Cuando James Rodríguez ganó la copa más valiosa de su vida

Hace 20 años, el hoy 10 de la selección Colombia fue campeón del Torneo Pony Fútbol, el más importante a nivel infantil; galardón que le abrió las puertas del profesionalismo. Crónica.

Nelson Fredy  Padilla
14 de julio de 2024 - 01:00 p. m.
A la izquierda, el trofeo del Torneo Pony Fútbol que ganó el equipo de la Academia Tolimense, liderado por James Rodríguez (en la fila de atrás, tercero de derecha a izquierda), goleador y mejor jugador. Por eso el Envigado lo hizo jugador profesional a los 14 años de edad.
A la izquierda, el trofeo del Torneo Pony Fútbol que ganó el equipo de la Academia Tolimense, liderado por James Rodríguez (en la fila de atrás, tercero de derecha a izquierda), goleador y mejor jugador. Por eso el Envigado lo hizo jugador profesional a los 14 años de edad.
Foto: Nelson Padilla y Archivo particular

“El trofeo del Pony Fútbol es el tesoro más grande que tenemos en la escuela”, me dice en Ibagué Armando Yulbrainner Calderón, el profe Yul, y lo señala sobre su escritorio. Es una clásica copa plateada y dorada con grandes orejas y una placa conmemorativa de los veinte años del torneo nacional infantil organizado por la Corporación Los Paisitas, el campeonato que más jugadores ha aportado al fútbol profesional colombiano. En un sello en relieve se lee: “Deporte y sentido social”.

Simboliza que en enero de 2004 se partió en dos la historia de la Academia Tolimense de Fútbol y la vida de la mayoría de los que participaron en la gran final en Medellín, en cabeza de James Rodríguez. Tanto los factores deportivos como los emocionales se juntaron para el éxito. “Fue definitiva esa experiencia que llevaban de jugar y ganar casi siempre en canchas ajenas, con público en contra, con árbitros en contra. Aprendieron a manejar toda esa presión muy bien; entonces, cuando se juntó lo físico y lo mental, eliminaron equipos muy grandes y empezaron a sentirse grandes”, explica el profe.

Viajar desde la capital del Tolima no fue fácil porque las familias no tenían suficiente dinero y, como siempre, hicieron maromas aquí y allá —préstamos, avances, masato, empanadas y tamales— para que los niños pudieran terminar ese ciclo. Una vez instalados en Medellín, fueron a recorrer los alrededores del estadio Atanasio Girardot y de la cancha anexa Marte I, donde iban a jugar.

Hoy ese campo no es el mismo de pasto en el que jugaron, sino uno sintético donde las nuevas generaciones de futbolistas hacen fila para entrenar. Es común ver a pelaos, como vi a Santiago Gutiérrez, a los nueve años, vestido con la 10 de la selección Colombia, “entrenar los goles olímpicos de James”.

“Fue el capítulo más emocionante de nuestra vida juntos”, me dice Pipe Gómez, el mejor amigo de James. “Nos empezaron a meter miedo porque nos tocó en el grupo de la muerte contra Medellín, Envigado y Bello; tres equipos favoritos. A nosotros, los tolimenses, nos miraban como diciendo: ‘A estos chinitos les ganamos fácil’. Nunca habíamos jugado con tanta gente en las tribunas. Todo eso nos afectó y comenzamos perdiendo 2-0 con Medellín. Veíamos a ese equipo y nos parecía malo. En el camerino hablamos y salimos con la actitud de ¡no puede ser! ¡Vamos a ganar! Segundo tiempo: en una jugada que armó James me hacen penal, él lo cobra y 2-1. Yo dependía de él por esa visión especial de meter un pasegol como un jugador adulto. Me ponía a correr, yo gambeteaba y ¡gol!, o hacíamos paredes y no había defensa que aguantara. Este es el momento en que vamos y jugamos en cualquier lado y nos entendemos a la perfección. Después me queda un rebote y la meto: 2-2. De repente la gente no gritaba ‘Medellín, Medellín’, sino ‘Academia, Academia’. Nos crecimos y mostramos de lo que éramos capaces. En ese partido ya había mucho empresario. Al final uno le dijo al profesor Álvaro Guzmán: ‘Me interesan esos dos jugadores’ y nos señaló a James y a mí. Él le respondió: ‘Gracias, pero los niños no están a la venta’”.

