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Ya que hay que empezar por alguna parte el relato, que sea en Komenda, a veinte kilómetros de Liubliana, la capital de Eslovenia, donde un grupo de niños iba todos los fines de semana a jugar fútbol. Para llegar a la escuela del pueblo, que antes fue un centro eclesiástico, lo hacían en bicicleta.
Por las calles de un lugar que conserva los vestigios de otras épocas de caballerías, donde estaban los ejemplares más finos de la casa de los Habsburgo, Tadej Pogacar aprendió a andar en dos ruedas. Y lo hizo como cualquier otro.
Desde entonces mostró que iba a ser una persona de hablar poco y callar mucho. Por eso, el inicio de todo no es tan grandilocuente como se creería, sino sencillo como el de cualquier niño que sueña con ser futbolista profesional.
Solo que en la vida de Pogacar, al que le iba muy bien con la pelota (en la Komenda Football Club), hubo un factor desencadenante que cambió todo: querer ser como su hermano mayor Tilen, que ingresó a la escuela de ciclismo de Liubliana.
Sin embargo, era tan pequeño y delgado que no había bicicleta de su talla y por eso tuvo que esperar dos años. Durante este tiempo entrenó en el invierno sin importar las frecuentes nevadas ni la temperatura (seis grados bajo cero).
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Así lo cuentan Mirko Pogacar, su padre, un diseñador industrial, y su madre Marjeta, profesora de francés, para Delo, periódico esloveno. “No era inquieto como otros, pero siempre quería hacer lo que Tilen estaba haciendo. En cualquier cosa lo imitaba”.
Y el hermano, que sabía un poco más, le enseñó cuanto pudo, como por ejemplo la manera de meter la zapatilla en el pedal y de hacerlo una pierna a la vez (la otra iba con tenis) para no caerse. Y claro que se fue al suelo, como les sucede a todos. Pero su estado de fascinación por el ciclismo lo llevó a practicar más, dejar el fútbol a un lado y repetir los trabajos que hacía en la escuela al frente de su casa (gymkanas).
Hasta acá, nada diferente a cualquier niño que quiere ser ciclista. La gran ventaja que tuvo fue la organización en su país, la forma de trabajar con todos por igual y la disciplina que van inculcando porque tenían y tienen claro, como decía Oscar Wilde, que el talento es 10 % inspiración y 90 % transpiración.
Además, como el mismo Pogacar reconoció antes de empezar este Tour de Francia, “esto sigue siendo una diversión, un juego. El día que no lo vea así, me retiraré porque ya no estaré disfrutando”. Y tan esporádico fue el comienzo que nunca hubo un ídolo para imitar más allá de su hermano, nada de ver por televisión a Carlos Sastre o a Alberto Contador. Mucho menos a Bradley Wiggins y Chris Froome, todos ellos campeones en el Tour mientras él mejoraba sobre la bicicleta.
“Montaba para conocer nuevos amigos y divertirme con las nuevas rutas, en medio de la naturaleza y con el agua en el rostro. Me encantaba cuando llovía”, dijo en entrevistas con la marca Met Helmets unos días antes de iniciar la edición 108 de la carrera francesa.
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Ahí también reveló que cuando sintió la necesidad de ver las grandes vueltas, siempre estaba pendiente de su compatriota Primoz Roglic y analizaba cómo se movía, cómo pedaleaba, con una posición elegante que no denotaba el esfuerzo.
Curiosamente, unos años después (2020), le quitaría a Roglic la posibilidad de ser campeón del Tour tras una contrarreloj perfecta y un ejercicio de máquina y hombre que lo puso como el tercer campeón más joven del Tour (con 21 años, once meses y 28 días), superando lo hecho por Egan Bernal la temporada pasada cuando fue el mejor en París con 22 años, seis meses y quince días.
Sin misericordia
En 2011, el ciclista Andrej Hauptman pasó a ver una carrera infantil en Liubliana y le llamó la atención que por detrás del grupo principal, en una prueba que se desarrollaba en un circuito (trece kilómetros) venía un pequeño que daba una sensación de fragilidad. Entonces Hauptman recriminó al director de la carrera y le dijo que a esa edad era cruel tener a un niño persiguiendo de tal manera.
Que por favor pusiera el carro por delante y le ayudara a tomar el pelotón. “Pero si les lleva una vuelta de ventaja”. Hauptman le contaría esta anécdota a L’Equipe agregando que apenas vio eso llamó a su esposa para decirle que Eslovenia tenía a futuro un gran campeón. “En el podio era más chiquito que el segundo y el tercero, aunque él estaba en el escalón más alto”.
