Yo estuve en la Vuelta a España con Nairo Quintana

El ciclista boyacense se convirtió en el segundo colombiano en ganar la ronda ibérica y yo, Nelson Enrique Ascencio, tuve la oportunidad de presenciar ese momento.

Nelson Ascencio
31 de diciembre de 2016 - 08:00 p. m.
Nairo Quintana, con el trofeo de campeón de la Vuelta a España 2017. / EFE
Nairo Quintana, con el trofeo de campeón de la Vuelta a España 2017. / EFE
Foto: EFE - Javier Lizon
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Estando en la Copa América del Centenario, en Estados Unidos, recibí la honrosa misión de cubrir la Vuelta a España, evento que contaría con cinco colombianos: Nairo Quintana, Esteban Chaves, Darwin Atapuma, Jhónatan Restrepo y Miguel Ángel Supermán López. Sin duda sería un gran reto, aunque solo tenía experiencia en algunas etapas del Tour de Francia 2015 y la Vuelta a Colombia.

Y llegó el día esperado. La primera etapa, de 27,8 kilómetros, se disputó el sábado 20 de agosto, con una contrarreloj por equipos, en la que Quintana dio el primer campanazo de alerta. Históricamente los pedalistas colombianos siempre eran víctimas en este tipo de fracciones porque perdían demasiado tiempo. Sin embargo, el Movistar terminó cediendo apenas unas centésimas frente al poderío del Sky.

El colombiano asumió el liderato de la vuelta siete días más tarde, exactamente en la octava etapa, entre Villalpando y La Camperona, fracción ganada por el ruso Sergey Lagutín (Katusha). La fiesta apenas comenzaba y la ilusión crecía en medio del vino y el jamón. Sin embargo, al día siguiente, y de manera sorpresiva, Nairo perdió la camiseta roja en la llegada al Alto del Naranco, cediéndole el trono al español David de la Cruz (Etixx-Quick Step). Confieso que me alarmé, y quedé mucho más desconcertado cuando entrevisté a Nairo, lejos del pelotón de periodistas que cubría la carrera. “No se preocupe, que perdí el liderato por estrategia –me dijo-. Mañana entenderás todo lo que está sucediendo”.

Y como cada día trae su afán, llegó el mítico puerto de los Lagos de Covadonga. Un buen termómetro para medir la verdadera condición de nuestro ídolo, que soñaba con hacer historia. Subí con tres horas de anticipación a la línea de meta, en medio del frío, del paisaje extraño y de la estrecha ruta hacia la montaña. La verdad, no podía creer que estaba en un lugar sagrado para los ciclistas colombianos. Allí ganó Lucho Herrera en dos oportunidades y Oliverio Rincón también escribió su nombre.

Nairo pedaleó como los dioses. Subió con comodidad, miraba el horizonte y planeaba en dónde acelerar. En la meta, todos los colegas me miraban con asombro, sabían que el boyacense había resucitado y me hacían preguntas en todos los idiomas. Yo solo me reía, quizá de nerviosismo, o por la misma emoción de ser testigo de aquella hazaña.

El boyacense hizo un cambio de ritmo que demolió a sus rivales, llegando primero a la cuesta y demostrando que el ciclismo colombiano sigue reinando en la alta montaña. Quintana estaba emocionado; nos abrazamos y de inmediato hicimos la entrevista colectiva, en donde respaldó el proceso de paz que se estaba negociando en Colombia. Luego me confesó que había perdido la camiseta roja, el día anterior, para que los demás equipos atacaran al nuevo líder y de esta forma obligar al Etixx-Quick Step a trabajar en la subida para defender el liderato. Es decir, cayeron en la trampa.

En la etapa quince Nairo le puso el moño al regalo. Movistar planeó con detalles el ascenso a Formigal. El pelotón no esperaba la alianza entre Alberto Contador y Quintana, y menos que atacaran apenas, a los cuatro kilómetros de iniciada la fracción, partiendo por completo el lote en donde quedaron rezagados Froome y Chaves. Una estrategia que terminaría con victoria de Gianluca Brambilla, y segundo lugar de Nairo.

Etapa épica para el mejor escalador del mundo, quien al pasar la línea de meta, en lugar de observar las pantallas para ver cuánto tiempo le sacaba a su más enconado rival, se fue a trabajar en el rodillo, en una zona prohibida para los periodistas. Pero burlamos los controles de seguridad y llegamos hasta allí para contarle con detalles lo que estaba pasando con el británico Chris Froome, quien en la general terminó perdiendo 3 minutos, 37 segundos. Por supuesto explotó el júbilo y de inmediato se levantó de su bicicleta y se abrazó con Contador, el hombre que resultaría fundamental en la obtención del título.

La etapa más dura fue la contrarreloj entre Xábia y Calp, sobre 37 kilómetros, en donde Froome sacó todo su repertorio quedando a un minuto y 21 segundos de Quintana, quien terminó la etapa en el puesto 11. Después Nairo me confesó que no se había sentido bien, pero que creía que el tiempo que tenía de ventaja le alcanzaría para ganar.

Un día antes del final de la prueba brilló Esteban Chaves, quien hizo una etapa redonda y se metió en el podio, atacando con anticipación a Alberto Contador. Atapuma fue protagonista de la carrera, se escapó y peleó la etapa, pero por un error del director deportivo perdió la fracción con Pierre-Roger Latour. Atrás se vivía otro duelo, otra carrera entre Froome y Quintana. El británico atacó y contra atacó, y Nairo respondió con categoría e incluso aceleró en los últimos metros para pasar delante de Chris, quien simplemente lo aplaudió y le reconoció su poderío.

Tuve la suerte de entrevistar en solitario a Nairo, como campeón anticipado, y de celebrar con él su éxito, siendo testigo de todos los sacrificios que hizo para entregarle una alegría al país. Sin embargo, el campeón estaba serio, retraído, no creía que todo lo que estaba viviendo era cierto. Yo miraba alrededor y todo pasaba como en cámara lenta. Nairo tenía que ir a la conferencia de prensa y le dije que debía sonreír, que disfrutara su momento, que se saliera del libreto y que celebrara como grande frente a los medios de comunicación. Y así lo hizo. Estuvo eufórico, relajado, sonriente y hasta mamagallista. Ese es el otro Nairo, el que pocos conocen, pero el verdadero hombre de acero.

Al día siguiente, es decir el 11 de septiembre, entró triunfante a Madrid. En el paseo de la victoria, entre Las Rosas y la capital española solo recibió elogios y congratulaciones de los europeos que brindaban con champaña porque en la meta, en la Plaza de Cibeles, estaba toda Colombia. El amarillo, azul y rojo engalanaba las calles y se vivía una improvisada fiesta al mejor estilo del 20 de julio. Los aficionados ondeaban banderas, lucían con orgullo el sombrero vueltiao y cantaban el himno nacional. Al son de salsa, merengue y reguetón bailaban y tomaban aguardiente, como si estuvieran en carnaval.

Al final, en la sala de prensa apareció un francés, uno de los coordinadores de medios de comunicación, con un regalo para los tres colombianos que cubrimos la vuelta. Se trataba de la botella de champaña con la que Nairo celebró su título. La destapamos y, ¡salud… compañeros!

Por Nelson Ascencio

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