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Para empezar, lector, te pido que sigas mis instrucciones, pues serás recompensado. Antes de continuar con la lectura del segundo párrafo, observa con atención este video.
Si eres colombiano, estos 112 segundos de exquisito material audiovisual probablemente ya los conocías, o al menos estabas al tanto del evento del que tratan. Es la transmisión del inconfundible Gol Caracol del gol que le dio el título –el único que tenemos– a la Selección Colombia en la final de la Copa América del 2001, jugada en el estadio El Campín de Bogotá. El gol, quizás el más importante de toda nuestra raquítica historia futbolística, ocurrió en el minuto veinte del segundo tiempo y fue obra del entonces capitán colombiano Iván Ramiro Córdoba.
Te preguntarás, curioso lector, por qué te cuento todo esto, y haces bien. Pero confía un poco más en mí. Te propongo una oferta irresistible: lee este corto texto hasta el final y te prometo que el tiempo que en ello inviertas lo recuperarás con creces durante el resto de tu vida.
Estoy seguro de que en no pocas ocasiones te ha sucedido que, al conocer a un extranjero, te ha preguntado “¿Cómo es Colombia?”. Y entonces tú te has enredado en largas y complejas explicaciones (acerca de las gestas de Bolívar, de la exuberancia de nuestra naturaleza, de la variedad de las arepas), y pocas veces has sentido que respondiste de manera satisfactoria. Esos tiempos difíciles han quedado atrás. En efecto, la respuesta se encuentra en los 112 segundos del video, que, puedo asegurarlo sin temor, son los más colombianos que jamás han existido. Entiendo tu escepticismo, incrédulo lector, pero dame la oportunidad de probar mi punto. Obséquiame un poco más de tu atención y realicemos juntos una exégesis de estos casi dos minutos. Empecemos.
El video inicia con una enigmática música ancestral que se metamorfosea de golpe en cantos de “Sí, sí, Colombia, sí, sí, Caribe”, los cuales, a su vez, se mezclan con los comentarios del legendario Javier Hernández Bonnet, también conocido como Refisal por su casi inverosímil capacidad para, después de haber visto fútbol durante toda su vida, nunca pronosticar con acierto lo que va a ocurrir en un partido, porque Dios le da pan al que no tiene dientes. Este confundido Tiresias comenta un peligroso acercamiento del equipo mexicano, bien controlado por el gran Óscar Córdoba.
Continúa el video con la preparación de un cobro de tiro libre a favor de Colombia. Mientras el jugador número catorce acomoda el balón, escuchamos una especie de cumbia y, en la esquina superior izquierda, aparece un pequeño recuadro con un extraño video publicitario en el que una mujer maneja a toda velocidad un carrito dentro de un supermercado de la cadena Olímpica. Mientras todo esto ocurre, el jugador realiza el cobro y el balón se dirige al corazón del área, en donde Iván Ramiro Córdoba salta con destreza y, por medio de un certero cabezazo, lo manda al fondo de la red.
Entonces arranca la orgía: los jugadores colombianos se tiran al piso y celebran formando una montaña humana. William Vinasco Che, el mítico narrador, interrumpe la olímpica propaganda y estalla en un interminable grito de “gooooool”. En las tribunas amarillas, el público celebra. Luego suena el famoso canto, a puro ritmo de salsa, que todo colombiano de bien conoce: “Cántame ese gol a todo pulmón, cántame ese gol, Williaaam”.
Llega la primera repetición del gol, pero esta no se puede apreciar adecuadamente, pues en medio aparece una publicidad de Samsung. Le sigue una nueva repetición y una nueva publicidad, esta vez, de Pony Malta, “bebida de campeones”. William Vinasco Che no puede de la alegría y coquetea con el infarto: “¡Colombia ganando la Copa América! ¡Colombia ganando la Copa América!”. Y a continuación, cómo no, otro célebre canto, cargado de una pícara insinuación sexual: “Se metió, se metió, la pelota se metió”. Finalmente, mientras en la repetición se ve cómo Iván Ramiro Córdoba festeja dejándose caer en éxtasis al piso, y el partido se reanuda con México poniendo en juego el balón desde la mitad del campo, alias Refisal realiza unos comentarios “técnicos” sobre la acción del gol. Así termina el video.