La determinación sigue siendo la misma para un Pogacar de cara franca y simpática, que en la carretera acaba con sus rivales sin pensar si el desgaste es mucho, si al otro día no habrá fuerzas. En otras palabras, la locura de jugar todo al rojo o al negro. Y siempre gana. De ahí que su lema, el que repite con una voz suave, sea: intentar siempre.
Decirlo es fácil, pero otra cosa es lo que pueda pasar en una etapa, que las piernas no respondan o la espalda o el clima, hasta que los otros estén más fuertes. Y ahí es donde aparece el impulso al que se le atribuye el adjetivo de sobrenatural para vencer a los que, siendo estrategas, solo aspiran a resistir. Pero aguantando no se puede derrotar a Pogacar.
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Y hay que recordar que, de una forma similar, obtuvo el título del Tour de l’Avenir en 2018, carrera en la que se puso la camiseta de líder en la etapa siete (ganada por el colombiano Iván Ramiro Sosa) y en la que se mantuvo en las dos jornadas restantes. Ese mismo año fue cuarto del Tour de Eslovenia por detrás de Roglic, Rigoberto Urán y Matej Mohoric (vencedor de dos etapas en este Tour). Dos años antes brilló en el Giro della Lunigiana y en 2017 fue tercero en el Tour de Hungría (el campeón fue el colombiano Daniel Jaramillo).
El español Joxean Fernández Matxin lo vio en una de estas pruebas y como en ese entonces trabajaba para Patrick Lefevere, intentó llevarlo al Quick Step (hoy Deceuninck). Sin embargo, aparecieron los petrodólares y el UAE Team Emirates, y Matxin y Pogacar se inclinaron por esa opción. Si no hubiera sido por eso, el esloveno sería compañero de Remco Evenepoel, otra de las nacientes figuras que descubrió el español.
Más allá de los datos
En las últimas curvas del ascenso a Luz Ardiden (son trece, cada una más fuerte que la anterior), Richard Carapaz va detrás de Pogacar y Jonas Vingegaard. Y por un momento les quita la vista y empieza a buscar en su ciclocomputador la pantalla que le revele algún dato tranquilizador. El ecuatoriano siente que va al límite y recurre a los números para saber hasta dónde más se puede exigir.
En un repechito, el esloveno ataca, se para en pedales y saca unos cuantos metros suficientes para lograr su segunda victoria consecutiva, completando así lo que fue un dominio total en las jornadas de alta montaña de este Tour. “No me gusta revelar nada, porque mis rivales pueden saber cuál es mi umbral, cómo ando y eso no sería estratégico”, le dice a un periodista que indagó por qué, a diferencia de la gran mayoría, no comparte sus números totales en algún tipo de plataforma de acceso libre (en su perfil de Strava solo aparecen la cadencia y la velocidad).
En marzo de este año, Matxin participó en un pódcast para hablar del ciclista más importante del momento y dijo que, según las proyecciones, el esloveno apenas había alcanzado el 70 % de su potencial y que de ahí que tuviera contrato asegurado con el UAE Team Emirates. Se especula —sin ser nada cierto— que su FTP (test de umbral de potencia funcional) está cerca a los 428 vatios, pero que puede aumentar sin mayor problema.
Otros se adentran y dicen que en Luz Ardiden Pogacar estuvo entre 6,2 vatios por kilogramo durante 35 minutos. Y un día antes, en el Col de Portet, mantuvo durante una hora 6 vatios por kilogramo. Una muestra de que el esfuerzo acumulado no parece golpearlo.
“No va más rápido que el año anterior, se los puedo asegurar. Solo que ahora los rivales vienen más lento. Y si no ha llegado a ese punto es porque no ha tenido que responder a arremetidas peligrosas. Esa es la realidad, el resto no tiene nada”, dijo Íñigo San Millán, jefe de rendimiento del UAE Team Emirates y fisiólogo al que se le atribuye, en gran parte, el buen estado de forma de Pogacar; fue él quien le enseñó que entrenar fuerte es importante, pero descansar el doble lo es aún más.
Bien sea por percepciones o por números, el corredor esloveno, quien dice que todavía es un aprendiz, aunque ya tenga la destreza de un maestro, fue seleccionando a sus oponentes, eligiendo a quién quería a su lado en el podio y dictando los sucesos en el Tour a su antojo.
Un escalador ligero, un contrarrelojista con la pericia de pocos y un joven que aprendió en dos años del Tour y sus peligros, el representante de la nueva generación del ciclismo y quien hizo recordar —a los que sí alcanzaron a ver— a hombres como Bernard Hinault y el mismo Eddy Merckx, tan rítmicos, tan ganadores y con una vitalidad asombrosa. Este domingo, en los Campos Elíseos, Pogacar dio otro paso para demostrar que todo tiempo pasado no fue mejor. Y que él es el dueño del ahora.
Por: Camilo Amaya - @CamiloGAmaya