Corea y Japón 2002: Un Mundial para saldar viejas deudas
Nueva entrega de “Disparos a gol”, del especial de El Espectador sobre Catar 2022; la relación entre el balompié y la política.
Jhoan Sebastian Cote
El siglo XXI inició con tensiones apocalípticas y una Copa Mundial de Fútbol absolutamente singular. Primero, la teoría conspirativa del ‘Y2K’ hablaba del fin del mundo para el 2000, suponiendo un fallo en todos los sistemas electromagnéticos del planeta, que terminaría en el lanzamiento accidental de cientos de bombas atómicas. Como en todo apocalipsis anunciado, nada pasó. Luego, en 2001, Estados Unidos sufrió el ‘9/11′, un ataque terrorista en el cual 19 yihadistas de Al Qaeda –rama extremista del islamismo– secuestraron cuatro aviones comerciales, estallando dos de ellos en el World Trade Center y otro en el edificio del Pentágono. Además, un cuarto avión –que iba directo al Capitolio– cayó en campo abierto de Pensilvania, tras una presunta disputa entre pasajeros y yihadistas.
Fue perturbador.
El autoproclamado país más seguro del mundo sufría un ataque al corazón, y poco y nada se sabía de los responsables. Por su parte, mientras los noticieros norteamericanos comunicaban la inminente guerra contra el terrorismo en Afganistán –producto del ‘9/11′–, Corea y Japón se organizaban para celebrar el primer Mundial fuera de Europa y América, después de 70 años de competencias.
Mire nuestro especial: ¿A qué jugamos?: La identidad del fútbol colombiano
La historia de Corea-Japón 2002 comienza en el Mundial de Estados Unidos 1994. Durante el certamen en suelo norteamericano, la FIFA decidió organizar el primer Mundial del nuevo milenio en un territorio sin tradición futbolística. Su objetivo fue desarrollar el deporte en otras partes del mundo, y aprovechar una sede capaz de brindar un espectáculo prolijo. Entonces, la delegación mexicana se presentó como candidata, pero apenas le hizo frente a la alianza de Corea-Japón, la cual se comprometió a construir 18 estadios exclusivos para la competencia.
Los oficiales de seguridad de la FIFA, KOWOC y JAWOC (Comités Organizadores de Corea y Japón) se reunieron por primera vez el 2 de septiembre de 2001. Durante aquella reunión se trataron problemas de seguridad recurrentes en los Mundiales pasados: racismo, barras bravas y violencia antes, durante y después de los partidos.
Tan solo una semana después, como se afirma en el reporte oficial del Mundial Corea-Japón 2002, todo cambió con los actos terroristas del ‘9/11′: “(…) nueve días después, el enfoque de los dispositivos de seguridad para la Copa Mundial de la FIFA Corea/Japón 2002™ cambió radicalmente –fundamentalmente a raíz de los horrendos acontecimientos del 11 de septiembre–. Los ataques terroristas eran parte integral del orden del día sobre la seguridad, pero a partir de esa fecha se convirtieron en una de las prioridades de la FIFA”.
A raíz de los sucedido Estados Unidos, mientras sus autoridades identificaban a los terroristas y 22 americanos morían abriendo sobres infectados con carbunco –una bacteria mortal–, los oficiales de seguridad para el Mundial de Corea-Japón incrementaron su pie de fuerza con la ayuda de 30 naciones clasificadas al certamen. El objetivo común de los participantes fue “asegurar que la primera Copa Mundial celebrada en Asia fuese segura para todos”.
La gambeta del Emperador Akihito
El 31 de mayo se realizó la inauguración del Mundial de Corea-Japón 2002, ante la mirada de 72 mil espectadores en gradas. Docenas de artistas asiáticos, vestidos con trajes típicos orientales como kimonos y hamboks, dieron inicio a la competencia a través de una ceremonia protagonizada por desfiles y música autóctona. Mientras las banderas de los organizadores eran transportadas al centro del campo del Seúl World Cup Stadium, en Corea del Sur, tokos –una especie de arpa–, samisenes –un tipo de banjo– y demás instrumentos musicales asiáticos armonizaban el preludio del Mundial.