Era el polémico Gustavo Upegui López, dueño del Envigado Fútbol Club, reconocido por el ojo que tenía para descubrir estrellas del fútbol en los semilleros de la región y quien, ante la negativa del técnico Guzmán, buscó a Juan Carlos Restrepo, padrastro de James, y le hizo la primera oferta para ser profesional. Restrepo, fallecido en 2022, prefirió esperar y dejar que el torneo continuara para no distraer a su hijastro. Ya lo habían contactado también del Independiente Medellín.

Casualmente el siguiente enfrentamiento fue contra el equipo de Upegui. Pipe recuerda: “Yo le decía a James: ‘Mirá ese combo: Mateo Uribe, Luciano Ospina, Alejo Saldarriaga, Daniel Buitrago’. Nos tenían encerrados. James la pedía: ‘¡Pásemela, marica!, y no podíamos salir hasta que pudo meter un pasegol y un amigo de apellido Gil definió. Luego nos empatan y en un contragolpe James me la manda larguísima, me parece verla venir, le gano la carrera a Luciano y hago gol. Queríamos morirnos de la felicidad, el estadio lleno, la cara de empute de esos manes y nosotros abrazados, dando botes y gritando: ‘¡Gol, hijueputa!, ¡Gol, marica!’. Ganamos 2-1. Cuando salíamos nos dijeron que la gente de Envigado había decidido contratarnos. Nos mirábamos y en nuestra ingenuidad no terminábamos de creer que un niño fuera a ser comprado. Hasta que el propio Gustavo Upegui nos ve, nos señala y nos dice: ‘Ustedes van a jugar acá’. Ya había hablado con Juanca”.

Para el siguiente partido había nerviosismo entre los niños y los padres de familia por el rumor de que el Envigado no solo quería a Pipe y a James, sino también a ocho de los once titulares. La consigna era jugar todavía mejor para concretar el futuro de todos. Hubo un momento en que se notaba la presión, pero el que parecía relajado era James, que jugó su mejor partido, pues hizo tres goles: uno de tiro libre, uno de penalti y otro de media distancia. “Ahí se volvió la figura del Pony y nos contagió esa seguridad. El siguiente partido fue contra Antioquia en octavos de final y metió un golazo desde aquí —para describírmelo Pipe se para en la mitad de la cancha, al costado derecho—. Cuando levantó la cara, yo sabía lo que iba a hacer. Le pegó con una curva rara al estilo Roberto Carlos y entró por el palo contrario. Hasta yo quedé impresionado. A la salida la gente nos felicitaba y nos daba $5.000, $10.000. A James era al que más le daban: ‘Buena, pelao, usted juega muy bien’. Los periodistas locales empezaron a perseguirlo y a hablar de él como el jugador más talentoso que habían visto en mucho tiempo”. Otro amigo, Diego El Tuto Noreña, cuenta: “hasta las niñitas empezaron a buscarlo y James me decía: ‘Ojalá me quede aquí para seguir visitando a la bonita que vive en Bello’”.

Pipe sigue recordando: “Volvimos a cruzarnos con Envigado en cuartos de final. Me acuerdo que le decía a James: ‘Mono, estoy nervioso, siento cosas en el estómago’. Sentía que ese equipo era mejor que nosotros. Me respondía: “Sin miedo, cabezón. Vamos a dejarlo todo y a ganar’. Sabíamos que el que ganara iba para la final. Como ya nos conocíamos, fue un juego muy táctico. Cortaron nuestro juego dándonos duro y metiéndonos miedo. Se gritaban entre ellos: ‘Péguenles al 7 y al 10; que no pasen, así haya que partirlos’. Estaba muy cerrado, pero James abrió un espacio, me la mandó, yo desbordé, la centré, un compañero la tocó, dio en un defensa y se metió. Un goce total”.

Al revisar los periódicos de Medellín de hace dos décadas, los titulares de una o dos páginas fueron: “Nació para ser futbolista”, “La estrella indiscutible”, “El héroe tolimense”. El técnico Guzmán estaba tan contento con el rendimiento de sus pupilos, que antes de la semifinal los invitó a jugar maquinitas para que pensaran en otra cosa. James no estuvo tan relajado porque quería ganarles a todos. “Mi Dios lo trajo para ser futbolista”, declaró Guzmán, y al día siguiente salió un reportaje a doble página titulado “Nació para ser futbolista”, ilustrado con un rostro gigante de perfil en el que James se ve más mono que nunca. Es una de las reseñas preferidas por su familia.

