Cuando el fútbol no era el deporte rey

El auge del fútbol se dio, tanto en Europa como en América Latina, después de la Primera Guerra Mundial. En los Juegos Olímpicos de 1900, en París, el “torneo de fútbol” solo contó con la participación de tres equipos y los partidos reunían apenas a unos 2.000 curiosos.

Ricardo Arias Trujillo*
20 de junio de 2018 - 09:19 p. m.
El mítico estadio de Wembley en Londres. / Archivo El Espectador
El mítico estadio de Wembley en Londres. / Archivo El Espectador
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A comienzos del siglo XX, el fútbol era poco conocido a nivel mundial. Hoy en día, tras un desarrollo incomparable con otras prácticas deportivas, es el deporte más popular de todo el planeta. El fútbol, pues, tiene una historia. En la Inglaterra victoriana, cuna de la mayor parte de los deportes modernos, el rugby, el cricket, el boxeo, el fútbol y demás actividades físicas, se habían convertido en un mecanismo central de la educación, toda vez que el deporte era percibido como una fuente privilegiada de virtudes (fomentaba, se decía, la solidaridad y la perseverancia, inculcaba la disciplina y el sacrificio).

En el caso del fútbol británico, su creciente desarrollo hizo necesaria, durante la segunda mitad del siglo XIX, la aparición de instituciones burocráticas encargadas de definir y homogeneizar las normas, de velar por su cumplimiento, de organizar los primeros torneos nacionales. Sin embargo, el interés por el fútbol aún no se había extendido más allá de las fronteras del Reino Unido.

Así, en los Juegos Olímpicos de 1900, celebrados en París, el “torneo de fútbol” solo contó con la participación de tres equipos y los partidos reunían apenas a unos 2.000 curiosos. Claramente, los aficionados al deporte preferían otro tipo de espectáculos como el ciclismo y el atletismo. Incluso en Gran Bretaña, las preferencias deportivas del público no se orientaban hacía el fútbol, opacado por el cricket, el rugby, las carreras de caballos, entre otros.

Si bien, en los años siguientes los encuentros atrajeron un público un poco más numeroso, el auge del fútbol se dio, tanto en el resto de Europa como en América Latina, después de la Primera Guerra Mundial. Para albergar a los numerosos aficionados, se hizo necesario construir nuevos estadios, más grandes y modernos. El de Wembley, construido en Londres en 1923, con capacidad para más de cien mil espectadores, se convirtió rápidamente en el gran templo del fútbol mundial.

El interés cada vez mayor por el deporte se explica por diferentes razones. Por una parte, mayor tiempo libre de una población que, además, contaba con mayores recursos económicos para acceder a unas prácticas deportivas que estaban en vías de profesionalización, lo que implicaba una mejor calidad, pero también un mayor costo. Por otra, mejoras en los sistemas de comunicación, que facilitaban el desplazamiento de jugadores, de aficionados y de la información concerniente al deporte. Los medios de comunicación, en efecto, jugaron un papel preponderante en la popularización del fútbol.

Además de la prensa tradicional, que le concedía ya espacio a los asuntos deportivos, surgieron las revistas especializadas. Su tarea no fue puramente informativa; la prensa contribuyó a aumentar las expectativas en torno al deporte y participó en la creación de los primeros mitos y héroes deportivos. El papel de la radio, a partir de finales de los años 1920, fue igualmente determinante: las transmisiones de los partidos, que le llegaban a un público mucho más numeroso, estaban cargadas de dramatismo, contribuyendo así a multiplicar el interés por el desenlace de cada encuentro deportivo.

El primer Campeonato Mundial disputado en Uruguay en 1930 ya dejaba apreciar importantes transformaciones en el fútbol. Por una parte, la consolidación de algunos países latinoamericanos como potencias mundiales del balompié. Argentina y Uruguay -Brasil aún no- exportaban jugadores a Europa; sus equipos hacían exitosas giras por el viejo continente, deslumbrando a los mismos británicos por el juego vistoso de los hábiles jugadores rioplatenses. Es decir, si el fútbol era una invención foránea, los “porteños” se habían convertido en sus grandes ejecutores.

En los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928, Uruguay había ganado sendas medallas de oro, imponiéndose a la Argentina en una de las finales. Precisamente la celebración del primer Mundial en tierras latinoamericanas era un reconocimiento a los avances futbolísticos de Uruguay. Por otra parte, ese torneo nos muestra que el fútbol se había convertido en un evento de dimensiones internacionales. Al Mundial acudieron 13 selecciones provenientes de América y de Europa -el resto de continentes no existían aún en términos futbolísticos-; unos 400 periodistas, que venían de esas mismas regiones, hacían llegar las peripecias del torneo a sus respectivos países. Finalmente, quedaba en claro que el fútbol contaba con una muy atractiva veta comercial hábilmente explotada por una nueva dirigencia deportiva, para la cual el capitalismo aplicado al deporte debía imponerse a los valores amateurs.

La asistencia promedio a los partidos del Mundial de Uruguay fue de unos 25 mil espectadores. La final congregó a 100.000 fanáticos, muchos de ellos provenientes de Argentina, que se habían desplazado para apoyar a su equipo frente a los poderosos “charrúas”. De manera que ya se iniciaba el turismo deportivo. Esa importante afluencia dejaba en claro que el fútbol se estaba convirtiendo en un espectáculo masivo para un público dispuesto a pagar un dinero por apreciar un partido. Todo ello implicaba la profesionalización creciente de los futbolistas y el desarrollo de un sentido identitario, nacionalista, por la selección de cada país.

Profesor del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes

Por Ricardo Arias Trujillo*

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