¿Esperando el Mundial de Catar 2022? Toda la información en un solo lugar, encuéntrela aquí
El Emperador Akihito de Japón había sido invitado, junto al príncipe heredero Naruhito, a pasar una larga estancia en Corea del Sur, cuyo objetivo sería asistir a la ceremonia de apertura del Mundial. Sin embargo, el emperador se negó a ir junto a su heredero y en su lugar envió al príncipe Takamado, quien fue el primer miembro de la Familia Real Japonesa en viajar a Corea del Sur desde 1945. El desplante del Emperador Akihito fue tomado como un acto de poca diplomacia, que expuso la relación poco amistosa que ambos países vivían medio siglo después.
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El Emperador Akihito fue el príncipe heredero de Hirohito, el mismísimo gobernante japonés de la Segunda Guerra Mundial que invadió la península coreana, la costa pacífica china y los grupos insulares cercanos a su territorio. Aquel imperio de Hirohito es repudiado en Asia por intentar hacerse con todo el continente a las malas, y por crímenes de guerra impresionantes como ‘Las damas de consuelo’, una estrategia en la cual las mujeres coreanas eran obligadas a prostituirse al ejército japonés.
Cuando el padre del Emperador Akihito se rindió en la Segunda Guerra Mundial, el país fue obligado a reformar su constitución política. El estatuto actual, también llamado Constitución de la Paz, contiene un pasaje interesante en su Artículo 9: “(…) el pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o al uso de la fuerza como medio de solución en disputas internacionales”. Si bien Japón renunció a las guerras, los actos de perdón han sido escasos por parte de sus dirigentes, de hecho, aún existen centros religiosos donde se le rinde culto a criminales de guerra. Es el caso del Santuario Yasakuni, en Tokio, lugar de veneración de Hideki Tōjō –entre otros–, quien fue el Ministro de Guerra que autorizó la invasión a Manchuria, en China, y el ataque a Pearl Harbor, en Estados Unidos.
El Emperador Akihito renunció a asistir a la inauguración de Corea-Japón 2002, quizás presagiando una oleada de protestas en contra de lo que representaba. No solo era el hijo de un déspota reconocido en la región –mostrando escaza vergüenza por las andanzas de su padre–, sino que también el comité organizador de su país no se había portado muy bien con los coreanos. Primero, los japoneses intentaron vender entradas con el título de ‘Mundial de Japón-Corea 2002′, lo cual fue rechazado por la FIFA ante las arengas del comité coreano. Los japoneses, al parecer, quisieron colocar en segundo plano el nombre de sus colegas y vecinos. Luego, los nipones eludieron los reclamos sobre ‘Kaz’, una de las tres mascotas del Mundial, que era un extraterrestre y se llamaba igual que el jugador japonés Kazuyuki. Además, la última letra de esta mascota –z– no tiene pronunciación en el lenguaje coreano -
¿Cómo es que los coreanos terminaron aceptando una mascota cuyo nombre no podían ni pronunciar?
Al final, tras un inicio turbulento desde el punto de vista político, la Selección de Japón firmó la mejor presentación de su historia en Mundiales, tras finalizar vencedor del Grupo H y clasificar a los octavos de final. Allí, los nipones fueron vencidos por la sorprendente Turquía, la cual saboreó el premio del tercer puesto.
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La Selección de Corea del Sur, por su parte, también realizó el mejor Mundial de su historia tras quedarse con el cuarto puesto. Sin embargo, fue sancionada por la prensa tras un rendimiento potenciado por decisiones arbitrales. En octavos de final, Corea del Sur venció a Italia en tiempo suplementario, en un partido desbalanceado por el árbitro ecuatoriano Byron Moreno. El juez expulsó al italiano Totti tras entender que había simulado un penalti que sí existió, y que era más grande que toda Asia. Pero Moreno no solo era un criminal dentro de la cancha: en 2010, el exarbitro fue detenido en New York, cuando intentaba traficar heroína en su ropa interior. Luego, en cuartos de final del Mundial, los coreanos vencieron a España por penales, ayudados por el árbitro egipcio Gamal al Ghandour, quien le anuló dos goles lícitos al conjunto europeo en tiempo regular. El diario español MARCA publicó el titular “Da asco” en su portada del día siguiente.