Perfilado como figura de la copa, periodistas de los diarios El Colombiano, El Mundo, La Chiva, El Deportivo y de radio Todelar le preguntaron de todo, y James habló más de lo que acostumbraba. ¿Quién le enseñó a jugar? “Juan Carlos Restrepo”. ¿Y su mamá, Pilar? “Me apoya en todo y por eso le dediqué el mejor gol”. Ella lloró de la emoción después de ver el primer gran paso de su hijo hacia el estrellato, después de cinco años de esfuerzo y disciplina. ¿Se imagina como un gran goleador? “Dios sabrá cuántos goles quiere que marque”. ¿Cómo se define como jugador? “Soy pasegol, no muy veloz y mi fuerte son los tiros libres”. ¿Qué significa para usted la Academia Tolimense? “Mucho. Allí empezó todo”.

Soltó unas cuantas mentiritas piadosas: ¿Le gusta estudiar? “Sí, señor”. ¿Cuál es sumateria preferida? “Prefiero el castellano”. ¿Por qué? “Porque sí”. ¿Qué es más importante: el fútbol o el estudio? “El estudio es más importante que el fútbol”. Meses después le diría lo contrario a un profesor. ¿Heredó la calidad de su papá biológico (también llamado James Rodríguez y también selección Colombia)? “Sí. Yo quiero jugar como él, pero también quiero hacer mis cosas solito”. Confesó que guardaba recortes de periódico de sus gestas deportivas, pero tenía claras sus prioridades sentimentales y estaba a pocos días de hablar de hombre a hombre con quien le dio la vida.

En ese momento veía cercano el sueño de debutar como profesional en su amado Deportes Tolima. Sin embargo, llegaron primero las ofertas de Envigado, Atlético Nacional, Independiente Medellín y Junior. Superado el equipo más difícil, la semifinal fue contra Urabá, rival más accesible. “Ya teníamos la convicción de que íbamos a la final como fuera y preciso James hizo los dos goles con que ganamos: uno de penalti y otro de media distancia. Un rendimiento así no se le había visto aquí a un infantil”, dice Pipe.

La final fue el 24 de enero frente el Deportivo Cali, contra los jugadores que habían visto entrenar recientemente durante un viaje a su sede y a los cuales habían envidiado por tener lo que ellos ni soñaban en los peladeros de Ibagué. “Cuando salimos ellos se veían más cuajados, más jugadores. Estaban el Manga Escobar, Juan David Cabezas, Castillo, Lizarazo; pelaos muy buenos que ahora son profesionales. Nosotros sabíamos lo que teníamos, nos mirábamos y nos dábamos ánimo. Cuando James cobró el primer tiro de esquina vi que no estaba centrando, estaba buscando el arco. Era una cuestión de él. Algo que no estaba planeado. Al segundo intento, un defensa se enredó con el balón y ayudó a meterla: gol olímpico y a celebrar lo que veíamos venir. James siguió en la misma, como si supiera que con esa jugada los iba a desestabilizar otra vez. Cantado. Les clavó el segundo también olímpico. Ese sí entró derecho. Acabamos ese partido y la gente estaba obsesionada con James. Era una cosa loca. Pilar, Juanca, las familias detrás de él saltando y los periodistas haciéndole notas. Él les decía: ‘Yo quiero jugar en el Tolima’, no le sonaba Envigado. Yo (Pipe) pensaba: ‘Este marica en todo torneo es el mejor. ¿Qué tengo que hacer para estar a ese nivel?’. Sentimientos de rivalidad sana. En medio de una lluvia de papelitos de colores nos dieron los trofeos, medallas, balones y toda la Pony Malta que usted quiera. Todavía nos gusta la Pony y siempre que tomamos una recordamos esos momentos”.

James dice emocionado en un video casero: “Fue una etapa bella porque pude mostrar todo mi talento”. En los avisos de prensa de Pony Malta lo presentaban como “un pequeño gigante”, levantando el máximo trofeo bajo la lluvia de confeti, chiflando de la felicidad, así como fotos de él en medio de los dirigentes políticos regionales que le entregaron los premios: Sergio Fajardo y Aníbal Gaviria, testigos atónitos de la hazaña del chiquitín, y videos de los tolimenses dando la vuelta olímpica mientras el arquero del Cali, Johan Wallens, llora y grita: “Yo soy el culpable”.

