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                                                                                                                                Qué sería de Rigoberto sin Urrao

                                                                                                                                Este domingo, Urán será el tercer colombiano en subirse al podio del Tour de Francia. Al lado suyo estarán Chris Froome, por cuarta veces ganador de la competición, y el francés Romain Bardet.

                                                                                                                                Señal Deportes

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Aquí, en este valle que acusa ruana por el frío y gorra por el sol bravo, Rigo está en todas partes. Su foto aparece en el letrero de bienvenida a la ciudad y en las paredes de la mayoría de los nueve restaurantes que sirven platos gigantes con carnes y quesos suculentos. Todos estos sitios se conservan intactos como los recuerda Rigo desde su infancia: la panadería Flor del Trigo donde pagaba sus apuestas; la iglesia San José, frente a la cual se persignaba antes de cada competencia; la quesera Guzmán, donde le contaron en 2001 que su padre había muerto, y una de las dos gasolineras donde recogía botellas vacías. (Rigoberto Urán, el gran colombiano)

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Para entender cómo es Rigoberto basta con un viaje a este pueblo que está separado de Medellín por 1.184 curvas, inclinaciones que obligan el primer cambio del bus y un camino que se ofrece destapado por tramos y que causa mareo de alta mar. Para esa aventura de cinco horas mejor no pegarse de los vehículos de adelante, para que al llegar al pueblo responda con sonrisa de sobreviviente cuando le pregunten si le cayó una bolsa de vómito en el camino.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                El buen apetito de Rigo se explica justo por eso: por la oferta de alimentos de su tierra, porque en la olla de muchas casas, por pobres que sean, siempre hay fríjoles y arroz a fuego lento. Eso contenía el portacomidas que Rigo llevaba al colegio J. Iván Cadavid. Si él hubiera fracasado en el ciclismo, seguro viviría en Urrao, sería más gordo de tanto comer arepa de maíz con quesillo y tal vez ayudaría a su primer entrenador, Jota Ele Laverde, en el taller de bicicletas.

                                                                                                                                Sería el urraeño típico que vive en su pueblo: dicharachero, con siseo en su hablar, con sonrisa alargada, partícipe de juergas aguardienteras, acostumbrado a almorzar en casa y a dormir la siesta corta de mediodía. En su caso hipotético se conservaría el oscuro de sus manos de tanto arreglar cadenas y llantas, se tomaría un descanso en la plaza que queda a una cuadra del taller, se sentaría a ver pasar la vida, a ver los colores pasteles de las casas, la grandeza de la iglesia y el revuelo en el billar Don Moncho.

                                                                                                                                Mientras se come el helado Tonny que venden en la esquina de la plaza tararearía las guascas que le enseñó su papá, vería pasar con sorpresa uno de los pocos automóviles del pueblo, saludaría con risas a sus amigos que se transportan en bicicleta o moto, seguiría con la mirada las chivas que van cargadas de corotos y bultos. Si algún foráneo lo visitara, demostraría que los urraeños son buenos anfitriones por puro altruismo.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Lo llevaría al parque natural de las orquídeas, al río Penderisco, que lo arrastraba cuando de niño montaba en neumático, le daría a probar el queso dulce, le ofrecería su casa como posada, le hablaría con dichos y chistes, le contaría que Urrao se llama así porque al contemplar por primera vez el valle, luego de una travesía interminable, los conquistadores gritaron “¡Hurra!” y el eco les contestó “¡O!”. Le diría que la gente no abandonó su tierra ni siquiera por la violencia que se tomó la región a finales del siglo pasado y principios del actual.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Le mencionaría que el comandante liberal Rafael Uribe Uribe, que inspiró al personaje del coronel Aureliano Buendía en Cien años de soledad, bautizó al pueblo como un paraíso escondido. Y quedará la idea en el aire de que Urrao es el Macondo paisa, por lo recóndito, la autosuficiencia de la tierra, las fábulas, las creencias, el recuerdo de tantos pelotones de fusilamiento, el poder de los hombres y el carácter de las mujeres, el respeto a los muertos y a los santos, los chismes, la laboriosidad, la parranda y el apego a las raíces. Citaría incluso a uno de sus profesores: “Somos tan alegres que si Urrao tuviera dos grados centígrados más, seríamos costeños”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Eso sí, le advertiría. “Ojo pues, mijo”, empezaría diciendo con las cejas levantadas. Las bondades de Urrao deben permanecer como un secreto, porque si se popularizan tal vez el pueblo se convierta en una ciudad caótica de estos tiempos. “Y no aguanta. ¿Sí o qué, papá?”. Eso aseguraría antes de decirle que si hubiera triunfado como ciclista y si hubiera corrido muchos años en Europa no dudaría en regresar a Urrao para encontrarse a sí mismo, para no tener mucho que hacer ni tener nada para extrañar. Para, finalmente, volverse tierra de su tierra.