El color de los hombres
Una vez terminado el espectáculo preliminar del Mundial de Corea-Japón 2002, siguió el partido inaugural entre la poderosa selección de Francia y la modesta selección de Senegal. Los galos tenían todo para ganar, pues convocaron una constelación de estrellas de los mejores equipos de Europa, y venían de salir campeones de la reciente Eurocopa en el 2000 y del último Mundial de Fútbol en 1998. Sin embargo, el equipo comandado por el bueno de Thierry Henry no pudo vulnerar la portería africana durante los 90 minutos. Y aún peor, Senegal sorprendió robando la pelota al galo Djorkaeff y anotando el primer gol del Mundial al minuto 30′, el único de ese encuentro.
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Aparte de ser el primer partido del Mundial, el duelo tenía un tinte especial entre ambas selecciones. El Senegal fue, con todo lo que eso significa, colonia francesa en África desde el siglo XVII hasta el siglo XX. Los africanos, por supuesto, se jugaban un duelo aparte contra el campeón vigente, el cual seguía importando jugadores habilidosos de sus excolonias. Además, dentro de la nómina senegalesa se encontraba Amara Traoré, un hombre cuyo pasado fue marcado por los colonizadores franceses. El apellido ‘Traoré’ viene de un antiguo jefe del Imperio malí llamado Tiramakhan, apodado ‘Tara Wele’ por los habitantes del lugar. Los descendientes de ‘Tara Wele’ fueron nombrados Traoré de acuerdo a la fonética francesa, condenados a llamarse como a los colonos se les dio la gana. De hecho, algo similar le pasó a los surcoreanos, quienes aún le exigen perdón a Japón por haber reemplazado sus apellidos por los nipones.
Ahora bien, Léopold Senghor, primer presidente del Senegal independiente, que entre otras cosas fue un poeta reconocido, intentó cambiar eso de que los negros son ‘hombres de color’, y la victoria de su país ante Francia le dio la razón.
Senghor escribió en su poema Querido hermano blanco lo siguiente: “Cuando yo nací, era negro. Cuando crecí, era negro. Cuando me da el sol, soy negro. Cuando estoy enfermo, soy negro. Cuando muera, seré negro. Y mientras tanto, tú, hombre blanco, Cuando naciste, eras rosado. Cuando creciste, fuiste blanco. Cuando te da el sol, eres rojo. Cuando sientes frío, eres azul. Cuando sientes miedo, eres verde. Cuando estás enfermo, eres amarillo. Cuando mueras, serás gris. Entonces, ¿cuál de nosotros dos es un hombre de color?”. Tal es el caso de los jugadores caucásicos de Francia, en Corea-Japón 2002, que estuvieron rojos de la vergüenza todo el Mundial. No solo perdieron con el Senegal, también empataron sin goles con Uruguay y fueron vencidos por Dinamarca en la última fecha de fase de grupos. De hecho, durante todo el certamen, el seleccionado francés no metió un solo gol, sus estrellas olvidaron el brillo propio de su nombre y, no tuvieron más opción que retornar a su país con las maletas pesadas del desprestigio.
El ave fénix brasileño
Ronaldo. El Fenómeno. Llegó remendado al Mundial de Corea-Japón, sobreviviente de una doble lesión de rodilla que lo sacó del fútbol por más de un año, cuando no había nadie mejor que él. Su rodilla derecha fue su única enemiga, pues cuando tenía el balón en los pies, y avanzaba con potencia hasta el arco rival, parecía que el tiempo se detuviese en contra de sus rivales. Sus piernas protegían el balón con gambetas circulares, que desgastaban los ojos y músculos de cualquier adversario. Cuando iba de frente, como en un juego de azar, los defensores escogían derecha o izquierda, pero Ronaldo ganaba todas las veces. Y siempre sonreía, con sus dientes separados, porque de las clases de fútbol alegre que se imparten en Brasil, él fue el mejor de los estudiantes.
