del primer lugar en París. En los dos últimos días de competencia Nairo fue segundo y, como un león, le descontó 1:58 a Froome, la misma cantidad que cedió en los primeros tres días.
Esa camiseta amarilla no solo la perdió en los abanicos. En la décima etapa, el primer final en alto del Tour con menos kilómetros de contrarreloj en 82 años, Froome, con la leña que le pusieron sus gregarios Poels, Thomas y Porte, atacó a seis kilómetros y ganó la etapa. Nairo, solo con el respaldo de Winer Anacona en ese Tour, no pudo seguirle la rueda y perdió 1:10.
Con muchos ahorros, Froome llegó al Alpe d’Huez en la etapa 20, pero quedó la sensación de que el Movistar optó por defender el tercer puesto de Valverde por encima de luchar el título con Quintana. “Lo recuerdo como un día triste, porque perdí la oportunidad. Lo di todo. El equipo hizo un trabajo excepcional, con un gran Anacona en la última parte de la etapa”, dijo en la meta. Y tiempo después, en entrevista con ESPN, lo reconoció. “Teníamos una estrategia ese día, hay compañeros que trabajaron muy bien y otros que no. Hubo un momento en el que, y él lo sabe (¿Valverde?), que por ese corredor fue imposible ganar el Tour”. Y entre los abanicos, falta de gregarios finos y cuestionables decisiones técnicas, a Nairo se le fue su único tren de ganar el Tour.
En 2016 no fue el mismo: la versión más conservadora que le vimos. Pero adentro, con el rostro desdibujado, con una tolerancia muy alta al dolor, por unas alergias que sufrió en ese Tour, se las arregló para ser tercero. Tres participaciones, tres podios. Aunque su semblante en París no era de felicidad completa.
En 2017, en una decisión que a él y a todos nos costó entender, el Movistar lo mandó a correr el Giro antes, carrera en la que fue segundo por detrás de Tom Dumoulin. Y llegó reventado al Tour. Terminó en el puesto 12 y ya nada volvió a ser lo mismo.
Para 2018 y 2019 se rompió el bus en el Movistar por el conflicto de liderazgos que tuvo con Mikel Landa. Nairo dejó de disfrutar del ciclismo. El momento más crítico de ese pésimo ambiente laboral fue en el Tourmalet en 2019, cuando el ritmo de su propio equipo lo descolgó del grupo de favoritos. ¿El culpable? Nairo no tuvo la confianza de decir que estaba pasando un mal día. Quedó para la memoria el video que subieron Nairo, Landa y Valverde con un perfomance que trataba de apagar esos rumores de problemas dentro del equipo: pasó todo lo contrario.
👋 #RodamosJuntos y a por todas en este 🇫🇷 #TDF2019. El saludo de @MikelLandaMeana, @alejanvalverde y @NairoQuinCo desde Nîmes antes de la 16ª etapa. pic.twitter.com/mBCmBXKqy0
— Movistar Team (@Movistar_Team) July 23, 2019
Aunque en esas dos ediciones, con su clase, también con más libertad por quedar lejos de la general, igual se las arregló para ganar una etapa. Pero todo estaba claro: luego de ocho años no quería saber más del Movistar. Y el Movistar de él. Se despidió con una victoria y con la alegría de que el sueño amarillo se dio para Colombia, pero en las piernas de Egan Bernal. “Hubo lo que varios vieron, lo que muchos pensaron. La realidad solo la sabemos los que estuvimos ahí”, le reconoció Nairo a El Espectador.
Llegó en 2020 al Arkea, un equipo de la segunda división, en el que le faltó respaldo de sus compañeros en los momentos claves de carrera, pero en el que recobró las ganas de disfrutar en la bicicleta. Acabó ese Tour por honor, cuando por las caídas y alergias, la decisión más prudente era abandonar. Un año después, tras operarse sus rodillas luego de que alguien lo atropellara mientras entrenaba en Boyacá, Nairo, por primera vez, cambió sus objetivos: ir a ganar etapas y la clasificación de la montaña. Pero tampoco se le dieron las cosas.
Y en el Tour 2022, desafiando a su propia biología en el pavé con sus 56 kilogramos, estuvo al lado de los más bravos. También hizo una gran contrarreloj. Hasta hubo quienes lo apodaron el “hijo del viento” por la habilidad que demostró para sortear los abanicos. No estábamos hablando de un escalador puro.
Unas semanas después de ese Tour, tras una carrera memorable en la que recordó sus mejores días, ya con la certeza de que el Arkea estaba dentro del World Tour para 2023, Nairo fue descalificado y perdió su sexto lugar de la general por presuntamente haber ingerido tramadol, una sustancia no dopante, pero sí prohibida para tratar el dolor. Y en medio de un poco de hipocresía y moral selectiva, porque todo hay que decirlo, el sistema entero le subió el vidrio a Quintana. Lo expulsó, lo aisló, lo dejó solo. Quintana quedó sin equipo y en 2023, por primera vez en nueve ediciones, no corrió la carrera por etapas más importante del mundo. Sin saber si habrá una última vez.
Pero al final, como dice una canción, a pesar de que no se cumplió el sueño amarillo, hay una linda lección de vida detrás: amar más la trama que el desenlace.