                                                                                                                                Rigoberto fue segundo a 54 segundos de Froome. / @Ride_Argyle
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Aquí, en este valle que acusa ruana por el frío y gorra por el sol bravo, Rigo está en todas partes. Su foto aparece en el letrero de bienvenida a la ciudad y en las paredes de la mayoría de los nueve restaurantes que sirven platos gigantes con carnes y quesos suculentos. Todos estos sitios se conservan intactos como los recuerda Rigo desde su infancia: la panadería Flor del Trigo donde pagaba sus apuestas; la iglesia San José, frente a la cual se persignaba antes de cada competencia; la quesera Guzmán, donde le contaron en 2001 que su padre había muerto, y una de las dos gasolineras donde recogía botellas vacías. (Rigoberto Urán, el gran colombiano)

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Para entender cómo es Rigoberto basta con un viaje a este pueblo que está separado de Medellín por 1.184 curvas, inclinaciones que obligan el primer cambio del bus y un camino que se ofrece destapado por tramos y que causa mareo de alta mar. Para esa aventura de cinco horas mejor no pegarse de los vehículos de adelante, para que al llegar al pueblo responda con sonrisa de sobreviviente cuando le pregunten si le cayó una bolsa de vómito en el camino.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Sería el urraeño típico que vive en su pueblo: dicharachero, con siseo en su hablar, con sonrisa alargada, partícipe de juergas aguardienteras, acostumbrado a almorzar en casa y a dormir la siesta corta de mediodía. En su caso hipotético se conservaría el oscuro de sus manos de tanto arreglar cadenas y llantas, se tomaría un descanso en la plaza que queda a una cuadra del taller, se sentaría a ver pasar la vida, a ver los colores pasteles de las casas, la grandeza de la iglesia y el revuelo en el billar Don Moncho.

                                                                                                                                Mientras se come el helado Tonny que venden en la esquina de la plaza tararearía las guascas que le enseñó su papá, vería pasar con sorpresa uno de los pocos automóviles del pueblo, saludaría con risas a sus amigos que se transportan en bicicleta o moto, seguiría con la mirada las chivas que van cargadas de corotos y bultos. Si algún foráneo lo visitara, demostraría que los urraeños son buenos anfitriones por puro altruismo.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Le mencionaría que el comandante liberal Rafael Uribe Uribe, que inspiró al personaje del coronel Aureliano Buendía en Cien años de soledad, bautizó al pueblo como un paraíso escondido. Y quedará la idea en el aire de que Urrao es el Macondo paisa, por lo recóndito, la autosuficiencia de la tierra, las fábulas, las creencias, el recuerdo de tantos pelotones de fusilamiento, el poder de los hombres y el carácter de las mujeres, el respeto a los muertos y a los santos, los chismes, la laboriosidad, la parranda y el apego a las raíces. Citaría incluso a uno de sus profesores: “Somos tan alegres que si Urrao tuviera dos grados centígrados más, seríamos costeños”.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Por Señal Deportes

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