Ronaldo marcó ocho goles en siete partidos del Mundial de Corea-Japón, dos de ellos en la gran final contra Alemania. “Queríamos la Copa, pero ¿cómo íbamos a pararlo a él?”, recordó Oliver Kahn, portero germano de aquel partido, a quien Ronaldo venció un par de veces en el encuentro más importante de su carrera. En ambas anotaciones, Ronaldo sonrió y levantó su dedo índice derecho hacia el cielo, como dándole gracias a Dios por haberle dibujado tanto talento en los pies.
Brasil obtuvo su pentacampeonato mundial, olvidando las estrategias robóticas del fútbol moderno, y dando rienda suelta a jugadores que llevaron el carnaval de Rio a la cancha. Durante el certamen, y de la mano de ‘El Fenómeno’, nació otra estrella en la galaxia brasileña: Ronaldinho, un morenito con la habilidad de un genio, que nació con un imán de balones en la pierna derecha.
Ronaldo, por su parte, se inmortalizó como el mejor delantero de todos los tiempos, amado por todos y odiado por nadie –ni siquiera por sus rivales–. Lastimosamente, en 2011, Ronaldo tuvo que pagar la cuenta de cobro que su mismo cuerpo le pasó, tras soportar un hipotiroidismo que le hizo subir de peso a limites insanos. Cuando anunció su retiro, el mundo del fútbol se despachó en elogios, pues ‘El Fenómeno’ fue la inspiración de la generación de futbolistas que estaba por venir. “Es mi más grande ídolo”, dijo Karim Benzema. “Para mí, fue el futbolista más completo de la historia”, dijo Miroslav Klose –quien se atrevió a arrebatarle el título como máximo anotador de los Mundiales–. “Es una gran influencia en mi carrera”, dijo Radamel Falcao. “Ronaldo esta solo después de Pelé”, dijo Ricardo Kaká. “Es el mejor delantero que haya visto”, dijo Lionel Messi. “Les decía a mis amigos: ‘Llámame Ronaldo’, cuando jugábamos en la calle”, confesó Zlatan Ibrahimovic, advirtiendo esa ilusión infantil de los futbolistas, que imitan a sus ídolos mientras logran sus primeros pasos.
*Capítulo del libro Disparos a Gol
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El siglo XXI inició con tensiones apocalípticas y una Copa Mundial de Fútbol absolutamente singular. Primero, la teoría conspirativa del ‘Y2K’ hablaba del fin del mundo para el 2000, suponiendo un fallo en todos los sistemas electromagnéticos del planeta, que terminaría en el lanzamiento accidental de cientos de bombas atómicas. Como en todo apocalipsis anunciado, nada pasó. Luego, en 2001, Estados Unidos sufrió el ‘9/11′, un ataque terrorista en el cual 19 yihadistas de Al Qaeda –rama extremista del islamismo– secuestraron cuatro aviones comerciales, estallando dos de ellos en el World Trade Center y otro en el edificio del Pentágono. Además, un cuarto avión –que iba directo al Capitolio– cayó en campo abierto de Pensilvania, tras una presunta disputa entre pasajeros y yihadistas.
Fue perturbador.
El autoproclamado país más seguro del mundo sufría un ataque al corazón, y poco y nada se sabía de los responsables. Por su parte, mientras los noticieros norteamericanos comunicaban la inminente guerra contra el terrorismo en Afganistán –producto del ‘9/11′–, Corea y Japón se organizaban para celebrar el primer Mundial fuera de Europa y América, después de 70 años de competencias.
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La historia de Corea-Japón 2002 comienza en el Mundial de Estados Unidos 1994. Durante el certamen en suelo norteamericano, la FIFA decidió organizar el primer Mundial del nuevo milenio en un territorio sin tradición futbolística. Su objetivo fue desarrollar el deporte en otras partes del mundo, y aprovechar una sede capaz de brindar un espectáculo prolijo. Entonces, la delegación mexicana se presentó como candidata, pero apenas le hizo frente a la alianza de Corea-Japón, la cual se comprometió a construir 18 estadios exclusivos para la competencia.