¿Por qué son entonces estos 112 segundos los más colombianos que jamás han existido? Porque, como en Colombia, en ese minuto y cincuenta y dos segundos pasa de todo. Para demostrarlo es preciso analizar, atentamente, cada uno de los elementos que componen el video, pues bien se sabe que nunca la pereza hizo cosa bien hecha.
Iniciemos por la dimensión sonora. Es de resaltar, en primer lugar, que la música nunca se detiene desde el segundo uno hasta el cincuenta y ocho, como en un ascensor de motel. Además, que en la fugacidad del video se oyen algunos de los ritmos más típicamente colombianos: cumbia y salsa, sumados a otro ritmo guapachoso inclasificable. La banda sonora es más propia de la hora loca de una miniteca que de una transmisión deportiva. ¿Y a quiénes les gusta tanto la rumba como el fútbol? A los colombianos.
Continuando en el mágico campo del sonido, el relato de William Vinasco Che no se queda atrás: su canto de “gooooool” es en verdad impresionante. Todo un clásico de los narradores colombianos que, no cabe duda, tienen pulmones privilegiados de apneístas, dignos de ser analizados por la ciencia. No menos sublimes son los comentarios eruditos de Refisal, que se refiere a la cabeza del defensa mexicano como “testa” y que habla de “cepillar” en lugar de “cabecear” el balón.
En cuanto al aspecto visual, hay algunos elementos destacables. Por ejemplo, el de la calidad del video, que es tan deficiente que resulta muy difícil distinguir a los jugadores entre sí. También cabe anotar que al momento del gol, debido al desenfreno vivido en las gradas, la cámara empieza a temblar descontroladamente, como si el camarógrafo sufriera de un párkinson avanzado.
Por otro lado, como en todo análisis que se precie de rigurosidad, no debemos olvidar la dimensión socioeconómica. Y aunque quisiéramos, no podríamos: en el video, la mano invisible del mercado se deja ver por todas partes. En ese espacio de no más de dos minutos disfrutamos de tres publicidades. Tres publicidades en 112 segundos, lo cual arroja un promedio de una cada 37 segundos. A ese ritmo, en un partido de 90 minutos, tendríamos casi 200 propagandas. Un deleite colombiano.
Además, sucede algo increíble: en la acción del gol, cuando el balón vuela por los aires, en vez de escuchar el relato del narrador, lo que en realidad llega a nuestros oídos es el audio de la publicidad de la Olímpica. ¿A quién se le ocurre correr una propaganda cuando hay una jugada con riesgo de gol? A los colombianos.
Pero, dejando estas suspicacias de lado, el video es, al fin y al cabo, el de un partido de fútbol, así que vale la pena analizar ciertas cuestiones puramente futbolísticas. Hablemos del gol, por ejemplo. El gol es muy feo. Al ver la repetición en cámara lenta, nos damos cuenta de que lo que en un inicio nos pareció un certero cabezazo (“cepillazo”, diría Refisal), en realidad no lo fue, sino que fue un fallido cabezazo, y que el balón no golpeó en la cabeza (perdón, en la testa) de Iván Ramiro Córdoba, sino que golpeó en su hombro. Y, como si fuera poco, podemos comprobar que el balón se desvió en un defensor mexicano antes de inflar la red. El gol, como Colombia, es chambón.
Un último hecho futbolístico merece nuestro comentario: en el segundo quince del video, al costado izquierdo de la pantalla, como una vecina chismosa y atrevida, se asoma un anuncio que nos indica el número de faltas cometidas hasta ese minuto sesenta y cinco. Eran veinticinco: once faltas de Colombia y catorce de México. Veinticinco. ¡Por favor! ¿Qué clase de carnicería era ese partido? ¿Quiénes pueden ser tan violentos en una final? Los colombianos, claro. Ah, y los mexicanos.
De principio a fin, el video es una perfecta muestra de colombiana colombianidad. Cada segundo pone de su parte y, como en una perfecta fórmula alquímica, se funde con los otros para crear esta escena fabulosa. Así que la próxima vez que un extranjero te pregunte cómo es Colombia, no te enredes, práctico lector: toma tu celular y muéstrale el video. Será suficiente.