No. El culpable fue el monito de 13 años que explotó en ese torneo y mostró todo el potencial. Es impactante ver la grabación de Teleantioquia: James dando declaraciones a Todelar Radio con los brazos en jarra, con una autoridad de profesional: “Esto es una alegría inmensa y hay que seguir trabajando”. Se formó un tumulto de aficionados y periodistas en torno a él, la mayoría preguntándole qué sentía al recibir todos los trofeos, incluidos los de Mejor jugador y Goleador. “Me siento privilegiado. Soy trabajador y honesto, y quiero ganar todas las competiciones. Me gusta el gol y también disfruto dando pases para que mis compañeros puedan convertir”.

Si lo de Medellín fue apoteósico, el recibimiento en Ibagué fue delirante. Los subieron a un camión de bomberos, recorrieron la ciudad y les ofrecieron todos los reconocimientos cívicos y deportivos en la Gobernación del Tolima. Pipe no olvida los detalles: “En esa saltadera, James dejó caer la copa contra mi nariz y me la rajó.

—Mirá, mono marica, cómo me dejaste la nariz.

—Pipe, Pipe, perdóneme, perdóneme.

Se señala la cicatriz en la nariz y me dice: “Los recuerdos de James”.

En Ibagué le atribuyeron el campeonato no solo al equipo sino “al alma bendita de Damián Borja, el máximo goleador de todos los tiempos en la Academia, más que James, asesinado a finales del 2003 cuando era la estrella juvenil con más futuro en la selección de Tolima. Tenía 17 años y lo balearon tras oponer resistencia a los ladrones que le robaron a su madre $8 millones”.

Envigado seguía detrás de otros jugadores de la Academia Tolimense. Al Tuto Noreña también lo contactaron. Me contó: “Upegui tenía mucha plata y quería comprarnos a la mayoría. Me llamó a Ibagué a preguntarme si estaba interesado, y le dije que sí; habló con mis papás. Ofreció un sueldo de $500.000 mensuales y estudio. Alcancé a soñar, pero mi mamá no me dejó porque me tocaba irme a vivir solo. Los $38 millones que dieron por Pipe también los iban a dar por mí. Por James era el doble”.

Pilar y Juan Carlos, los papás de James, pusieron las condiciones: los derechos deportivos se venden en un 70 % y el 30 % es para el jugador; no se incorporará a ningún club solo, sino con un arreglo que incluya vivienda para la familia y trabajo para el padrastro. Cuando analizaron en limpio las opciones, la más atractiva era la del Medellín, a través del gerente Fernando Jiménez Vásquez, en asocio con el Envigado, por medio de Upegui. Financiarían todo por mitades. Luego estaba la del Nacional. Con más timidez terciaron Fuad Char, dueño del Junior, y Gabriel Camargo, del Tolima. Para ganar el pulso, Nacional incluso le ofreció trabajo a Juan Carlos como ingeniero de sistemas en Postobón, pero ya era demasiado tarde. Los Rubio Restrepo habían empeñado su palabra con los primeros y Restrepo sería director de tecnología de la Universidad de Envigado.

Todo parecía encaminado hasta el año siguiente (2005), cuando llegó la hora de pagar el 35 % de cada equipo. Upegui cumplió y el Medellín decidió retirar la inversión porque consideró que el talento de James no era garantía de éxito. En esas negociaciones a Jiménez le dijeron una frase a la que no le prestó atención, más bien una sentencia, por la que se lamentó siempre: “Está cometiendo un grave error porque habrá un antes y después de James Rodríguez en el fútbol colombiano”. Y se demostró en la Copa América 2024, como ocurrió en el Mundial de Brasil 2014.

* Versión actualizada de un capítulo del libro “James, su vida”, sello editorial Aguilar, 2014, seleccionado para el Plan Nacional de Lectura y traducido al japonés.

Nelson Fredy  Padilla

Por Nelson Fredy Padilla

Periodista desde 1989, magíster en escrituras creativas, autor de cinco libros, catedrático de periodismo y literatura desde 1995, y profesor de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional, del Instituto de Prensa de la SIP y de la Escuela Global de Dejusticia.@NelsonFredyPadinpadilla@elespectador.com

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