Los oficiales de seguridad de la FIFA, KOWOC y JAWOC (Comités Organizadores de Corea y Japón) se reunieron por primera vez el 2 de septiembre de 2001. Durante aquella reunión se trataron problemas de seguridad recurrentes en los Mundiales pasados: racismo, barras bravas y violencia antes, durante y después de los partidos.
Tan solo una semana después, como se afirma en el reporte oficial del Mundial Corea-Japón 2002, todo cambió con los actos terroristas del ‘9/11′: “(…) nueve días después, el enfoque de los dispositivos de seguridad para la Copa Mundial de la FIFA Corea/Japón 2002™ cambió radicalmente –fundamentalmente a raíz de los horrendos acontecimientos del 11 de septiembre–. Los ataques terroristas eran parte integral del orden del día sobre la seguridad, pero a partir de esa fecha se convirtieron en una de las prioridades de la FIFA”.
A raíz de los sucedido Estados Unidos, mientras sus autoridades identificaban a los terroristas y 22 americanos morían abriendo sobres infectados con carbunco –una bacteria mortal–, los oficiales de seguridad para el Mundial de Corea-Japón incrementaron su pie de fuerza con la ayuda de 30 naciones clasificadas al certamen. El objetivo común de los participantes fue “asegurar que la primera Copa Mundial celebrada en Asia fuese segura para todos”.
La gambeta del Emperador Akihito
El 31 de mayo se realizó la inauguración del Mundial de Corea-Japón 2002, ante la mirada de 72 mil espectadores en gradas. Docenas de artistas asiáticos, vestidos con trajes típicos orientales como kimonos y hamboks, dieron inicio a la competencia a través de una ceremonia protagonizada por desfiles y música autóctona. Mientras las banderas de los organizadores eran transportadas al centro del campo del Seúl World Cup Stadium, en Corea del Sur, tokos –una especie de arpa–, samisenes –un tipo de banjo– y demás instrumentos musicales asiáticos armonizaban el preludio del Mundial.
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El Emperador Akihito de Japón había sido invitado, junto al príncipe heredero Naruhito, a pasar una larga estancia en Corea del Sur, cuyo objetivo sería asistir a la ceremonia de apertura del Mundial. Sin embargo, el emperador se negó a ir junto a su heredero y en su lugar envió al príncipe Takamado, quien fue el primer miembro de la Familia Real Japonesa en viajar a Corea del Sur desde 1945. El desplante del Emperador Akihito fue tomado como un acto de poca diplomacia, que expuso la relación poco amistosa que ambos países vivían medio siglo después.
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El Emperador Akihito fue el príncipe heredero de Hirohito, el mismísimo gobernante japonés de la Segunda Guerra Mundial que invadió la península coreana, la costa pacífica china y los grupos insulares cercanos a su territorio. Aquel imperio de Hirohito es repudiado en Asia por intentar hacerse con todo el continente a las malas, y por crímenes de guerra impresionantes como ‘Las damas de consuelo’, una estrategia en la cual las mujeres coreanas eran obligadas a prostituirse al ejército japonés.
Cuando el padre del Emperador Akihito se rindió en la Segunda Guerra Mundial, el país fue obligado a reformar su constitución política. El estatuto actual, también llamado Constitución de la Paz, contiene un pasaje interesante en su Artículo 9: “(…) el pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o al uso de la fuerza como medio de solución en disputas internacionales”. Si bien Japón renunció a las guerras, los actos de perdón han sido escasos por parte de sus dirigentes, de hecho, aún existen centros religiosos donde se le rinde culto a criminales de guerra. Es el caso del Santuario Yasakuni, en Tokio, lugar de veneración de Hideki Tōjō –entre otros–, quien fue el Ministro de Guerra que autorizó la invasión a Manchuria, en China, y el ataque a Pearl Harbor, en Estados Unidos.
El Emperador Akihito renunció a asistir a la inauguración de Corea-Japón 2002, quizás presagiando una oleada de protestas en contra de lo que representaba. No solo era el hijo de un déspota reconocido en la región –mostrando escaza vergüenza por las andanzas de su padre–, sino que también el comité organizador de su país no se había portado muy bien con los coreanos. Primero, los japoneses intentaron vender entradas con el título de ‘Mundial de Japón-Corea 2002′, lo cual fue rechazado por la FIFA ante las arengas del comité coreano. Los japoneses, al parecer, quisieron colocar en segundo plano el nombre de sus colegas y vecinos. Luego, los nipones eludieron los reclamos sobre ‘Kaz’, una de las tres mascotas del Mundial, que era un extraterrestre y se llamaba igual que el jugador japonés Kazuyuki. Además, la última letra de esta mascota –z– no tiene pronunciación en el lenguaje coreano -
¿Cómo es que los coreanos terminaron aceptando una mascota cuyo nombre no podían ni pronunciar?
Al final, tras un inicio turbulento desde el punto de vista político, la Selección de Japón firmó la mejor presentación de su historia en Mundiales, tras finalizar vencedor del Grupo H y clasificar a los octavos de final. Allí, los nipones fueron vencidos por la sorprendente Turquía, la cual saboreó el premio del tercer puesto.
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La Selección de Corea del Sur, por su parte, también realizó el mejor Mundial de su historia tras quedarse con el cuarto puesto. Sin embargo, fue sancionada por la prensa tras un rendimiento potenciado por decisiones arbitrales. En octavos de final, Corea del Sur venció a Italia en tiempo suplementario, en un partido desbalanceado por el árbitro ecuatoriano Byron Moreno. El juez expulsó al italiano Totti tras entender que había simulado un penalti que sí existió, y que era más grande que toda Asia. Pero Moreno no solo era un criminal dentro de la cancha: en 2010, el exarbitro fue detenido en New York, cuando intentaba traficar heroína en su ropa interior. Luego, en cuartos de final del Mundial, los coreanos vencieron a España por penales, ayudados por el árbitro egipcio Gamal al Ghandour, quien le anuló dos goles lícitos al conjunto europeo en tiempo regular. El diario español MARCA publicó el titular “Da asco” en su portada del día siguiente.
El color de los hombres
Una vez terminado el espectáculo preliminar del Mundial de Corea-Japón 2002, siguió el partido inaugural entre la poderosa selección de Francia y la modesta selección de Senegal. Los galos tenían todo para ganar, pues convocaron una constelación de estrellas de los mejores equipos de Europa, y venían de salir campeones de la reciente Eurocopa en el 2000 y del último Mundial de Fútbol en 1998. Sin embargo, el equipo comandado por el bueno de Thierry Henry no pudo vulnerar la portería africana durante los 90 minutos. Y aún peor, Senegal sorprendió robando la pelota al galo Djorkaeff y anotando el primer gol del Mundial al minuto 30′, el único de ese encuentro.
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Aparte de ser el primer partido del Mundial, el duelo tenía un tinte especial entre ambas selecciones. El Senegal fue, con todo lo que eso significa, colonia francesa en África desde el siglo XVII hasta el siglo XX. Los africanos, por supuesto, se jugaban un duelo aparte contra el campeón vigente, el cual seguía importando jugadores habilidosos de sus excolonias. Además, dentro de la nómina senegalesa se encontraba Amara Traoré, un hombre cuyo pasado fue marcado por los colonizadores franceses. El apellido ‘Traoré’ viene de un antiguo jefe del Imperio malí llamado Tiramakhan, apodado ‘Tara Wele’ por los habitantes del lugar. Los descendientes de ‘Tara Wele’ fueron nombrados Traoré de acuerdo a la fonética francesa, condenados a llamarse como a los colonos se les dio la gana. De hecho, algo similar le pasó a los surcoreanos, quienes aún le exigen perdón a Japón por haber reemplazado sus apellidos por los nipones.
Ahora bien, Léopold Senghor, primer presidente del Senegal independiente, que entre otras cosas fue un poeta reconocido, intentó cambiar eso de que los negros son ‘hombres de color’, y la victoria de su país ante Francia le dio la razón.
Senghor escribió en su poema Querido hermano blanco lo siguiente: “Cuando yo nací, era negro. Cuando crecí, era negro. Cuando me da el sol, soy negro. Cuando estoy enfermo, soy negro. Cuando muera, seré negro. Y mientras tanto, tú, hombre blanco, Cuando naciste, eras rosado. Cuando creciste, fuiste blanco. Cuando te da el sol, eres rojo. Cuando sientes frío, eres azul. Cuando sientes miedo, eres verde. Cuando estás enfermo, eres amarillo. Cuando mueras, serás gris. Entonces, ¿cuál de nosotros dos es un hombre de color?”. Tal es el caso de los jugadores caucásicos de Francia, en Corea-Japón 2002, que estuvieron rojos de la vergüenza todo el Mundial. No solo perdieron con el Senegal, también empataron sin goles con Uruguay y fueron vencidos por Dinamarca en la última fecha de fase de grupos. De hecho, durante todo el certamen, el seleccionado francés no metió un solo gol, sus estrellas olvidaron el brillo propio de su nombre y, no tuvieron más opción que retornar a su país con las maletas pesadas del desprestigio.
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Ronaldo. El Fenómeno. Llegó remendado al Mundial de Corea-Japón, sobreviviente de una doble lesión de rodilla que lo sacó del fútbol por más de un año, cuando no había nadie mejor que él. Su rodilla derecha fue su única enemiga, pues cuando tenía el balón en los pies, y avanzaba con potencia hasta el arco rival, parecía que el tiempo se detuviese en contra de sus rivales. Sus piernas protegían el balón con gambetas circulares, que desgastaban los ojos y músculos de cualquier adversario. Cuando iba de frente, como en un juego de azar, los defensores escogían derecha o izquierda, pero Ronaldo ganaba todas las veces. Y siempre sonreía, con sus dientes separados, porque de las clases de fútbol alegre que se imparten en Brasil, él fue el mejor de los estudiantes.
Ronaldo marcó ocho goles en siete partidos del Mundial de Corea-Japón, dos de ellos en la gran final contra Alemania. “Queríamos la Copa, pero ¿cómo íbamos a pararlo a él?”, recordó Oliver Kahn, portero germano de aquel partido, a quien Ronaldo venció un par de veces en el encuentro más importante de su carrera. En ambas anotaciones, Ronaldo sonrió y levantó su dedo índice derecho hacia el cielo, como dándole gracias a Dios por haberle dibujado tanto talento en los pies.
Brasil obtuvo su pentacampeonato mundial, olvidando las estrategias robóticas del fútbol moderno, y dando rienda suelta a jugadores que llevaron el carnaval de Rio a la cancha. Durante el certamen, y de la mano de ‘El Fenómeno’, nació otra estrella en la galaxia brasileña: Ronaldinho, un morenito con la habilidad de un genio, que nació con un imán de balones en la pierna derecha.
Ronaldo, por su parte, se inmortalizó como el mejor delantero de todos los tiempos, amado por todos y odiado por nadie –ni siquiera por sus rivales–. Lastimosamente, en 2011, Ronaldo tuvo que pagar la cuenta de cobro que su mismo cuerpo le pasó, tras soportar un hipotiroidismo que le hizo subir de peso a limites insanos. Cuando anunció su retiro, el mundo del fútbol se despachó en elogios, pues ‘El Fenómeno’ fue la inspiración de la generación de futbolistas que estaba por venir. “Es mi más grande ídolo”, dijo Karim Benzema. “Para mí, fue el futbolista más completo de la historia”, dijo Miroslav Klose –quien se atrevió a arrebatarle el título como máximo anotador de los Mundiales–. “Es una gran influencia en mi carrera”, dijo Radamel Falcao. “Ronaldo esta solo después de Pelé”, dijo Ricardo Kaká. “Es el mejor delantero que haya visto”, dijo Lionel Messi. “Les decía a mis amigos: ‘Llámame Ronaldo’, cuando jugábamos en la calle”, confesó Zlatan Ibrahimovic, advirtiendo esa ilusión infantil de los futbolistas, que imitan a sus ídolos mientras logran sus primeros pasos.
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